ÁNGELUS
Domingo 12 de noviembre de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy se celebra en Italia la Jornada anual de acción de gracias, que tiene por tema: "La tierra, un don para toda la familia humana". En nuestras familias cristianas se enseña a los hijos a dar siempre gracias al Señor, antes de comer, con una breve oración y la señal de la cruz. Es necesario conservar o redescubrir esta costumbre, porque educa a no dar por descontado el "pan de cada día", sino a reconocer en él un don de la Providencia. Deberíamos acostumbrarnos a bendecir al Creador por todas las cosas: por el aire y por el agua, valiosos elementos que son el fundamento de la vida en nuestro planeta; así como por los alimentos que, a través de la fecundidad de la tierra, Dios nos ofrece para nuestro sustento.

Jesús enseñó a sus discípulos a orar pidiendo al Padre celestial no "mi" pan sino "nuestro" pan de cada día. Así, quiere que cada hombre se sienta corresponsable de sus hermanos, para que a nadie le falte lo necesario para vivir. Los frutos de la tierra son un don destinado por Dios "para toda la familia humana".

Y aquí tocamos un punto muy doloroso: el drama del hambre que, a pesar de que se ha afrontado también recientemente en las sedes institucionales más elevadas, como las Naciones Unidas y en particular la FAO, sigue siendo siempre muy grave. El último informe anual de la FAO ha confirmado algo que la Iglesia sabe muy bien por la experiencia directa de las comunidades y de los misioneros, es decir, que más de ochocientos millones de personas viven en estado de desnutrición y demasiadas personas, especialmente niños, mueren de hambre.

¿Cómo afrontar esta situación que, aunque se ha denunciado repetidamente, no presenta signos de solución, sino que, más bien, en algunos aspectos se va agravando? Desde luego, es preciso eliminar las causas estructurales vinculadas al sistema de gobierno de la economía mundial, que destina la mayor parte de los recursos del planeta a una minoría de la población. Esta injusticia ya ha sido condenada por mis venerados predecesores los siervos de Dios Pablo VI y Juan Pablo II. Para actuar a gran escala es necesario "convertir" el modelo de desarrollo global; lo exigen no sólo el escándalo del hambre, sino también las emergencias ambientales y energéticas. Sin embargo, cada persona y cada familia puede y debe hacer algo para aliviar el hambre en el mundo, adoptando un estilo de vida y de consumo compatible con la salvaguardia de la creación y con criterios de justicia respecto de quien cultiva la tierra en cada país.

Queridos hermanos y hermanas, esta Jornada de acción de gracias, por una parte, nos invita a dar gracias a Dios por los frutos del trabajo del campo; y, por otra, nos alienta a esforzarnos concretamente por vencer el azote del hambre. Que la Virgen María nos ayude a agradecer los beneficios de la Providencia y a promover en todas las partes de la tierra la justicia y la solidaridad.