Discurso del Papa Benedicto XVI
al 6º simposio europeo de profesores universitarios
Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres profesores:
Es para mí motivo de profunda alegría encontrarme con vosotros, con ocasión del VI Simposio europeo de profesores universitarios sobre el tema: "Ensanchar los horizontes de la racionalidad. Perspectivas para la filosofía", promovido por los profesores de las universidades de Roma y organizado por la Oficina para la pastoral universitaria del Vicariato de Roma, en colaboración con las instituciones regionales, provinciales y del municipio de Roma. Doy las gracias al señor cardenal Camillo Ruini y al profesor Cesare Mirabelli, que se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos, y doy a todos los presentes mi cordial bienvenida.
En continuidad con el encuentro europeo de profesores universitarios del año pasado, vuestro simposio afronta un tema de gran relevancia académica y cultural. Deseo expresar mi gratitud al comité organizador por esta elección que, entre otras cosas, nos permite celebrar el décimo aniversario de la publicación de la carta encíclica Fides et Ratio de mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II.
En aquella ocasión cincuenta profesores de filosofía de las universidades de Roma, públicas y pontificias, manifestaron su gratitud al Papa con una declaración en la que se reafirmaba la urgencia de la reactivación del estudio de la filosofía en las universidades y en las escuelas. Compartiendo dicha preocupación y animando la colaboración fructuosa entre profesores de diversos ateneos, romanos y europeos, deseo dirigir a los profesores de filosofía una invitación particular a proseguir con confianza la investigación filosófica, invirtiendo energías intelectuales e implicando a las nuevas generaciones en dicho compromiso.
Los acontecimientos que se han sucedido durante los diez años que han pasado desde la publicación de la encíclica, han delineado con mayor evidencia el escenario histórico y cultural en el que la investigación filosófica está llamada a adentrarse. En efecto, la crisis de la modernidad no es sinónimo de decadencia de la filosofía; al contrario, la filosofía debe comprometerse en un nuevo itinerario de investigación para comprender la verdadera naturaleza de semejante crisis (cf. Discurso durante el encuentro europeo con los profesores universitarios, 23 de junio de 2007) e identificar nuevas perspectivas hacia las cuales orientarse.
La modernidad, si se la comprende bien, revela una "cuestión antropológica" que se presenta de modo mucho más complejo y articulado de lo que sucedía en las reflexiones filosóficas de los últimos siglos, sobre todo en Europa. Sin restar importancia a los intentos realizados, queda todavía mucho por investigar y comprender. La modernidad no es un simple fenómeno cultural, con una fecha histórica determinada; en realidad, implica un nuevo proyecto, una comprensión más exacta de la naturaleza del hombre. No es difícil captar en los escritos de autorizados pensadores contemporáneos una reflexión honrada sobre las dificultades que impiden la solución de esta crisis prolongada. El crédito que algunos autores atribuyen a las religiones, y en particular al cristianismo, es un signo evidente del sincero deseo de que la reflexión filosófica abandone su autosuficiencia.
Desde el inicio de mi pontificado he escuchado con atención las peticiones que me hacen los hombres y las mujeres de nuestro tiempo y, a la luz de esas expectativas, he presentado una propuesta de investigación que, en mi opinión, puede suscitar interés con vistas a la reactivación de la filosofía y de su papel insustituible dentro del mundo académico y cultural. Esa propuesta, que ha sido objeto de vuestra reflexión durante el simposio, consiste en "ensanchar los horizontes de la racionalidad".
Esto me permite reflexionar sobre ella con vosotros, como entre amigos que desean realizar un itinerario común de investigación. Parto de una profunda convicción, que he expresado muchas veces: "La fe cristiana ha hecho su opción neta: contra los dioses de la religión a favor del Dios de los filósofos, es decir, contra el mito de la sola costumbre a favor de la verdad del ser" (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, cap. III). Esta afirmación, que refleja el camino del cristianismo desde sus albores, resulta plenamente actual en el contexto histórico cultural que estamos viviendo. En efecto, sólo a partir de dicha premisa, que es histórica y a la vez teológica, es posible salir al encuentro de las nuevas expectativas de la reflexión filosófica. También hoy es muy concreto el peligro de que la religión, incluso la cristiana, sea instrumentalizada como fenómeno subrepticio.
Pero, como recordé en la encíclica Spe salvi, el cristianismo no es sólo un mensaje informativo, sino performativo (cf. n. 2). Esto significa que desde siempre la fe cristiana no puede quedar encerrada en el mundo abstracto de las teorías, sino que debe bajar a una experiencia histórica concreta, que llegue al hombre en la verdad más profunda de su existencia. Esta experiencia, condicionada por las nuevas situaciones culturales e ideológicas, es el lugar que la investigación teológica debe valorar y sobre el cual es urgente entablar un diálogo fecundo con la filosofía.
La comprensión del cristianismo como transformación real de la existencia del hombre, por una parte, impulsa la reflexión filosófica a un nuevo enfoque de la religión; y, por otra, la estimula a no perder la confianza de poder conocer la realidad. Por tanto, la propuesta de "ensanchar los horizontes de la racionalidad" no debe incluirse simplemente entre las nuevas líneas de pensamiento teológico y filosófico, sino que debe entenderse como la petición de una nueva apertura a la realidad a la que está llamada la persona humana en su uni-totalidad, superando antiguos prejuicios y reduccionismos, para abrirse también así el camino a una verdadera comprensión de la modernidad.
El deseo de una plenitud de humanidad no puede desatenderse: hacen falta propuestas adecuadas. La fe cristiana está llamada a afrontar esta urgencia histórica, implicando a todos los hombres de buena voluntad en esa empresa. El nuevo diálogo entre fe y razón, que se hace necesario hoy, no puede llevarse a cabo en los términos y modos como se realizó en el pasado. Si no quiere reducirse a un estéril ejercicio intelectual, debe partir de la actual situación concreta del hombre, y desarrollar sobre ella una reflexión que recoja su verdad ontológico-metafísica.
Queridos amigos, tenéis ante vosotros un camino muy arduo. Ante todo, es necesario promover centros académicos de perfil elevado, en los que la filosofía pueda dialogar con las otras disciplinas, en particular con la teología, favoreciendo nuevas síntesis culturales idóneas para orientar el camino de la sociedad. La dimensión europea de vuestra reunión en Roma -provenís de veintiséis países- puede favorecer una confrontación y un intercambio seguramente fructuosos. Confío en que las instituciones académicas católicas estén disponibles a la realización de verdaderos laboratorios culturales. También quiero invitaros a impulsar a los jóvenes a comprometerse en los estudios filosóficos, favoreciendo oportunas iniciativas de orientación universitaria. Estoy seguro de que las nuevas generaciones, con su entusiasmo, responderán generosamente a las expectativas de la Iglesia y de la sociedad.
Dentro de pocos días tendré la alegría de inaugurar el Año paulino, durante el cual celebraremos al Apóstol de los gentiles: deseo que esta singular iniciativa constituya para todos vosotros una ocasión propicia para redescubrir, tras las huellas del gran Apóstol, la fecundidad histórica del Evangelio y sus extraordinarias potencialidades también para la cultura contemporánea. Con este deseo, imparto a todos mi bendición.