REGINA CAELI
Domingo 15 de mayo de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia del IV domingo de Pascua nos presenta uno de los iconos más bellos que, desde los primeros siglos de la Iglesia, han representado al Señor Jesús: el del buen Pastor. El Evangelio de san Juan, en el capítulo décimo, nos describe los rasgos peculiares de la relación entre Cristo pastor y su rebaño, una relación tan íntima que nadie podrá jamás arrebatar las ovejas de su mano. De hecho, están unidas a él por un vínculo de amor y de conocimiento recíproco, que les garantiza el don inconmensurable de la vida eterna. Al mismo tiempo, el Evangelista presenta la actitud del rebaño hacia el buen Pastor, Cristo, con dos verbos específicos: escuchar y seguir. Estos términos designan las características fundamentales de quienes viven el seguimiento del Señor. Ante todo la escucha de su Palabra, de la que nace y se alimenta la fe. Sólo quien está atento a la voz del Señor es capaz de evaluar en su propia conciencia las decisiones correctas para obrar según Dios. De la escucha deriva, luego, el seguir a Jesús: se actúa como discípulos después de haber escuchado y acogido interiormente las enseñanzas del Maestro, para vivirlas cada día.
En este domingo surge espontáneamente recordar a Dios a los pastores de la Iglesia y a quienes se están formando para ser pastores. Os invito, por tanto, a una oración especial por los obispos –incluido el Obispo de Roma–, por los párrocos, por todos aquellos que tienen responsabilidades en la guía del rebaño de Cristo, para que sean fieles y sabios al desempeñar su ministerio. En particular, recemos por las vocaciones al sacerdocio en esta Jornada mundial de oración por las vocaciones, para que no falten nunca obreros válidos en la mies del Señor. Hace setenta años, el venerable Pío XII instituyó la Obra pontificia para las vocaciones sacerdotales. La feliz intuición de mi predecesor se fundaba en la convicción de que las vocaciones crecen y maduran en las Iglesias particulares, ayudadas por ambientes familiares sanos y robustecidos por espíritu de fe, de caridad y de piedad. En el mensaje que envié para esta Jornada mundial subrayé que una vocación se realiza cuando se sale "de su propia voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella" (15.XI.11). También en este tiempo, en el que la voz del Señor corre el riesgo de verse ahogada por muchas otras voces, cada comunidad eclesial está llamada a promover y cuidar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En efecto, los hombres siempre tienen necesidad de Dios, también en nuestro mundo tecnológico, y siempre habrá necesidad de pastores que anuncien su Palabra y que ayuden a encontrar al Señor en los sacramentos.
Queridos hermanos y hermanas, fortalecidos por la alegría pascual y por la fe en el Resucitado, confiemos nuestros propósitos y nuestras intenciones a la Virgen María, madre de toda vocación, para que con su intercesión suscite y sostenga numerosas y santas vocaciones al servicio de la Iglesia y del mundo.