ÁNGELUS
Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Castelgandolfo, 15 de agosto de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

En el corazón de las que los latinos llamaban feriae Augusti, vacaciones de agosto -de ahí la palabra italiana "ferragosto"- la Iglesia celebra hoy la Asunción de la Virgen María al cielo en alma y cuerpo. En la Biblia, la última referencia a su vida terrena se halla al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles, que presenta a María recogida en oración con los discípulos en el Cenáculo en espera del Espíritu Santo (Hch 1, 14). Posteriormente, una doble tradición -en Jerusalén y en Éfeso- atestigua su "dormición", como dicen los orientales, es decir, el haberse "dormido" en Dios. Este acontecimiento que precedió su paso de la tierra al cielo, ha sido confesado por la fe ininterrumpida de la Iglesia. En el siglo VIII, por ejemplo, san Juan Damasceno, gran doctor de la Iglesia oriental, afirma explícitamente la verdad de su asunción corpórea, estableciendo una relación directa entre la "dormición" de María y la muerte de Jesús. Escribe en una célebre homilía: "Era necesario que la que había llevado en su seno al Creador cuando era niño, habitase con él en los tabernáculos del cielo" (Homilía II sobre la Dormición, 14: PG 96, 741 B). Como es sabido, esta firme convicción de la Iglesia halló su coronación en la definición dogmática de la Asunción, pronunciada por mi venerado predecesor Pío XII en el año 1950.

Como enseña el concilio Vaticano II, a María Santísima hay que colocarla siempre en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En esta perspectiva, "la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2P 3, 10), brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo" (Lumen gentium, 68). Desde el paraíso la Virgen sigue velando siempre, especialmente en las horas difíciles de la prueba, sobre sus hijos, que Jesús mismo le confió antes de morir en la cruz. ¡Cuántos testimonios de esta materna solicitud suya se encuentran al visitar los santuarios a ella dedicados! Pienso en este momento especialmente en la singular ciudadela mundial de la vida y de la esperanza que es Lourdes, a donde, si Dios quiere, iré dentro de un mes, para celebrar el 150° aniversario de las apariciones marianas acaecidas allí.

María elevada al cielo nos indica la meta última de nuestra peregrinación terrena. Nos recuerda que todo nuestro ser -espíritu, alma y cuerpo- está destinado a la plenitud de la vida; que quien vive y muere en el amor de Dios y del prójimo será transfigurado a imagen del cuerpo glorioso de Cristo resucitado; que el Señor humilla a los soberbios y enaltece a los humildes (cf. Lc 1, 51-52). La Virgen proclama esto eternamente con el misterio de su Asunción. ¡Que tú seas siempre alabada, oh Virgen María! Ruega al Señor por nosotros.