ÁNGELUS
Domingo 23 de diciembre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Sólo un día separa a este cuarto domingo de Adviento de la santa Navidad. Mañana por la noche nos reuniremos para celebrar el gran misterio del amor, que nunca termina de sorprendernos. Dios se hizo Hijo del hombre para que nosotros nos convirtiéramos en hijos de Dios. Durante el Adviento, del corazón de la Iglesia se ha elevado con frecuencia una imploración: "Ven, Señor, a visitarnos con tu paz; tu presencia nos llenará de alegría". La misión evangelizadora de la Iglesia es la respuesta al grito "¡Ven, Señor Jesús!", que atraviesa toda la historia de la salvación y que sigue brotando de los labios de los creyentes. "¡Ven, Señor, a transformar nuestros corazones, para que en el mundo se difundan la justicia y la paz!".
Esto es lo que pretende poner de relieve la Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización, que acaba de publicar la Congregación para la doctrina de la fe. Este documento quiere recordar a todos los cristianos -en una situación en la que con frecuencia ya no queda claro ni siquiera a muchos fieles la razón misma de la evangelización- que "acoger la buena nueva en la fe impulsa de por sí" (n. 7) a comunicar la salvación recibida como un don.
En efecto, "la Verdad que salva la vida -que se hizo carne en Jesús-, enciende el corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad a comunicar lo que se ha recibido gratuitamente" (ib.). Ser alcanzados por la presencia de Dios, que viene a nosotros en Navidad, es un don inestimable, un don capaz de hacernos "vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios" (ib.), en la "red de amistad con Cristo, que une el cielo y la tierra" (ib., 9), que orienta la libertad humana hacia su realización plena y que, si se vive en su verdad, florece "con un amor gratuito y enteramente solícito por el bien de todos los hombres" (ib., 7).
No hay nada más hermoso, urgente e importante que volver a dar gratuitamente a los hombres lo que hemos recibido gratuitamente de Dios. No hay nada que nos pueda eximir o dispensar de este exigente y fascinante compromiso. La alegría de la Navidad, que ya experimentamos anticipadamente, al llenarnos de esperanza, nos impulsa al mismo tiempo a anunciar a todos la presencia de Dios en medio de nosotros.
La Virgen María, que no comunicó al mundo una idea, sino a Jesús mismo, el Verbo encarnado, es modelo incomparable de evangelización. Invoquémosla con confianza, para que la Iglesia anuncie también en nuestro tiempo a Cristo Salvador. Que cada cristiano y cada comunidad experimenten la alegría de compartir con los demás la buena nueva de que Dios "tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el mundo se salve por medio de él" (Jn 3, 16-17). Este es el auténtico sentido de la Navidad, que debemos siempre redescubrir y vivir intensamente.