ÁNGELUS
Domingo 26 de octubre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

Con la celebración eucarística en la basílica de San Pedro ha concluido esta mañana la XII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que ha tenido por tema "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". Toda Asamblea sinodal es una experiencia fuerte de comunión eclesial, pero esta aún más porque en el centro de su atención se ha puesto lo que ilumina y guía a la Iglesia: la Palabra de Dios, que es Cristo en persona. Y hemos vivido cada jornada en escucha religiosa, percibiendo toda la gracia y la belleza de ser sus discípulos y servidores. Según el significado original del término "iglesia", hemos experimentado la alegría de ser convocados por la Palabra y, especialmente en la liturgia, nos hemos encontrado en camino dentro de ella, como en nuestra tierra prometida, que nos hace gustar anticipadamente el reino de los cielos.

Un aspecto sobre el que se ha reflexionado mucho es la relación entre la Palabra y las palabras, es decir, entre el Verbo divino y las Escrituras que lo expresan. Como enseña el concilio Vaticano II en la constitución Dei verbum (n. 12), una buena exégesis bíblica exige tanto el método histórico-crítico como el teológico, porque la Sagrada Escritura es Palabra de Dios con palabras humanas. Esto implica que todo texto debe leerse e interpretarse teniendo presentes la unidad de toda la Escritura, la tradición viva de la Iglesia y la luz de la fe.

Aunque es verdad que la Biblia es también una obra literaria, más aún, el gran código de la cultura universal, también es verdad que no debe ser despojada del elemento divino, sino que debe leerse en el mismo Espíritu con que fue compuesta. La exégesis científica y la lectio divina son, por tanto, necesarias y complementarias para buscar, a través del significado literal, el espiritual, que Dios quiere comunicarnos hoy.

Al concluir la Asamblea sinodal, los patriarcas de las Iglesias orientales han realizado un llamamiento, que hago mío, para llamar la atención de la comunidad internacional, de los líderes religiosos y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad sobre la tragedia que está teniendo lugar en algunos países de Oriente, donde los cristianos son víctimas de intolerancia y de crueles violencias, asesinados, amenazados y obligados a abandonar sus casas y a vagar en busca de refugio.

En este momento pienso sobre todo en Irak e India. Estoy seguro de que las antiguas y nobles poblaciones de esas naciones, en el curso de siglos de convivencia respetuosa, han aprendido a apreciar la contribución que las pequeñas pero laboriosas y cualificadas minorías cristianas dan al crecimiento de la patria común. Estas minorías no piden privilegios, sino que sólo desean seguir viviendo en su país junto a sus conciudadanos, como han hecho siempre. A las autoridades civiles y religiosas afectadas les pido que no escatimen esfuerzo alguno para que se restablezcan la legalidad y la convivencia civil y los ciudadanos honrados y leales sepan que pueden contar con una adecuada protección por parte de las instituciones del Estado.

Asimismo, deseo también que los responsables civiles y religiosos de todos los países, conscientes de su papel de guía y referencia para las poblaciones, realicen gestos significativos y explícitos de amistad y de consideración hacia las minorías, cristianas o de otras religiones, y se haga de la defensa de sus derechos legítimos una cuestión de honor.

Me complace, además, daros a conocer también a vosotros lo que acabo de anunciar en la santa misa: en octubre del año próximo tendrá lugar en Roma la II Asamblea especial del Sínodo para África. Antes de eso, si Dios quiere en el mes de marzo, tengo intención de viajar a África, visitando en primer lugar Camerún, donde entregaré a los obispos del continente el Instrumentum laboris del Sínodo, y después Angola, con ocasión del v centenario de la evangelización de ese país.

Encomendemos los sufrimientos a los que me he referido, como también las esperanzas que todos llevamos en el corazón, en particular las perspectivas del Sínodo de África, a la intercesión de María santísima.