Discurso
Con sacerdotes y seminaristas de Leucca y Brindisi, 15 de junio de 2008

Me alegra saludaros a todos, reunidos en esta hermosa catedral, abierta nuevamente al culto después de las obras de restauración realizadas en noviembre del año pasado. Agradezco al arzobispo, mons. Rocco Talucci, las cordiales palabras de saludo que me ha dirigido en vuestro nombre, y todos sus regalos. Saludo a los sacerdotes, a los que deseo expresar mi complacencia por el vasto y articulado trabajo pastoral que llevan a cabo. Saludo a los diáconos, a los seminaristas y a todos los presentes, manifestando la alegría que siento al verme rodeado de tantas almas consagradas a la extensión del reino de Dios.

Aquí, en la catedral, que es el corazón de la diócesis, todos nos sentimos como en casa, unidos por el vínculo del amor de Cristo. Aquí queremos recordar con gratitud a cuantos han difundido el cristianismo en estas tierras. Brindisi fue una de las primeras ciudades de Occidente en acoger el Evangelio, que le llegó por las vías consulares romanas. Entre los santos evangelizadores, pienso en san Leucio, obispo, san Oroncio, san Teodoro de Amasea y san Lorenzo de Brindisi, proclamado doctor de la Iglesia por el Papa Juan XXIII. La presencia de estos santos sigue viva en el corazón de la gente y la testimonian muchos monumentos de la ciudad.

Queridos hermanos, al veros reunidos en esta iglesia, en la que muchos de vosotros habéis recibido la ordenación diaconal y sacerdotal, me vuelven a la mente las palabras que san Ignacio de Antioquía escribió a los cristianos de Éfeso: "Vuestro venerable colegio de los presbíteros, digno de Dios, está tan armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira. De este modo, en el acorde de vuestros sentimientos y en la perfecta armonía de vuestro amor fraterno, ha de elevarse un concierto de alabanza a Jesucristo". Y el santo obispo añadía: "Cada uno de vosotros esfuércese por formar coro. En la armonía de la concordia y al unísono con el tono de Dios por medio de Jesucristo, cantad a una voz al Padre, y él os escuchará" (Carta a los Efesios, 4).

Perseverad, queridos presbíteros, en la búsqueda de esa unidad de propósitos y de ayuda mutua, para que la caridad fraterna y la unidad en el trabajo pastoral sirvan de ejemplo y de estímulo para vuestras comunidades. A esto sobre todo se ha orientado la visita pastoral a las parroquias, realizada por vuestro arzobispo, que terminó el pasado mes de marzo: precisamente gracias a vuestra generosa colaboración, no fue un simple cumplimiento de un requisito jurídico, sino también un extraordinario acontecimiento de valor eclesial y formativo. Estoy seguro de que dará frutos, pues el Señor hará crecer abundantemente la semilla sembrada con amor en las almas de los fieles.

Con mi presencia hoy aquí quiero animaros a estar cada vez más disponibles al servicio del Evangelio y de la Iglesia. Sé que ya trabajáis con celo e inteligencia, sin escatimar esfuerzos, con el fin de propagar el alegre mensaje evangélico. Cristo, al que habéis consagrado vuestra vida, está con vosotros. Todos creemos en él; sólo a él hemos consagrado nuestra vida, a él queremos anunciar al mundo. Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6), ha de ser el tema de nuestro pensar, el argumento de nuestro hablar, el motivo de nuestro vivir.

Queridos hermanos sacerdotes, como bien sabéis, para que vuestra fe sea fuerte y vigorosa, hace falta alimentarla con una oración constante. Por tanto, sed modelos de oración, convertíos en maestros de oración. Que vuestras jornadas estén marcadas por los tiempos de oración, durante los cuales, a ejemplo de Jesús, debéis dedicaros al diálogo regenerador con el Padre. Sé que no es fácil mantenerse fieles a estas citas diarias con el Señor, sobre todo hoy que el ritmo de la vida se ha vuelto frenético y las ocupaciones son cada vez más absorbentes.

Con todo, debemos convencernos de que los momentos de oración son los más importantes de la vida del sacerdote, los momentos en que actúa con más eficacia la gracia divina, dando fecundidad a su ministerio. Orar es el primer servicio que es preciso prestar a la comunidad. Por eso, los momentos de oración deben tener una verdadera prioridad en nuestra vida. Sé que tenemos muchos quehaceres urgentes. En mi caso, una audiencia, una documentación por estudiar, un encuentro u otros compromisos. Pero si no estamos interiormente en comunión con Dios, no podemos dar nada tampoco a los demás. Por eso, Dios es la primera prioridad. Siempre debemos reservar el tiempo necesario para estar en comunión de oración con nuestro Señor.

Queridos hermanos y hermanas, me congratulo con vosotros por el nuevo seminario arzobispal, que inauguró en noviembre del año pasado mi secretario de Estado el cardenal Tarcisio Bertone. Por una parte, expresa el presente de una diócesis, constituyendo el punto de llegada del trabajo llevado a cabo por los sacerdotes y por las parroquias en los sectores de la pastoral juvenil, la enseñanza catequística y la animación religiosa de las familias. Por otra, el seminario es una inversión muy valiosa para el futuro, porque garantiza, mediante un trabajo paciente y generoso, que las comunidades cristianas no queden privadas de pastores de almas, de maestros de fe, de guías celosos y de testigos de la caridad de Cristo.

Este seminario, además de ser sede de vuestra formación, queridos seminaristas, verdadera esperanza de la Iglesia, también es lugar de actualización y de formación permanente para jóvenes y adultos, deseosos de dar su contribución a la causa del reino de Dios. La preparación esmerada de los seminaristas y la formación permanente de los presbíteros y de los demás agentes pastorales constituyen preocupaciones prioritarias para el obispo, al que Dios ha encomendado la misión de guiar, como pastor sabio, al pueblo de Dios que vive en vuestra ciudad.

Una ocasión ulterior de crecimiento espiritual para vuestras comunidades es el Sínodo diocesano, el primero después del concilio Vaticano II y de la unificación de las dos diócesis de Brindisi y Ostuni. Es una ocasión para impulsar el compromiso apostólico de toda la diócesis, pero sobre todo es un momento privilegiado de comunión, que ayuda a redescubrir el valor del servicio fraterno, como indica el icono bíblico que habéis elegido, el lavatorio de los pies (cf. Jn 13, 12-17) con las palabras de Jesús que lo comenta: "Como he hecho yo" (Jn 13, 15). Si es verdad que el Sínodo -todo Sínodo- está llamado a establecer leyes, a emanar normas adecuadas para una pastoral orgánica, suscitando y estimulando compromisos renovados para la evangelización y el testimonio evangélico, también es verdad que debe despertar en todos los bautizados el anhelo misionero que anima constantemente a la Iglesia.

Queridos hermanos sacerdotes, el Papa os asegura un recuerdo especial en la oración, para que prosigáis en el camino de la auténtica renovación espiritual que estáis recorriendo juntamente con vuestras comunidades. Que os ayude en este compromiso la experiencia de "estar juntos" en la fe y en el amor recíproco, como los Apóstoles en torno a Cristo en el Cenáculo. Fue allí donde el Maestro divino los instruyó, abriéndoles los ojos al esplendor de la verdad y les donó el sacramento de la unidad y del amor: la Eucaristía.

En el Cenáculo, durante la última Cena, en el momento del lavatorio de los pies, quedó muy claro que el servicio es una de las dimensiones fundamentales de la vida cristiana. Por tanto, el Sínodo tiene la tarea de ayudar a vuestra Iglesia local, en todos sus componentes, a redescubrir el sentido y la alegría del servicio: un servicio por amor. Eso vale ante todo para vosotros, queridos sacerdotes, configurados con Cristo "Cabeza y Pastor", siempre dispuestos a guiar a su rebaño. Agradeced y alegraos por el don recibido. Sed generosos en el ejercicio de vuestro ministerio. Apoyadlo con una oración continua y con una formación cultural, teológica y espiritual permanente.

A la vez que os renuevo la expresión de mi vivo aprecio y de mi más cordial aliento, os invito a vosotros y a toda la diócesis a prepararos para el Año paulino, que comenzará próximamente. Podrá ser la ocasión para un generoso impulso misionero, para un anuncio más profundo de la palabra de Dios, acogida, meditada y traducida en apostolado fecundo, como sucedió precisamente en el caso del Apóstol de los gentiles. San Pablo, conquistado por Cristo, vivió totalmente para él y para su Evangelio, entregando su vida hasta el martirio.

Que os asista la Virgen, Madre de la Iglesia y Virgen de la escucha. Que os protejan los santos patronos de esta amada tierra de Puglia. Sed misioneros del amor de Dios. Que todas vuestras parroquias experimenten la alegría de pertenecer a Cristo.

Como prenda de la gracia divina y de los dones de su Espíritu, de buen grado os imparto a todos la bendición apostólica.