Al Consejo Pontificio para los laicos
Sábado 15 de noviembre de 2008
Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
Me alegra encontrarme hoy con todos vosotros, miembros y consultores del Consejo pontificio para los laicos, reunidos en asamblea plenaria. Saludo al señor cardenal Stanislaw Rylko y a monseñor Josef Clemens, presidente y secretario del dicasterio, y juntamente con ellos a los demás prelados presentes. Doy una bienvenida especial a los fieles laicos provenientes de diversas experiencias apostólicas y de diferentes contextos sociales y culturales. El tema elegido para vuestra asamblea -"A veinte años de la Christifideles laici: memoria, desarrollo, nuevos desafíos y tareas"- nos introduce directamente en el servicio que vuestro dicasterio está llamado a prestar a la Iglesia para el bien de los fieles laicos de todo el mundo.
La exhortación apostólica Christifideles laici, definida la charta magna del laicado católico en nuestro tiempo, es el fruto maduro de las reflexiones y del intercambio de experiencias y de propuestas de la VII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que tuvo lugar en el mes de octubre de 1987 sobre el tema: "Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo". Se trata de una relectura orgánica de las enseñanzas del concilio Vaticano II concernientes a los laicos -su dignidad de bautizados, su vocación a la santidad, su pertenencia a la comunión eclesial, su participación en la edificación de las comunidades cristianas y en la misión de la Iglesia, su testimonio en todos los ambientes sociales y su compromiso al servicio de la persona para su crecimiento integral y para el bien común de la sociedad-, temas presentes sobre todo en las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes, así como en el decreto Apostolicam actuositatem.
La Christifideles laici, a la vez que retoma las enseñanzas del Concilio, orienta el discernimiento, la profundización y la orientación del compromiso laical en la Iglesia ante los cambios sociales de estos años. En muchas Iglesias particulares se ha desarrollado la participación de los laicos gracias a los consejos pastorales, diocesanos y parroquiales, revelándose como muy positiva por estar animada por un auténtico sensus Ecclesiae. La viva conciencia de la dimensión carismática de la Iglesia ha llevado a apreciar y valorar tanto los carismas más simples que la Providencia de Dios otorga a las personas como los que aportan gran fecundidad espiritual, educativa y misionera.
No es casualidad que el documento reconozca y aliente "una nueva época asociativa de los fieles laicos", signo de la "riqueza y versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido eclesial" (n. 29), indicando los "criterios de eclesialidad" que son necesarios, por una parte, para el discernimiento de los pastores y, por otra, para el crecimiento de la vida de las asociaciones de fieles, de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades.
A este respecto, deseo agradecer al Consejo pontificio para los laicos, de modo muy especial, el trabajo realizado durante los decenios pasados para acoger, acompañar, discernir, reconocer y animar estas realidades eclesiales, favoreciendo la profundización de su identidad católica, ayudándoles a insertarse más plenamente en la gran tradición y en el entramado vivo de la Iglesia, y secundando su desarrollo misionero.
Hablar del laicado católico significa referirse a innumerables personas bautizadas, comprometidas en múltiples y diferentes situaciones para crecer como discípulos y testigos del Señor y redescubrir y experimentar la belleza de la verdad y la alegría de ser cristianos. La actual condición cultural y social hace aún más urgente esta acción apostólica para compartir en plenitud el tesoro de gracia y santidad, de caridad, doctrina, cultura y obras, que implica el flujo de la tradición católica. Las nuevas generaciones no sólo son destinatarias preferenciales de esta transmisión y comunión, sino también sujetos que esperan en su corazón propuestas de verdad y de felicidad para poder dar testimonio cristiano de ellas, como sucede ya de modo admirable. Yo mismo fui nuevamente testigo de ello en Sydney, en la reciente Jornada mundial de la juventud. Por eso, aliento al Consejo pontificio para los laicos a proseguir la obra de esta providencial peregrinación global de los jóvenes en nombre de Cristo, y a esforzarse por promover en todas partes una auténtica educación y pastoral juvenil.
También conozco vuestro compromiso en cuestiones de especial importancia, como la dignidad y la participación de las mujeres en la vida de la Iglesia y de la sociedad. En otra ocasión ya manifesté mi aprecio por el congreso que organizasteis a veinte años de la promulgación de la carta apostólica Mulieris Dignitatem, sobre el tema: "Mujer y hombre: el humanum en su totalidad". El hombre y la mujer, iguales en dignidad, están llamados a enriquecerse recíprocamente en comunión y colaboración, no sólo en el matrimonio y en la familia, sino también en todas las dimensiones de la sociedad. A las mujeres cristianas se les pide conciencia y valentía para afrontar tareas exigentes, para las cuales, sin embargo, no les falta el apoyo de una notable propensión a la santidad, de una especial agudeza en el discernimiento de las corrientes culturales de nuestro tiempo, y de una pasión particular por el cuidado de lo humano, característica de ellas. Nunca se ponderará suficientemente lo mucho que la Iglesia reconoce, aprecia y valora la participación de las mujeres en su misión de servicio a la difusión del Evangelio.
Permitidme, queridos amigos, una última reflexión concerniente a la índole secular, que es característica de los fieles laicos. En el entramado de la vida familiar, laboral y social, el mundo es lugar teológico, ámbito y medio de realización de su vocación y misión (cf. Christifideles laici, 15-17). Todos los ambientes, las circunstancias y las actividades en los que se espera que resplandezca la unidad entre la fe y la vida están encomendados a la responsabilidad de los fieles laicos, movidos por el deseo de comunicar el don del encuentro con Cristo y la certeza de la dignidad de la persona humana.
A ellos les corresponde dar testimonio de la caridad, especialmente a los más pobres, a los que sufren y a los necesitados, así como asumir todos los compromisos cristianos destinados a crear condiciones de justicia y paz cada vez mayores en la convivencia humana, de modo que se abran nuevas fronteras al Evangelio. Por tanto, pido al Consejo pontificio para los laicos que siga con diligente cuidado pastoral la formación, el testimonio y la colaboración de los fieles laicos en las más diversas situaciones en las que está en juego la auténtica calidad humana de la vida en la sociedad.
De modo particular, reafirmo la necesidad y la urgencia de la formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, que sean coherentes con la fe profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y celo de servicio para el bien común.
El trabajo en la gran viña del Señor necesita christifideles laici que, como la santísima Virgen María, digan y vivan el fiat al plan de Dios en su vida. Así pues, con esta perspectiva os agradezco vuestra valiosa aportación a una causa tan noble, y de corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.