Al término de los ejercicios espirituales en el vaticano
Sábado 23 de febrero de 2013
Queridos hermanos, queridos amigos:
Al final de esta semana espiritualmente tan densa sólo queda una palabra: ¡gracias! Gracias a vosotros por esta comunidad orante en escucha, que me ha acompañado en esta semana. Gracias sobre todo a usted, eminencia, por estas "caminatas" tan bellas en el universo de la fe, en el universo de los Salmos. Hemos quedado fascinados por la riqueza, por la profundidad, por la belleza de este universo de la fe y estamos agradecidos porque la Palabra de Dios nos ha hablado de modo nuevo, con nueva fuerza.
"Arte de creer, arte de orar" ha sido el hilo conductor. He recordado el hecho de que los teólogos medievales tradujeron la palabra "logos" no sólo con "verbum", sino también con "ars": "verbum" y "ars" son intercambiables. Sólo en las dos juntas aparece, para los teólogos medievales, todo el significado de la palabra "logos". El "Logos" no es sólo una razón matemática: el "Logos" tiene un corazón, el "Logos" es también amor. La verdad es bella, verdad y belleza van juntas: la belleza es el sello de la verdad.
Y con todo usted, partiendo de los Salmos y de nuestra experiencia de cada día, también ha subrayado fuertemente que el "muy bello" del sexto día –expresado por el Creador– resulta permanentemente contradicho, en este mundo, por el mal, por el sufrimiento, por la corrupción. Y parece casi que el maligno quiere permanentemente ensuciar la creación, para contradecir a Dios y hacer irreconocible su verdad y su belleza. En un mundo tan marcado también por el mal, el "Logos", la Belleza eterna y el "Ars" eterno, debe aparecer como "caput cruentatum". El Hijo encarnado, el "Logos" encarnado, está coronado con una corona de espinas; y sin embargo precisamente así, en esta figura doliente del Hijo de Dios, comenzamos a ver la belleza más profunda de nuestro Creador y Redentor; podemos, en el silencio de la "noche oscura", escuchar sin embargo la Palabra. Creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios y así, en el silencio, escuchar la Palabra, ver el Amor.
Eminencia, gracias por todo y sigamos haciendo "caminatas", ulteriormente, en este misterioso universo de la fe, para ser cada vez más capaces de orar, de rezar, de anunciar, de ser testimonios de la verdad, que es bella, que es amor.
Al final, queridos amigos, desearía daros las gracias a todos vosotros, y no sólo por esta semana, sino por estos ocho años en los que habéis llevado conmigo, con gran competencia, afecto, amor, fe, el peso del ministerio petrino. Queda en mí esta gratitud y aunque ahora termine la "exterior", "visible" comunión –como ha dicho el cardenal Ravasi–, permanece la cercanía espiritual, permanece una profunda comunión en la oración. En esta certeza sigamos adelante, seguros de la victoria de Dios, seguros de la verdad de la belleza y del amor.
A todos vosotros, gracias.