ÁNGELUS
Domingo 27 de julio de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

El lunes pasado volví de Sydney, Australia, sede de la XXIII Jornada mundial de la juventud. Tengo todavía ante los ojos y en el corazón esta extraordinaria experiencia, durante la cual pude encontrarme con el rostro joven de la Iglesia: era como un mosaico multicolor, formado por muchachos y muchachas provenientes de todas las partes del mundo, reunidos por la única fe en Jesucristo. "Young pilgrims of the world", "jóvenes peregrinos del mundo", así los llamaba la gente con una hermosa expresión que capta lo esencial de estas Jornadas internacionales iniciadas por Juan Pablo II. En efecto, estos encuentros constituyen las etapas de una gran peregrinación a través del planeta, para manifestar cómo la fe en Cristo nos hace a todos hijos del único Padre que está en los cielos y constructores de la civilización del amor.

Una característica propia del encuentro de Sydney fue la toma de conciencia de la centralidad del Espíritu Santo, protagonista de la vida de la Iglesia y del cristiano. El largo camino de preparación en las Iglesias particulares tuvo como tema la promesa hecha por Cristo resucitado a los Apóstoles: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1, 8). Durante los días 16, 17 y 18 de julio, en las iglesias de Sydney, los numerosos obispos presentes ejercieron su ministerio, impartiendo catequesis en varios idiomas: estas catequesis son momentos de reflexión y recogimiento indispensables para que el acontecimiento no sea sólo una manifestación externa, sino que deje una huella profunda en las conciencias.

La vigilia nocturna, en el corazón de la ciudad, bajo la Cruz del Sur, fue una invocación coral al Espíritu Santo; y, por último, durante la gran celebración eucarística del domingo pasado, administré el sacramento de la Confirmación a 24 jóvenes de varios continentes, entre ellos 14 australianos, invitando a todos los presentes a renovar las promesas bautismales.

Así, esta Jornada mundial de la juventud se transformó en un nuevo Pentecostés, que impulsó la misión de los jóvenes, llamados a ser apóstoles de sus coetáneos, como tantos santos y beatos y, en particular, el beato Piergiorgio Frassati, cuyas reliquias, colocadas en la catedral de Sydney, fueron veneradas por una peregrinación ininterrumpida de jóvenes. A cada muchacho y a cada muchacha se les invitó a seguir su ejemplo, a compartir la experiencia personal de Jesús, que cambia la vida de sus "amigos" con la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu del amor de Dios.

Hoy quiero agradecer de nuevo a los obispos de Australia, en particular al cardenal Pell, arzobispo de Sydney, el gran trabajo de preparación y la cordial acogida que me dispensaron a mí y a todos los demás peregrinos. Expreso mi gratitud a las autoridades civiles australianas por su valiosa colaboración. Mi agradecimiento se dirige, en especial, a todos los que, en todas las partes del mundo, han rezado por este acontecimiento, asegurando su éxito. Que la Virgen María recompense a cada uno con las gracias más hermosas.

A María le encomiendo también el tiempo de descanso que pasaré a partir de mañana en Bressanone, entre las montañas de Alto Adige. Permanezcamos unidos en la oración.

En este domingo, os invito a acoger en vuestro corazón la palabra de Dios, en donde Cristo aparece como el verdadero tesoro. El que se encuentra con él de forma auténtica, personal y convencida, descubre el sentido pleno de su vida. Dejémonos enriquecer por el amor del Señor para amar a los demás como él nos enseñó. ¡Que Dios os bendiga!