REGINA CAELI
Domingo 29 de abril de 2012

Queridos hermanos y hermanas:

Concluyó hace poco, en la basílica de San Pedro, la celebración eucarística en la que ordené a nueve nuevos presbíteros de la diócesis de Roma. Demos gracias a Dios por este regalo, signo de su amor fiel y providente a la Iglesia. Estrechémonos espiritualmente en torno a estos nuevos sacerdotes y recemos para que acojan plenamente la gracia del sacramento que los ha configurado con Jesucristo Sacerdote y Pastor. Y recemos para que todos los jóvenes estén atentos a la voz de Dios que habla interiormente a su corazón y los llama a desprenderse de todo para estar a su servicio. A este objetivo está dedicada la Jornada mundial de oración por las vocaciones, que celebramos hoy. En efecto, el Señor llama siempre, pero muchas veces no lo escuchamos. Estamos distraídos por muchas cosas, por otras voces más superficiales; y luego tenemos miedo de escuchar la voz del Señor, porque pensamos que puede quitarnos nuestra libertad. En realidad, cada uno de nosotros es fruto del amor: ciertamente, del amor de los padres, pero, más profundamente, del amor de Dios. La Biblia dice: aunque tu madre no te quisiera, yo te quiero, porque te conozco y te amo (cf. Is 49, 15). En el momento que me doy cuenta de este amor, mi vida cambia: se convierte en una respuesta a este amor, más grande que cualquier otro, y así se realiza plenamente mi libertad.

Los jóvenes que hoy he consagrado sacerdotes no son diferentes de los demás jóvenes, pero han sido tocados profundamente por la belleza del amor de Dios, y no han podido dejar de responder con toda su vida. ¿Cómo han encontrado el amor de Dios? Lo han encontrado en Jesucristo, en su Evangelio, en la Eucaristía y en la comunidad de la Iglesia. En la Iglesia se descubre que la vida de cada hombre es una historia de amor. Nos lo muestra claramente la Sagrada Escritura, y nos lo confirma el testimonio de los santos. Un ejemplo es la expresión de san Agustín, que en sus Confesiones se dirige a Dios y le dice: "¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, y yo fuera... Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo ... Pero me has llamado, y tu grito ha vencido mi sordera" (X, 27.38).

Queridos amigos, oremos por la Iglesia, por cada comunidad local, para que sea como un jardín regado, donde puedan germinar y crecer todas las semillas de vocación que Dios siembra en abundancia. Oremos para que en todas partes se cultive este jardín, en la alegría de sentirse todos llamados, en la variedad de los dones. En especial, las familias han de ser el primer lugar donde se "respire" el amor de Dios, que da fuerza interior, incluso en medio de las dificultades y las pruebas de la vida. Quien vive en familia la experiencia del amor de Dios, recibe un don inestimable, que da fruto a su tiempo. Que nos conceda todo esto la santísima Virgen María, modelo de acogida libre y obediente a la llamada divina, Madre de toda vocación en la Iglesia.