REGINA CÆLI
Domingo 1 de mayo de 2011

Saludo con alegría a las delegaciones oficiales, a las autoridades civiles y militares de los países de lengua francesa, así como a los cardenales, los obispos, los sacerdotes y los numerosos peregrinos venidos a Roma para la beatificación. Queridos amigos, que la vida y la obra del beato Juan Pablo II sea fuente de un compromiso renovado al servicio de todos los hombres y de todo el hombre. Le pido a él que bendiga los esfuerzos de cada uno para construir una civilización del amor, en el respeto de la dignidad de cada persona humana, creada a imagen de Dios, con una atención particular a la que es más frágil. Con él seguid las huellas luminosas de los beatos y los santos de vuestros países. Que la Virgen María os acompañe. Con mi bendición.

Saludo a los visitantes de habla inglesa presentes en la misa de hoy. De modo particular, doy la bienvenida a las distinguidas autoridades civiles y representantes de todas las naciones del mundo que se unen a nosotros para honrar al beato Juan Pablo II. Que su ejemplo de fe firme en Cristo, Redentor del hombre, nos impulse a vivir plenamente la nueva vida que celebramos en Pascua, a ser iconos de la divina misericordia y a trabajar por un mundo en el que se respeten y promuevan la dignidad y los derechos de todo hombre, mujer y niño. Confiando en vuestras oraciones, invoco de corazón sobre vosotros y sobre vuestras familias la paz del Salvador resucitado.

Con gran alegría saludo a todos los hermanos y hermanas de lengua alemana, entre ellos a los hermanos en el episcopado y a las distintas delegaciones gubernamentales. El beato Papa Juan Pablo II sigue todavía vivo ante nuestros ojos, al igual que cuando nos anunció la lozanía del Evangelio, y encarnó a través de su acción la misericordia de Dios y el amor de Cristo. Pidamos al nuevo beato que seamos testigos gozosos de la presencia de Dios en el mundo. Que la paz del Señor resucitado os acompañe a todos en vuestro camino.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, y en especial a los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas y numerosos fieles, así como a las delegaciones oficiales y autoridades civiles de España y Latinoamérica. El nuevo beato recorrió incansable vuestras tierras, caracterizadas por la confianza en Dios, el amor a María y el afecto al Sucesor de Pedro, sintiendo en cada uno de sus viajes el calor de vuestra estima sincera y entrañable. Os invito a seguir el ejemplo de fidelidad y amor a Cristo y a la Iglesia, que nos dejó como preciosa herencia. Que desde el cielo os acompañe siempre su intercesión, para que la fe de vuestros pueblos se mantenga en la solidez de sus raíces, y la paz y la concordia favorezcan el progreso necesario de vuestras gentes. Que Dios os bendiga.

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, de modo especial a los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y numerosos fieles, así como a las delegaciones oficiales de los países de habla portuguesa venidos para la beatificación del Papa Juan Pablo II. A todos deseo la abundancia de los dones del cielo por intercesión del nuevo beato, cuyo testimonio debe seguir resonando en vuestro corazón y en vuestros labios, repitiendo como él al inicio de su pontificado: "¡No tengáis miedo! Abrid, más aún, ¡abrid de par en par las puertas a Cristo!". Que Dios os bendiga.

Mi cordial saludo va a los polacos participantes en esta beatificación, tanto en persona como a través de los medios de comunicación. Saludo a los cardenales, los obispos, los presbíteros, las personas consagradas y a todos los fieles. Saludo a las autoridades del Estado y de las regiones, comenzando por el señor presidente de la República. Os encomiendo a todos a la intercesión de vuestro beato compatriota, el Papa Juan Pablo II. Que él obtenga para vosotros y para su patria terrena el don de la paz, de la unidad y de toda prosperidad.

Dirijo, por último, mi cordial saludo al presidente de la República italiana y a su séquito, con un especial agradecimiento a las autoridades italianas por su apreciada colaboración en la organización de estas jornadas de fiesta. Y ¿cómo podría dejar de mencionar aquí a todos los que han preparado, desde hace tiempo y con gran generosidad, este acontecimiento: mi diócesis de Roma con el cardenal Vallini, el ayuntamiento de la ciudad con su alcalde, todas las fuerzas del orden y las diversas organizaciones, asociaciones, los numerosísimos voluntarios y cuantos, también individualmente, se han mostrado disponibles para dar su contribución? Mi agradecimiento va también a las instituciones y a las oficinas vaticanas. En tanto empeño veo un signo de gran amor hacia el beato Juan Pablo II. Por último, dirijo mi más afectuoso saludo a todos los peregrinos –reunidos aquí en la plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros varios lugares de Roma– y a cuantos están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, cuyos dirigentes y operadores no han escatimado esfuerzos para ofrecer también a los que están lejos la posibilidad de participar en este gran día. A los enfermos y a los ancianos, hacia quienes el nuevo beato se sentía particularmente unido, llegue un saludo especial. Y ahora, en unión espiritual con el beato Juan Pablo II, nos dirigimos con amor filial a María santísima, confiándole a ella, Madre de la Iglesia, el camino de todo el pueblo de Dios.