HOMILÍA
Viaje apostólico a Alemania 22-25.IX.11. Catedral, Erfurt Sábado 24 de septiembre de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

"Alabad al Señor en todo tiempo, porque es bueno". Así acabamos de cantar antes del Evangelio. Sí, tenemos verdaderamente motivos para dar gracias a Dios de todo corazón. Si en esta ciudad volviéramos con el pensamiento a 1981, el año jubilar de santa Isabel, hace treinta años, en tiempos de la República Democrática Alemana, ¿quién habría imaginado que el muro y las alambradas de las fronteras habrían caído pocos años después? Y si fuéramos todavía más atrás, cerca de setenta años, hasta 1941, en tiempos del nacionalsocialismo, de la Gran Guerra, ¿quién habría podido predecir que el "Reich milenario" quedaría reducido a cenizas cuatro años después?

Queridos hermanos y hermanas, aquí en Turingia, y en la entonces República Democrática Alemana, tuvisteis que soportar una dictadura "oscura" [nacista] y una roja [comunista], que para la fe cristiana fueron como una lluvia ácida. Muchas consecuencias tardías de ese tiempo han de ser aún asimiladas, sobre todo en la mentalidad y en el ámbito religioso. Actualmente, la mayoría de la gente en esta tierra vive lejana de la fe en Cristo y de la comunión de la Iglesia. Los últimos dos decenios, sin embargo, tienen también experiencias positivas: un horizonte más amplio, un cambio más allá de las fronteras, una confiada certeza de que Dios no nos abandona y nos conduce por nuevos caminos. "Donde está Dios, allí hay futuro".

Todos estamos convencidos de que la nueva libertad ha ayudado a dar a los hombres una mayor dignidad y a abrir muchas nuevas posibilidades. Desde el punto de vista de la Iglesia, podemos subrayar con agradecimiento muchos beneficios: nuevas posibilidades para las actividades parroquiales, la reestructuración y ampliación de iglesias y centros parroquiales, iniciativas pastorales o culturales diocesanas. Pero, naturalmente, también se nos plantea una pregunta: estas posibilidades, ¿nos han llevado también a un incremento de la fe? Las raíces de la fe y de la vida cristiana, ¿acaso no se han de buscar en algo más hondo que la libertad social? Muchos católicos convencidos han permanecido fieles a Cristo y a la Iglesia en la difícil situación de una opresión exterior. Y nosotros, ¿dónde estamos hoy? Ellos han aceptado desventajas personales con tal de vivir su propia fe. Quisiera dar las gracias aquí a los sacerdotes, así como a sus colaboradores y colaboradoras de aquellos tiempos. En particular, quisiera recordar la pastoral de los refugiados inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial: entonces, muchos eclesiásticos y laicos emprendieron grandes iniciativas para aliviar la penosa situación de los prófugos y darles una nueva Patria. Y, cómo no, un agradecimiento sincero a los padres que, en medio de la diáspora y en un ambiente político hostil a la Iglesia, educaron a sus hijos en la fe católica. Quero recordar con gratitud las Semanas Religiosas para los niños durante las vacaciones, así como también el trabajo fructuoso de las casas para la juventud católica "San Sebastián", en Erfurt, y "Marcel Callo", en Heiligenstadt. Especialmente en Eichsfeld, muchos católicos resistieron a la ideología comunista. Que Dios recompense a todos abundantemente por la perseverancia en la fe. El testimonio valiente y el vivir paciente con Él, la confianza constante en la providencia de Dios, son como una semilla valiosa que promete un fruto abundante para el futuro.

La presencia de Dios se manifiesta siempre de modo particularmente claro en los santos. Su testimonio de fe puede darnos también hoy la fuerza para un nuevo despertar. Pensamos ahora, sobre todo, en los santos Patronos de la Diócesis de Erfurt: Isabel de Turingia, Bonifacio y Kilian. Isabel vino a Wartburg, en Turingia, de un país extranjero, de Hungría. Llevó una intensa vida de oración, unida a la penitencia y a la pobreza evangélica. Bajaba regularmente de su castillo, en la ciudad de Eisenach, para cuidar personalmente a los pobres y enfermos. Su vida en esta tierra fue breve - llegó sólo a los veinticuatro años -, pero el fruto de su santidad se extiende a través de los siglos. Santa Isabel es muy estimada también por los cristianos evangélicos; puede ayudarnos a todos nosotros a descubrir la plenitud de la fe, su belleza, su profundidad y su fuerza transformadora y purificadora, y a ponerla en práctica en nuestra vida cotidiana.

También la fundación de la Diócesis de Erfurt por san Bonifacio, en el año 742, remite a las raíces cristianas de nuestro país. Este acontecimiento es al mismo tiempo la primera mención documentada de la ciudad de Erfurt. El Obispo misionero Bonifacio había llegado de Inglaterra, y de su estilo de trabajar formaba parte el actuar en unión esencial y estrecha relación con el Obispo de Roma, el Sucesor de san Pedro. Sabía que la Iglesia debe estar unida en torno a Pedro. Lo veneramos como el "Apóstol de Alemania"; murió mártir. Dos de sus compañeros, que compartieron con él el testimonio del derramamiento de la sangre por la fe cristiana, están enterrados aquí, en la Catedral de Erfurt: son los santos Eoban y Adelar.

Antes aún que los misioneros anglosajones, en Turingia trabajó san Kilian, un misionero itinerante venido de Irlanda. Murió mártir en Würzburg junto con dos compañeros, porque criticaba el comportamiento moralmente equivocado del duque de Turingia, residente allí. Y no queremos olvidar a san Severo, patrón de Severikirche, aquí en la plaza de la Catedral. Fue obispo de Rávena en el siglo cuarto; en el año 836, su cuerpo fue trasladado a Erfurt, para arraigar más profundamente la fe cristiana en esta región. En efecto, de estos muertos partía el testimonio vivo de la Iglesia que perdura en el tiempo; de la fe que fecunda cada época y nos indica el camino de la vida.

Preguntémonos ahora: ¿Qué es lo que tienen en común estos santos? ¿Cómo podemos describir el aspecto particular de su vida y comprender que nos afecta y puede incidir en nuestra vida? Los santos nos muestran ante todo que es posible y bueno vivir en relación con Dios y vivirlo de modo radical, ponerlo en primer lugar y no relegarle solamente a un ángulo cualquiera. Los santos nos muestran de manera evidente que Dios ha sido el primero que se ha dirigido a nosotros. Nosotros no podríamos llegar hasta Él, lanzarnos en cierto modo hacia lo que desconocemos, si antes no nos hubiera amado, si no hubiera primero salido a nuestro encuentro. Después de haber venido ya al encuentro de los Padres con las palabras de la llamada, Él mismo se nos ha manifestado en Jesucristo, y en Él continúa mostrándose a nosotros. Cristo sale a nuestro encuentro también hoy, habla a cada uno, como lo acaba de hacerlo en el Evangelio, e invita a cada uno de nosotros a escucharlo, a aprender a comprender y a seguirlo. Los santos han tomado en serio esta invitación, han reconocido al Dios concreto, lo han visto y escuchado; han ido a su encuentro y han caminado con Él; se han dejado contagiar por Él, por decirlo así, y se han orientado hacia Él desde lo íntimo de su ser - en el continuo diálogo de la oración -, y de Él han recibido la luz que abre a la vida verdadera.

La fe es siempre y esencialmente un creer junto con los otros. Nadie puede cree por sí solo. Recibimos la fe mediante la escucha, nos dice san Pablo. Y la escucha es un proceso de estar juntos de manera física y espiritual. Únicamente puedo creer en la comunión de los fieles de todos los tiempos que han encontrado a Cristo y que han sido encontrados por Él. El poder creer se lo debo ante todo a Dios que se dirige a mí y, por decirlo así, "enciende" mi fe. Pero muy concretamente, debo mi fe a los que me son cercanos y han creído antes que yo y creen conmigo. Este gran "con", sin el cual no es posible una fe personal, es la Iglesia. Y esta Iglesia no se detiene ante las fronteras de los países, como lo demuestran las nacionalidades de los santos que he mencionado: Hungría, Inglaterra, Irlanda e Italia. Esto pone de relieve la importancia del intercambio espiritual que se extiende a través de toda la Iglesia. Sí, ha sido fundamental para el desarrollo de la Iglesia en nuestro país, y sigue siendo fundamental en todos los tiempos, que creamos juntos en todos los Continentes, y que aprendamos unos de otros a creer. Si nos abrimos a la fe íntegra, en la historia entera y en los testimonios de toda la Iglesia, entonces la fe católica tiene futuro también como fuerza pública en Alemania. Al mismo tiempo, las figuras de los santos de los que he hablado nos muestran la gran fecundidad con Dios, la fertilidad de este amor radical a Dios y al prójimo. Los grandes santos, aun allí donde son pocos, cambian el mundo. Y los grandes santos siguen siendo fuerza transformadora en todos los tiempos.

De esta manera, los cambios políticos del año 1989 en nuestro país no fueron motivados sólo por el deseo de bienestar y de libertad de movimiento, sino, y decisivamente, por el deseo de veracidad. Este anhelo se mantuvo vivo, entre otras cosas, por personas totalmente dedicadas al servicio de Dios y del prójimo, dispuestas a sacrificar su propia vida. Ellos y los santos que hemos recordado nos animan a aprovechar la nueva situación. No queremos escondernos en una fe meramente privada, sino que queremos usar de manera responsable la libertad lograda. Como los santos Kilian, Bonifacio, Adelar, Eoban e Isabel di Turingia, queremos salir al encuentro de nuestros conciudadanos como cristianos, e invitarlos a descubrir con nosotros la plenitud de la Buena Nueva, su presencia, su fuerza vital y su belleza. Entonces seremos como la famosa campana de la Catedral de Erfurt, que lleva el nombre de "Gloriosa". Se considera la campana medieval más grande del mundo que oscila libremente. Es un signo vivo de nuestro profundo enraizamiento en la tradición cristiana, pero también un llamamiento a ponernos en camino y comprometernos en la misión. Sonará también hoy al final de la Misa solemne. Que nos aliente a hacer visible y audible - según el ejemplo de los santos - el testimonio de Cristo, a hacer audible y visible la gloria de Dios y, así, a vivir en un mundo en el que Dios está presente y hace la vida hermosa y rica de significado. Amén.