ÁNGELUS
Domingo 5 de febrero de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
Se celebra hoy en Italia la Jornada por la vida, que constituye una magnífica ocasión para orar y reflexionar sobre los temas de la defensa y la promoción de la vida humana, especialmente cuando se encuentra en condiciones difíciles. Están presentes en la plaza de San Pedro numerosos fieles laicos que trabajan en este campo, algunos comprometidos en el Movimiento por la vida. Los saludo cordialmente, de modo especial al cardenal Camillo Ruini, que los acompaña, y les renuevo la expresión de mi aprecio por la labor que realizan para lograr que la vida sea acogida siempre como don y acompañada con amor.
A la vez que invito a meditar en el mensaje de los obispos italianos, que tiene como tema "Respetar la vida", pienso en el amado Papa Juan Pablo II, que a estos problemas dedicó una atención constante. En particular, quisiera recordar la encíclica Evangelium Vitae, que publicó en 1995 y que representa una auténtica piedra miliar en el magisterio de la Iglesia sobre una cuestión tan actual y decisiva. Insertando los aspectos morales en un amplio marco espiritual y cultural, mi venerado predecesor reafirmó muchas veces que la vida humana es un valor primario, que es preciso reconocer, y el Evangelio invita a respetarla siempre. A la luz de mi reciente carta encíclica sobre el amor cristiano, quisiera subrayar también la importancia del servicio de la caridad para el apoyo y la promoción de la vida humana. Al respecto, antes que las iniciativas operativas, es fundamental promover una correcta actitud con respecto a los demás: en efecto, la cultura de la vida se basa en la atención a los demás, sin exclusiones o discriminaciones. Toda vida humana, en cuanto tal, merece y exige que se la defienda y promueva siempre. Sabemos bien que a menudo esta verdad corre el riesgo de ser rechazada por el hedonismo difundido en las llamadas "sociedades del bienestar": la vida se exalta mientras es placentera, pero se tiende a dejar de respetarla cuando está enferma o disminuida. En cambio, partiendo del amor profundo a toda persona, es posible realizar formas eficaces de servicio a la vida: tanto a la que nace como a la que está marcada por la marginación o el sufrimiento, especialmente en su fase terminal.
La Virgen María acogió con amor perfecto al Verbo de la vida, Jesucristo, que vino al mundo para que los hombres "tengan vida en abundancia" (Jn 10, 10). A ella le encomendamos a las mujeres embarazadas, a las familias, a los agentes sanitarios y a los voluntarios comprometidos de muchos modos al servicio de la vida. Oremos, en particular, por las personas que se encuentran en situaciones de mayor dificultad.