ÁNGELUS
Domingo 11 de noviembre de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia recuerda hoy, 11 de noviembre, a san Martín, obispo de Tours, uno de los santos más célebres y venerados de Europa. Nacido de padres paganos en Panonia, en la actualidad Hungría, en torno al año 316, fue orientado por su padre a la carrera militar. Todavía adolescente, san Martín conoció el cristianismo y, superando muchas dificultades, se inscribió entre los catecúmenos para prepararse al bautismo. Recibió el sacramento en torno a los 20 años, pero debió permanecer aún mucho tiempo en el ejército, donde dio testimonio de su nuevo estilo de vida: respetuoso y comprensivo con todos, trataba a su sirviente como a un hermano, y evitaba las diversiones vulgares.

Cumplido el servicio militar, se fue a Poitiers, en Francia, junto al santo obispo Hilario, que lo ordenó diácono y presbítero. Eligió la vida monástica y fundó, con algunos discípulos, el más antiguo monasterio conocido de Europa, en Ligugé. Alrededor de diez años después, los cristianos de Tours, que se habían quedado sin pastor, lo aclamaron como su obispo. Desde entonces san Martín se dedicó con ardiente celo a la evangelización de las zonas rurales y a la formación del clero.

Aunque se le atribuyen muchos milagros, san Martín es famoso sobre todo por un acto de caridad fraterna. Siendo aún un joven soldado, encontró en su camino a un pobre aterido y temblando de frío. Tomó entonces su capa y, cortándola en dos con la espada, le dio la mitad a aquel hombre. Durante la noche se le apareció en sueños Jesús, sonriente, envuelto en aquella misma capa.

Queridos hermanos y hermanas, el gesto caritativo de san Martín se inscribe en la misma lógica que impulsó a Jesús a multiplicar los panes para las multitudes hambrientas y, sobre todo, a entregarse él mismo como alimento para la humanidad en la Eucaristía, signo supremo del amor de Dios, Sacramentum caritatis. Es la lógica de la comunión, con la que se expresa de modo auténtico el amor al prójimo.

Que san Martín nos ayude a comprender que solamente a través de un compromiso común de solidaridad es posible responder al gran desafío de nuestro tiempo: construir un mundo de paz y de justicia, en el que todos los hombres puedan vivir con dignidad. Esto puede suceder si prevalece un modelo mundial de auténtica solidaridad, que permita garantizar a todos los habitantes del planeta el alimento, el agua, la asistencia médica necesaria, pero también el trabajo y los recursos energéticos, así como los bienes culturales, el saber científico y tecnológico.

Nos dirigimos ahora a la Virgen María, para que ayude a todos los cristianos a ser, como san Martín, testigos generosos del evangelio de la caridad y constructores incansables de comunión solidaria.