ÁNGELUS
Domingo 23 de octubre de 1998 Jornada mundial de las misiones

Queridos hermanos y hermanas:

Con la celebración eucarística de hoy en la plaza de San Pedro se ha clausurado la Asamblea del Sínodo de los obispos. Al mismo tiempo, se ha concluido el Año de la Eucaristía, que el amado Papa Juan Pablo II había inaugurado en octubre de 2004. A los queridos y venerados padres sinodales, con los que he compartido tres semanas de intenso trabajo en un clima de comunión fraterna, les renuevo la expresión de mi cordial gratitud. Sus reflexiones, testimonios, experiencias y propuestas sobre el tema: "La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia", han sido recogidos para la elaboración de una exhortación postsinodal que, teniendo en cuenta las diversas realidades del mundo, ayude a delinear el rostro de la comunidad "católica", llamada a vivir unida, en la pluralidad de las culturas, el misterio central de la fe: la Encarnación redentora, cuya presencia viva es la Eucaristía.

Además, hoy, como muestran los tapices expuestos en la fachada de la basílica vaticana, he tenido la alegría de proclamar cinco nuevos santos, que, al final del Año eucarístico, me complace indicar como frutos ejemplares de la comunión de vida con Cristo. Son José Bilczewski, arzobispo de Lvov de los latinos; Cayetano Catanoso, presbítero, fundador de la congregación de las religiosas Verónicas de la Santa Faz; Segismundo Gorazdowski, sacerdote polaco, fundador de la congregación de las Religiosas de San José; Alberto Hurtado Cruchaga, presbítero de la Compañía de Jesús, chileno; y el religioso capuchino Félix de Nicosia. Cada uno de estos discípulos de Jesús fue formado interiormente por su presencia divina, acogida, celebrada y adorada en la Eucaristía. Además, cada uno de ellos cultivó, con diversos matices, una tierna y filial devoción a María, la Madre de Cristo. Estos nuevos santos, que contemplamos en la gloria celestial, nos invitan a recurrir en todas las circunstancias a la protección materna de la Virgen, para avanzar cada vez más por el camino de la perfección evangélica, sostenidos por la constante unión con el Señor, realmente presente en el sacramento de la Eucaristía.

De ese modo, podremos vivir la vocación a la que todo cristiano está llamado, es decir, la de ser "pan partido para la vida del mundo", como nos recuerda oportunamente la Jornada mundial de las misiones, que celebramos hoy. El nexo entre la misión de la Iglesia y la Eucaristía es muy significativo. En efecto, la acción misionera y evangelizadora es la difusión apostólica del amor, que se concentra en el santísimo Sacramento. Quien acoge a Cristo en la realidad de su Cuerpo y Sangre no puede quedarse con este don para sí mismo; se siente impulsado a compartirlo mediante el testimonio valiente del Evangelio, el servicio a los hermanos que atraviesan dificultades y el perdón de las ofensas. Además, para algunos la Eucaristía es germen de una llamada específica a abandonarlo todo para ir a anunciar a Cristo a los que aún no lo conocen.

A María santísima, Mujer eucarística, le encomendamos los frutos espirituales del Sínodo y del Año de la Eucaristía. Que ella vele por el camino de la Iglesia y nos enseñe a crecer en la comunión con el Señor Jesús, para ser testigos de su amor, en el que reside el secreto de la alegría.