ÁNGELUS
Domingo 24 de julio de 2005

Queridos hermanos y hermanas:

Ante todo, agradezco cordialmente las palabras que me ha dirigido el obispo de Aosta, mons. Giuseppe Anfossi. Ha hablado concretamente de las alegrías de esta vida, de la belleza de las criaturas y del Creador, pero ha hablado también de los sufrimientos: vemos la violencia, la fuerza del odio en el mundo, y sufrimos por ello. Encomendamos a la bondad de nuestro Señor todos estos sufrimientos nuestros y los sufrimientos del mundo. Y hallamos también fuerza pensando en las grandes figuras de los santos, que vivieron su vida en parecidas circunstancias y nos muestran el camino que conviene seguir.

Comenzamos con el santo de mañana, el apóstol Santiago, hermano de san Juan, que fue el primer mártir de los Apóstoles. Era uno de los tres más cercanos al Señor y participó tanto en la Transfiguración en el monte Tabor -con su belleza, en la que se mostró el esplendor de la divinidad del Señor-, como en la angustia, en la congoja del Señor en el monte de los Olivos; así conoció también que el Hijo de Dios, para llevar el peso del mundo, experimentó todo nuestro sufrimiento y se solidarizó con nosotros. Ya sabéis que las reliquias de Santiago se veneran en el célebre santuario de Compostela, en Galicia (España), meta de innumerables peregrinos de todas las partes de Europa. Ayer recordamos a santa Brígida de Suecia, patrona de Europa. El pasado 11 de julio se celebró la fiesta de san Benito, otro gran patrono del "viejo continente", y –como sabéis– mi patrono desde que fui elegido para desempeñar el ministerio de Pedro. Al contemplar a estos santos, es natural detenernos a reflexionar, precisamente en este momento histórico con todos sus problemas, en la contribución que el cristianismo ha dado y sigue dando a la construcción de Europa.

Quisiera hacerlo volviendo con el pensamiento a la peregrinación que mi amado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II hizo, en 1982, a Santiago de Compostela, donde realizó un solemne "acto europeísta", durante el cual pronunció estas memorables palabras de gran actualidad, que yo repito ahora: "Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes" (Discurso en la catedral de Santiago de Compostela, 9 de noviembre de 1982, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de noviembre de 1982, p. 19). Juan Pablo II lanzó entonces el proyecto de una Europa consciente de su unidad espiritual, apoyada en el fundamento de los valores cristianos. Abordó de nuevo este tema con ocasión de la Jornada mundial de la juventud de 1989, que se celebró precisamente en Santiago de Compostela. Deseó una Europa sin fronteras, que no reniegue de las raíces cristianas de las que surgió, que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo (cf. Homilía durante la misa celebrada delante de la basílica de Covadonga, 21 de agosto de 1989: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de septiembre de 1989, p. 10). ¡Qué actual sigue siendo ese llamamiento, a la luz de los recientes acontecimientos del continente europeo!

Dentro de menos de un mes, también yo iré como peregrino a una histórica catedral europea, la de Colonia, donde los jóvenes se han dado cita para su XX Jornada mundial. Oremos para que las nuevas generaciones, sacando su savia vital de Cristo, sean en las sociedades europeas fermento de un humanismo renovado, en el que la fe y la razón cooperen, mediante un diálogo fecundo, para promover al hombre y edificar la auténtica paz. Se lo pedimos a Dios por intercesión de María santísima, que vela como Madre y Reina en el camino de todas las naciones.