ÁNGELUS
IV Domingo de Pascua XLIII Jornada mundial de oración por las vocaciones
Queridos hermanos y hermanas:
En este IV domingo de Pascua, domingo del "Buen Pastor", en el que se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones, he tenido la alegría de ordenar en la basílica de San Pedro a quince nuevos sacerdotes para la diócesis de Roma. Demos gracias a Dios. Pienso también en los que en todas las partes del mundo reciben en este período la ordenación presbiteral. A la vez que damos gracias al Señor por el don de estos nuevos presbíteros al servicio de la Iglesia, queremos encomendarlos a todos a María, invocando al mismo tiempo su intercesión para que aumente el número de quienes acogen la invitación de Cristo a seguirlo por el camino del sacerdocio y de la vida consagrada.
Este año la Jornada mundial de oración por las vocaciones tiene por tema: "La vocación en el misterio de la Iglesia". En el Mensaje que dirigí a toda la comunidad eclesial para esta celebración recordé la experiencia de los primeros discípulos de Jesús, que, después de haberlo conocido a orillas del lago y en las aldeas de Galilea, fueron conquistados por su atractivo y su amor.
La vocación cristiana es siempre la renovación de esta amistad personal con Jesucristo, que da pleno sentido a la propia existencia y la hace disponible para el reino de Dios. La Iglesia vive de esta amistad, alimentada por la Palabra y los sacramentos, realidades santas encomendadas de modo particular al ministerio de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos, consagrados por el sacramento del Orden. Por eso -como afirmé en ese mismo Mensaje- la misión del sacerdote es insustituible y, aunque en algunas regiones existe escasez de clero, no se debe dudar de que Dios sigue llamando a muchachos, jóvenes y adultos a dejarlo todo para dedicarse al anuncio del Evangelio y al ministerio pastoral.
Otra forma especial de seguimiento de Cristo es la vocación a la vida consagrada, que se expresa mediante una existencia pobre, casta y obediente, totalmente dedicada a Dios, en la contemplación y en la oración, y puesta al servicio de los hermanos, especialmente de los pequeños y pobres. No olvidemos que también el matrimonio cristiano es, con pleno derecho, vocación a la santidad, y que el ejemplo de padres santos es la primera condición que favorece el florecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, por los sacerdotes y por los religiosos y las religiosas; oremos, además, para que las semillas de vocación que Dios siembra en el corazón de los fieles lleguen a una plena maduración y den frutos de santidad en la Iglesia y en el mundo.