Homilía en ordenaciones sacerdotales, Jornada mundial de oración por las vocaciones
Basílica Vaticana, IV Domingo de Pascua, 29 de abril de 2007
Venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado; queridos ordenandos; queridos hermanos y hermanas:
Este IV domingo de Pascua, denominado tradicionalmente domingo del "Buen Pastor", reviste un significado particular para nosotros, que estamos reunidos en esta basílica vaticana. Es un día absolutamente singular, sobre todo para vosotros, queridos diáconos, a quienes, como Obispo y Pastor de Roma, me alegra conferir la ordenación sacerdotal. Así, entraréis a formar parte de nuestro presbyterium. Junto con el cardenal vicario, los obispos auxiliares y los sacerdotes de la diócesis, doy gracias al Señor por el don de vuestro sacerdocio, que enriquece nuestra comunidad con 22 nuevos pastores.
La densidad teológica del breve pasaje evangélico que acaba de proclamarse nos ayuda a percibir mejor el sentido y el valor de esta solemne celebración. Jesús habla de sí como del buen Pastor que da la vida eterna a sus ovejas (cf. Jn 10, 28). La imagen del pastor está muy arraigada en el Antiguo Testamento y es muy utilizada en la tradición cristiana. Los profetas atribuyen el título de "pastor de Israel" al futuro descendiente de David; por tanto, posee una indudable importancia mesiánica (cf. Ez 34, 23). Jesús es el verdadero pastor de Israel porque es el Hijo del hombre, que quiso compartir la condición de los seres humanos para darles la vida nueva y conducirlos a la salvación. Al término "pastor" el evangelista añade significativamente el adjetivo kalós, hermoso, que utiliza únicamente con referencia a Jesús y a su misión. También en el relato de las bodas de Caná el adjetivo kalós se emplea dos veces aplicado al vino ofrecido por Jesús, y es fácil ver en él el símbolo del vino bueno de los tiempos mesiánicos (cf. Jn 2, 10).
"Yo les doy (a mis ovejas) la vida eterna y no perecerán jamás" (Jn 10, 28). Así afirma Jesús, que poco antes había dicho: "El buen pastor da su vida por las ovejas" (cf. Jn 10, 11). San Juan utiliza el verbo tithénai, ofrecer, que repite en los versículos siguientes (15, 17 y 18); encontramos este mismo verbo en el relato de la última Cena, cuando Jesús "se quitó" sus vestidos y después los "volvió a tomar" (cf. Jn 13, 4. 12). Está claro que de este modo se quiere afirmar que el Redentor dispone con absoluta libertad de su vida, de manera que puede darla y luego recobrarla libremente.
Cristo es el verdadero buen Pastor que dio su vida por las ovejas –por nosotros–, inmolándose en la cruz. Conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen a él, como el Padre lo conoce y él conoce al Padre (cf. Jn 10, 14-15). No se trata de mero conocimiento intelectual, sino de una relación personal profunda; un conocimiento del corazón, propio de quien ama y de quien es amado; de quien es fiel y de quien sabe que, a su vez, puede fiarse; un conocimiento de amor, en virtud del cual el Pastor invita a los suyos a seguirlo, y que se manifiesta plenamente en el don que les hace de la vida eterna (cf. Jn 10, 27-28).
Queridos ordenandos, que la certeza de que Cristo no nos abandona y de que ningún obstáculo podrá impedir la realización de su designio universal de salvación sea para vosotros motivo de constante consuelo –incluso en las dificultades– y de inquebrantable esperanza. La bondad del Señor está siempre con vosotros, y es fuerte. El sacramento del Orden, que estáis a punto de recibir, os hará partícipes de la misma misión de Cristo; estaréis llamados a sembrar la semilla de su Palabra –la semilla que lleva en sí el reino de Dios–, a distribuir la misericordia divina y a alimentar a los fieles en la mesa de su Cuerpo y de su Sangre.
Para ser dignos ministros suyos debéis alimentaros incesantemente de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana. Al acercaros al altar, vuestra escuela diaria de santidad, de comunión con Jesús, del modo de compartir sus sentimientos, para renovar el sacrificio de la cruz, descubriréis cada vez más la riqueza y la ternura del amor del divino Maestro, que hoy os llama a una amistad más íntima con él. Si lo escucháis dócilmente, si lo seguís fielmente, aprenderéis a traducir a la vida y al ministerio pastoral su amor y su pasión por la salvación de las almas. Cada uno de vosotros, queridos ordenandos, llegará a ser con la ayuda de Jesús un buen pastor, dispuesto a dar también la vida por él, si fuera necesario.
Así sucedió al inicio del cristianismo con los primeros discípulos, mientras, como hemos escuchado en la primera lectura, el Evangelio iba difundiéndose entre consuelos y dificultades. Vale la pena subrayar las últimas palabras del pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado: "Los discípulos quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo" (Hch 13, 52). A pesar de las incomprensiones y los contrastes, de los que se nos ha hablado, el apóstol de Cristo no pierde la alegría, más aún, es testigo de la alegría que brota de estar con el Señor, del amor a él y a los hermanos.
En esta Jornada mundial de oración por las vocaciones, que este año tiene como tema: "La vocación al servicio de la Iglesia comunión", pidamos que a cuantos son elegidos para una misión tan alta los acompañe la comunión orante de todos los fieles.
Pidamos que en todas las parroquias y comunidades cristianas aumente la solicitud por las vocaciones y por la formación de los sacerdotes: comienza en la familia, prosigue en el seminario e implica a todos los que se interesan por la salvación de las almas.
Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta sugestiva celebración, y en primer lugar vosotros, parientes, familiares y amigos de estos 22 diáconos que dentro de poco serán ordenados presbíteros, apoyemos a estos hermanos nuestros en el Señor con nuestra solidaridad espiritual. Oremos para que sean fieles a la misión a la que el Señor los llama hoy, y para que estén dispuestos a renovar cada día a Dios su "sí", su "heme aquí", sin reservas. Y en esta Jornada de oración por las vocaciones roguemos al Dueño de la mies que siga suscitando numerosos y santos presbíteros, totalmente consagrados al servicio del pueblo cristiano.
En este momento tan solemne e importante de vuestra vida me dirijo con afecto, una vez más, a vosotros, queridos ordenandos. A vosotros Jesús os repite hoy: "Ya no os llamo siervos, sino amigos". Aceptad y cultivad esta amistad divina con "amor eucarístico". Que os acompañe María, Madre celestial de los sacerdotes. Ella, que al pie de la cruz se unió al sacrificio de su Hijo y, después de la resurrección, en el Cenáculo, recibió con los Apóstoles y con los demás discípulos el don del Espíritu, os ayude a vosotros y a cada uno de nosotros, queridos hermanos en el sacerdocio, a dejarnos transformar interiormente por la gracia de Dios. Sólo así es posible ser imágenes fieles del buen Pastor; sólo así se puede cumplir con alegría la misión de conocer, guiar y amar la grey que Jesús se ganó al precio de su sangre. Amén.