ÁNGELUS
Viernes 29 de junio de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos con alegría la solemnidad litúrgica de San Pedro y San Pablo Apóstoles, una fiesta que acompaña la historia bimilenaria del pueblo cristiano. Se les llama columnas de la Iglesia naciente. Testigos insignes de la fe, extendieron el reino de Dios con sus diversos dones y, a ejemplo del divino Maestro, sellaron con sangre su predicación evangélica. Su martirio es signo de unidad de la Iglesia, como dice san Agustín: "Un solo día está consagrado a la fiesta de los dos Apóstoles. Pero también ellos eran uno. Aunque fueron martirizados en días diferentes, eran uno. Pedro precedió, Pablo siguió" (Disc. 295, 8: pl 38, 1352).
Del sacrificio de Pedro son signo elocuente la basílica vaticana y esta plaza, tan importantes para la cristiandad. También del martirio de san Pablo quedan huellas significativas en nuestra ciudad, especialmente la basílica a él dedicada en la vía Ostiense. Roma lleva inscritos en su historia los signos de la vida y de la muerte gloriosa del humilde Pescador de Galilea y del Apóstol de los gentiles, que justamente se ha elegido como protectores. Haciendo memoria de su luminoso testimonio, recordamos los inicios venerables de la Iglesia que en Roma cree, ora y anuncia a Cristo Redentor. Pero san Pedro y san Pablo no sólo brillan en el cielo de Roma, sino también en el corazón de todos los creyentes que, iluminados por su enseñanza y por su ejemplo, en todas las partes del mundo caminan por la senda de la fe, de la esperanza y de la caridad.
En este camino de salvación, la comunidad cristiana, sostenida por la presencia del Espíritu del Dios vivo, se siente animada a proseguir fuerte y serena por la senda de la fidelidad a Cristo y del anuncio de su Evangelio a los hombres de todos los tiempos. En este fecundo itinerario espiritual y misionero se sitúa también la entrega del palio a los arzobispos metropolitanos, que realicé esta mañana en la basílica. Un rito siempre elocuente, que pone de relieve la íntima comunión de los pastores con el Sucesor de Pedro y el profundo vínculo que nos une a la tradición apostólica. Se trata de un doble tesoro de santidad, en el que se funden la unidad y la catolicidad de la Iglesia: un tesoro valioso que debemos redescubrir y vivir con renovado entusiasmo y constante empeño.
Queridos peregrinos llegados aquí de todo el mundo, en este día de fiesta oremos con las expresiones de la liturgia oriental: "¡Alabados sean Pedro y Pablo, estas dos grandes luminarias de la Iglesia! Ellos brillan en el firmamento de la fe". En este clima deseo saludar en particular a la delegación del Patriarcado de Constantinopla que, como cada año, ha venido para participar en nuestras tradicionales celebraciones. Que la Virgen santísima lleve a todos los creyentes en Cristo a la meta de la unidad plena.