ÁNGELUS
Jueves 29 de junio de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

Pido disculpa por el retraso, debido a que la celebración de esta mañana fue más larga de lo previsto.

Hoy honramos solemnemente a san Pedro y san Pablo "Apóstoles de Cristo, columnas y fundamento de la ciudad de Dios", como canta la liturgia de hoy. Su martirio es considerado como la auténtica acta de nacimiento de la Iglesia de Roma. Estos dos Apóstoles dieron su testimonio supremo a poca distancia de tiempo y de espacio uno de otro: aquí, en Roma, fue crucificado san Pedro y sucesivamente fue decapitado san Pablo. Su sangre se fundió en un único testimonio de Cristo, de forma que impulsó a san Ireneo, obispo de Lyon, a mediados del siglo II, a hablar de la "Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo" (Adversus haereses, III, 3, 2).

Poco tiempo después, en el norte de África, Tertuliano exclamaba: "¡Cuán feliz es esta Iglesia de Roma! Fueron los Apóstoles mismos quienes derramaron en ella, juntamente con su sangre, toda la doctrina" (La prescripción de los herejes, 36). Precisamente por esto, el Obispo de Roma, Sucesor del apóstol Pedro, desempeña un ministerio peculiar al servicio de la unidad doctrinal y pastoral del pueblo de Dios esparcido por todo el mundo.

En este contexto se comprende mejor también el significado del rito que hemos renovado esta mañana, durante la santa misa en la basílica de San Pedro, es decir, la entrega a algunos arzobispos metropolitanos del palio, antiguo signo litúrgico que expresa la comunión especial de estos pastores con el Sucesor de Pedro. Saludo a estos venerados hermanos arzobispos y a las personas que los han acompañado, a la vez que os invito a todos, queridos hermanos y hermanas, a orar por ellos y por las Iglesias que les han sido encomendadas.

Hay también otro motivo que hace aún más intensa hoy nuestra alegría: es la presencia en Roma, con ocasión de la solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, de una delegación especial enviada por el Patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé I. A los miembros de esta delegación les reitero con afecto mi bienvenida y de corazón doy las gracias al Patriarca por haber hecho aún más manifiesto, con este gesto, el vínculo de fraternidad que existe entre nuestras Iglesias.

Que María, la Reina de los Apóstoles, a la que invocamos con confianza, obtenga a los cristianos el don de la unidad plena. Que, con su ayuda y siguiendo las huellas de san Pedro y san Pablo, la Iglesia que está en Roma y todo el pueblo de Dios den al mundo testimonio de unidad y de valiente entrega al Evangelio de Cristo.