ÁNGELUS
Domingo 16 de enero de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

En este domingo se celebra la Jornada mundial del emigrante y del refugiado, que cada año nos invita a reflexionar sobre la experiencia de tantos hombres y mujeres, y de tantas familias, que abandonan su propio país en busca de mejores condiciones de vida. Esta migración a veces es voluntaria; otras veces, por desgracia, es forzada por guerras o persecuciones, y con frecuencia, como sabemos, se realiza en condiciones dramáticas. Por esto, se instituyó hace sesenta años el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados. En la fiesta de la Sagrada Familia, inmediatamente después de Navidad, recordamos que también los padres de Jesús tuvieron que huir de su tierra y refugiarse en Egipto para salvar la vida de su niño: el Mesías, el Hijo de Dios fue un refugiado. La Iglesia, desde siempre, vive en su interior la experiencia de la migración. A veces, lamentablemente, los cristianos se ven obligados a abandonar su tierra, con sufrimiento, empobreciendo así a los países en los que han vivido sus antepasados. Por otro lado, los desplazamientos voluntarios de los cristianos, por diferentes motivos, de una ciudad a otra, de un país a otro, de un continente a otro, son una ocasión para incrementar el dinamismo misionero de la Palabra de Dios y permiten que el testimonio de la fe circule más en el Cuerpo místico de Cristo, atravesando los pueblos y las culturas, y alcanzando nuevas fronteras, nuevos ambientes.

"Una sola familia humana" es el tema del Mensaje que he enviado con motivo de esta Jornada. Un tema que indica el fin, la meta del gran viaje de la humanidad a través de los siglos: formar una sola familia, naturalmente con todas las diferencias que la enriquecen, pero sin barreras, reconociéndonos todos como hermanos. El concilio Vaticano II afirma: "Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra" (Nostra aetate, 1). La Iglesia –sigue diciendo el Concilio– "es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium, 1). Por esto, es fundamental que los cristianos, aunque estén esparcidos por todo el mundo y, por eso, tengan diferentes culturas y tradiciones, sean uno, como quiere el Señor.

Este es el objetivo de la "Semana de oración por la unidad de los cristianos", que tendrá lugar en los próximos días, del 18 al 25 de enero. Este año se inspira en un pasaje de los Hechos de los Apóstoles: "Perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones" (Hch 2, 42). Mañana, la Jornada de diálogo judeocristiano precede a la Semana de oración por la unidad de los cristianos: la cercanía de ambas es muy significativa, pues recuerda la importancia de las raíces comunes que unen a judíos y cristianos.

Al dirigirnos a la Virgen María, con la oración del Ángelus, encomendamos a su protección a todos los emigrantes y a quienes están comprometidos en el trabajo pastoral entre ellos. Que María, Madre de la Iglesia, nos obtenga, además, avanzar en el camino hacia la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.