ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 14 de noviembre de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En la segunda lectura de la liturgia de hoy el apóstol san Pablo subraya la importancia del trabajo para la vida del hombre. Este aspecto nos lo recuerda también la "Jornada de acción de gracias", que se celebra tradicionalmente en Italia en este segundo domingo de noviembre como acción de gracias a Dios al término de la estación de las cosechas. Aunque, naturalmente, en otras áreas geográficas los tiempos de cultivo son distintos, hoy quiero tomar pie de las palabras de san Pablo para hacer algunas reflexiones, en particular sobre el trabajo agrícola.
La crisis económica actual, de la que se ha tratado también en estos días en la reunión del llamado G20, debe tomarse en toda su seriedad: tiene numerosas causas y requiere fuertemente una revisión profunda del modelo de desarrollo económico global (cf. Caritas in veritate, 21). Es un síntoma agudo que se ha añadido a otros también graves y ya bien conocidos, como la persistencia del desequilibrio entre riqueza y pobreza, el escándalo del hambre, la emergencia ecológica y el problema del paro, actualmente también general. En este marco parece decisivo un relanzamiento estratégico de la agricultura. De hecho, el proceso de industrialización a veces ha ensombrecido al sector agrícola, el cual, aun beneficiándose a su vez de los conocimientos y de las técnicas modernas, con todo ha perdido importancia, con notables consecuencias también en el plano cultural. Me parece el momento para un llamamiento a revalorizar la agricultura, no en sentido nostálgico, sino como recurso indispensable para el futuro.
En la actual situación económica, las economías más dinámicas tienen la tentación de buscar alianzas ventajosas que, sin embargo, pueden resultar gravosas para los Estados más pobres, prolongando situaciones de pobreza extrema de masas de hombres y mujeres y agotando los recursos naturales de la tierra, confiada por Dios Creador al hombre –como dice el Génesis– para que la cultive y la custodie (cf. 2, 15). Además, a pesar de la crisis, consta aún que en países de antigua industrialización se incentivan estilos de vida marcados por un consumo insostenible, que también resultan dañinos para el medio ambiente y para los pobres. Así pues, es necesario buscar, de forma verdaderamente concertada, sobre un nuevo equilibrio entre agricultura, industria y servicios, para que el desarrollo sea sostenible, a nadie falte el pan y el trabajo, y el aire, el agua y los demás recursos primarios sean preservados como bienes universales (cf. Caritas in veritate, 27). Para esto es fundamental cultivar y difundir una clara conciencia ética a la altura de los desafíos más complejos del tiempo actual; educarse todos a un consumo más sabio y responsable; promover la responsabilidad personal junto con la dimensión social de las actividades rurales, fundadas en valores perennes, como la acogida, la solidaridad y compartir la fatiga del trabajo. No pocos jóvenes han elegido ya este camino; también muchos doctorados vuelven a dedicarse a la empresa agrícola, sintiendo que así responden no sólo a una necesidad personal y familiar, sino también a un signo de los tiempos, a una sensibilidad concreta por el bien común.
Oremos a la Virgen María, para que estas reflexiones sirvan de estímulo a la comunidad internacional, mientras elevamos a Dios nuestra acción de gracias por los frutos de la tierra y del trabajo del hombre.