62 En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre (Lc 1, 44) [...]. El sobresalto de alegría que sintió Isabel, subraya el don que puede encerrarse en un simple saludo cuando parte de un corazón lleno de Dios. ¡Cuántas veces las tinieblas de la soledad, que oprimen a un alma, pueden ser desgarradas por el rayo luminoso de una sonrisa o de una palabra amable! (JUAN PABLO II, Hom. Roma, 11-II-1981).
63 El espíritu de dulzura es el verdadero espíritu de Dios [...] Puede hacerse comprender la verdad y amonestar siempre que se haga con dulzura. Hay que sentir indignación contra el mal y estar resuelto a no transigir con él; sin embargo, hay que convivir dulcemente con el prójimo (SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm.110, en Obras Completas, BAC, Madrid 1954, p. 744).
64 Ansí que, hermanas, todo lo que pudiéredes sin ofensa de Dios procurad ser afables y entender con todas las personas que os trataren, de manera que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A la religiosa importa mucho esto: mientras más santas, más conversables con sus hermanas, que aunque sintáis mucha pena si no van sus pláticas todas como vos las querríades hablar, nunca os extrañéis dellas y ansí aprovecharéis y seréis amadas, porque mucho hemos de procurar ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos (SANTA TERESA, C. de perfección, 41, 7).
65 De estas virtudes de convivencia es necesario tener gran previsión y muy a mano, pues se han de estar usando casi de continuo (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd a la vida devota, 3, 1).
66 Del mismo modo que no es posible vivir en sociedad sin la verdad, es necesaria en la vida social la afabilidad, porque, como dice Aristóteles, "nadie puede aguantar un solo día de trato con un triste o con una persona desagradable". Por consiguiente, cada hombre está obligado, por un cierto deber natural de honestidad, a ser afable con quienes le rodean, salvo el caso de que sea útil entristecer a alguno de ellos (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q 114, a. 2).
67 Si por pereza dejas de poner los medios necesarios para alcanzar la humildad, te sentirás pesaroso, inquieto, descontento, y harás la vida imposible a ti mismo y quizá también a los demás y, lo que más importa, correrás gran peligro de perderte eternamente (J.PECCI –León XIII–, Práctica de la humildad, 49).
68 La humildad es la virtud que lleva a descubrir que las muestras de respeto por la persona –por su honor, por su buena fe, por su intimidad–, no son convencionalismos exteriores, sino las primeras manifestaciones de la caridad y de la justicia (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 72).
69 Como mejor podemos emplear la dulzura es aplicándola a nosotros mismos, sin despecharnos nunca contra nosotros y nuestras imperfecciones; pues, aunque es razonable que cuando cometemos una falta nos aflijamos y entristezcamos, sin embargo, hemos de procurar no ser víctimas de un malhumor desagradable y triste, despechado y colérico. En esto faltan muchos que se enfadan por haberse enfadado, se entristecen de haberse entristecido y se desesperan por haberse desesperado; con este sistema su corazón está sumergido en cólera, y parece que la segunda cólera arruina a la primera, de tal suerte que sirve de apertura e invitación para una nueva cólera en la primera ocasión que se presente; aparte de que estos enfados, despechos y asperezas contra uno mismo tienden al orgullo y no tienen más origen que el amor propio, que se turba e inquieta por vernos imperfectos (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd a la vida devota, 3, 9).
70 Caras largas..., modales bruscos..., facha ridícula..., aire antipático: ¿Así esperas animar a los demás a seguir a Cristo? (J ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 661).
71 Los hombres, para su trato con sus semejantes en la vida social, si son buenos e inteligentes cultivan –ordinariamente sólo por razones humanas– una virtud que suele llamarse sociabilidad. También el sacerdote ha de hacer suya esta virtud, si no quiere encontrarse en situación de inferioridad al tratar a los demás hombres Lo que otros practican por motivos humanos, llévelo él a su conducta por una razón sobrenatural, es decir, por caridad. (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, P. 32).
72 La amistad o afabilidad es parte de la justicia como virtud aneja que se agrega a la principal. Conviene, en efecto, con la justicia en su razón de alteridad; pero difiere de ella en que no es exigida por un deber estricto... Solamente es exigida por un deber de honestidad que obliga más al mismo virtuoso que al otro, en cuanto que el hombre afable trata a sus semejantes como es decoroso y es su deber hacerlo (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 114, a. 2).
73 No debemos mostrarnos afables con quienes fácilmente pecan, tratando de agradarles, para no parecer que condescendemos con sus vicios y les damos cierto ánimo para caer en ellos (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 114, a. 1).
74 Si la alabanza pretende, observando las debidas circunstancias, contentar a uno y serle motivo de aliento en sus trabajos o animarle en la prosecución de las buenas obras, es un fruto de la virtud de la afabilidad (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 115, a. 1).
75 El espíritu de contradicción [...] se origina cuando no se tiene ningún reparo en contristar mediante la contradicción [...] y se opone a la virtud de la amistad o afabilidad, cuya función es convivir agradablemente con otros. (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 116, a. 1).
76 La afabilidad tiene dos vicios contrarios: por una parte, la excesiva severidad, y por otra el halago palabrero. La virtud de la afabilidad se mantiene en el punto medio, entre lo mucho y lo poco, usando de afectuosidad cuando lo pidan quienes se acercan, y conservando aun entonces suave gravedad, conforme a la varia condición de quienes tratemos. (SAN FRANCISCO DE SALES, Conversaciones espirituales, IX, pp. 628-629).