ÁNGELUS
Domingo 18 de mayo de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
En el corazón de mi visita pastoral a Génova, hemos llegado a la hora de la habitual cita dominical del Ángelus, y mi pensamiento vuelve naturalmente al santuario de Nuestra Señora de la Guardia, a donde fui a orar esta mañana. A ese oasis de montaña acudió muchas veces en peregrinación el Papa Benedicto XV, vuestro ilustre conciudadano, quien pidió que se colocara una reproducción de la querida imagen de la Virgen de la Guardia en los jardines vaticanos. Y como hizo mi venerado predecesor Juan Pablo II, en su primera peregrinación apostólica a Génova, también yo he querido iniciar mi visita pastoral con el homenaje a la celestial Madre de Dios, que desde lo alto del monte Figogna vela por la ciudad y por todos sus habitantes.
Refiere la tradición que a Benedetto Pareto, preocupado porque no sabía cómo responder a la invitación de construir una iglesia en aquel lugar tan distante de la ciudad, la Virgen, en su primera aparición, le dijo: "Confía en mí. No te faltarán los medios. Con mi ayuda todo te resultará fácil. Sólo mantén firme tu voluntad".
"Confía en mí". Esto nos lo repite hoy María. Una antigua oración, muy arraigada en la tradición popular, nos impulsa a dirigirle con confianza estas palabras, que hoy hacemos nuestras: "Acuérdate, oh Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorado tu auxilio, reclamado tu socorro, haya sido abandonado".
Con esta certeza invocamos la asistencia materna de la Virgen de la Guardia para vuestra comunidad diocesana, sus pastores, las personas consagradas, los fieles laicos: los jóvenes, las familias, los ancianos. A ella le pedimos que vele, de manera especial, por los enfermos y todos los que sufren, y que haga fructíferas las iniciativas misioneras que se están realizando para llevar a todos el anuncio del Evangelio. Juntos encomendamos a María a toda la ciudad, con su población tan variada, sus actividades culturales, sociales y económicas; así como los problemas y los desafíos de nuestro tiempo, y el compromiso de cuantos cooperan con vistas al bien común.
Mi mirada se extiende ahora a toda la Liguria, salpicada de iglesias y santuarios marianos, puestos como una corona entre el mar y las montañas. Juntamente con vosotros, doy gracias a Dios por la fe firme y tenaz de las generaciones pasadas que, en el curso de los siglos, han escrito páginas memorables de santidad y de civilización humana.
Liguria, y en particular Génova, es desde siempre una tierra abierta al Mediterráneo y al mundo entero: ¡Cuántos misioneros han partido de este puerto hacia América y otras tierras lejanas! ¡Cuántas personas han emigrado de aquí a otros países, tal vez pobres en recursos materiales, pero ricas en fe y en valores humanos y espirituales, que después han trasplantado en los lugares a donde han llegado!
Que María, Estrella del mar, siga brillando sobre Génova; que María, Estrella de la esperanza, continúe guiando el camino de los genoveses, especialmente de las nuevas generaciones, a fin de que, con su ayuda, sigan la ruta correcta en el mar a menudo tempestuoso de la vida.