ÁNGELUS
Domingo 21 de mayo de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

El libro de los Hechos de los Apóstoles refiere que Jesús, después de su resurrección, se apareció a los discípulos durante cuarenta días y después "subió al cielo ante sus ojos" (Hch 1, 9). Es la Ascensión, fiesta que celebraremos el jueves 25 de mayo, aunque en algunos países ha sido trasladada al próximo domingo. El significado de este último gesto de Cristo es doble. Ante todo, al subir al cielo revela de modo inequívoco su divinidad: vuelve al lugar de donde había venido, es decir, a Dios, después de haber cumplido su misión en la tierra. Además, Cristo sube al cielo con la humanidad que asumió y que resucitó de entre los muertos: esa humanidad es la nuestra, transfigurada, divinizada, hecha eterna. Por tanto, la Ascensión revela la "grandeza de la vocación" (Gaudium et spes, 22) de toda persona humana, llamada a la vida eterna en el reino de Dios, reino de amor, de luz y de paz.

En la fiesta de la Ascensión se celebra la Jornada mundial de las comunicaciones sociales, querida por el concilio Vaticano II y que ya ha llegado a su cuadragésima edición. Este año tiene por tema: "Los medios de comunicación social: red de comunicación, comunión y cooperación". La Iglesia mira con atención a los medios de comunicación, porque constituyen un vehículo importante para difundir el Evangelio y favorecer la solidaridad entre los pueblos, atrayendo su atención hacia los grandes problemas que aún los marcan profundamente.

Hoy, por ejemplo, con la iniciativa "El mundo en marcha contra el hambre" (Walk the World), promovida por el Programa mundial de alimentación de las Naciones Unidas, se quiere sensibilizar a los Gobiernos y a la opinión pública sobre la necesidad de una acción concreta y tempestiva para garantizar a todos, especialmente a los niños, la "libertad del hambre". Con la oración, estoy cerca de esta manifestación, que se celebra en Roma y en otras ciudades de cerca de cien países.

Deseo vivamente que, gracias a la contribución de todos, se supere la plaga del hambre que aún aflige a la humanidad, poniendo en grave peligro la esperanza de vida de millones de personas. Pienso, en primer lugar, en la urgente y dramática situación de Darfur, en Sudán, donde persisten grandes dificultades para satisfacer incluso las necesidades alimentarias fundamentales de la población.

Con el tradicional rezo del Regina caeli encomendemos hoy a la Virgen María de modo especial a nuestros hermanos oprimidos por el azote del hambre, a los que acuden en su ayuda y a los que, a través de los medios de comunicación social, contribuyen a consolidar entre los pueblos los vínculos de la solidaridad y de la paz. Además, pidamos a la Virgen que haga fructuoso el viaje apostólico a Polonia que, si Dios quiere, realizaré del jueves al domingo próximos, en recuerdo del amado Juan Pablo II.