Comité para congresos eucarísticos
Sala Clementina, Jueves 11 de noviembre de 2010
Señores cardenales; venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:
Me alegra acogeros al concluir los trabajos de la asamblea plenaria del Comité pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales. Os saludo cordialmente a cada uno y en particular al presidente, el arzobispo monseñor Piero Marini, a quien doy las gracias por las amables palabras con las que ha introducido nuestro encuentro. Saludo a los delegados nacionales de las Conferencias episcopales y, de modo especial, a la delegación irlandesa, encabezada por monseñor Diarmuid Martin, arzobispo de Dublín, ciudad en la que tendrá lugar el próximo Congreso eucarístico internacional, en junio de 2012. Vuestra asamblea ha dedicado gran atención a ese acontecimiento, que se inserta también en el programa de renovación de la Iglesia en Irlanda. El tema –"La Eucaristía, comunión con Cristo y entre nosotros"– recuerda la centralidad del Misterio eucarístico para el crecimiento de la vida de fe y para todo auténtico camino de renovación eclesial. La Iglesia, mientras peregrina por la tierra, es sacramento de unidad de los hombres con Dios y entre sí (cf. Lumen gentium, 1). Para este fin ha recibido la Palabra y los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, de la que "continuamente vive y crece" (ib., 26) y en la que al mismo tiempo se expresa a sí misma.
El don de Cristo y de su Espíritu, que recibimos en la Eucaristía, cumple con plenitud sobreabundante los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, los eleva muy por encima de la simple experiencia convival humana. Mediante la comunión con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia llega a ser cada vez más lo que debe ser: misterio de unidad "vertical" y "horizontal" para todo el género humano. A los brotes de disgregación, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigados en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía, formando continuamente a la Iglesia, crea también comunión entre los hombres.
Queridos hermanos, algunas felices circunstancias hacen más significativos los trabajos que habéis llevado a cabo en estos días y los acontecimientos futuros. Esta asamblea –como ha dicho ya monseñor Marini– coincide con el 50° aniversario del Congreso eucarístico de Munich, que marcó un cambio notable en la comprensión de estos acontecimientos eclesiales, elaborando la idea de statio orbis, que fue retomada más tarde por el Ritual romano De sacra Communione et de cultu Mysterii eucharistici extra missam. En ese Congreso, como ha recordado asimismo monseñor Marini, tuve la alegría de participar personalmente, como joven profesor de teología, y también de ver cómo se desarrollaba ese concepto. Además, el Congreso de Dublín de 2012 tendrá un carácter jubilar, pues será el 50°, y además se celebrará 50 años después de la apertura del concilio ecuménico Vaticano II, al que hace referencia explícita el tema, recordando el capítulo 7 de la constitución dogmática Lumen gentium.
Los Congresos eucarísticos internacionales tienen ya una larga historia en la Iglesia. Mediante la forma característica de la statio orbis, ponen de relieve la dimensión universal de la celebración: de hecho, se trata siempre de una fiesta de fe en torno a Cristo Eucarístico, el Cristo del sacrificio supremo por la humanidad, en la que participan no sólo los fieles de una Iglesia particular o de una nación, sino también, en la medida de lo posible, de varios lugares del orbe. Es la Iglesia la que se reúne en torno a su Señor y su Dios. Al respecto, es importante el papel de los delegados nacionales, los cuales están llamados a sensibilizar a sus respectivas Iglesias en relación con el acontecimiento del Congreso, sobre todo en el período de su preparación, para que dé frutos de vida y de comunión.
Los Congresos eucarísticos, especialmente en el contexto actual, tienen también como objetivo dar una contribución peculiar a la nueva evangelización, promoviendo la evangelización mistagógica (cf. Sacramentum caritatis, 64), que se realiza, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, en oración, a partir de la liturgia y a través de la liturgia. Pero cada Congreso implica también una dimensión evangelizadora en el sentido más estrictamente misionero, hasta el punto de que el binomio Eucaristía-misión ha entrado a formar parte de las líneas maestras propuestas por la Santa Sede. La Mesa eucarística, mesa del sacrificio y de la comunión, representa así el centro difusor del fermento del Evangelio, fuerza propulsora para la construcción de la sociedad humana y prenda del Reino que viene. La misión de la Iglesia está en continuidad con la de Cristo: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo" (Jn 20, 21). Y la Eucaristía es el medio principal para llevar a cabo esta continuidad misionera entre Dios Padre, el Hijo encarnado, y la Iglesia que camina en la historia, guiada por el Espíritu Santo.
Por último, una indicación litúrgico-pastoral. Dado que la celebración eucarística es el centro y el culmen de todas las diversas manifestaciones y formas de piedad, es importante que todo Congreso eucarístico sepa implicar e integrar, según el espíritu de la reforma conciliar, todas las expresiones del culto eucarístico extra missam, que hunden sus raíces en la devoción popular, así como las asociaciones de fieles que de diversas maneras se inspiran en la Eucaristía. Es preciso armonizar según una eclesiología eucarística orientada hacia la comunión todas las devociones eucarísticas, recomendadas y estimuladas también por la encíclica Ecclesia de Eucharistia (nn. 10; 47-52) y por la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis. También en este sentido los Congresos eucarísticos son una ayuda para la renovación permanente de la vida eucarística de la Iglesia.
Queridos hermanos y hermanas, el apostolado eucarístico al que dedicáis vuestros esfuerzos es muy valioso. Perseverad en él con empeño y pasión, animando y difundiendo la devoción eucarística en todas sus expresiones. En la Eucaristía está encerrado el tesoro de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, que en la cruz se inmoló por la salvación de la humanidad. Acompaño vuestro apreciado servicio asegurándoos mi oración, por intercesión de María santísima, y con la bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros, a vuestros seres queridos y a vuestros colaboradores.