ANGELUS
Cristo Rey, 21 de noviembre de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
Acaba de concluir en la basílica vaticana la liturgia de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo, concelebrada también por los 24 nuevos cardenales, creados en el consistorio de ayer. La solemnidad de Cristo Rey fue instituida por el Papa Pío XI en 1925 y más tarde, después del concilio Vaticano II, se colocó al final del año litúrgico. El Evangelio de san Lucas presenta, como en un gran cuadro, la realeza de Jesús en el momento de la crucifixión. Los jefes del pueblo y los soldados se burlan del "primogénito de toda la creación" (Col 1, 15) y lo ponen a prueba para ver si tiene poder para salvarse de la muerte (cf. Lc 23, 35-37). Sin embargo, precisamente "en la cruz, Jesús se encuentra a la "altura" de Dios, que es Amor. Allí se le puede "reconocer". (...) Jesús nos da la "vida" porque nos da a Dios. Puede dárnoslo porque él es uno con Dios" (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, pp. 403-404.409). De hecho, mientras que el Señor parece pasar desapercibido entre dos malhechores, uno de ellos, consciente de sus pecados, se abre a la verdad, llega a la fe e implora "al rey de los judíos": "Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino" (Lc 23, 42). De quien "existe antes de todas las cosas y en él todas subsisten" (Col 1, 17) el llamado "buen ladrón" recibe inmediatamente el perdón y la alegría de entrar en el reino de los cielos. "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43). Con estas palabras Jesús, desde el trono de la cruz, acoge a todos los hombres con misericordia infinita. San Ambrosio comenta que "es un buen ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar: muy pronto al ladrón se le concede el perdón, y la gracia es más abundante que la petición; de hecho, el Señor –dice san Ambrosio– siempre concede más de lo que se le pide (...) La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino" (Expositio Evangelii secundum Lucam X, 121: ccl 14, 379).
Queridos amigos, el camino del amor, que el Señor nos revela y nos invita a recorrer, se puede contemplar también en el arte cristiano. De hecho, antiguamente, "en la configuración de los edificios sagrados (...) se hizo habitual representar en el lado oriental al Señor que regresa como rey –imagen de la esperanza–, mientras en el lado occidental estaba el Juicio final, como imagen de la responsabilidad respecto a nuestra vida" (Spe salvi, 41): esperanza en el amor infinito de Dios y compromiso de ordenar nuestra vida según el amor de Dios. Cuando contemplamos las representaciones de Jesús inspiradas en el Nuevo Testamento, como enseña un antiguo Concilio, se nos lleva a "comprender (...) la sublimidad de la humillación del Verbo de Dios y (...) a recordar su vida en la carne, su pasión y muerte salvífica, y la redención que de allí se deriva para el mundo" (Concilio de Trullo [año 691 o 692], canon 82). "Sí, las necesitamos para poder reconocer en el corazón traspasado del Crucificado el misterio de Dios" (Joseph Ratzinger, Teologia della liturgia. La fondazione sacramentale dell'esistenza cristiana, LEV, 2010, 69).
En la celebración de su Presentación en el templo encomendamos a la Virgen María a los nuevos purpurados del Colegio cardenalicio y nuestra peregrinación terrena hacia la eternidad.