Con los obispos de Australia
20 de octubre de 2011
Queridos hermanos obispos:
Me alegra daros una cordial bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. La peregrinación a las tumbas de san Pedro y san Pablo os brinda una importante ocasión para fortalecer los vínculos de comunión en la única Iglesia de Cristo. Este momento es, por tanto, una oportunidad privilegiada para reafirmar nuestra unidad y el afecto fraterno que debe caracterizar siempre las relaciones en el Colegio episcopal, con y bajo el Sucesor de Pedro. Agradezco al arzobispo Wilson las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo cordialmente a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, y a los fieles laicos de Australia, y os pido que les aseguréis mis oraciones por su paz, prosperidad y bienestar espiritual.
Como su excelencia señalaba en su discurso, en los últimos años la Iglesia en Australia ha estado marcada por dos momentos especiales de gracia. En primer lugar, la Jornada mundial de la juventud fue bendecida con un gran éxito y, junto a vosotros, vi cómo el Espíritu Santo movía a los jóvenes, provenientes de todo el mundo, reunidos en vuestra tierra natal. Por vuestras relaciones me enteré también de que perdura el impacto de esta celebración. Todas las diócesis del país, y no sólo Sydney, acogieron a los jóvenes católicos de todo el mundo que acudieron para profundizar su fe en Jesucristo junto a sus hermanos y hermanas de Australia. Vuestros sacerdotes y fieles vieron y experimentaron la vitalidad juvenil de la Iglesia, a la que todos pertenecemos, y la importancia perenne de la Buena Nueva que es necesario proclamar de nuevo a cada generación. Creo que una de las extraordinarias consecuencias de ese acontecimiento todavía está por verse en los jóvenes que están discerniendo su vocación al sacerdocio y a la vida religiosa. El Espíritu Santo nunca cesa de despertar en los corazones jóvenes el deseo de santidad y el celo apostólico. Por tanto, debéis seguir fomentando esta radical adhesión a la persona de Jesucristo, cuya atracción los impulsa a entregar su vida completamente a él y al servicio del Evangelio en la Iglesia. Asistiéndoles, ayudaréis a otros jóvenes a reflexionar seriamente sobre la posibilidad de una vida en el sacerdocio o en la vida religiosa. Al hacerlo, reforzaréis un amor semejante y una fidelidad inquebrantable en los hombres y mujeres que ya han acogido la llamada del Señor.
La canonización, el año pasado, de santa María de la Cruz MacKillop fue otro gran acontecimiento en la vida de la Iglesia australiana. Sin duda, ella es un ejemplo de santidad y de entrega para los australianos y para la Iglesia de todo el mundo, especialmente para las religiosas que trabajan en la educación de los jóvenes. En circunstancias a menudo muy difíciles, santa María permaneció firme, madre espiritual amorosa para las mujeres y los niños encomendados a su cuidado, maestra innovadora para los jóvenes y modelo de energía para los que se interesan por la excelencia en la educación. Sus compatriotas australianos con razón la consideran un ejemplo de bondad personal digno de imitar. Santa María se propone hoy como ejemplo en la Iglesia por su apertura a las inspiraciones del Espíritu Santo y su celo por el bien de las almas, que atrajo a muchos otros a seguir sus pasos. Su fe vigorosa, traducida en una actividad intensa y paciente, fue su regalo a Australia; su vida de santidad es un don maravilloso de vuestro país a la Iglesia y al mundo. Que su ejemplo y sus oraciones inspiren las acciones de padres, religiosos, maestros y demás personas que se preocupan del bien de los niños, para protegerlos de todo mal y para darles una educación de calidad con vistas a un futuro próspero y feliz.
La respuesta valiente de santa María MacKillop a las dificultades que tuvo que afrontar a lo largo de su vida puede inspirar también a los católicos de hoy al afrontar la nueva evangelización y los graves desafíos que plantea la difusión del Evangelio en la sociedad en su conjunto. Todos los miembros de la Iglesia necesitan formarse en su fe, desde una sólida catequesis para los niños y una educación religiosa impartida en vuestras escuelas católicas, hasta los programas de catequesis para adultos, tan necesarios. Es preciso también asistir y alentar a los sacerdotes y a los religiosos mediante una formación permanente, con una profunda vida espiritual en el mundo que los rodea, y que se está secularizando rápidamente. Es urgente asegurar que todos los que están confiados a vuestra solicitud pastoral entiendan, acepten y presenten su fe católica de forma inteligente y con disponibilidad. En este sentido, vosotros, vuestros sacerdotes y vuestro pueblo darán testimonio de su fe con la palabra y el ejemplo de una forma convincente y atractiva. Las personas de buena voluntad, viendo vuestro testimonio, responderán de modo natural a la verdad, a la bondad y a la esperanza que vosotros representáis.
Es verdad que vuestra responsabilidad pastoral se ha vuelto más pesada por los pecados y errores pasados de otros, entre los que se incluyen lamentablemente sacerdotes y religiosos; pero ahora tenéis la tarea de seguir reparando los errores del pasado con honestidad y apertura, para construir, con humildad y determinación, un futuro mejor para los afectados. Por lo tanto, os animo a seguir siendo pastores de almas que, junto a vuestros sacerdotes, estén siempre preparados a dar un paso más en el amor y la verdad por el bien de las conciencias del rebaño que se os ha confiado (cf. Mt 5, 41), tratando de preservarlo en la santidad, de instruirlo en la humildad y de conducirlo irreprochablemente por los caminos de la fe católica.
Por último, como obispos, sois conscientes de vuestro especial deber de cuidar la celebración de la liturgia. La nueva traducción del Misal romano, fruto de una importante cooperación entre Santa Sede, obispos y expertos de todo el mundo, pretende enriquecer y profundizar el sacrificio de alabanza ofrecido a Dios por su pueblo. Ayudad a vuestros sacerdotes a acoger y valorar lo que se ha logrado, para que a su vez ellos puedan asistir a los fieles mientras se acostumbran a la nueva traducción. Como sabemos, la sagrada liturgia y sus formas están inscritas profundamente en el corazón de cada católico. Haced todo lo posible para ayudar a los catequistas y a los músicos en su respectiva preparación para que la celebración del Rito romano en vuestras diócesis sea un momento de mayor gracia y belleza, digno del Señor y espiritualmente enriquecedor para todos. Así, como en todos vuestros esfuerzos pastorales, llevaréis a la Iglesia en Australia hacia su patria celestial bajo el signo de la Cruz del Sur.
Con estos pensamientos, queridos hermanos en el episcopado, os renuevo mis sentimientos de afecto y de estima, y os encomiendo a todos a la intercesión de santa María MacKillop. Asegurándoos mis oraciones por vosotros y por los que están encomendados a vuestra solicitud pastoral, me complace impartiros mi bendición apostólica como prenda de gracia y de paz en el Señor. Gracias.