ÁNGELUS
Domingo 9 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Iglesia celebra el Bautismo del Señor, fiesta que concluye el tiempo litúrgico de la Navidad. Este misterio de la vida de Cristo muestra visiblemente que su venida en la carne es el acto sublime de amor de las tres personas divinas. Podemos decir que desde este solemne acontecimiento la acción creadora, redentora y santificadora de la santísima Trinidad será cada vez más manifiesta en la misión pública de Jesús, en su enseñanza, en sus milagros, en su pasión, muerte y resurrección. En efecto, leemos en el Evangelio según san Mateo que "bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco"" (Mt 3, 16-17). El Espíritu Santo "mora" en el Hijo y da testimonio de su divinidad, mientras la voz del Padre, proveniente de los cielos, expresa la comunión de amor. "La conclusión de la escena del bautismo nos dice que Jesús ha recibido esta "unción" verdadera, que él es el Ungido [el Cristo] esperado" (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 49), como confirmación de la profecía de Isaías: "He aquí mi siervo que yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma" (Is 42, 1). Verdaderamente es el Mesías, el Hijo del Altísimo que, al salir de las aguas del Jordán, establece la regeneración en el Espíritu y da, a quienes lo deseen, la posibilidad de convertirse en hijos de Dios. De hecho, no es casualidad que todo bautizado adquiera el carácter de hijo a partir del nombre cristiano, signo inconfundible de que el Espíritu Santo hace nacer "de nuevo" al hombre del seno de la Iglesia. El beato Antonio Rosmini afirma que "el bautizado sufre una operación secreta pero potentísima, por la cual es elevado al orden sobrenatural, es puesto en comunicación con Dios" (Del principio supremo della metodica..., Turín 1857, n. 331). Todo esto se ha verificado de nuevo esta mañana, durante la celebración eucarística en la Capilla Sixtina, donde he conferido el sacramento del Bautismo a veintiún recién nacidos.
Queridos amigos, el Bautismo es el inicio de la vida espiritual, que encuentra su plenitud por medio de la Iglesia. En la hora propicia del sacramento, mientras la comunidad eclesial reza y encomienda a Dios un nuevo hijo, los padres y los padrinos se comprometen a acoger al recién bautizado sosteniéndolo en la formación y en la educación cristiana. Es una gran responsabilidad, que deriva de un gran don. Por esto, deseo alentar a todos los fieles a redescubrir la belleza de ser bautizados y pertenecer así a la gran familia de Dios, y a dar testimonio gozoso de la propia fe, a fin de que esta fe produzca frutos de bien y de concordia.
Lo pedimos por intercesión de la santísima Virgen María, Auxilio de los cristianos, a quien encomendamos a los padres que se están preparando al Bautismo de sus hijos, al igual que a los catequistas. Que toda la comunidad participe de la alegría del renacimiento del agua y del Espíritu Santo.