ÁNGELUS
Domingo 23 de julio de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
Os agradezco la acogida tan afectuosa y cordial. Muchas gracias, excelencia, por las amables palabras de saludo, en las que mencionó que el jueves pasado, ante el agravamiento de la situación en Oriente Próximo, convoqué para este domingo una jornada especial de oración y de penitencia, invitando a los pastores, a los fieles y a todos los creyentes a implorar de Dios el don de la paz.
Renuevo con fuerza el llamamiento a las partes en conflicto para que cesen inmediatamente el fuego y permitan el envío de ayudas humanitarias y para que, con el apoyo de la comunidad internacional, se busquen caminos para el inicio de negociaciones.
Aprovecho la ocasión para reafirmar el derecho de los libaneses a la integridad y soberanía de su país, el derecho de los israelíes a vivir en paz en su Estado, y el derecho de los palestinos a tener una patria libre y soberana. Además, estoy particularmente cercano a las poblaciones civiles inermes, injustamente golpeadas en un conflicto del que son sólo víctimas: tanto a las de Galilea, obligadas a vivir en los refugios, como a la gran multitud de libaneses que, una vez más, ven cómo se destruye su país y han tenido que abandonarlo todo para buscar protección en otra parte.
Elevo a Dios una ferviente oración para que el anhelo de paz de la gran mayoría de las poblaciones se realice cuanto antes, gracias al compromiso concorde de los responsables. Renuevo también mi llamamiento a todas las organizaciones caritativas para que envíen a aquellas poblaciones signos concretos de la solidaridad común.
Ayer celebramos la memoria litúrgica de santa María Magdalena, discípula del Señor, que en los evangelios ocupa un lugar destacado. San Lucas la incluye entre las mujeres que siguieron a Jesús después de haber sido "curadas de espíritus malignos y enfermedades", precisando que de ella "habían salido siete demonios" (Lc 8, 2). Magdalena está presente al pie de la cruz, junto con la Madre de Jesús y otras mujeres. Ella fue quien descubrió, la mañana del primer día después del sábado, el sepulcro vacío, junto al cual permaneció llorando hasta que se le apareció Jesús resucitado (cf. Jn 20, 11). La historia de María Magdalena recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él y lo ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo del poder de su amor misericordioso, más fuerte que el pecado y la muerte.
Hoy celebramos la fiesta de santa Brígida, una de las santas que el Papa Juan Pablo II proclamó patronas de Europa. Santa Brígida vino de Suecia a Italia, vivió en Roma y se dirigió en peregrinación a Tierra Santa. Con su testimonio nos habla de apertura a pueblos y civilizaciones diversas. Pidámosle que ayude a la humanidad de hoy a crear grandes espacios de paz; que obtenga del Señor, en particular, la paz en Tierra Santa, hacia la que sintió profundo afecto y veneración.
También yo encomiendo a toda la humanidad a la fuerza del amor divino, e invito a todos a orar para que las amadas poblaciones de Oriente Próximo abandonen el camino del enfrentamiento armado y construyan, con la audacia del diálogo, una paz justa y duradera. María, Reina de la paz, ruega por nosotros.