ÁNGELUS
Domingo 25 de noviembre de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

El martes próximo, en Annapolis, Estados Unidos, israelíes y palestinos, con la ayuda de la comunidad internacional, quieren reanudar las negociaciones para encontrar una solución justa y definitiva al conflicto que desde hace sesenta años ensangrienta la Tierra Santa y ha provocado tantas lágrimas y sufrimientos en los dos pueblos. Os pido que os unáis a la Jornada de oración convocada para hoy por la Conferencia episcopal de Estados Unidos para implorar del Espíritu de Dios la paz para aquella región tan querida para nosotros y los dones de sabiduría y valentía para todos los protagonistas de ese importante encuentro.

Después de la conclusión de la solemne celebración de hoy, dirijo mi cordial saludo a todos los presentes, incluyendo precisamente a cuantos han permanecido fuera de la basílica. Expreso gratitud especial a los fieles que han venido desde lejos para acompañar a los nuevos cardenales y participar en este acontecimiento, que manifiesta de manera singular la unidad y la universalidad de la Iglesia católica. Renuevo mi saludo deferente a las distinguidas autoridades civiles.

Nos disponemos ahora a rezar, como de costumbre, la oración del Ángelus. En ocasiones como esta se siente más viva aún la presencia espiritual de María santísima. Como en el Cenáculo de Jerusalén, ella está hoy en medio de nosotros y nos acompaña en esta etapa del camino eclesial. A la Virgen queremos encomendar a los nuevos miembros del Colegio cardenalicio, para que a cada uno de ellos, así como a todos los ministros de la Iglesia, les obtenga imitar siempre a Cristo en el servicio generoso a Dios y a su pueblo, para participar en su realeza gloriosa.

Después del Ángelus
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. De modo especial, a los obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y fieles que habéis venido de Argentina, España y México, acompañando a los nuevos cardenales. Pidamos al Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen María, que los sostenga e ilumine con su gracia para que, llenos de amor a Dios y estrechamente unidos al Sucesor de Pedro, continúen entregando fielmente su vida al servicio de la Iglesia y de los hombres. ¡Feliz solemnidad de Cristo Rey!