ÁNGELUS
Martes 6 de enero de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía, la "manifestación" del Señor. El Evangelio cuenta cómo Jesús vino al mundo con gran humildad y ocultamiento. Sin embargo, san Mateo refiere el episodio de los Magos, que llegaron de oriente, guiados por una estrella, para rendir homenaje al recién nacido rey de los judíos. Cada vez que escuchamos esta narración, nos impresiona el claro contraste que se aprecia entre la actitud de los Magos, por una parte, y la de Herodes y los judíos, por otra. En efecto, el Evangelio dice que, al escuchar las palabras de los Magos, "el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén" (Mt 2, 3). Esta reacción se puede comprender de diferentes maneras: Herodes se alarma porque ve en aquel a quien buscan los Magos a un competidor para él y para sus hijos. Los jefes y los habitantes de Jerusalén, por el contrario, parecen más bien atónitos, como si despertaran de una especie de sopor y necesitaran reflexionar. Isaías, en realidad, había anunciado: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Lleva al hombro el principado, y su nombre es: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz" (Is 9, 5).

Entonces, ¿por qué se sobresalta Jerusalén? Parece que el evangelista quiere anticipar, en cierto modo, la actitud que tomarán después los sumos sacerdotes y el sanedrín, así como parte del pueblo, ante Jesús durante su vida pública. Ciertamente, resalta el hecho de que el conocimiento de las Escrituras y de las profecías mesiánicas no lleva a todos a abrirse a él y a su palabra. Esto lleva a pensar que, poco antes de la pasión, Jesús lloró sobre Jerusalén porque no había reconocido el tiempo de su visita (cf. Lc 19, 44).

Tocamos aquí uno de los puntos cruciales de la teología de la historia: el drama del amor fiel de Dios en la persona de Jesús, que "vino a los suyos y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 11). A la luz de toda la Biblia, esta actitud de hostilidad, de ambigüedad o de superficialidad representa la de todo hombre y del "mundo" -en sentido espiritual-, cuando se cierra al misterio del Dios verdadero, que sale a nuestro encuentro con la desarmante mansedumbre del amor. Jesús, el "rey de los judíos" (cf. Jn 18, 37), es el Dios de la misericordia y de la fidelidad; quiere reinar con el amor y la verdad, y nos pide que nos convirtamos, que abandonemos las obras malas y que recorramos con decisión el camino del bien.

Por tanto, en este sentido, "Jerusalén" somos todos nosotros. Que la Virgen María, que acogió con fe a Jesús, nos ayude a no cerrar nuestro corazón a su Evangelio de salvación. Más bien, dejémonos conquistar y transformar por él, el "Emmanuel", el Dios que vino a nosotros para darnos su paz y su amor.