ÁNGELUS
Domingo 6 de enero de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy con alegría, a pesar de la lluvia, la Epifanía del Señor, es decir, su manifestación a los pueblos del mundo entero, representados por los Magos que llegaron de Oriente para adorar al Rey de los judíos. Estos misteriosos personajes, observando los fenómenos celestes, vieron aparecer una nueva estrella e, instruidos también por las antiguas profecías, reconocieron en ella la señal del nacimiento del Mesías, descendiente de David (cf. Mt 2, 1-12).

Por consiguiente, desde su primera aparición, la luz de Cristo comienza a atraer hacia sí a los hombres "que ama el Señor" (Lc 2, 14), de toda lengua, pueblo y cultura. Es la fuerza del Espíritu Santo que mueve los corazones y las inteligencias que buscan la verdad, la belleza, la justicia y la paz. Es lo que afirma el siervo de Dios Juan Pablo II en la encíclica Fides et Ratio: "El hombre se encuentra en un camino de búsqueda, humanamente interminable: búsqueda de verdad y búsqueda de una persona de quien fiarse" (n. 33): los Magos encontraron ambas realidades en el Niño de Belén.

Los hombres y las mujeres de toda generación, en su peregrinación, necesitan orientarse: entonces, ¿qué estrella podemos seguir? La estrella que había guiado a los Magos, después de detenerse "encima del lugar donde se encontraba el niño" (Mt 2, 9), terminó su función, pero su luz espiritual está siempre presente en la palabra del Evangelio, que también hoy puede guiar a todo hombre a Jesús.

La Iglesia hace resonar con autoridad esa palabra, que no es más que el reflejo de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, para toda alma bien dispuesta. También la Iglesia, por tanto, desempeña en favor de la humanidad la misión de la estrella. Asimismo, algo semejante se puede decir de todo cristiano, llamado a iluminar, con la palabra y el testimonio de su vida, los pasos de los hermanos.

Por eso, ¡cuán importante es que los cristianos seamos fieles a nuestra vocación! Todo auténtico creyente está siempre en camino en su itinerario personal de fe y, al mismo tiempo, con la pequeña luz que lleva dentro de sí, puede y debe ayudar a quien se encuentra a su lado y tal vez no logra encontrar el camino que conduce a Cristo.

Al disponernos a rezar el Ángelus, expreso mi más cordial felicitación a los hermanos y hermanas de las Iglesias orientales que, siguiendo el calendario Juliano, mañana celebrarán la santa Navidad: es una gran alegría compartir la celebración de los misterios de la fe, en la multiforme riqueza de los ritos que atestiguan la historia bimilenaria de la Iglesia. Juntamente con las comunidades del Oriente cristiano, que tienen gran devoción a la santa Madre de Dios, invocamos la protección de María sobre la Iglesia universal, para que difunda en el mundo entero el Evangelio de Cristo, lumen gentium, luz de todos los pueblos.