ÁNGELUS
Domingo 6 de mayo de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

Desde hace algunos días ha comenzado el mes de mayo, que para muchas comunidades cristianas es el mes mariano por excelencia. Como tal, se ha convertido a lo largo de los siglos en una de las devociones más arraigadas en el pueblo, y lo valoran cada vez más los pastores como ocasión propicia para la predicación, la catequesis y la oración comunitaria.

Después del concilio Vaticano II, que subrayó el papel de María santísima en la Iglesia y en la historia de la salvación, el culto mariano ha experimentado una profunda renovación. Y al coincidir, al menos en parte, con el tiempo pascual, el mes de mayo es muy propicio para ilustrar la figura de María como Madre que acompaña a la comunidad de los discípulos reunidos en oración unánime, a la espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 12-14). Por tanto, este mes puede ser una ocasión para volver a la fe de la Iglesia de los orígenes y, en unión con María, comprender que también hoy nuestra misión consiste en anunciar y testimoniar con valentía y con alegría a Cristo crucificado y resucitado, esperanza de la humanidad.

A la Virgen santísima, Madre de la Iglesia, deseo encomendar el viaje apostólico que realizaré a Brasil del 9 al 14 de mayo. Como hicieron mis venerados predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, presidiré la inauguración de la Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, la quinta, que tendrá lugar el próximo domingo en el gran santuario nacional de Nuestra Señora Aparecida, en la ciudad homónima. Pero antes iré a la cercana metrópoli de São Paulo, donde me encontraré con los jóvenes y los obispos del país y tendré la alegría de inscribir en el catálogo de los santos al beato fray Antonio de Santa Ana Galvão.

Es mi primera visita pastoral a América Latina, y me preparo espiritualmente para encontrarme con el subcontinente latinoamericano, donde vive casi la mitad de los católicos de todo el mundo, muchos de los cuales son jóvenes. Por eso ha sido denominado el "continente de la esperanza": una esperanza que concierne no sólo a la Iglesia, sino a toda América y al mundo entero.

Queridos hermanos y hermanas, os invito a orar a María santísima por esta peregrinación apostólica y, en particular, por la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, para que todos los cristianos de esas regiones se sientan discípulos y misioneros de Cristo, camino, verdad y vida. Los desafíos del momento presente son numerosos y múltiples; por eso es importante que los cristianos se formen para ser "levadura" de bien y "luz" de santidad en nuestro mundo.