Mensaje para el encuentro internacional de oración por la paz
1 de septiembre de 2011
A mi venerado hermano cardenal Reinhard Marx arzobispo de Munich y Freising
Dentro de pocas semanas será el aniversario de los veinticinco años de la invitación dirigida por el beato Juan Pablo II a los representantes de las diversas religiones del mundo a reunirse en Asís para un encuentro internacional de oración por la paz. A partir de aquel memorable acontecimiento, año tras año, la Comunidad de San Egidio realiza un encuentro por la paz, para profundizar en el espíritu de paz y de reconciliación, con el fin de que Dios, en la oración, nos transforme en hombres de paz. Me alegra que el encuentro de este año se realice en Munich, ciudad de la que fui obispo, en vísperas de mi viaje a Alemania y en preparación a la ceremonia de conmemoración del vigésimo quinto aniversario de la oración mundial por la paz en Asís, que tendrá lugar el próximo mes de octubre. Con mucho gusto aseguro mi cercanía espiritual a los organizadores y a los participantes en el encuentro de Munich y dirijo de corazón a ellos todos mis mejores deseos para que este acontecimiento sea bendecido.
El tema del encuentro por la paz "Bound to live together" / "Convivir - nuestro destino" nos recuerda que nosotros, seres humanos, estamos vinculados unos a otros. Este vivir juntos es, en definitiva, una sencilla predisposición que deriva directamente de nuestra condición humana. Por lo tanto, nuestra tarea es darle un contenido positivo. Vivir juntos puede transformarse en un vivir los unos contra los otros, puede llegar a ser un infierno si no aprendemos a acogernos los unos a los otros, si cada uno no quiere ser otra cosa que sí mismo. Pero abrirse a los demás, estar disponible para los demás puede ser también un don. Así, todo depende de la forma de entender la predisposición a vivir juntos como compromiso y como don, de encontrar el camino verdadero de la convivencia. Este vivir juntos, que en otros tiempos podía limitarse a una región, hoy se vive a nivel universal. El sujeto de la convivencia es hoy toda la humanidad. Encuentros como el que tuvo lugar en Asís y el que se realiza ahora en Munich son ocasiones en las cuales las religiones pueden interrogarse a sí mismas y preguntarse cómo llegar a ser fuerzas de la convivencia.
Cuando nos reunimos entre cristianos, recordamos por la fe bíblica que Dios es el creador de todos los hombres; sí, Dios desea que formemos una única familia, en la cual todos somos hermanos y hermanas. Recordamos que Cristo anunció la paz a los lejanos y a los cercanos (Ef 2, 16 s). Debemos aprenderlo continuamente. El sentido fundamental de estos encuentros es que nosotros debemos dirigirnos a los cercanos y a los lejanos con el mismo espíritu de paz que Cristo nos ha mostrado. Debemos aprender a vivir no los unos al lado de los otros, sino los unos con los otros; o sea, debemos aprender a abrir el corazón a los demás, permitir que nuestros semejantes compartan nuestras alegrías, esperanzas y preocupaciones. El corazón es el lugar donde el Señor se hace cercano a nosotros. Por ello, la religión, centrada en el encuentro del hombre con el misterio divino, está vinculada de manera esencial a la cuestión de la paz. Si la religión fracasa en el encuentro con Dios, si abaja a Dios a nuestro nivel en lugar de elevarnos hacia él; si lo hace, en cierto sentido, una propiedad nuestra, entonces, de esta forma, puede contribuir a la disolución de la paz. En cambio, si la religión conduce a lo divino, al creador y redentor de todos los hombres, entonces se convierte en una fuerza de paz. Sabemos que también en el cristianismo existen distorsiones prácticas de la imagen de Dios, que han llevado a la destrucción de la paz. Con mayor razón estamos todos llamados a dejar que el Dios divino nos purifique, para convertirnos en hombres de paz.
Nunca debemos desfallecer en nuestros esfuerzos comunes en favor de la paz. Por ello, las múltiples iniciativas en todo el mundo, como el encuentro anual de oración por la paz de la Comunidad de San Egidio, y otras semejantes, tienen un gran valor. El campo en el cual debe prosperar el fruto de la paz debe ser cultivado siempre. A menudo no podemos hacer otra cosa más que preparar incesantemente y con numerosos pequeños pasos el terreno para la paz en nosotros y en torno a nosotros; pensando también en los grandes desafíos con los que no sólo cada uno se confronta, sino toda la humanidad, como las migraciones, la globalización, las crisis económicas y la tutela de la creación. En fin, sabemos que la paz no puede ser simplemente "hecha", sino que siempre es también "donada". "La paz es un don de Dios y al mismo tiempo un proyecto que realizar, pero que nunca se cumplirá totalmente" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2011, 15: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de diciembre de 2011, p. 5). Precisamente por esto es necesario el testimonio común de todos aquellos que buscan a Dios con corazón puro, para realizar siempre más la idea de una convivencia pacífica entre todos los hombres. Desde el primer encuentro de Asís, hace 25 años, se desarrollaron y se desarrollan muchas iniciativas para la reconciliación y para la paz, que colman de esperanza. Lamentablemente, se han perdido muchas ocasiones, se han dado muchos pasos hacia atrás. Terribles actos de violencia y terrorismo han sofocado, en repetidas circunstancias, la esperanza de la convivencia pacífica de la familia humana en los albores del tercer milenio, antiguos conflictos anidan bajo las cenizas o estallan nuevamente y a ellos se suman nuevos enfrentamientos y nuevos problemas. Todo esto nos muestra claramente que la paz es un mandato permanente confiado a nosotros y, al mismo tiempo, un don que se ha de pedir. Es en este sentido que el encuentro por la paz de Munich y los coloquios que tendrán lugar allí pueden contribuir a promover la comprensión recíproca y la convivencia, preparando así un camino siempre nuevo a la paz en nuestro tiempo. Por esto, invoco sobre todos los participantes en el encuentro por la paz de este año en Munich la bendición de Dios todopoderoso.
Castelgandolfo, 1 de septiembre de 2011