ÁNGELUS
Lunes 24 de marzo de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
En la solemne Vigilia pascual volvió a resonar, después de los días de Cuaresma, el canto del Aleluya, palabra hebrea universalmente conocida, que significa "alabad al Señor". Durante los días del tiempo pascual esta invitación a la alabanza se propaga de boca en boca, de corazón en corazón. Resuena a partir de un acontecimiento absolutamente nuevo: la muerte y resurrección de Cristo. El aleluya brotó del corazón de los primeros discípulos y discípulas de Jesús en aquella mañana de Pascua, en Jerusalén.
Casi nos parece oír sus voces: la de María Magdalena, la primera que vio al Señor resucitado en el jardín cercano al Calvario; las voces de las mujeres, que se encontraron con él mientras corrían, asustadas y felices, a dar a los discípulos el anuncio del sepulcro vacío; las voces de los dos discípulos que con rostros tristes se habían encaminado a Emaús y por la tarde volvieron a Jerusalén llenos de alegría por haber escuchado su palabra y haberlo reconocido "en la fracción del pan"; las voces de los once Apóstoles, que aquella misma tarde lo vieron presentarse en medio de ellos en el Cenáculo, mostrarles las heridas de los clavos y de la lanza y decirles: "¡La paz con vosotros!". Esta experiencia ha grabado para siempre el aleluya en el corazón de la Iglesia, y también en nuestro corazón.
De esa misma experiencia deriva también la oración que rezamos hoy y todos los días del tiempo pascual en lugar del Ángelus: el Regina caeli. El texto que sustituye durante estas semanas al Ángelus es breve y tiene la forma directa de un anuncio: es como una nueva "anunciación" a María, que esta vez no hace un ángel, sino los cristianos, que invitamos a la Madre a alegrarse porque su Hijo, a quien llevó en su seno, resucitó como lo había prometido.
En efecto, "alégrate" fue la primera palabra que el mensajero celestial dirigió a la Virgen en Nazaret. Y el sentido era este: Alégrate, María, porque el Hijo de Dios está a punto de hacerse hombre en ti. Ahora, después del drama de la Pasión, resuena una nueva invitación a la alegría: "Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia", "Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya".
Queridos hermanos y hermanas, dejemos que el aleluya pascual también se grabe profundamente en nosotros, de modo que no sea sólo una palabra en ciertas circunstancias exteriores, sino la expresión de nuestra misma vida: la existencia de personas que invitan a todos a alabar al Señor y lo hacen actuando como "resucitados". Decimos a María: "Ruega al Señor por nosotros", para que Aquel que en la resurrección de su Hijo devolvió la alegría al mundo entero, nos conceda gozar de esa alegría ahora y siempre, en nuestra vida actual y en la vida sin fin.