REGINA CÆLI
Domingo 27 de mayo de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la gran fiesta de Pentecostés, con la que se completa el Tiempo de Pascua, cincuenta días después del domingo de Resurrección. Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hch 2, 1-11). Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo. El Espíritu Santo, irrumpiendo en la historia, derrota su aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo.
El Espíritu que "habló por medio de los profetas", con los dones de la sabiduría y de la ciencia sigue inspirando a mujeres y hombres que se comprometen en la búsqueda de la verdad, proponiendo vías originales de conocimiento y de profundización del misterio de Dios, del hombre y del mundo. En este contexto tengo la alegría de anunciar que el próximo 7 de octubre, al inicio de la Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, proclamaré a san Juan de Ávila y a santa Hidelgarda de Bingen, doctores de la Iglesia universal. Estos dos grandes testigos de la fe vivieron en períodos históricos y en ambientes culturales muy distintos. Hidelgarda fue monja benedictina en el corazón de la Edad Media alemana, auténtica maestra de teología y profunda estudiosa de las ciencias naturales y de la música. Juan, sacerdote diocesano en los años del renacimiento español, participó en el esfuerzo de renovación cultural y religiosa de la Iglesia y de la sociedad en los albores de la modernidad. Pero la santidad de la vida y la profundidad de la doctrina los hacen perennemente actuales: de hecho, la gracia del Espíritu Santo los impulsó a esa experiencia de penetrante comprensión de la revelación divina y de diálogo inteligente con el mundo, que constituyen el horizonte permanente de la vida y de la acción de la Iglesia.
Sobre todo a la luz del proyecto de una nueva evangelización a la que se dedicará la citada Asamblea del Sínodo de los obispos, y en la víspera del Año de la fe, estas dos figuras de santos y doctores son de gran importancia y actualidad. También en nuestros días, a través de su enseñanza, el Espíritu del Señor resucitado sigue haciendo resonar su voz e iluminando el camino que conduce a la única Verdad que puede hacernos libres y dar pleno sentido a nuestra vida.
Rezando ahora juntos el Regina caeli –por última vez este año–, invoquemos la intercesión de la Virgen María para que obtenga a la Iglesia que sea fuertemente animada por el Espíritu Santo, para dar testimonio de Cristo con franqueza evangélica y abrirse cada vez más a la plenitud de la verdad.