ÁNGELUS
Domingo 25 de mayo de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
En Italia y en diversos países se celebra hoy la solemnidad del Corpus Christi, que en el Vaticano y en otras naciones ya se celebró el jueves pasado. Es la fiesta de la Eucaristía, don maravilloso de Cristo, que en la última Cena quiso dejarnos el memorial de su Pascua, el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, prenda de su inmenso amor por nosotros.
Hace una semana, nuestra mirada se centraba en el misterio de la santísima Trinidad; hoy, estamos invitados a fijarla en la Hostia santa: es Dios mismo, es el Amor mismo. Esta es la belleza de la verdad cristiana: el Creador y Señor de todas las cosas se hizo "grano de trigo" para ser sembrado en nuestra tierra, en los surcos de nuestra historia; se hizo pan para ser partido, compartido, comido; se hizo nuestro alimento para darnos la vida, su misma vida divina. Nació en Belén, que en hebreo significa "Casa del pan"; y, cuando comenzó a predicar a las multitudes, reveló que el Padre lo había mandado al mundo como "pan vivo, bajado del cielo", como "pan de vida".
La Eucaristía es escuela de caridad y solidaridad. Quien se alimenta del Pan de Cristo no puede permanecer indiferente ante quienes, también en nuestros días, carecen del pan de cada día. Muchos padres de familia a duras penas logran conseguirlo para sí y para sus hijos. Es un problema cada vez más urgente, que la comunidad internacional no logra resolver del todo. La Iglesia no sólo reza: "danos hoy nuestro pan de cada día", sino que, siguiendo el ejemplo de su Señor, se compromete de todos los modos posibles a "multiplicar los cinco panes y los dos peces" con innumerables iniciativas de promoción humana y de comunión, para que a nadie le falte lo necesario para vivir.
Queridos hermanos y hermanas, que la fiesta del Corpus Christi sea una ocasión para incrementar esta atención concreta a los hermanos, especialmente a los pobres. Que nos obtenga esta gracia la Virgen María, cuya carne y sangre tomó el Hijo de Dios, como repetimos en un célebre himno eucarístico, al que pusieron música los más grandes compositores: "Ave verum corpus, natum de Maria Virgine", y que concluye con la invocación: "O Iesu dulcis, o Iesu pie, o Iesu fili Mariae!".
María, que, al llevar en su seno a Jesús, fue el "sagrario" vivo de la Eucaristía, nos comunique su misma fe en el santo misterio del Cuerpo y la Sangre de su Hijo divino, para que sea verdaderamente el centro de nuestra vida. En torno a ella nos volveremos a encontrar el próximo sábado 31 de mayo, a las 20.00 horas, en la plaza de San Pedro, para una celebración especial como conclusión del mes mariano.