ÁNGELUS
Plaza de San Pedro, Martes 29 de junio de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Iglesia de Roma festeja sus santas raíces, celebrando a los apóstoles san Pedro y san Pablo, cuyos restos se conservan en las dos basílicas dedicadas a ellos y que adornan a toda la ciudad, muy querida por los cristianos residentes y peregrinos. La solemnidad comenzó ayer por la tarde con la oración de las Primeras Vísperas en la basílica Ostiense. La liturgia del día vuelve a proponer la profesión de fe de Pedro respecto de Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Esta declaración no es fruto de un razonamiento, sino una revelación del Padre al humilde pescador de Galilea, como lo confirma Jesús mismo al decir: "No te lo han revelado ni la carne ni la sangre" (Mt 16, 17). Simón Pedro está tan cerca del Señor que él mismo se convierte en una roca de fe y de amor sobre la que Jesús ha edificado su Iglesia y, como observa san Juan Crisóstomo, "la ha hecho más fuerte que el cielo mismo" (Hom. In Matthaeum 54, 2: PG 58, 535). De hecho, el Señor concluye diciendo: "Lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 19).

San Pablo, de cuyo nacimiento celebramos recientemente el bimilenario, con la gracia divina difundió el Evangelio, sembrando la Palabra de verdad y de salvación en medio de los pueblos paganos. Los dos santos patronos de Roma, aun habiendo recibido de Dios carismas diversos y misiones distintas por realizar, ambos son cimientos de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, "permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye" (Congregación para la doctrina de la fe, Communionis notio, 28.V.92, n. 4). Por eso, durante la santa misa de esta mañana en la basílica vaticana, entregué a treinta y ocho arzobispos metropolitanos el palio, que simboliza tanto la comunión con el Obispo de Roma, como la misión de apacentar con amor el único rebaño de Cristo. En esta solemne ocasión deseo también dar las gracias de corazón a la delegación del Patriarcado ecuménico, como testimonio del vínculo espiritual entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla.

Que el ejemplo de los apóstoles san Pedro y san Pablo ilumine las mentes y encienda en el corazón de los creyentes el santo deseo de cumplir la voluntad de Dios, para que la Iglesia peregrina en la tierra sea siempre fiel a su Señor. Dirijámonos con confianza a la Virgen María, Reina de los apóstoles, que desde el cielo guía y sostiene el camino del pueblo de Dios.