Antología de Textos

AFABILIDAD



1. Todo el Evangelio es una continua muestra del respeto con que Jesús trata a todos aquellos con quienes se encuentra: sanos, enfermos, ricos, pobres, niños, mayores, mendigos, pecadores... Es el ejemplo a imitar en nuestra convivencia diaria. Nos encontramos con personas muy diferentes en nuestro trabajo, en la propia familia, en la calle, etc., con caracteres y modos de ser muy diversos, y es muy necesario que nos ejercitemos en la convivencia con todos. Santo Tomás señala que se requiere una virtud especial -que encierra en sí otras muchas pequeñas virtudes- que cuide de ordenar "las relaciones de los hombres con sus semejantes, tanto en los hechos como en las palabras" (Suma Teológica, 2-2, q. 114, a. 1). Esta virtud especial de la convivencia es la afabilidad, que nos lleva a hacer la vida más grata y amable a quienes nos rodean, porque es difícil "aguantar un solo día el trato con una persona sumida en la tristeza o con una persona desagradable" (ibíd., a. 2). Todos estamos obligados, "por un cierto deber natural de honestidad, a ser afables con quienes nos rodean, salvo que sea útil entristecer a alguno, en alguna ocasión determinada" (ibid.), para su propio bien. Porque tampoco se trata de agradar a toda costa: "la afabilidad, aunque tenga por objeto propio agradar a quienes nos rodean, sin embargo no debe temer, si es necesario, desagradar para conseguir un bien o para evitar un mal" (ibid., q. 115, a. 1). Un padre o un superior, por ejemplo, harían un mal (en algunas ocasiones grave) si, cuando es preciso, no corrigiera por el temor a causar un disgusto. Con todo, se debe cuidar la forma de hacerlo para no producir heridas innecesarias.

2. La afabilidad no causa una admiración ruidosa; sin embargo, cuando falta se echa de menos y se hacen tirantes las relaciones entre los hombres; a veces, muy difíciles o quizá imposibles. Esta virtud hace amable la vida cotidiana (familia, trabajo, tráfico, etc.). Es virtud opuesta, por su misma naturaleza, al egoísmo, al gesto destemplado, al malhumor, a las faltas de educación en el trato mutuo, al desorden, a los gritos, a vivir sin tener en cuenta a quienes nos rodean. "Una palabra buena se dice pronto; sin embargo, a veces se nos hace difícil pronunciarla. Nos detiene el cansancio, nos distraen las preocupaciones, nos frena un sentimiento de frialdad o de indiferencia egoísta. Así sucede que pasamos al lado de personas a las cuales, aun conociéndolas, apenas les miramos el rostro y no nos damos cuenta de lo que frecuentemente están sufriendo por esa sutil, agotadora pena que proviene de sentirse ignoradas. Bastaría una palabra cordial, un gesto afectuoso, e inmediatamente algo se despertaría en ellas: una señal de atención y de cortesía puede ser una ráfaga de aire fresco en lo cerrado de una existencia, oprimida por la tristeza y por el desaliento. El saludo de María llenó de alegría el corazón de su anciana prima Isabel (cfr. Lc 1, 44)" (JUAN PABLO II, Hom. 11-II-1981). Formando parte de la afabilidad se encuentra la benignidad, la indulgencia ante los pequeños defectos y errores de los demás, la educación y la urbanidad en palabras y modales, la simpatía, la cordialidad, la gratitud, el respeto, el elogio oportuno...

3. A la afabilidad se oponen la adulación, que intenta agradar de manera desordenada para obtener alguna ventaja personal; el llamado espíritu de contradicción, que consiste en oponerse frecuente o sistemáticamente a la opinión de los demás, con la intención de contristarles o, al menos, de no complacerles. No viven tampoco esta virtud los violentos, que se irritan por cualquier motivo; los rencorosos, que conservan durante largo tiempo el recuerdo de la injuria recibida; y los obstinados, que no descansan hasta devolver mal por mal.

4. El cristiano sabrá convertir los múltiples detalles de la virtud humana de la afabilidad en otros tantos actos de la virtud de la caridad, al hacerlos también por amor a Dios. La caridad hace de la misma afabilidad una virtud más fuerte, más rica en detalles y con un horizonte mucho más elevado. El cristiano, mediante la fe y la caridad, sabe ver en sus hermanos los hombres a hijos de Dios, que siempre merecen el mayor respeto y las mejores muestras de atención y consideración.

La afabilidad, virtud para la convivencia

62 En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre (Lc 1, 44) [...]. El sobresalto de alegría que sintió Isabel, subraya el don que puede encerrarse en un simple saludo cuando parte de un corazón lleno de Dios. ¡Cuántas veces las tinieblas de la soledad, que oprimen a un alma, pueden ser desgarradas por el rayo luminoso de una sonrisa o de una palabra amable! (JUAN PABLO II, Hom. Roma, 11-II-1981).

63 El espíritu de dulzura es el verdadero espíritu de Dios [...] Puede hacerse comprender la verdad y amonestar siempre que se haga con dulzura. Hay que sentir indignación contra el mal y estar resuelto a no transigir con él; sin embargo, hay que convivir dulcemente con el prójimo (SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm.110, en Obras Completas, BAC, Madrid 1954, p. 744).

64 Ansí que, hermanas, todo lo que pudiéredes sin ofensa de Dios procurad ser afables y entender con todas las personas que os trataren, de manera que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A la religiosa importa mucho esto: mientras más santas, más conversables con sus hermanas, que aunque sintáis mucha pena si no van sus pláticas todas como vos las querríades hablar, nunca os extrañéis dellas y ansí aprovecharéis y seréis amadas, porque mucho hemos de procurar ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos (SANTA TERESA, C. de perfección, 41, 7).

65 De estas virtudes de convivencia es necesario tener gran previsión y muy a mano, pues se han de estar usando casi de continuo (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd a la vida devota, 3, 1).

66 Del mismo modo que no es posible vivir en sociedad sin la verdad, es necesaria en la vida social la afabilidad, porque, como dice Aristóteles, "nadie puede aguantar un solo día de trato con un triste o con una persona desagradable". Por consiguiente, cada hombre está obligado, por un cierto deber natural de honestidad, a ser afable con quienes le rodean, salvo el caso de que sea útil entristecer a alguno de ellos (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q 114, a. 2).

Para ser afable es preciso ser humilde

67 Si por pereza dejas de poner los medios necesarios para alcanzar la humildad, te sentirás pesaroso, inquieto, descontento, y harás la vida imposible a ti mismo y quizá también a los demás y, lo que más importa, correrás gran peligro de perderte eternamente (J.PECCI –León XIII–, Práctica de la humildad, 49).

68 La humildad es la virtud que lleva a descubrir que las muestras de respeto por la persona –por su honor, por su buena fe, por su intimidad–, no son convencionalismos exteriores, sino las primeras manifestaciones de la caridad y de la justicia (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 72).

La afabilidad, necesaria al cristiano

69 Como mejor podemos emplear la dulzura es aplicándola a nosotros mismos, sin despecharnos nunca contra nosotros y nuestras imperfecciones; pues, aunque es razonable que cuando cometemos una falta nos aflijamos y entristezcamos, sin embargo, hemos de procurar no ser víctimas de un malhumor desagradable y triste, despechado y colérico. En esto faltan muchos que se enfadan por haberse enfadado, se entristecen de haberse entristecido y se desesperan por haberse desesperado; con este sistema su corazón está sumergido en cólera, y parece que la segunda cólera arruina a la primera, de tal suerte que sirve de apertura e invitación para una nueva cólera en la primera ocasión que se presente; aparte de que estos enfados, despechos y asperezas contra uno mismo tienden al orgullo y no tienen más origen que el amor propio, que se turba e inquieta por vernos imperfectos (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd a la vida devota, 3, 9).

70 Caras largas..., modales bruscos..., facha ridícula..., aire antipático: ¿Así esperas animar a los demás a seguir a Cristo? (J ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 661).

La afabilidad, especialmente necesaria al sacerdote

71 Los hombres, para su trato con sus semejantes en la vida social, si son buenos e inteligentes cultivan –ordinariamente sólo por razones humanas– una virtud que suele llamarse sociabilidad. También el sacerdote ha de hacer suya esta virtud, si no quiere encontrarse en situación de inferioridad al tratar a los demás hombres Lo que otros practican por motivos humanos, llévelo él a su conducta por una razón sobrenatural, es decir, por caridad. (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, P. 32).

Afabilidad y justicia

72 La amistad o afabilidad es parte de la justicia como virtud aneja que se agrega a la principal. Conviene, en efecto, con la justicia en su razón de alteridad; pero difiere de ella en que no es exigida por un deber estricto... Solamente es exigida por un deber de honestidad que obliga más al mismo virtuoso que al otro, en cuanto que el hombre afable trata a sus semejantes como es decoroso y es su deber hacerlo (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 114, a. 2).

Afabilidad y prudencia

73 No debemos mostrarnos afables con quienes fácilmente pecan, tratando de agradarles, para no parecer que condescendemos con sus vicios y les damos cierto ánimo para caer en ellos (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 114, a. 1).

El elogio oportuno y ponderado, muestra de afabilidad

74 Si la alabanza pretende, observando las debidas circunstancias, contentar a uno y serle motivo de aliento en sus trabajos o animarle en la prosecución de las buenas obras, es un fruto de la virtud de la afabilidad (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 115, a. 1).

A la afabilidad se opone el "espíritu de contradicción"

75 El espíritu de contradicción [...] se origina cuando no se tiene ningún reparo en contristar mediante la contradicción [...] y se opone a la virtud de la amistad o afabilidad, cuya función es convivir agradablemente con otros. (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 116, a. 1).

76 La afabilidad tiene dos vicios contrarios: por una parte, la excesiva severidad, y por otra el halago palabrero. La virtud de la afabilidad se mantiene en el punto medio, entre lo mucho y lo poco, usando de afectuosidad cuando lo pidan quienes se acercan, y conservando aun entonces suave gravedad, conforme a la varia condición de quienes tratemos. (SAN FRANCISCO DE SALES, Conversaciones espirituales, IX, pp. 628-629).