ÁNGELUS
Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Sábado 15 de agosto de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
En el corazón del mes de agosto, tiempo de vacaciones para muchas familias, también para mí, la Iglesia celebra la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Es una ocasión privilegiada para meditar en el sentido último de nuestra existencia, con la ayuda de la liturgia de hoy, que nos invita a vivir en este mundo orientados hacia los bienes eternos, para compartir la misma gloria de María, la misma alegría de nuestra Madre (cf. Oración colecta). Por tanto, dirijamos la mirada hacia la Virgen, Estrella de la esperanza, que ilumina nuestro camino terreno, siguiendo el ejemplo de los santos y las santas que han recurrido a ella en toda circunstancia. Como sabéis, estamos celebrando el Año sacerdotal en recuerdo del santo cura de Ars, y quiero sacar de los pensamientos y testimonios de este santo párroco de pueblo algunos puntos de reflexión que puedan ayudarnos a todos, especialmente a nosotros los sacerdotes, a reavivar el amor y la veneración a la santísima Virgen.
Los biógrafos atestiguan que san Juan María Vianney hablaba de la Virgen con devoción y al mismo tiempo con confianza y familiaridad. "La santísima Virgen –solía repetir– no tiene mancha, está adornada de todas la virtudes que la hacen tan bella y agradable a la Santísima Trinidad" (B. Nodet, Il pensiero e l'anima del Curato d'Ars, Turín 1967, p. 303). Y también: "El corazón de esta Madre buena no es más que amor y misericordia; lo único que desea es vernos felices. Basta sólo dirigirse a ella para ser escuchados" (ib., 307). En estas expresiones se trasluce el celo del sacerdote que, movido por anhelo apostólico, goza al hablar de María a los fieles, y nunca se cansa de hacerlo. Incluso un misterio difícil como el de la Asunción, que celebramos hoy, sabía presentarlo con imágenes eficaces, por ejemplo así: "El hombre fue creado para el cielo. El demonio rompió la escalera que conducía a él. Nuestro Señor, con su pasión, formó otra... La santísima Virgen está en la cima de la escalera y la sostiene con las dos manos" (ib.).
Al santo cura de Ars le atraía sobre todo la belleza de María, belleza que coincide con su ser Inmaculada, la única criatura concebida sin sombra de pecado. "La santísima Virgen –afirmaba– es la criatura bella que nunca ha disgustado al buen Dios" (ib., 306). Como pastor bueno y fiel, también dio ejemplo ante todo de este amor filial a la Madre de Jesús, por la que se sentía atraído hacia el cielo. "Si no fuera al cielo –exclamaba– ¡cuánto me dolería! No vería nunca a la santísima Virgen, esta criatura tan bella (ib. 309). Además, consagró varias veces su parroquia a la Virgen, recomendando especialmente a las madres que hicieran lo mismo cada mañana con sus hijos.
Queridos hermanos y hermanas, hagamos nuestros los sentimientos del santo cura de Ars. Con la misma fe, dirijámonos a María, elevada al cielo, encomendándole de modo particular a los sacerdotes de todo el mundo.