ÁNGELUS
Plaza de San Pedro. Domingo 12 de julio de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Estos últimos días la atención de todos se ha dirigido al G8 que se celebró en L'Aquila, ciudad tan probada por el terremoto. Las problemáticas en agenda eran en ocasiones dramáticamente urgentes. Existen en el mundo desigualdades sociales e injusticias estructurales que ya no son tolerables y exigen, además de las debidas intervenciones inmediatas, una estrategia coordinada para buscar soluciones globales duraderas. Durante la cumbre los jefes de Estado y de Gobierno del G8 subrayaron la necesidad de llegar a acuerdos comunes a fin de asegurar a la humanidad un futuro mejor. La Iglesia no posee soluciones técnicas que presentar, pero, experta en humanidad, ofrece a todos la enseñanza de la Sagrada Escritura sobre la verdad del hombre y anuncia el Evangelio del amor y de la justicia.
El miércoles pasado, comentando en la audiencia general la encíclica Caritas in veritate publicada precisamente la víspera del G8, dije que "hace falta un nuevo proyecto económico que vuelva a planear el desarrollo de forma global, basándose en el fundamento ético de la responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como criatura de Dios". Ello porque, como escribí en la encíclica, "en una sociedad en vías de globalización, el bien común y el compromiso por él han de abarcar necesariamente a toda la familia humana" (CiV 7).
Ya el gran Pontífice Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio, había reconocido e indicado el horizonte mundial de la cuestión social. Continuando por el mismo camino, también yo sentí la necesidad de dedicar la Caritas in veritate a esa cuestión, que en nuestro tiempo se ha convertido "radicalmente en una cuestión antropológica", en el sentido de que implica el modo mismo de concebir al ser humano, puesto cada vez más en las manos del propio hombre por las modernas biotecnologías (cf. ib., 75).
Las soluciones a los problemas actuales de la humanidad no pueden ser sólo técnicas, sino que deben tener en cuenta todas las exigencias de la persona, que está dotada de alma y cuerpo, y así deben tener en cuenta al Creador, a Dios. De hecho, podría dibujar escenarios oscuros para el futuro de la humanidad "el absolutismo de la técnica", que encuentra su máxima expresión en algunas prácticas contrarias a la vida. Los actos que no respetan la verdadera dignidad de la persona, aun cuando parezcan motivados por una "elección de amor", en realidad son fruto de una "concepción materialista y mecanicista de la vida humana" que reduce el amor sin verdad a "un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente" (cf. CiV 3) y así puede conllevar efectos negativos para el desarrollo humano integral.
Por compleja que sea la situación actual en el mundo, la Iglesia contempla el futuro con esperanza y recuerda a los cristianos que "el anuncio de Cristo es el primer y principal factor de desarrollo". Precisamente hoy, en la oración colecta de la misa, la liturgia nos invita a orar: "Concédenos, oh Padre, no tener nada más querido que tu Hijo, quien revela al mundo el misterio de tu amor y la verdadera dignidad del hombre". Que la Virgen María nos obtenga caminar por la senda del desarrollo con todo nuestro corazón y nuestra inteligencia, "es decir, con el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad" (cf. CiV 8).