ÁNGELUS
Lunes 17 de abril de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

A la luz del misterio pascual, que la liturgia nos invita a celebrar durante toda esta semana, me alegra volver a encontrarme con vosotros y renovar el anuncio cristiano más hermoso: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! El típico carácter mariano de nuestra cita nos impulsa a vivir la alegría espiritual de la Pascua en comunión con María santísima, pensando en la gran alegría que debió de sentir por la resurrección de Jesús. En la oración del Regina caeli, que en este tiempo pascual se reza en lugar del Ángelus, nos dirigimos a la Virgen, invitándola a alegrarse porque Aquel que llevó en su seno ha resucitado: "Quia quem meruisti portare, resurrexit, sicut dixit". María guardó en su corazón la "buena nueva" de la resurrección, fuente y secreto de la verdadera alegría y de la auténtica paz, que Cristo muerto y resucitado nos ha obtenido con el sacrificio de la cruz. Pidamos a María que, así como nos ha acompañado durante los días de la Pasión, siga guiando nuestros pasos en este tiempo de alegría pascual y espiritual, para que crezcamos cada vez más en el conocimiento y en el amor al Señor, y nos convirtamos en testigos y apóstoles de su paz.

En el contexto pascual, también me complace compartir hoy con vosotros la alegría de un aniversario muy significativo: hace quinientos años, precisamente el 18 de abril de 1506, el Papa Julio II ponía la primera piedra de la nueva basílica de San Pedro, que todo el mundo admira en la grandiosa armonía de sus formas. Deseo recordar con gratitud a los Sumos Pontífices que promovieron la construcción de esta obra extraordinaria sobre la tumba del apóstol san Pedro. Recuerdo con admiración a los artistas que contribuyeron con su genio a edificarla y decorarla; asimismo, expreso mi agradecimiento al personal de la Fábrica de San Pedro, que provee con esmero a la manutención y a la conservación de tan singular obra maestra de arte y fe.

Ojalá que la feliz circunstancia del 500° aniversario despierte en todos los católicos el deseo de ser "piedras vivas" (1P 2, 5) para la construcción de la Iglesia viva, santa, en la que resplandece la "luz de Cristo" (cf. Lumen gentium 1), a través de la caridad vivida y testimoniada ante el mundo (cf. Jn 13, 34-35).

La Virgen María, a quien las letanías lauretanas nos invitan a invocar como "Causa nostrae laetitiae", "Causa de nuestra alegría", nos obtenga experimentar siempre la alegría de formar parte del edificio espiritual de la Iglesia, "comunidad de amor" nacida del Corazón de Cristo.