ÁNGELUS
Lunes 26 de diciembre de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
Después de haber celebrado ayer con solemnidad la Navidad de Cristo, hoy hacemos memoria del nacimiento de san Esteban, el primer mártir, para el cielo. Estas dos fiestas están unidas por un vínculo especial, que la liturgia ambrosiana sintetiza con esta afirmación: "Ayer el Señor nació en la tierra para que Esteban naciera al cielo" (Al partir el pan). Del mismo modo que Jesús en la cruz se encomendó totalmente al Padre y perdonó a los que lo mataban, así san Esteban, en el momento de su muerte, oró diciendo: "Señor Jesús, recibe mi espíritu" (Hch 7, 59), y también: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado" (Hch 7, 60). San Esteban es un auténtico discípulo de Jesús y un perfecto imitador suyo. Con él comienza la larga serie de mártires que han sellado su fe con la entrega de su vida, proclamando con su heroico testimonio que Dios se hizo hombre para abrir al hombre el reino de los cielos.
En el clima de alegría de la Navidad no está fuera de lugar la referencia al martirio de san Esteban. En efecto, sobre el pesebre de Belén se cierne ya la sombra de la cruz. La anuncian la pobreza del establo donde el Niño da vagidos, la profecía de Simeón sobre el signo de contradicción y sobre la espada destinada a traspasar el alma de la Virgen, y la persecución de Herodes, que hará necesaria la huida a Egipto.
No debe asombrar que un día este Niño, ya adulto, pida a sus discípulos que lo sigan por el camino de la cruz con total confianza y fidelidad. Atraídos por su ejemplo y sostenidos por su amor, muchos cristianos, ya en los orígenes de la Iglesia, testimoniaron su fe con el derramamiento de su sangre. Tras los primeros mártires han seguido otros a lo largo de los siglos hasta nuestros días.
¡Cómo no reconocer que también en nuestro tiempo, en varias partes del mundo, profesar la fe cristiana exige el heroísmo de los mártires! ¡Cómo no decir, además, que por doquier, incluso donde no hay persecución, para vivir con coherencia el Evangelio hace falta pagar un alto precio!
Contemplando al Niño divino entre los brazos de María y viendo el ejemplo de san Esteban, pidamos a Dios la gracia de vivir con coherencia nuestra fe, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza (cf. 1P 3, 15).