ÁNGELUS
Domingo 2 de enero de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

Os renuevo a todos mis mejores deseos para el año nuevo y doy las gracias a cuantos me han enviado mensajes de cercanía espiritual. La liturgia de este domingo vuelve a proponer el Prólogo del Evangelio de san Juan, proclamado solemnemente en el día de Navidad. Este admirable texto expresa, en forma de himno, el misterio de la Encarnación, que predicaron los testigos oculares, los Apóstoles, especialmente san Juan, cuya fiesta, no por casualidad, se celebra el 27 de diciembre. Afirma san Cromacio de Aquileya que "Juan era el más joven de todos los discípulos del Señor; el más joven por edad, pero ya anciano por la fe" (Sermo II, 1 De Sancto Iohanne Evangelista: CCL 9a, 101). Cuando leemos: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1, 1), el Evangelista –al que tradicionalmente se compara con un águila– se eleva por encima de la historia humana escrutando las profundidades de Dios; pero muy pronto, siguiendo a su Maestro, vuelve a la dimensión terrena diciendo: "Y el Verbo se hizo carne" (Jn 1, 14). El Verbo es "una realidad viva: un Dios que... se comunica haciéndose él mismo hombre" (J. Ratzinger, Teologia della liturgia, LEV 2010, p. 618). En efecto, atestigua Juan, "puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria" (Jn 1, 14). "Se rebajó hasta asumir la humildad de nuestra condición –comenta san León Magno– sin que disminuyera su majestad" (Tractatus XXI, 2: CCL 138, 86-87). Leemos también en el Prólogo: "De su plenitud hemos recibido todos, gracia por gracia" (Jn 1, 16). "¿Cuál es la primera gracia que hemos recibido? –se pregunta san Agustín, y responde– Es la fe". La segunda gracia, añade en seguida, es "la vida eterna" (Tractatus in Ioh. III, 8.9: ccl 36, 24.25).

Ahora me dirijo en lengua española a las miles de familias reunidas en Madrid para una gran manifestación.

Saludo con afecto a los numerosos pastores y fieles reunidos en la plaza de Colón, de Madrid, para celebrar con gozo el valor del matrimonio y la familia bajo el lema: "La familia cristiana, esperanza para Europa". Queridos hermanos, os invito a ser fuertes en el amor y a contemplar con humildad el Misterio de la Navidad, que continúa hablando al corazón y se convierte en escuela de vida familiar y fraterna. La mirada maternal de la Virgen María, la amorosa protección de san José y la dulce presencia del Niño Jesús son una imagen nítida de lo que ha de ser cada una de las familias cristianas, auténticos santuarios de fidelidad, respeto y comprensión, en los que también se transmite la fe, se fortalece la esperanza y se enardece la caridad. Aliento a todos a vivir con renovado entusiasmo la vocación cristiana en el seno del hogar, como genuinos servidores del amor que acoge, acompaña y defiende la vida. Haced de vuestras casas un verdadero semillero de virtudes y un espacio sereno y luminoso de confianza, en el que, guiados por la gracia de Dios, se pueda sabiamente discernir la llamada del Señor, que sigue invitando a su seguimiento. Con estos sentimientos, encomiendo fervientemente a la Sagrada Familia de Nazaret los propósitos y frutos de ese encuentro, para que sean cada vez más las familias en las que reine la alegría, la entrega mutua y la generosidad. Que Dios os bendiga siempre.

Pidamos a la Virgen María, a quien el Señor encomendó como Madre al "discípulo al que él amaba", la fuerza de comportarnos como hijos "nacidos de Dios" (cf. Jn 1, 13), acogiéndonos unos a otros y manifestando así el amor fraterno.