1 Había un hombre de Ha Ramatáin Sufín, en la montaña de Efraín, llamado Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju, hijo de Suf, efrateo.
2 Tenía dos mujeres: la primera se llamaba Ana y la segunda Feniná. Feniná tenía hijos, pero Ana no los tenía.
3 Ese hombre subía desde su ciudad de año en año a adorar y ofrecer sacrificios al Señor del universo en Siló, donde estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí: Jofní y Pinjás.
4 Llegado el día, Elcaná ofrecía sacrificios y entregaba porciones de la víctima a su esposa Feniná y a todos sus hijos e hijas,
5 mientras que a Ana le entregaba una porción doble, porque la amaba, aunque el Señor la había hecho estéril.
6 Su rival la importunaba con insolencia hasta humillarla, pues el Señor la había hecho estéril.
7 Así hacía Elcaná año tras año, cada vez que subía a la casa del Señor; y así Feniná la molestaba del mismo modo. Por tal motivo, ella lloraba y no quería comer.
8 Su marido Elcaná le preguntaba: «¿Ana, por qué lloras y por qué no comes? ¿Por qué está apenado tu corazón? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?».
9 En cierta ocasión se levantó Ana, después de comer y beber en Siló. El sacerdote Elí estaba sentado en el sitial junto a una de las jambas del templo del Señor.
10 Ella se puso a implorar al Señor con el ánimo amargado, y lloró copiosamente.
11 E hizo este voto: «Señor del universo, si miras la aflicción de tu sierva y te acuerdas de mí y no olvidas a tu sierva, y concedes a tu sierva un retoño varón, lo ofreceré al Señor por todos los días de su vida, y la navaja no pasará por su cabeza».
12 Mientras insistía implorando ante el Señor, Elí observaba su boca.
13 Ana hablaba para sí en su corazón; solo sus labios se movían, mas su voz no se oía. Elí la creyó borracha.
14 Entonces le dijo: «¿Hasta cuándo vas a seguir borracha? Echa el vino que llevas dentro».
15 Pero Ana tomó la palabra y respondió: «No, mi señor, yo soy una mujer de espíritu tenaz. No he bebido vino ni licor, solo desahogaba mi alma ante el Señor.
16 No trates a tu sierva como a una perdida, pues he hablado así por mi gran congoja y aflicción».
17 Elí le dijo: «Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda el favor que le has pedido».
18 Ella respondió: «Que tu sierva encuentre gracia a tus ojos». Luego, la mujer emprendió su camino; comió y su semblante no fue ya el mismo.
19 Se levantaron de madrugada y se postraron ante el Señor. Después se volvieron y llegaron a su casa de Ramá. Elcaná se unió a Ana, su mujer, y el Señor se acordó de ella.
20 Al cabo de los días Ana concibió y dio a luz un hijo, al que puso por nombre Samuel, diciendo: «Se lo pedí al Señor».
21 El esposo Elcaná y toda su casa subieron a ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto.
22 Ana, en cambio, no subió, manifestando a su esposo: «Esperemos hasta que el niño sea destetado. Entonces lo llevaré, lo ofreceré al Señor y se quedará allí para siempre».
23 Su esposo Elcaná, le dijo: «Haz lo que te parezca bien. Quédate hasta que lo hayas destetado. Y que el Señor cumpla su palabra». La mujer se quedó y siguió amamantando a su hijo hasta que lo hubo destetado.
24 Una vez destetado, lo subió consigo, junto con un novillo de tres años, unos cuarenta y cinco kilos de harina y un odre de vino. Lo llevó a la casa del Señor a Siló y el niño se quedó como siervo.
25 Inmolaron el novillo y presentaron el niño a Elí.
26 Ella le dijo: «Perdón, por tu vida, mi señor, yo soy aquella mujer que estuvo aquí en pie ante ti, implorando al Señor.
27 Imploré este niño y el Señor me concedió cuanto le había pedido.
28 Yo, a mi vez, lo cedo al Señor. Quede, pues, cedido al Señor de por vida». Y Elcaná se postró allí ante el Señor.
1 Ana oró, diciendo:
«Mi corazón se regocija en el Señor,
mi poder se exalta por Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.
2 No hay santo como el Señor,
ni otro fuera de ti,
ni roca como nuestro Dios.
3 No multipliquéis discursos altivos,
ni echéis por la boca arrogancias,
porque el Señor es un Dios que sabe,
él es quien pesa las acciones.
4 Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
5 Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía.
6 El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
7 da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.
8 Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria,
pues del Señor son los pilares de la tierra,
y sobre ellos afianzó el orbe.
9 Él guarda los pasos de sus amigos,
mientras los malvados perecen en las tinieblas,
porque el hombre no triunfa por su fuerza.
10 El Señor desbarata a sus contrarios,
el Altísimo truena desde el cielo,
el Señor juzga hasta el confín de la tierra.
Él da fuerza a su Rey,
exalta el poder de su Ungido».
11 Elcaná volvió a su casa de Ramá. Y el niño quedó al servicio del Señor al lado del sacerdote Elí.
12 Los hijos de Elí eran unos desalmados, que no reconocían al Señor.
13 Esta era la manera de proceder de los sacerdotes con el pueblo: cada vez que alguien ofrecía un sacrificio, venía el siervo del sacerdote con un tenedor de tres dientes en mano, cuando se estaba cociendo la carne,
14 y pinchaba en la caldera o en la olla o en el puchero o en la cazuela. Y el sacerdote tomaba para él cuanto sacaba el tenedor. Así hacían con todo israelita que acudía a Siló.
15 Incluso antes de quemar la grasa, venía el criado del sacerdote a decir a la persona que ofrecía el sacrificio: «Dame la carne y yo la asaré para el sacerdote, pues no aceptará de ti carne cocida, sino cruda».
16 Y si aquella persona le replicaba: «Se ha de quemar primero la grasa, luego coge cuanto quieras», le respondía: «Lo has de entregar ahora, y si no, lo cogeré por la fuerza».
17 El pecado de aquellos jóvenes era muy grande ante el Señor, pues trataban con desprecio la oblación del Señor.
18 Samuel servía en presencia del Señor, revestido de un efod de lino.
19 Su madre le hacía cada año una túnica pequeña y se la llevaba cuando subía con su esposo a ofrecer el sacrifico anual.
20 Elí bendecía entonces a Elcaná y a su mujer: «El Señor te conceda descendencia de esta mujer en lugar del hijo que cedió al Señor en la súplica que hizo». Luego, regresaban a su localidad.
21 El Señor visitó a Ana, que concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. El joven Samuel crecía junto al Señor.
22 Elí era muy anciano. Había oído cuanto hacían sus hijos a todo Israel y que cohabitaban con las mujeres que prestaban servicio a la entrada de la Tienda del Encuentro.
23 Él les dijo: «¿Por qué hacéis tales cosas, esas maldades que yo mismo oigo a todo el pueblo?
24 No, hijos míos, no es bueno el rumor que llega a mis oídos; estáis ofendiendo al pueblo del Señor.
25 Si un hombre peca contra otro hombre, el Señor puede hacer de árbitro, pero si un hombre peca contra el Señor, ¿quién intercederá por él?». Pero ellos no hicieron caso de su padre, porque el Señor quería hacerlos morir.
26 En cuanto al joven Samuel, iba creciendo y era grato al Señor y a los hombres.
27 Un hombre de Dios se presentó a Elí, y le dijo: «Así dice el Señor: Yo me manifesté a los antepasados de tu padre, cuando vivían en Egipto sometidos a la casa del faraón.
28 Lo escogí entre todas las tribus de Israel para que fuera mi sacerdote, subiera al altar a ofrecer incienso y llevara el efod en mi presencia. Concedí a la casa de tu padre todos los sacrificios de los hijos de Israel.
29 ¿Por qué pisoteáis el sacrificio y la ofrenda que prescribí en mi Morada, y temes a tus hijos más que a mí, cebándolos con las primicias de toda ofrenda de mi pueblo Israel?
30 Por ello –oráculo del Señor, Dios de Israel–, aunque había prometido que tu casa y la casa de tu padre caminarían en mi presencia para siempre, ahora lejos de mí tal cosa –oráculo del Señor–, pues honro a los que me honran, pero los que se burlan de mí son despreciados.
31 He aquí que vienen días en que cortaré tu brazo y el de la casa de tu padre, de modo que en tu casa nadie llegará a ser anciano.
32 Y verás un rival en el Templo, llevando a cabo la prosperidad de Israel, mientras en tu casa nadie llegará a ser anciano.
33 Pero mantendré a uno de los tuyos junto a mi altar hasta que se agoten tus ojos y se consuma tu vida. Pero todos los retoños de tu casa morirán en edad viril.
34 Te servirá de señal lo que les va a ocurrir a tus dos hijos, Jofní y Pinjás: los dos morirán el mismo día.
35 Suscitaré, luego, un sacerdote fiel, que obre según mi corazón y mi deseo. Le construiré una casa estable, y caminará siempre en presencia de mi ungido.
36 Entonces, todo superviviente de tu casa vendrá a postrarse ante él por alguna moneda de plata y una hogaza de pan, diciendo: “Adscríbeme a un servicio sacerdotal cualquiera, para poder comer un pedazo de pan"».
1 El joven Samuel servía al Señor al lado de Elí. En aquellos días era rara la palabra del Señor y no eran frecuentes las visiones.
2 Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos habían comenzado a debilitarse y no podía ver.
3 La lámpara de Dios aún no se había apagado y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios.
4 Entonces el Señor llamó a Samuel. Este respondió: «Aquí estoy».
5 Corrió adonde estaba Elí y dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Respondió: «No te he llamado. Vuelve a acostarte». Fue y se acostó.
6 El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Respondió: «No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte».
7 Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor.
8 El Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven.
9 Y dijo a Samuel: «Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: “Habla Señor, que tu siervo escucha"». Samuel fue a acostarse en su sitio.
10 El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores: «Samuel, Samuel». Respondió Samuel: «Habla, que tu siervo escucha».
11 El Señor le dijo: «Mira, voy a hacer algo en Israel, que a cuantos lo oigan les zumbarán los dos oídos.
12 Ese día cumpliré respecto a Elí cuanto predije de su casa, de comienzo a fin.
13 Le anuncié que iba a castigar para siempre su casa, por el pecado de no haber reñido a sus hijos, sabiendo que despreciaban a Dios.
14 Por ello, he jurado a la casa de Elí que el pecado de su casa no será expiado jamás ni con sacrificio ni con ofrenda».
15 Samuel se acostó hasta la mañana y abrió, luego, las puertas del templo del Señor. Samuel temía dar a conocer la visión a Elí.
16 Entonces, Elí le llamó: «Samuel, hijo mío». Respondió: «Aquí estoy».
17 Elí preguntó: «¿Qué es lo que te ha dicho? Por favor, no me lo ocultes. Que Dios te castigue si me ocultas algo de cuanto te ha dicho».
18 Samuel le dio a conocer entonces todas las palabras sin ocultarle nada. Elí dijo: «Es el Señor, haga lo que le parezca bien».
19 Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras.
20 Todo Israel, desde Dan a Berseba, supo que Samuel era un auténtico profeta del Señor.
21 El Señor continuó manifestándose en Siló, pues allí era donde el Señor se revelaba a Samuel, por medio de su palabra.
1 La palabra de Samuel llegó a todo el país. Por entonces salió Israel a la guerra contra los filisteos y acamparon en Ebenézer, mientras los filisteos acamparon en Afec.
2 Los filisteos formaron frente a Israel, la batalla se extendió e Israel fue derrotado por los filisteos. Abatieron en el campo unos cuatro mil hombres de la formación.
3 Cuando la tropa volvió al campamento, dijeron los ancianos de Israel: «¿Por qué nos ha derrotado hoy el Señor frente a los filisteos? Traigamos de Siló el Arca de la Alianza del Señor. Que venga entre nosotros y nos salve de la mano de nuestros enemigos».
4 El pueblo envió gente a Siló para que trajeran de allí el Arca de la Alianza del Señor del universo, que se sienta sobre querubines. Allí, junto al Arca de la Alianza de Dios, se encontraban Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí.
5 Cuando el Arca de la Alianza del Señor llegó al campamento, todo Israel prorrumpió en un gran alarido y la tierra se estremeció.
6 Los filisteos oyeron la voz del alarido, y se preguntaron: «¿Qué es ese gran alarido en el campamento de los hebreos?». Y supieron que el Arca del Señor había llegado al campamento.
7 Los filisteos se sintieron atemorizados y dijeron: «Dios ha venido al campamento». Después gritaron: «¡Ay de nosotros!, nada parecido nos había ocurrido antes.
8 ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de estos poderosos dioses? Estos son los dioses que golpearon a Egipto con todo tipo de plagas en el desierto.
9 Filisteos, cobrad fuerzas y portaos como hombres, para que no tengáis que servir a los hebreos, como os han servido a vosotros. Portaos como hombres y luchad».
10 Los filisteos lucharon e Israel fue derrotado. Cada uno huyó a su tienda. Fue una gran derrota: cayeron treinta mil infantes de Israel.
11 El Arca de Dios fue apresada y murieron Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí.
12 Un benjaminita corrió desde el frente de batalla y llegó a Siló aquel mismo día con los vestidos rasgados y tierra en la cabeza.
13 Cuando llegó, Elí se encontraba sentado en su sitial, expectante al borde del camino. Su corazón estaba inquieto por el Arca de Dios. Llegó el hombre a dar la noticia a la ciudad y toda ella se llenó de lamentos.
14 Elí oyó el griterío y preguntó: «¿Qué significa ese alboroto?». El hombre se acercó apresuradamente a Elí y le dio la noticia.
15 Elí tenía noventa y ocho años, sus ojos estaban ciegos y no podía ver.
16 El hombre le dijo: «Vengo del frente de batalla, de donde tuve que huir hoy». Elí le preguntó: «¿Qué ha sucedido, hijo mío?».
17 El mensajero le respondió: «Israel ha huido ante los filisteos, y además ha habido una gran mortandad entre el pueblo. También murieron tus dos hijos Jofní y Pinjás, e incluso el Arca de Dios fue apresada».
18 En cuanto mencionó el Arca de Dios, Elí cayó de su sitial hacia atrás contra un lado de la puerta, se partió la nuca y murió, porque el hombre era anciano y pesado. Había juzgado a Israel cuarenta años.
19 Su nuera, la esposa de Pinjás, estaba encinta, a punto de dar a luz. Cuando oyó la noticia del apresamiento del Arca de Dios y que habían muerto su suegro y su marido, se puso de cuclillas y dio a luz, pues le sobrevinieron los espasmos.
20 Estando así a punto de morir, le dijeron las que estaban junto a ella: «No temas, has dado a luz un hijo». Pero ella no respondió ni prestó atención.
21 Al niño lo llamó Icabod, pues se dijo: «Ha sido desterrada la gloria de Israel», en alusión al apresamiento del Arca de Dios, a su suegro y a su esposo.
22 Repetía: «Ha sido desterrada la gloria de Israel, porque han apresado el Arca de Dios».
1 Los filisteos apresaron el Arca de Dios y la condujeron de Ebenézer a Asdod.
2 Cogieron después el Arca de Dios, la introdujeron en el templo de Dagón y la instalaron a su lado.
3 A la mañana siguiente, los habitantes de Asdod se levantaron temprano y encontraron a Dagón caído de bruces en tierra ante el Arca del Señor. Lo recogieron y lo volvieron a poner en su sitio.
4 A la mañana siguiente se levantaron y encontraron nuevamente a Dagón caído de bruces en tierra ante el Arca del Señor. Su cabeza y las palmas de las manos estaban cortadas junto al umbral. No quedaba de él más que un poco.
5 Por eso los sacerdotes y cuantos entran en el templo de Dagón en Asdod no pisan el umbral hasta el día de hoy.
6 La mano del Señor cargó sobre los habitantes de Asdod y los asoló, hiriendo con tumores a Asdod y su entorno.
7 Al ver lo que sucedía, las gentes de Asdod dijeron: «No siga entre nosotros el Arca del Dios de Israel, pues su mano carga duramente sobre nosotros y sobre nuestro dios Dagón».
8 Convocaron a todos los príncipes de los filisteos, y les preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer con el Arca del Dios de Israel?». Respondieron: «Sea trasladada a Gat». Y trasladaron el Arca del Dios de Israel.
9 Una vez trasladada el Arca, la mano del Señor causó un pánico enorme en la ciudad. Hirió a sus gentes, desde el pequeño al grande, y les salieron tumores.
10 Entonces enviaron el Arca de Dios a Ecrón. Pero, cuando llegó a Ecrón, los ecronitas gritaron: «Nos han traído el Arca del Dios de Israel, para hacernos morir a nosotros y a nuestro pueblo».
11 Convocaron a todos los príncipes de los filisteos y les dijeron: «Despedid el Arca del Dios de Israel y torne a su lugar, para que no nos mate a nosotros y a nuestro pueblo». Había un pánico mortal en toda la ciudad, porque la mano de Dios se había hecho allí muy pesada.
12 A los que no morían les salían tumores y el clamor de la ciudad subía hasta el cielo.
1 El Arca del Señor estuvo siete meses en territorio filisteo.
2 Los filisteos llamaron a los sacerdotes y a los adivinos para consultarles: «¿Qué hemos de hacer con el Arca del Señor? Indicadnos cómo la hemos de mandar a su sitio».
3 Respondieron: «Si decidís devolver el Arca del Dios de Israel, no la mandéis de vacío, sino enviad con ella una compensación. Entonces sanaréis y se os descubrirá por qué no se apartaba su mano de vosotros».
4 Preguntaron: «¿Qué compensación hemos de enviar?». Respondieron: «Cinco tumores de oro y cinco ratones de oro, según el número de príncipes filisteos, porque una misma plaga les afecta a todos ellos y a vuestros príncipes.
5 Haréis, pues, figuras de vuestros tumores y figuras de los ratones, que devastan vuestro país. Así daréis gloria al Dios de Israel. Quizá aparte su mano de vosotros, de vuestros dioses y de vuestro país.
6 ¿Por qué habréis de endurecer vuestro corazón, como endurecieron su corazón los egipcios y el faraón? ¿No permitieron que se marcharan, cuando los dejó maltrechos?
7 Así pues, haced un carro nuevo y coged dos vacas que estén criando, a las que no se les haya puesto el yugo. Uncid las vacas al carro y encerrad en la cuadra los terneros que van tras ellas.
8 Coged luego el Arca del Señor y depositadla en el carro. En cuanto a los objetos de oro que enviéis como compensación, ponedlos en un cofre a su lado. Despedidla y que se marche.
9 Observad con atención: si sube a Bet Semes, camino de su territorio, es él quien nos ha causado esta gran desgracia. En caso contrario, sabremos que no nos ha golpeado su mano. Lo que nos ha ocurrido sería fruto de la casualidad».
10 Así lo hicieron. Cogieron dos vacas que estaban criando, las uncieron al carro, y a sus terneros los encerraron en la cuadra.
11 Depositaron el Arca del Señor en el carro, así como el cofre con los ratones de oro y las figuras de sus tumores.
12 Las vacas se encaminaron derechas por el camino de Bet Semes. Siguieron por la misma calzada mugiendo, sin apartarse a izquierda o derecha. Los príncipes de los filisteos fueron tras ellas hasta el término de Bet Semes.
13 Los de Bet Semes se encontraban segando la mies del trigo en el valle. Cuando alzaron sus ojos y vieron el Arca, se llenaron de alegría.
14 El carro llegó al campo de Josué el de Bet Semes, donde había una gran piedra, y se paró allí mismo. Entonces trocearon las maderas del carro, y ofrecieron las vacas en holocausto al Señor.
15 Los levitas bajaron el Arca del Señor y el cofre que había a su lado, en el que se encontraban los objetos de oro, y los depositaron sobre la gran piedra. Aquel día, las gentes de Bet Semes ofrecieron holocaustos e hicieron sacrificios al Señor.
16 Lo vieron los cinco príncipes filisteos, y se volvieron a Ecrón el mismo día.
17 Estos son los tumores de oro que los filisteos enviaron como compensación al Señor: uno por Asdod, uno por Gaza, uno por Ascalón, uno por Gat, uno por Ecrón.
18 Los ratones de oro eran también conforme al número de las ciudades filisteas de los cinco príncipes, desde la ciudad fortificada hasta el pueblo sin muralla. La gran piedra sobre la que colocaron el Arca del Señor se encuentra hasta el día de hoy en el campo de Josué, el de Bet Semes.
19 El Señor hirió a las gentes de Bet Semes, porque habían curioseado el Arca del Señor, matando a setenta hombres. Y el pueblo hizo duelo, pues el Señor los había golpeado con un gran castigo.
20 Las gentes de Bet Semes exclamaron: «¿Quién puede permanecer ante el Señor, este Dios santo? ¿Y adónde tendría que ir cuando se aleje de nosotros?».
21 Entonces despacharon mensajeros a los habitantes de Quiriat Yearín, para decirles: «Los filisteos han devuelto el Arca del Señor. Bajad y subidla con vosotros».
1 Vinieron las gentes de Quiriat Yearín y subieron el Arca del Señor. La llevaron a la casa de Abinadab, en la colina, y consagraron a su hijo Eleazar, para que custodiara el Arca del Señor.
2 Pasó mucho tiempo, desde que el Arca se hubo asentado en Quiriat Yearín, unos veinte años. Toda la casa de Israel suspiraba por el Señor.
3 Entonces Samuel habló a toda la casa de Israel: «Si queréis convertiros de todo corazón al Señor, retirad de vosotros los dioses extranjeros y las astartés, disponed vuestro corazón hacia el Señor, servidle solo a él, y él os librará de la mano de los filisteos».
4 Los hijos de Israel retiraron los baales y las astartés, y sirvieron solo al Señor.
5 Samuel ordenó: «Reunid a todo Israel en Mispá e intercederé por vosotros ante el Señor».
6 Se reunieron en Mispá, sacaron agua y la derramaron ante el Señor. Ayunaron aquel día y dijeron allí mismo: «Hemos pecado contra el Señor». Samuel juzgó a los hijos de Israel en Mispá.
7 Al oír los filisteos que los hijos de Israel se habían reunido en Mispá, sus príncipes subieron contra Israel. Cuando se enteraron los hijos de Israel, les entró miedo de los filisteos.
8 Y dijeron a Samuel: «No dejes de invocar por nosotros al Señor, nuestro Dios, para que nos salve de la mano de los filisteos».
9 Samuel tomó un cordero lechal y lo ofreció íntegro en holocausto al Señor. Invocó al Señor en favor de Israel, y el Señor le escuchó.
10 Mientras Samuel ofrecía el holocausto, los filisteos trabaron batalla con Israel. Pero el Señor hizo tronar aquel día con gran estruendo sobre los filisteos, aterrorizándolos, e Israel los derrotó.
11 Los israelitas salieron de Mispá en persecución de los filisteos. Los batieron hasta más allá de Bet Car.
12 Samuel cogió una piedra, la colocó entre Mispá y Sen, y le dio el nombre de Ebenézer, diciendo: «Hasta aquí nos ha socorrido el Señor».
13 Los filisteos quedaron sometidos y no volvieron a entrar en el territorio de Israel. La mano del Señor se dejó sentir con dureza sobre los filisteos mientras vivió Samuel.
14 Tornaron entonces a Israel las ciudades que los filisteos le habían arrebatado, desde Ecrón hasta Gat. E Israel recuperó el territorio en poder de los filisteos. Hubo paz entre Israel y el amorreo.
15 Samuel juzgó a Israel hasta su muerte.
16 Cada año recorría Betel, Guilgal y Mispá, juzgando a Israel en todos esos lugares.
17 Volvía luego a Ramá, donde tenía su casa. Allí juzgaba a Israel y allí edificó un altar al Señor.
1 Cuando Samuel se hizo anciano, nombró a sus hijos jueces de Israel.
2 Su hijo primogénito se llamaba Joel y el segundo, Abías. Ejercieron de jueces en Berseba.
3 Ahora bien, sus hijos no siguieron sus caminos. Tendieron al lucro, aceptando regalos y torciendo el derecho.
4 Se reunieron todos los ancianos de Israel y fueron a Ramá, donde estaba Samuel.
5 Le dijeron: «Tú eres ya un anciano y tus hijos no siguen tus caminos. Nómbranos, por tanto, un rey, para que nos gobierne, como se hace en todas las naciones».
6 A Samuel le pareció mal que hubieran dicho: «Danos un rey, para que nos gobierne». Y oró al Señor.
7 El Señor dijo a Samuel: «Escucha la voz del pueblo en todo cuanto te digan. No es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que no reine sobre ellos.
8 Según han actuado, desde el día que los hice subir de Egipto hasta hoy, abandonándome y sirviendo a otros dioses, así hacen también contigo.
9 Escucha, pues, su voz. Pero adviérteles con claridad y exponles el derecho del rey que reinará sobre ellos».
10 Samuel transmitió todas las palabras del Señor al pueblo, que le había pedido un rey.
11 Samuel explicó: «Este es el derecho del rey que reinará sobre vosotros: se llevará a vuestros hijos para destinarlos a su carroza y a su caballería, y correrán delante de su carroza.
12 Los destinará a ser jefes de mil o jefes de cincuenta, a arar su labrantío y segar su mies, a fabricar sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros.
13 Tomará a vuestras hijas para perfumistas, cocineras y panaderas.
14 Se apoderará de vuestros mejores campos, viñas y olivares, para dárselos a sus servidores.
15 Cobrará el diezmo de vuestros olivares y viñas, para dárselo a sus eunucos y servidores.
16 Se llevará a vuestros mejores servidores, siervas y jóvenes, así como vuestros asnos, para emplearlos en sus trabajos.
17 Cobrará el diezmo de vuestro ganado menor, y vosotros os convertiréis en esclavos suyos.
18 Aquel día os quejaréis a causa del rey que os habéis escogido. Pero el Señor no os responderá».
19 El pueblo se negó a hacer caso a Samuel y contestó: «No importa. Queremos que haya un rey sobre nosotros.
20 Así seremos como todos los otros pueblos. Nuestro rey nos gobernará, irá al frente y conducirá nuestras guerras».
21 Samuel oyó todas las palabras del pueblo y las transmitió a oídos del Señor.
22 El Señor dijo a Samuel: «Escucha su voz y nómbrales un rey». Samuel ordenó a las gentes de Israel: «Vuelva cada cual a su ciudad».
1 Había un hombre de Benjamín, de nombre Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorat, hijo de Afij, hijo de un benjaminita. Era un hombre de buena posición.
2 Tenía un hijo llamado Saúl, fornido y apuesto. No había entre los hijos de Israel nadie mejor que él. De hombros para arriba, sobrepasaba a todo el pueblo.
3 Las borricas de Quis, padre de Saúl, se habían extraviado; por ello ordenó a su hijo: «Toma contigo a uno de los criados, ponte en camino y vete a buscar las borricas».
4 Atravesaron la montaña de Efraín y recorrieron la comarca de Salisá, sin encontrarlas. Atravesaron la comarca de Saalín y el territorio benjaminita, pero no dieron con ellas.
5 Al llegar a la comarca de Suf, Saúl dijo al criado que estaba con él: «Vamos a volvernos, no sea que mi padre deje de ocuparse de las borricas y esté inquieto por nosotros».
6 Le contestó el criado: «Precisamente hay un hombre de Dios en esta ciudad. Es un hombre estimado; cuanto predice sucede sin falta. Vayamos allá. Quizá nos aclare algo respecto al viaje que estamos haciendo».
7 Saúl le dijo: «Vamos, pues. Pero ¿qué llevaremos a ese hombre? Porque se ha agotado el pan de los zurrones y no tenemos nada que llevar como obsequio al hombre de Dios. ¿Qué nos queda?».
8 El criado volvió a decirle: «Tengo en mi poder unos tres gramos de plata. Se lo daré al hombre de Dios, para que nos aclare algo acerca del viaje».
9 (Antiguamente, en Israel, la persona que iba a consultar a Dios decía: «Vamos a ver al vidente». Pues al profeta de hoy se le llamaba entonces vidente).
10 Saúl dijo al criado: «Tu propuesta es acertada. Hala, vayamos». Y se encaminaron a la ciudad donde se encontraba el hombre de Dios.
11 Mientras subían la cuesta de la ciudad, encontraron unas jóvenes que salían en busca de agua, y les preguntaron: «¿Está aquí el vidente?».
12 Les respondieron: «Sí, está aquí. Date prisa. Ha venido a la ciudad, porque hoy celebra el pueblo un sacrifico en el altozano.
13 Al entrar en la ciudad, le encontraréis antes de que suba al altozano a comer. El pueblo no se pondrá a comer hasta que llegue, dado que ha de bendecir el sacrificio. Después se pondrán a comer los invitados. Subid ahora y lo encontraréis al momento».
14 Subieron a la ciudad. Y justo al entrar, Samuel salía a su encuentro, para subir al altozano.
15 Un día antes de la llegada de Saúl, el Señor había hecho esta revelación a Samuel:
16 «Mañana a esta hora te enviaré a un hombre de la tierra de Benjamín, para que lo unjas como jefe de mi pueblo Israel. Salvará a mi pueblo de la mano de los filisteos, porque me he fijado en mi pueblo y su grito ha llegado hasta mí».
17 En cuanto Samuel vio a Saúl, el Señor le advirtió: «Ese es el hombre de quien te hablé. Ese gobernará a mi pueblo».
18 Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta, y le dijo: «Haz el favor de indicarme dónde está la casa del vidente».
19 Samuel respondió: «Yo soy el vidente. Sube delante de mí al altozano y comeréis hoy conmigo. Mañana te dejaré marchar y te aclararé cuanto te preocupa.
20 Por lo que se refiere a las borricas que se te extraviaron, hoy hace tres días, no te preocupes por ellas, porque han aparecido. ¿De quién es cuanto hay de preciado en Israel? ¿No es tuyo y de la casa de tu padre?».
21 Saúl respondió: «¿No soy yo benjaminita, de la más pequeña de las tribus de Israel, y mi familia la más pequeña de las familias de la tribu de Benjamín? ¿Por qué me dices eso?».
22 Samuel se llevó con él a Saúl y a su criado, los introdujo en la sala y les dio un puesto a la cabecera de los convidados. Eran unas treinta personas.
23 Samuel advirtió al cocinero: «Sirve la ración que te entregué, de la que te dije: resérvala junto a ti».
24 El cocinero sacó el pernil y la cola y los puso ante Saúl. Samuel le dijo: «Ahí tienes lo que ha quedado: come. Se te reservó para esta ocasión, cuando propuse invitar al pueblo». Saúl comió con Samuel aquel día.
25 Después bajaron del altozano a la ciudad y siguió hablando con Saúl en la azotea.
26 Se levantaron temprano y, al despuntar el alba, Samuel llamó a Saúl a la azotea: «Levántate, quiero despedirte». Se levantó Saúl y salieron fuera los dos, él y Samuel.
27 Cuando bajaban por el extremo de la ciudad, le dijo Samuel: «Manda al criado que pase delante de nosotros. –Y pasó–. Tú, detente un momento; quiero comunicarte una palabra de Dios».
1 Tomó entonces Samuel el frasco del óleo, lo derramó sobre su cabeza y le besó, diciendo: «El Señor te unge como jefe sobre su heredad.
2 Hoy, cuando te vayas de mi lado, encontrarás a dos hombres junto al sepulcro de Raquel, en el término de Benjamín, en Selsaj, que te dirán: “Han aparecido las borricas que saliste a buscar. Tu padre se ha desentendido del asunto de las borricas y está, en cambio, inquieto por vosotros, preguntándose: ¿qué puedo hacer por mi hijo?".
3 Desde allí, seguirás adelante, y cuando llegues a la encina del Tabor, te saldrán al encuentro tres hombres que suben a visitar a Dios en Betel. Uno lleva tres cabritos, el otro tres tortas de pan y el otro un odre de vino.
4 Te saludarán y te darán dos panes que recibirás de su mano.
5 Después llegarás a Guibeá de Dios, donde se encuentra una guarnición filistea. Al entrar en la ciudad, tropezarás con una agrupación de profetas, que bajan del altozano, precedidos de arpas, tambores, flautas y cítaras, todos ellos profetizando.
6 Entonces vendrá sobre ti el espíritu del Señor, profetizarás con ellos y te convertirás en otro hombre.
7 Cuando te sucedan estas señales, haz lo que se te ponga a mano, porque Dios está contigo.
8 Bajarás antes que yo a Guilgal. Yo bajaré luego a tu lado, para ofrecer holocaustos y hacer sacrificios de comunión. Esperarás siete días, hasta que llegue a tu lado para indicarte lo que has de hacer».
9 Al volver la espalda, para alejarse de Samuel, Dios le cambió el corazón, y aquel mismo día se cumplieron todas las señales.
10 Cuando llegaron a Guibeá, salió a su encuentro una agrupación de profetas. Vino sobre él el espíritu de Dios y empezó a profetizar entre ellos.
11 Todos cuantos le conocían de antes vieron que estaba profetizando con los profetas, y se comentó entre el pueblo: «¿Qué le ha sucedido al hijo de Quis? ¿También Saúl está entre los profetas?».
12 Uno de allí replicó: «¿Quién es su padre?». De modo que se hizo proverbial: «¿También Saúl entre los profetas?».
13 Al acabar de profetizar, llegó al altozano.
14 El tío de Saúl les preguntó a él y a su criado: «¿Adónde habéis ido?». Respondió: «A buscar las borricas. Pero no vimos nada y fuimos adonde estaba Samuel».
15 Su tío le dijo: «Cuéntame, por favor, lo que os dijo Samuel».
16 Saúl le respondió: «Nos indicó que las borricas habían aparecido». Pero no le contó nada de lo que le había dicho Samuel respecto a la realeza.
17 Samuel convocó al pueblo ante el Señor en Mispá.
18 Y dijo a los hijos de Israel: «Así dice el Señor, Dios de Israel: yo hice subir a Israel de Egipto y os libré del poder de los egipcios y del poder de todos los reinos que os oprimían.
19 Pero vosotros habéis rechazado hoy a vuestro Dios, el que os salvó de todos vuestros males y aflicciones, y le habéis dicho: designa un rey sobre nosotros. Pues bien, presentaos ante el Señor, según vuestras tribus y familias».
20 Samuel hizo que se acercaran todas las tribus de Israel y le tocó la suerte a la tribu de Benjamín.
21 Mandó acercarse a la tribu de Benjamín, según sus familias, y le tocó la suerte a la familia de Matrí. Finalmente, le tocó la suerte a Saúl, hijo de Quis. Lo buscaron, pero no apareció.
22 Consultaron de nuevo al Señor: «¿Va a venir aquí ese hombre?». El Señor respondió: «Está escondido entre el bagaje».
23 Corrieron a sacarlo de allí, y compareció en medio del pueblo. Sobrepasaba a todos los del pueblo del hombro para arriba.
24 Samuel dijo entonces al pueblo: «Estáis viendo al que os ha escogido el Señor. No hay como él en todo el pueblo». Todos aclamaron: «Viva el rey».
25 Samuel expuso al pueblo el derecho de la monarquía, lo escribió en un libro y lo depositó ante el Señor. Despidió luego a la gente, cada cual a su casa.
26 También Saúl se marchó a su casa de Guibeá. Con él fueron los valientes a quienes Dios había tocado el corazón.
27 Sin embargo, algunos desalmados dijeron: «¿De qué va a salvarnos este?». Lo menospreciaron y no le presentaron regalo alguno. Saúl hizo como que no oía.
1 Najas, el amonita, subió y acampó contra Yabés de Galaad. Los de Yabés propusieron entonces a Najas: «Haz un pacto con nosotros y te serviremos».
2 Respondió Najas, el amonita: «Pactaré con vosotros con la condición de sacaros a todos el ojo derecho. Lo convertiré en escarnio para todo Israel».
3 Los ancianos de Yabés contestaron: «Concédenos siete días, para que podamos enviar mensajeros a todo el territorio de Israel. Si no encontramos quien nos salve, nos rendiremos a ti».
4 Llegaron los mensajeros a Guibeá de Saúl y repitieron el mensaje ante el pueblo. Y todos alzaron la voz y rompieron a llorar.
5 Saúl, que llegaba entonces del campo tras los bueyes, preguntó: «¿Qué le ocurre al pueblo para estar llorando?». Y le contaron el mensaje de la gente de Yabés.
6 Al oír aquellas palabras, vino sobre él el espíritu de Dios y estalló en cólera.
7 Tomó la pareja de bueyes y la hizo pedazos. Y repartiéndolos por todo el territorio de Israel por medio de mensajeros, hizo saber: «Así se hará a los bueyes de los que no sigan a Saúl y Samuel». El temor del Señor cayó entonces sobre el pueblo, de modo que salieron como un solo hombre.
8 Pasó revista en Bezec, resultando ser trescientos mil los hijos de Israel y treinta mil los judaítas.
9 Luego encargó a los mensajeros que habían venido: «Así habréis de decir a las gentes de Yabés de Galaad: mañana os llegará el auxilio al calentar el sol». Llegaron los mensajeros y se lo comunicaron a las gentes de Galaad, que se llenaron de alegría.
10 Los de Yabés le dijeron a Najas: «Mañana saldremos hacia vosotros y podréis hacernos lo que mejor os parezca».
11 A la mañana siguiente dispuso Saúl al pueblo en tres grupos, que penetraron en el campamento de madrugada y batieron a los amonitas hasta que calentó el día. Los supervivientes se desperdigaron, de modo que no quedaron dos juntos.
12 El pueblo dijo a Samuel: «¿Quién es el que decía: “ ¿Saúl va a reinar entre nosotros?". Entregadnos a esos hombres para matarlos».
13 Pero Saúl respondió: «Nadie ha de morir, porque el Señor ha salvado hoy a Israel».
14 Samuel dijo al pueblo: «Hala, vayamos a Guilgal. Allí instauraremos la monarquía».
15 El pueblo marchó a Guilgal. Y en Guilgal proclamaron rey a Saúl en presencia del Señor. Allí mismo ofrecieron sacrificios pacíficos al Señor. Saúl y todas las gentes de Israel desbordaban de alegría.
1 Luego les dijo: «Ya veis que os hice caso en todo cuanto me pedisteis, y os he nombrado un rey.
2 Desde ahora el rey os guiará. Yo estoy viejo y encanecido, y mis hijos están con vosotros. He caminado ante vosotros desde mi juventud hasta el día de hoy.
3 Aquí estoy. Declarad contra mí ante el Señor y ante su ungido. ¿A quién he tomado el buey o a quién el asno? ¿A quién he oprimido o a quién he hecho mal? ¿De quién he aceptado soborno para hacer la vista gorda a su caso? Yo os lo restituiré».
4 Respondieron: «No nos has oprimido, ni nos has maltratado, ni has aceptado nada de nadie».
5 Les dijo: «El Señor y su ungido sean hoy testigos contra vosotros de que no habéis encontrado nada en mi mano». Respondieron: «Sean testigos».
6 Samuel siguió diciendo al pueblo: «Testigo sea el Señor, que actuó con Moisés y Aarón, que hizo subir a vuestros padres de la tierra de Egipto.
7 Y ahora, compareced, pues quiero pleitear con vosotros ante el Señor recordándoos todos los beneficios que el Señor os ha hecho a vosotros y a vuestros padres.
8 Cuando llegó Jacob a Egipto y más tarde vuestros padres clamaron al Señor, el Señor envió a Moisés y a Aarón, que hicieron salir a vuestros padres de Egipto y los introdujeron en este lugar.
9 Ellos olvidaron después al Señor, vuestro Dios, que los entregó en manos de Sísara, jefe del ejército de Jasor, y en manos de los filisteos y del rey de Moab, y lucharon contra ellos.
10 Entonces clamaron al Señor: “Hemos pecado abandonando al Señor y sirviendo a los baales y a las astartés. Pero ahora, líbranos de las manos de nuestros enemigos y te serviremos".
11 Envió entonces el Señor a Jerubaal, a Bedán, a Jefté y a Samuel. Y os libró de los enemigos de alrededor y pudisteis vivir tranquilos.
12 Y con todo esto, al ver venir contra vosotros a Najas, rey de los amonitas, me pedisteis que os gobernara un rey, siendo así que vuestro rey era el Señor, vuestro Dios.
13 Ahora ved ante vosotros al rey que habéis elegido y habéis pedido. El Señor os ha dado ese rey.
14 Si teméis al Señor, le servís y escucháis su voz sin rebelaros contra sus mandatos, subsistiréis, tanto vosotros como el rey que reine sobre vosotros después del Señor, vuestro Dios.
15 Pero si no escucháis la voz del Señor, y os rebeláis contra sus mandatos, la mano del Señor será dura con vosotros y con vuestros padres.
16 Y ahora, presentaos y contemplad el gran prodigio que el Señor va a realizar ante vuestros ojos.
17 ¿No es hoy la siega del trigo? Voy a invocar al Señor, para que mande truenos y lluvia, y así comprendáis y veáis cuán grande ha sido el pecado que habéis cometido a los ojos del Señor pidiendo un rey para vosotros».
18 Samuel invocó al Señor, y el Señor mandó truenos y lluvia aquel día. Entonces todo el pueblo se sintió atemorizado ante el Señor y ante Samuel.
19 El pueblo pidió a Samuel: «Intercede por tus servidores ante el Señor, tu Dios, para que no muramos. Pues hemos añadido a todos nuestros pecados la maldad de pedirnos un rey».
20 Samuel les contestó: «No temáis. Ciertamente habéis cometido esta maldad. Ahora bien, no os apartéis más del Señor y servidle de todo corazón.
21 No os desviéis siguiendo la nada, que ni aprovecha ni puede librar, pues nada es.
22 El Señor, en cambio, no abandonará a su pueblo en consideración a su gran nombre, porque se decidió a haceros su pueblo.
23 Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor, dejando de interceder por vosotros y de enseñaros el camino del bien y la rectitud.
24 Temed solo al Señor y servidle sinceramente, con todo vuestro corazón, pues habéis visto lo mucho que ha hecho ante vosotros.
25 Pero, si os obstináis en obrar mal, pereceréis tanto vosotros como vuestro rey».
1 Saúl tenía edad cuando empezó a reinar, y reinó dos años sobre Israel.
2 Escogió para sí tres mil hombres de Israel. Dos mil estaban con Saúl en Micmás y en la montaña de Betel, y mil estaban con Jonatán en Guibeá de Benjamín. Al resto del pueblo lo despidió, cada cual a su tienda.
3 Jonatán derrotó a la guarnición filistea que había en Guibeá y los filisteos se enteraron. Saúl hizo sonar el cuerno por todo el país, pregonando: «Que lo oigan los hebreos».
4 Todo Israel oyó proclamar: «Saúl ha derrotado a la guarnición filistea y, por ello, Israel se les ha hecho odioso». El pueblo se movilizó tras Saúl en Guilgal.
5 Los filisteos se reunieron para luchar contra Israel: treinta mil carros, seis mil jinetes y una tropa numerosa como la arena de la orilla del mar. Subieron y acamparon en Micmás, a oriente de Betavén.
6 Cuando la gente de Israel vio que estaban en aprieto y que el pueblo era maltratado, se escondieron en cuevas, agujeros, roquedales, fosas y cisternas.
7 Los hebreos atravesaron el Jordán hacia la tierra de Gad y Galaad.
Saúl se encontraba todavía en Guilgal, mientras el pueblo que le seguía estaba atemorizado.
8 Esperó siete días, conforme al plazo fijado por Samuel, pero este no acababa de llegar a Guilgal y el pueblo comenzó a dispersarse de su lado.
9 Entonces dijo Saúl: «Acercadme los animales para el holocausto y los sacrificios pacíficos». Y ofreció el holocausto.
10 Cuando acabó de ofrecer el holocausto, llegó Samuel y Saúl salió a su encuentro, para saludarlo.
11 Samuel preguntó: «¿Qué has hecho?». Saúl respondió: «Como veía que el pueblo se estaba dispersando lejos de mí, que tú no llegabas en el día convenido, y que los filisteos se estaban reuniendo en Micmás,
12 me dije: los filisteos van a bajar ahora contra mí a Guilgal y aún no he aplacado al Señor. Entonces me atreví a ofrecer el holocausto».
13 Samuel le dijo: «Has sido un insensato. No has guardado el mandato que el Señor, tu Dios, te había ordenado. Por ello, aunque el Señor había establecido para siempre tu realeza sobre Israel,
14 esta ya no se mantendrá en pie. El Señor se ha buscado un hombre según su corazón y le ha nombrado jefe sobre su pueblo, porque no has cumplido lo que te ordenó el Señor».
15 Y Samuel se levantó, para subir de Guilgal a Guibeá de Benjamín.
Saúl pasó revista a la tropa que estaba con él, unos seiscientos hombres.
16 Saúl, su hijo Jonatán y su tropa estaban asentados en Guibeá de Benjamín, mientras los filisteos habían acampado en Micmás.
17 La fuerza de choque salió del campamento de los filisteos en tres grupos. El primero se dirigió por el camino de Ofrá hacia la zona de Sual.
18 Otro se dirigió por el camino de Bet Jorón y el tercero tomó el camino de la frontera próxima al valle de los Seboín, hacia el desierto.
19 Por entonces no se encontraba un herrero en todo el territorio de Israel, porque los filisteos habían decidido que los hebreos no fabricaran espadas ni lanzas.
20 Por eso, todo Israel tenía que bajar adonde estaban los filisteos para afilar cada cual su reja de arado, su azada, su hacha y su pico.
21 El precio era unos ocho gramos de plata por las rejas, las azadas, por reforzar con bronce las puntas, por las hachas y arreglar las aguijadas.
22 Y así, el día del combate no se encontró más espada ni lanza en mano de toda la tropa que la de Saúl y la de su hijo Jonatán.
23 Entre tanto, un destacamento de los filisteos salió hacia el paso de Micmás.
1 Cierto día Jonatán, hijo de Saúl, dijo a su joven escudero: «Anda, pasemos hasta la guarnición filistea que se encuentra al otro lado». Pero no informó a su padre.
2 Saúl se encontraba en el extremo de Guibeá, bajo el granado que hay en Migrón, y llevaba consigo unos seiscientos hombres.
3 Ajías, hijo de Ajitub, hermano de Icabod, hijo de Pinjás, hijo de Elí, sacerdote del Señor en Siló, era el que llevaba el efod. El pueblo no sabía que Jonatán se había ido.
4 Entre las gargantas por las que Jonatán buscaba pasar a la guarnición de los filisteos había un saliente rocoso a cada lado: uno se llamaba Bosés y el otro Sene.
5 Uno de los salientes se levantaba al norte, frente a Micmás, y el otro al sur, frente a Guibeá.
6 Jonatán dijo entonces a su joven escudero: «Anda, pasemos hasta la guarnición de esos incircuncisos. Tal vez el Señor actúe en favor nuestro. Pues no le es difícil dar la victoria con muchos o con pocos».
7 El escudero respondió: «Obra en todo según tu corazón. Adelántate, que estoy contigo, según tu deseo».
8 Jonatán dijo: «Vamos a pasar hacia esos hombres y nos dejaremos ver por ellos.
9 Si nos dicen: “Deteneos hasta que lleguemos junto a vosotros", nos quedaremos donde estamos y no subiremos hasta ellos.
10 Pero si nos dicen: “Subid hacia nosotros", subiremos, pues el Señor los ha entregado en nuestras manos. Esta será nuestra señal».
11 Los dos se dejaron ver por la guarnición filistea. Entonces los filisteos comentaron: «Los hebreos salen de los escondrijos donde se habían escondido».
12 Los de la guarnición gritaron a Jonatán y a su escudero: «Subid hasta nosotros para que os enseñemos una cosa». Jonatán dijo entonces a su escudero: «Sube tras de mí, porque el Señor los ha entregado en manos de Israel».
13 Jonatán subió valiéndose de pies y manos y detrás de él su escudero. E iban cayendo los filisteos ante Jonatán, mientras su escudero los remataba.
14 Los hombres que Jonatán y su escudero mataron en este primer golpe fueron unos veinte, en un espacio como la mitad de un campo de labor de una yugada.
15 Cundió el pánico en el campamento, en el campo y en toda la gente. Se sobresaltaron también la guarnición y la fuerza de choque. El país se estremeció y sobrevino un terror de parte de Dios.
16 Los centinelas de Saúl en Guibeá de Benjamín vieron que una multitud de gente iba de acá para allá, presa de agitación.
17 Entonces Saúl ordenó a la gente que estaba con él: «Pasad revista y ved quién de los nuestros se ha marchado». Pasaron revista y no aparecieron ni Jonatán ni su escudero.
18 Saúl mandó a Ajías: «Acerca el Arca de Dios». El Arca de Dios se encontraba entonces con los hijos de Israel.
19 Mientras Saúl estaba hablando al sacerdote, el tumulto en el campamento filisteo fue a más. Saúl ordenó al sacerdote: «Aparta tu mano».
20 Saúl y toda su gente se reagruparon y llegaron al lugar de la refriega. Resulta que la espada de cada uno se había vuelto contra el otro, originándose un desconcierto enorme.
21 Los hebreos que habían estado antes al servicio de los filisteos y los de los alrededores que habían subido con ellos al campamento estaban también con los israelitas de Saúl y Jonatán.
22 Y los hombres de Israel que se habían escondido en la montaña de Efraín, al oír que habían huido los filisteos, también los hostigaron.
23 El Señor salvó aquel día a Israel. La guerra se extendió hasta Betavén.
24 Los hombres de Israel se encontraban extenuados aquel día, porque Saúl había conjurado a la tropa, diciendo: «Maldito el que pruebe bocado antes de que llegue la tarde y me haya vengado de mis enemigos». Y el pueblo no probó bocado.
25 Todo el mundo entró en el bosque y había miel en la superficie del suelo.
26 La tropa entró en el bosque, que destilaba miel. Pero nadie llevó su mano a la boca, porque temían el juramento.
27 Jonatán no había escuchado lo que su padre les había hecho jurar. Alargó el extremo del bastón que tenía en la mano, lo mojó en el panal de miel y se llevó la mano a la boca, mientras sus ojos comenzaron a brillar.
28 Entonces uno de la tropa tomó la palabra y le dijo: «Tu padre ha hecho jurar, diciendo: “Maldito el hombre que pruebe bocado hoy", a pesar de que la tropa estaba desfallecida».
29 Jonatán respondió: «Mi padre ha traído la desgracia al país. Mirad cómo han comenzado a brillar mis ojos por haber probado un poco de esa miel.
30 ¡Cuánto mayor hubiera sido la derrota de los filisteos, si la tropa hubiera comido hoy del botín tomado a sus enemigos!».
31 Aquel día batieron a los filisteos, desde Micmás a Ayalón. Y la tropa, completamente agotada,
32 se lanzó al botín y se apropió de ovejas, vacas y becerros. Los degollaron en tierra y los comían con la sangre.
33 Se lo comunicaron a Saúl: «La tropa está pecando contra el Señor al comer con sangre». Saúl dijo: «Habéis sido infieles. Rodadme hoy una piedra grande».
34 Luego ordenó: «Desperdigaos entre la gente y decidles: “Que cada uno me traiga su toro y su oveja para degollarlos aquí y comerlos sin que pequéis contra el Señor, tomando la sangre"». Cada uno trajo aquella noche el toro que tenía y los degollaron allí mismo.
35 Saúl construyó un altar al Señor. Así empezó a construir altares al Señor.
36 Entonces Saúl propuso: «Bajemos de noche contra los filisteos y saqueémoslos hasta el amanecer, de modo que no quede ni uno». Dijeron: «Haz lo que te parezca bien». El sacerdote ordenó: «Acerquémonos a consultar a Dios».
37 Saúl consultó a Dios: «¿He de bajar contra los filisteos? ¿Los entregarás en manos de Israel?». Pero no le respondió aquel día.
38 Saúl ordenó: «Acercaos acá todos los jefes del pueblo, averiguad y ved quién ha cometido hoy este pecado.
39 Pues vive el Señor, el salvador de Israel, que ese tal morirá ciertamente, aunque se trate de mi hijo Jonatán». Y ninguno del pueblo le replicó.
40 Dijo a todo Israel: «Vosotros estaréis de un lado. Yo y mi hijo Jonatán estaremos del otro lado». El pueblo respondió: «Haz lo que te parezca bien».
41 Entonces dijo Saúl al Señor, Dios de Israel: «¿Por qué no respondes hoy a tu siervo? Si la culpa está en mí o en mi hijo Jonatán, que salga urim; si está en tu pueblo, que salga tumim». Cayó la suerte en Jonatán y Saúl, y el pueblo quedó libre.
42 Saúl dijo: «Echad a suertes entre mi hijo Jonatán y yo». Y le tocó la suerte a Jonatán.
43 Saúl le preguntó: «Dime qué has hecho». Jonatán contestó: «Probé un poco de miel con el extremo del bastón que llevo en mi mano. Aquí estoy dispuesto a morir».
44 Saúl declaró: «Que Dios me castigue, si no mueres sin remisión, Jonatán».
45 Pero el pueblo dijo a Saúl: «¿Va a morir Jonatán, que ha logrado esta gran victoria en Israel? Nada de eso. Vive el Señor que no ha de caer al suelo ni un solo cabello de su cabeza, porque hoy ha obrado con la ayuda de Dios». El pueblo libró a Jonatán y no murió.
46 Saúl dejó de perseguir a los filisteos. Y estos volvieron a su territorio.
47 Cuando Saúl alcanzó el reino sobre Israel, luchó contra todos los enemigos de su alrededor, contra Moab, contra los amonitas, contra Edón, contra los reyes de Soba y contra los filisteos. Y fuera adonde fuera, siempre vencía.
48 Con el uso de la fuerza batió a Amalec y salvó a Israel de manos de los que lo saqueaban.
49 Los hijos de Saúl fueron: Jonatán, Yisví y Malquisúa. Y sus dos hijas se llamaban Merab, la primogénita, y Mical, la pequeña.
50 Su mujer se llamaba Ajinoán, hija de Ajimaas. Y el jefe de su ejército se llamaba Abner, hijo de Ner, tío de Saúl.
51 Quis, el padre de Saúl, y Ner, el padre de Abner, eran hijos de Abiel.
52 La guerra contra los filisteos fue encarnizada en los días de Saúl. En cuanto veía algún hombre valiente y aguerrido, Saúl lo reclutaba para él.
1 Samuel dijo a Saúl: «El Señor me ha enviado a ti, para ungirte rey sobre su pueblo Israel. Escucha las palabras del Señor.
2 Así dice el Señor del universo: “Voy a pedir cuentas a Amalec de lo que hizo a Israel, cerrándole el camino, cuando subía de Egipto.
3 Ve ahora y bate a Amalec. Entregaréis al anatema todo cuanto tiene, sin perdonarlo. Darás muerte a hombres y mujeres, a muchachos, niños de pecho, a vacas y ovejas, a camellos y asnos"».
4 Saúl convocó al pueblo y les pasó revista en Telán: doscientos mil de a pie y diez mil hombres de Judá.
5 Llegó a una ciudad de Amalec y atacó por el torrente.
6 Entonces dijo a los quenitas: «Andad, retiraos, salid de entre los amalecitas, para que no os coja entre ellos. Pues os portasteis lealmente con los hijos de Israel, cuando subían de Egipto». Los quenitas se retiraron de Amalec.
7 Saúl batió luego a Amalec, desde Javila a la entrada de Sur, que está frente a Egipto.
8 Capturó vivo a Agag, rey de Amalec. En cambio, entregó al anatema a todo el pueblo, exterminándolo completamente a filo de espada.
9 Pero Saúl y el pueblo perdonaron a Agag y a lo más selecto de las vacas y de las ovejas, de los segundos partos, de los corderos y todo lo bueno. Y no quisieron entregar al anatema sino los objetos despreciables y de poco valor.
10 El Señor dirigió la palabra a Samuel:
11 «Me arrepiento de haber hecho rey a Saúl, pues me ha dado la espalda y no cumple mis mandatos». Samuel se entristeció e invocó al Señor durante la noche.
12 A la mañana siguiente, madrugó Samuel para ir al encuentro de Saúl. Pero le advirtieron: «Saúl se ha marchado a Carmel donde erigió un monumento, luego ha dado la vuelta, y ha cruzado a Guilgal».
13 Samuel llegó junto a Saúl y le saludó Saúl: «Bendito seas del Señor. He cumplido las órdenes del Señor».
14 Samuel preguntó: «¿Qué significan esos balidos de oveja y esos mugidos de vaca que estoy oyendo?».
15 Saúl respondió: «Los han traído de Amalec. El pueblo ha dejado con vida lo más selecto de las ovejas y vacas, para ofrecerlo en sacrificio al Señor, tu Dios. El resto fue entregado al anatema».
16 Samuel replicó: «Voy a comunicarte lo que me ha manifestado el Señor esta noche». Saúl contestó: «Habla».
17 Samuel siguió diciendo: «¿No es cierto que siendo pequeño a tus ojos eres el jefe de las doce tribus de Israel? El Señor te ha ungido como rey de Israel.
18 El Señor te envió con esta orden: “Ve y entrega al anatema a esos malvados amalecitas y combátelos hasta aniquilarlos".
19 ¿Por qué no has escuchado la orden del Señor, lanzándote sobre el botín, y has obrado mal a sus ojos?».
20 Saúl replicó: «Yo he cumplido la orden del Señor y he hecho la campaña a la que me envió. Traje a Agag, rey de Amalec, y entregué al anatema a Amalec.
21 El pueblo tomó del botín ovejas y vacas, lo más selecto del anatema, para ofrecérselo en sacrifico al Señor, tu Dios, en Guilgal».
22 Samuel exclamó:
«¿Le complacen al Señor los sacrificios y holocaustos
tanto como obedecer su voz?
La obediencia vale más que el sacrificio,
y la docilidad, más que la grasa de carneros.
23 Pues pecado de adivinación es la rebeldía
y la obstinación, mentira de los terafim.
Por haber rechazado la palabra del Señor,
te ha rechazado como rey».
24 Saúl contestó a Samuel: «He pecado, desobedeciendo el mandato del Señor y tus palabras, pero tuve miedo del pueblo y le hice caso.
25 Por favor, perdona mi pecado y ven conmigo para postrarme ante el Señor».
26 Samuel le contestó: «No iré contigo. Has rechazado la palabra del Señor y el Señor te ha rechazado como rey de Israel».
27 Samuel se dio la vuelta para marcharse. Pero Saúl le agarró la orla del manto y este se desgarró.
28 Samuel le dijo: «El Señor te ha arrancado hoy el reino de Israel y lo ha entregado a otro mejor que tú.
29 Y la gloria de Israel ni miente ni se arrepiente, porque no es un hombre para arrepentirse».
30 Saúl contestó: «He pecado. Pero, al menos, hónrame ante los ancianos de mi pueblo y ante Israel, y ven conmigo, para postrarme ante el Señor, tu Dios».
31 Samuel fue con Saúl y este se postró ante el Señor.
32 Samuel ordenó: «Acercadme a Agag, rey de Amalec». Agag se acercó confiado, mientras se decía: «Se ha alejado la amargura de la muerte».
33 Samuel le dijo: «Lo mismo que tu espada dejó a mujeres sin hijos, así quedará tu madre sin hijos entre ellas». Y Samuel descuartizó a Agag en presencia del Señor, en Guilgal.
34 Luego marchó a Ramá y Saúl subió a su casa, a Guibeá de Saúl.
35 Samuel no volvió a ver a Saúl, hasta el día de su muerte. Pero sufría por él, porque el Señor se había arrepentido de haber constituido a Saúl como rey sobre Israel.
1 El Señor dijo a Samuel: «¿Hasta cuándo vas a estar sufriendo por Saúl, cuando soy yo el que lo he rechazado como rey sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y ponte en camino. Te envío a casa de Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí».
2 Samuel respondió: «¿Cómo voy a ir? Si lo oye Saúl, me mata». El Señor respondió: «Llevas de la mano una novilla y dices que has venido a ofrecer un sacrificio al Señor.
3 Invitarás a Jesé al sacrificio y yo te indicaré lo que has de hacer. Me ungirás al que te señale».
4 Samuel hizo lo que le había ordenado el Señor. Una vez llegado a Belén, los ancianos de la ciudad salieron temblorosos a su encuentro. Preguntaron: «¿Es de paz tu venida?».
5 Respondió: «Sí. He venido para ofrecer un sacrifico al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio». Purificó a Jesé y a sus hijos, y los invitó al sacrificio.
6 Cuando estos llegaron, vio a Eliab y se dijo: «Seguro que está su ungido ante el Señor».
7 Pero el Señor dijo a Samuel: «No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón».
8 Jesé llamó a Abinadab y lo presentó a Samuel, pero le dijo: «Tampoco a este lo ha elegido el Señor».
9 Jesé presentó a Samá. Y Samuel dijo: «El Señor tampoco ha elegido a este».
10 Jesé presentó a sus siete hijos ante Samuel. Pero Samuel dijo a Jesé: «El Señor no ha elegido a estos».
11 Entonces Samuel preguntó a Jesé: «¿No hay más muchachos?». Y le respondió: «Todavía queda el menor, que está pastoreando el rebaño». Samuel le dijo: «Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa, mientras no venga».
12 Jesé mandó a por él y lo hizo venir. Era rubio, de hermosos ojos y buena presencia. El Señor dijo a Samuel: «Levántate y úngelo de parte del Señor, pues es este».
13 Samuel cogió el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espíritu del Señor vino sobre David desde aquel día en adelante. Samuel emprendió luego el camino de Ramá.
14 El espíritu del Señor se retiró de Saúl. Y un mal espíritu comenzó a atormentarlo por mandato del Señor.
15 Los servidores de Saúl le dijeron: «Vemos cómo te está atormentando un mal espíritu de Dios.
16 Ordene nuestro señor a sus servidores buscar un hombre que sepa tañer la cítara. Y cuando venga sobre ti el mal espíritu de Dios, tañerá con su mano y te vendrá bien».
17 Saúl ordenó a sus servidores: «Buscadme un hombre diestro en el tañer y traédmelo».
18 Uno de los criados dijo: «Conozco a un hijo de Jesé, el de Belén, que sabe tañer; además es fuerte, valiente y hombre de guerra, juicioso en el hablar y de buena presencia. El Señor está con él».
19 Saúl despachó mensajeros a Jesé, para que le dijesen: «Envíame a tu hijo David, que anda con el rebaño».
20 Jesé preparó un asno cargado de pan, un odre de vino y un cabrito, y se lo envió a Saúl con su hijo David.
21 David llegó adonde estaba Saúl y se puso a su servicio. Este llegó a estimarle mucho y le hizo su escudero.
22 Saúl mandó entonces a decirle a Jesé: «Permite que David se quede a mi lado, porque ha encontrado gracia a mis ojos».
23 Y cuando venía el espíritu de Dios sobre Saúl, cogía David la cítara y tañía con su mano. Saúl se calmaba, quedaba tranquilo y el mal espíritu se retiraba de él.
1 Los filisteos reunieron sus tropas para la guerra. Se juntaron en Soco de Judá y acamparon entre Soco y Azeca, en Efes Damín.
2 Saúl y los hombres de Israel se reunieron, y acamparon en el valle del Terebinto. Y formaron en orden de batalla frente a los filisteos.
3 Los filisteos se encontraban a un lado de la montaña e Israel al otro lado, con un valle entre ellos.
4 De las huestes filisteas salió entonces un guerrero. Se llamaba Goliat, era de Gat y medía unos tres metros.
5 Llevaba un yelmo de bronce en la cabeza y vestía una coraza de escamas de bronce que pesaba unos sesenta kilos.
6 Llevaba grebas de bronce en las piernas y una jabalina de bronce en la espalda.
7 El asta de la lanza era semejante a un enjullo de tejedor, y su punta de hierro pesaba unos seis kilos. El escudero caminaba delante de él.
8 Goliat se puso en pie y gritó a los escuadrones de Israel: «¿Por qué salís en orden de batalla? ¿No soy yo un filisteo y vosotros servidores de Saúl? Escoged a uno de vosotros para bajar contra mí.
9 Si puede conmigo en el combate y me mata, seremos vuestros esclavos. Pero, si yo puedo con él y lo mato, seréis nuestros esclavos y nos serviréis».
10 Y añadió: «Hoy he avergonzado a los batallones de Israel con mi desafío. Dadme un hombre, para luchar cuerpo a cuerpo».
11 Cuando Saúl y todo Israel oyeron las palabras del filisteo, quedaron consternados y con mucho miedo.
12 David era hijo de un efrateo de Belén de Judá, llamado Jesé, que tenía ocho hijos. Ese hombre era en tiempos de Saúl un anciano, un notable entre la población.
13 Los tres hijos mayores de Jesé habían seguido a Saúl a la guerra. El primogénito se llamaba Eliab, el segundo, Abinadab, y el tercero, Samá.
14 David era el menor. Los tres mayores habían seguido a Saúl.
15 David iba y venía de junto a Saúl para pastorear el rebaño de su padre en Belén.
16 El filisteo se adelantaba mañana y tarde; y así llevaba presentándose cuarenta días.
17 Jesé dijo a su hijo David: «Toma cuarenta y cinco kilos de grano tostado y estos diez panes para tus hermanos, y ve rápido al campamento donde se encuentran.
18 Lleva también estos diez quesos al jefe de mil. Infórmate del estado de tus hermanos y toma su recibo.
19 Saúl, ellos y todos los hijos de Israel se encuentran en el valle del Terebinto luchando contra los filisteos».
20 David se levantó temprano, encomendó el rebaño al pastor, cogió la carga y se puso en camino, como le había ordenado Jesé. Llegó al cerco, cuando el ejército salía en formación, lanzando el alarido de guerra.
21 Israel y los filisteos formaron, escuadrón frente a escuadrón.
22 David dejó un guardián a cargo del bagaje que traía en su mano y se acercó corriendo al escuadrón. Al llegar, saludó a sus hermanos.
23 Estaba hablando con ellos, cuando el retador, de nombre Goliat, de Gat, subía de los escuadrones filisteos. Pronunció aquellas palabras, de modo que David las escuchó.
24 Al ver a aquel hombre, todos los israelitas huyeron de su presencia muy aterrados.
25 Uno dijo: «¿Habéis visto a ese hombre que sube? Ha subido a retar a Israel. El rey colmará de riquezas a quien le mate, le dará como esposa a su hija y eximirá de impuestos a la casa de su padre en Israel».
26 David preguntó a los que estaban a su lado: «¿Qué le harán a quien mate a ese filisteo y haga desaparecer tal afrenta de Israel? ¿Porque quién es ese filisteo incircunciso para insultar a los escuadrones del Dios vivo?».
27 Los soldados le respondieron con las mismas palabras: «Así harán a quien lo mate».
28 Su hermano mayor Eliab le oyó hablar con los soldados. Se enardeció de ira contra David y le dijo: «¿A qué has venido aquí y a quién has confiado aquel pequeño rebaño en el desierto? Conozco tu arrogancia y la malicia de tu corazón. Bajaste a ver la batalla».
29 David respondió: «¿Pero qué he hecho yo ahora? Una simple pregunta».
30 Y se apartó de su lado, dirigiéndose a otro. Preguntó lo mismo y los soldados le respondieron igual que antes.
31 Las palabras de David tuvieron eco. Se lo comunicaron a Saúl y lo mandó llamar.
32 David dijo a Saúl: «Que no desmaye el corazón de nadie por causa de ese hombre. Tu siervo irá a luchar contra ese filisteo».
33 Pero Saúl respondió: «No puedes ir a luchar con ese filisteo. Tú eres todavía un joven y él es un guerrero desde su mocedad».
34 David replicó a Saúl: «Cuando tu siervo pastoreaba el rebaño de su padre, si venía el león o el oso y se llevaba una oveja del hato,
35 yo corría tras él, lo golpeaba y la rescataba de sus fauces. Y si me atacaba, lo agarraba por la melena y lo mataba a golpes.
36 Tu siervo ha matado osos y leones. Ese filisteo incircunciso va a ser como uno de ellos, porque ha insultado a los escuadrones del Dios vivo».
37 David añadió: «El Señor, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará también de la mano de ese filisteo». Entonces Saúl le dijo: «Vete, y que el Señor esté contigo».
38 Saúl ordenó armar a David con su propia armadura. Le puso el yelmo de bronce en la cabeza y lo revistió con la coraza.
39 Después le ciñó su propia espada sobre la armadura. David intentó caminar así, pero no estaba acostumbrado. Le dijo a Saúl: «No puedo caminar así, porque no estoy acostumbrado». Y se despojó de ellos.
40 Agarró el bastón, se escogió cinco piedras lisas del torrente y las puso en su zurrón de pastor y en el morral, y avanzó hacia el filisteo con la honda en mano.
41 El filisteo se fue acercando a David, precedido de su escudero.
42 Fijó su mirada en David y lo despreció, viendo que era un muchacho, rubio y de hermoso aspecto.
43 El filisteo le dijo: «¿Me has tomado por un perro, para que vengas a mí con palos?». Y maldijo a David por sus dioses.
44 El filisteo siguió diciéndole: «Acércate y echaré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo».
45 David le respondió: «Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado.
46 El Señor te va a entregar hoy en mis manos, te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel.
47 Todos los aquí reunidos sabrán que el Señor no salva con espada ni lanza, porque la guerra es del Señor y os va a entregar en nuestras manos».
48 Cuando el filisteo se puso en marcha, avanzando hacia David, este corrió veloz a la línea de combate frente a él.
49 David metió su mano en el zurrón, cogió una piedra, la lanzó con la honda e hirió al filisteo en la frente. La piedra se le clavó en la frente y cayó de bruces en tierra.
50 Así venció David al filisteo con una honda y una piedra. Le golpeó y le mató sin espada en la mano.
51 David echó a correr y se detuvo junto al filisteo. Cogió su espada, la sacó de la vaina y le remató con ella, cortándole la cabeza. Los filisteos huyeron, al ver muerto a su campeón.
52 Los soldados de Israel y Judá se pusieron en pie, lanzaron el alarido de guerra y persiguieron a los filisteos hasta la entrada del valle y hasta las puertas de Ecrón. Los filisteos acribillados quedaron tendidos en el camino de Saarayin hasta Gat y Ecrón.
53 Los hijos de Israel regresaron de perseguir a los filisteos y saquearon su campamento.
54 David cogió la cabeza del filisteo y la llevó a Jerusalén. Las armas, las dejó en su tienda.
55 Cuando Saúl vio a David salir al encuentro del filisteo, preguntó a Abner, jefe del ejército: «Abner, ¿de quién es hijo ese muchacho?». Abner respondió: «Por tu vida, majestad, que no lo sé».
56 El rey le ordenó: «Pregunta de quién es hijo ese muchacho».
57 Cuando David volvió de matar al filisteo, lo tomó Abner y lo condujo ante Saúl. Traía en su mano la cabeza del filisteo.
58 Saúl le preguntó: «Muchacho, ¿de quién eres hijo?». David respondió: «Soy hijo de tu siervo Jesé, el de Belén».
1 Cuando David acabó de hablar con Saúl, el ánimo de Jonatán quedó unido al de David y lo amó como a sí mismo.
2 Aquel día Saúl lo tomó a su servicio, y no le permitió volver a casa de su padre.
3 Jonatán hizo un pacto con David, a quien amaba como a sí mismo.
4 Se despojó del manto que llevaba y se lo dio a David, lo mismo que sus vestiduras y hasta su espada, su arco y su cinturón.
5 Cuando David salía en expedición adonde quiera que le enviaba Saúl, tenía éxito, y Saúl le puso al frente de los soldados. Cayó bien a todo el pueblo y también a los servidores de Saúl.
6 A su regreso, cuando David volvía de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel al encuentro del rey Saúl para cantar danzando con tambores, gritos de alborozo y címbalos.
7 Las mujeres cantaban y repetían al bailar:
«Saúl mató a mil,
David a diez mil».
8 A Saúl lo enojó mucho aquella copla y le pareció mal, pues pensaba: «Han asignado diez mil a David y mil a mí. No le falta más que la realeza».
9 Desde aquel día Saúl vio con malos ojos a David.
10 Al día siguiente vino sobre Saúl un mal espíritu de Dios y se puso frenético en palacio. Entretanto, David tocaba su instrumento como de costumbre. Saúl, que tenía en mano una lanza,
11 la arrojó, pensando: «Clavaré a David contra la pared». Pero David lo esquivó por dos veces.
12 Saúl cogió miedo a David, al ver que el Señor estaba con David y se había apartado de él.
13 Lo alejó de su lado, nombrándolo jefe de mil. David salía a las campañas y volvía de ellas al frente del ejército.
14 Y tenía éxito en todas sus expediciones, porque el Señor estaba con él.
15 Al ver Saúl que David tenía mucho éxito, llegó a tenerle miedo.
16 En cambio, todo Israel y Judá amaba a David, que salía y volvía de las campañas al frente de ellos.
17 Saúl dijo a David: «Ahí tienes a mi hija mayor, Merab. Tómala como esposa, a condición de que te portes como un valiente a mi servicio, peleando las guerras del Señor». Saúl pensaba: «No será mi mano la que se alce contra él, sino la mano de los filisteos».
18 David le respondió: «¿Quién soy yo y quién mi parentela, la familia de mi padre en Israel, para llegar a ser yerno del rey?».
19 Ahora bien, llegado el momento de entregarle a Merab, hija de Saúl, esta le fue dada como esposa a Adriel, el mejolatita.
20 Pero Mical, hija de Saúl, amaba a David. Y cuando se lo dijeron a Saúl, el asunto le pareció bien.
21 Saúl pensaba: «Se la entregaré para que le resulte una trampa y caiga sobre él la mano de los filisteos». Saúl le propuso dos veces a David: «Hoy puedes ser mi yerno».
22 Luego ordenó a sus servidores: «Decid a David en secreto: “El rey te aprecia y todos sus servidores te estiman. Hazte ahora yerno del rey"».
23 Los servidores de Saúl pronunciaron estas palabras a oídos de David. Él respondió: «¿Os parece cosa fácil ser yerno del rey? Yo soy un hombre sencillo y pobre».
24 Los servidores de Saúl le informaron: «David ha hablado en estos términos».
25 Saúl replicó: «Decid a David: “Al rey no le interesa la dote, sino cien prepucios de filisteos, para vengarse de sus enemigos"». Saúl pensaba que David caería a manos de los filisteos.
26 Sus servidores repitieron a David estas palabras y la propuesta le pareció bien, para llegar a ser yerno del rey. No se había cumplido el plazo,
27 cuando David se puso en camino con sus hombres, mató doscientos de entre los filisteos y llevó al rey el número completo de prepucios para ser su yerno. Entonces Saúl le entregó por esposa a su hija Mical.
28 Saúl se dio perfecta cuenta de que el Señor estaba con David y de que su hija Mical lo amaba.
29 Creció aún más el miedo que tenía a David y fue su enemigo de por vida.
30 Los príncipes de los filisteos seguían hostigando, pero en cada una de sus salidas David tenía más éxito que todos los servidores de Saúl y su nombre se hizo famoso.
1 Saúl manifestó a su hijo Jonatán y a sus servidores la intención de matar a David. Jonatán, hijo de Saúl, amaba mucho a David.
2 Y le advirtió: «Mi padre busca el modo de matarte. Mañana toma precauciones, quédate en lugar secreto y permanece allí oculto.
3 Yo saldré y me colocaré al lado de mi padre en el campo donde te encuentres. Le hablaré de ti, veré lo que hay y te lo comunicaré».
4 Jonatán habló bien de David a su padre Saúl. Le dijo: «No haga daño el rey a su siervo David, pues él no te ha hecho mal alguno y su conducta ha sido muy favorable hacia ti.
5 Expuso su vida, mató al filisteo y el Señor concedió una gran victoria a todo Israel. Entonces te alegraste al verlo. ¿Por qué hacerte culpable de sangre inocente, matando a David sin motivo?».
6 Saúl escuchó lo que le decía Jonatán, y juró: «Por vida del Señor, no morirá».
7 Jonatán llamó a David y le contó toda aquella conversación. Le trajo junto a Saúl y siguió a su servicio como antes.
8 La guerra se reanudó. David salió a luchar contra los filisteos y les infligió una gran derrota; los filisteos huyeron ante él.
9 Un mal espíritu del Señor vino sobre Saúl, cuando estaba sentado en su casa con la lanza en mano, mientras David tañía.
10 Saúl intentó clavar a David en la pared con la lanza. Pero él esquivó a Saúl, que clavó la lanza en la pared. David huyó, poniéndose a salvo aquella noche.
11 Saúl mandó emisarios a casa de David, para que lo vigilaran y lo mataran al amanecer. Pero su mujer Mical le avisó: «Si no pones a salvo tu vida esta noche, mañana habrás muerto».
12 Mical lo descolgó por una ventana y David emprendió la huida, para ponerse a salvo.
13 Mical cogió luego los terafim y los colocó sobre la cama, colocando una estera de pelos de cabra a la cabecera y tapándolo todo con un cobertor.
14 Cuando Saúl mandó emisarios a prender a David, ella les dijo: «Está enfermo».
15 Saúl envió de nuevo emisarios a visitar a David, y les ordenó: «Traédmelo en la cama, para matarlo».
16 Al llegar los emisarios, encontraron los terafim sobre la cama y la estera de pelos de cabra a la cabecera.
17 Saúl recriminó a Mical: «¿Por qué me has engañado y has dejado a mi enemigo ponerse a salvo?». Mical respondió: «Él me amenazó: “Déjame marchar o te mato"».
18 David huyó y se puso a salvo. Llegó a casa de Samuel en Ramá y le contó todo cuanto le había hecho Saúl. Y marchó con Samuel a habitar en Nayot.
19 Cuando avisaron a Saúl de que David se encontraba en Nayot de Ramá,
20 mandó emisarios a prenderlo. Divisaron al grupo de profetas en trance de profetizar y a Samuel a la cabeza; el espíritu de Dios vino sobre ellos y se pusieron igualmente a profetizar.
21 Se lo comunicaron a Saúl y envió nuevos emisarios, que también se pusieron a profetizar. Saúl envió por tercera vez emisarios, y también se pusieron a profetizar.
22 Entonces partió él mismo para Ramá y llegó hasta la gran cisterna que hay en Secu. Preguntó: «¿Dónde están Samuel y David?». Le contestaron: «En Nayot de Ramá».
23 Fue allá, a Nayot de Ramá, y también vino sobre él el espíritu de Dios de manera que marchó profetizando hasta entrar en Nayot de Ramá.
24 Se despojó de sus vestidos, y quedó profetizando ante Samuel. Permaneció desnudo en tierra todo aquel día y toda aquella noche. Por eso se dice: «¿También Saúl entre los profetas?».
1 David huyó de Nayot de Ramá, y fue a decirle a Jonatán: «¿Qué he hecho yo? ¿Cuál es mi crimen y mi pecado contra tu padre, para que busque matarme?».
2 Jonatán le respondió: «De ninguna manera. No morirás. Mi padre no hace cosa grande o pequeña sin dármela a conocer. ¿Por qué habría de ocultarme este asunto? Nada de eso».
3 David juró de nuevo: «Tu padre sabe bien que he hallado gracia a tus ojos y se habrá dicho: “Que no sepa esto Jonatán, para que no se apene". Pero juro, por la vida del Señor y por tu vida, que estoy a un paso de la muerte».
4 Jonatán le dijo a David: «¿Qué quieres que haga por ti?».
5 David le contestó: «Mañana es novilunio y yo habría de sentarme con tu padre a comer. Déjame partir y me ocultaré en el campo hasta pasado mañana por la tarde.
6 Si tu padre me echa de menos, le dirás: “David me rogó encarecidamente hacer una escapada a su ciudad de Belén, porque celebran allí el sacrificio anual de toda la familia".
7 Si responde: “Está bien", entonces tu siervo estará seguro. Pero si se encoleriza, sábete que está decidido el mal por su parte.
8 Actúa lealmente con tu siervo, porque le has hecho entrar contigo en una alianza ante el Señor. Si hay en mí alguna falta, mátame tú mismo. ¿Para qué llevarme hasta tu padre?».
9 Jonatán respondió: «Lejos de ti tal cosa. Si llegara a saber que está decidido por parte de mi padre traer esta desgracia sobre ti, ¿no iba a avisarte?».
10 David le preguntó: «¿Quién me avisará, si tu padre responde con dureza?».
11 Jonatán le respondió: «Ven, salgamos al campo». Y los dos salieron al campo.
12 Jonatán le dijo a David: «Por el Señor, Dios de Israel, mañana a esta hora sondearé a mi padre por tercera vez. Si está bien dispuesto respecto a ti y no te mando recado ni te lo hago saber,
13 que el Señor me castigue. Si mi padre se complace en hacerte mal, te lo haré saber y te dejaré partir para que vayas en paz. Y que el Señor esté contigo como estuvo con mi padre.
14 Ojalá que mientras viva obres conmigo según la fidelidad que exige el Señor. Y si muero,
15 no retires jamás tu fidelidad hacia mi casa, ni siquiera cuando el Señor haga desaparecer de la faz de la tierra a todos y cada uno de los enemigos de David».
16 Jonatán hizo alianza con la casa de David y el Señor pidió cuentas a los enemigos de David.
17 Jonatán volvió a obligar a David que le jurara por el amor que le tenía, porque le amaba como a sí mismo.
18 Le dijo: «Mañana es novilunio y, cuando se te eche de menos en tu asiento, te buscarán.
19 Pasado mañana baja deprisa y ve al lugar donde estuviste escondido el día de aquel suceso. Quédate junto a la piedra Azel.
20 Yo dispararé tres flechas cerca de ella, como tirando al blanco.
21 Y mandaré al criado: “Ve y recoge las flechas". Si le digo: “Las flechas están más acá de ti, cógelas", ven, porque estás a salvo y no pasa nada, por vida del Señor.
22 Pero si dijere al criado: “Las flechas están más allá de ti", vete, pues el Señor te ordena partir.
23 En cuanto al asunto que hemos tratado, el Señor estará para siempre entre los dos».
24 David se ocultó en el campo. Cuando llegó el novilunio, el rey se sentó en la presidencia del banquete para comer.
25 Ocupó su asiento, como otras veces, junto a la pared. Jonatán se quedó en pie, mientras Abner se sentó al lado de Saúl y quedó vacío el puesto de David.
26 Aquel día el rey no dijo nada, pensando: «Será una casualidad. Quizá no se encuentre dispuesto, por no haberse purificado».
27 Al día siguiente del novilunio, al segundo día, el puesto de David seguía vacío y Saúl preguntó a Jonatán: «Hijo mío, ¿por qué no ha venido el hijo de Jesé al banquete ni ayer ni hoy?».
28 Jonatán le respondió: «David me rogó encarecidamente que lo dejara ir a Belén,
29 diciéndome: “Déjame ir al sacrificio de nuestra familia en la ciudad. Mi hermano me lo ha encargado. Ahora, si he hallado gracia a tus ojos, deja que haga una escapada para ver a mis hermanos". Por eso no ha venido a la mesa del rey».
30 Saúl se encolerizó contra Jonatán y le dijo: «¡Hijo de una mala madre! Bien sabía yo que sientes predilección por el hijo de Jesé, para vergüenza tuya y de la indecorosa de tu madre.
31 En tanto que viva el hijo de Jesé sobre la tierra, no estarás seguro ni tú ni tu realeza. Manda pues, cogerle, porque es reo de muerte».
32 Jonatán le replicó: «¿Por qué va a morir? ¿Qué ha hecho?».
33 Entonces Saúl le arrojó la lanza para matarlo. Y Jonatán comprendió que su padre estaba decidido a matar a David.
34 Se levantó de la mesa enfurecido y no probó bocado el segundo día del novilunio. Estaba realmente apenado por David, porque su padre lo había ofendido.
35 A la mañana siguiente salió Jonatán al campo con un criado joven, para encontrarse con David.
36 Y ordenó al criado: «Corre a buscar las flechas que dispare». El criado echó a correr, pero él disparó las flechas más allá de su alcance.
37 Cuando llegó el criado al lugar de las flechas que había lanzado, Jonatán gritó tras él: «Las flechas están más allá de ti».
38 Le dijo a gritos: «Apresúrate, rápido, no te entretengas». El criado de Jonatán recogió las flechas y se las llevó a su amo.
39 Él nada sabía. Solo Jonatán y David estaban enterados del asunto.
40 Jonatán entregó sus armas al criado a su servicio y le dijo: «Ve, llévalas a la ciudad».
41 Cuando se fue el criado, David se levantó del lado sur, cayó rostro a tierra y se postró tres veces. Jonatán y David se fundieron en un abrazo, llorando uno con otro, hasta que David cobró ánimo.
42 Jonatán le dijo: «Vete en paz, es lo que nosotros dos hemos jurado en nombre del Señor, diciendo: el Señor esté entre nosotros, entre tu descendencia y la mía para siempre».
1 David emprendió el camino, mientras Jonatán entraba en la ciudad.
2 David llegó a Nob, donde se encontraba el sacerdote Ajimélec. Este salió con miedo a su encuentro, y le preguntó: «¿Cómo vienes solo y sin compañía?».
3 David le respondió: «El rey me ha dado órdenes, diciéndome: “Nadie sepa nada del asunto al que te envío y de lo que te he ordenado". A los criados, los he citado en tal lugar.
4 Y bien, ¿qué tienes a mano? Dame cinco panes o lo que haya».
5 El sacerdote le dijo: «No tengo a mano pan común, sino pan consagrado; bastaría con que los criados se hayan guardado al menos de mujer».
6 David le respondió: «Ciertamente. Siempre que salgo a luchar, nos abstenemos de mujeres y los criados se mantienen puros. Aunque es un viaje profano, hoy están puros sus cuerpos».
7 El sacerdote le entregó el pan consagrado, pues no había otro pan que el de la proposición, que se retira de la presencia del Señor para poner pan reciente ese día.
8 Aquel día se encontraba allí uno de los servidores de Saúl, detenido ante el Señor. Se llamaba Doeg, edomita, jefe de los pastores de Saúl.
9 David preguntó a Ajimélec: «No hay por aquí a mano una lanza o una espada? Pues ni siquiera cogí la espada ni las armas, por tratarse de un asunto urgente del rey».
10 El sacerdote respondió: «Ahí está la espada de Goliat, el filisteo, al que mataste en el valle del Terebinto, envuelta en un paño, detrás del efod. Si la quieres, cógela, ya que aquí no hay más que esa». David dijo: «No hay otra mejor. Dámela».
11 David emprendió aquel día la huida lejos de la presencia de Saúl y llegó adonde estaba Aquís, rey de Gat.
12 Los servidores de Aquís le dijeron: «¡Oh rey del país! ¿No es este David, de quien se cantaba en los corros:
“Saúl mató a mil,
David a diez mil"?».
13 David se dio cuenta del comentario y sintió mucho miedo de Aquís, rey de Gat.
14 Entonces fingió ante él tener perturbada la razón. Tambaleándose ante ellos, hacía signos en las hojas del portón, dejando caer la baba sobre la barba.
15 Aquís dijo a sus servidores: «¿No veis que es un hombre que está loco? ¿Por qué me lo habéis traído?
16 ¿Necesito yo locos, para que me hayáis traído a este a hacer locuras delante a mí? ¿Pensáis que va a entrar a mi servicio?».
1 David marchó de allí y se puso a salvo en la cueva de Adulán. Cuando se enteraron sus hermanos y toda la casa de su padre, bajaron adonde estaba.
2 Se le unieron las gentes en apuros, con deudas o de ánimo desesperado, y él se convirtió en su jefe. Unos cuatrocientos estaban con él.
3 David marchó de allí a Mispá de Moab y dijo al rey de Moab: «Permite a mis padres vivir entre vosotros, hasta que sepa lo que el Señor va a hacer de mí».
4 Los llevó a la presencia del rey de Moab y vivieron allí todo el tiempo que David permaneció en el refugio.
5 El profeta Gat dijo a David: «No sigas en el refugio. Ve y adéntrate en la tierra de Judá». David partió hasta llegar al bosque de Járet.
6 Saúl se encontraba en Guibeá, sentado bajo el tamarisco que hay en el altozano, con la lanza en mano, rodeado de sus servidores, cuando se enteró de que habían sido vistos David y los hombres que estaban con él.
7 Saúl les dijo: «Escuchadme, benjaminitas, ¿es que el hijo de Jesé os va a dar también a todos vosotros campos y viñedos, y os va a nombrar jefes de mil o jefes de cien,
8 para que os hayáis confabulado contra mí? Nadie me ha descubierto la alianza de mi hijo con el hijo de Jesé. Ninguno de vosotros se ha compadecido de mí ni me ha advertido que mi hijo sublevaba a mi siervo contra mí, tendiéndome emboscadas, como está pasando ahora».
9 Doeg, el edomita, que se encontraba entre los servidores de Saúl, tomó la palabra: «Vi llegar al hijo de Jesé a Nob, donde estaba el sacerdote Ajimélec, hijo de Ajitob.
10 Consultó al Señor por él, le suministró víveres y le entregó la espada de Goliat, el filisteo».
11 El rey mandó llamar al sacerdote Ajimélec, hijo de Ajitob, y a toda su familia, los sacerdotes de Nob. Todos ellos llegaron ante el rey.
12 Saúl dijo: «Escucha, hijo de Ajitob». Este contestó: «Aquí estoy, mi señor».
13 Saúl le preguntó: «¿Por qué os habéis confabulado, tú y el hijo de Jesé, contra mí? ¿Le habéis entregado pan y una espada y has consultado a Dios por él, para que se subleve contra mí y me tienda emboscadas, como está pasando ahora?».
14 Ajimélec le contestó: «¿Quién entre todos tus servidores es tan fiel como David, yerno del rey, destinado a tu guardia personal y honrado en tu casa?
15 ¿Acaso es hoy la primera vez que he consultado a Dios por él? ¡Lejos de mí tal cosa! No impute el rey tal asunto a su siervo ni a toda su familia, pues tu siervo no sabía nada de tal asunto ni poco ni mucho».
16 Pero el rey dijo: «Ajimélec, vas a morir tú con toda tu familia».
17 Ordenó luego a los escoltas que le rodeaban: «Volveos y matad a los sacerdotes del Señor, porque también ellos están de parte de David y, sabiendo que huía, no me lo comunicaron». Pero los servidores del rey no quisieron extender la mano y herir a los sacerdotes del Señor.
18 Entonces el rey ordenó a Doeg: «Acércate y mata a los sacerdotes». Doeg, el edomita, se acercó y mató a los sacerdotes. Aquel día mató a ochenta y cinco hombres que llevaban el efod de lino.
19 Pasaron a filo de espada a Nob, la ciudad de los sacerdotes, de hombres a mujeres, y de jóvenes a niños de pecho, toros, asnos y ovejas.
20 Solo se salvó uno de los hijos de Ajimélec, hijo de Ajitob, llamado Abiatar, que huyó en busca de David.
21 Y le contó que Saúl había matado a los sacerdotes del Señor.
22 David le dijo: «Bien sabía yo aquel día que, encontrándose allí Doeg, el edomita, le informaría de seguro a Saúl. Yo soy el que ha hecho morir a todos los de tu familia.
23 Quédate conmigo, no temas. Quien trate de quitarte la vida, tratará de quitármela a mí. Junto a mí estarás a buen recaudo».
1 A David le llegó este aviso: los filisteos están atacando Queilá y saqueando las eras.
2 David consultó entonces al Señor: «¿Puedo ir a derrotar a esos filisteos?». El Señor le respondió: «Ve, derrotarás a los filisteos y salvarás a Queilá».
3 Las gentes de David le dijeron: «Nosotros estamos asustados aquí en Judá. Cuánto más si vamos a Queilá, contra los escuadrones filisteos».
4 David volvió a consultar al Señor. El Señor le respondió: «Levántate, baja a Queilá, que yo voy a entregar a los filisteos en tu mano».
5 David marchó con sus hombres a Queilá. Combatió a los filisteos, se llevó su ganado, les infligió una gran derrota y salvó a los habitantes de Queilá.
6 Cuando Abiatar, hijo de Ajimélec, huyó al lado de David a Queilá, llevó consigo el efod.
7 Informaron a Saúl de que David había entrado en Queilá y comentó: «Dios lo pone en mi mano, pues se ha encerrado en una ciudad con puertas y cerrojo».
8 Convocó entonces a todo el ejército a la guerra, para bajar a Queilá y cercar a David y a sus hombres.
9 David supo que Saúl tramaba su ruina y ordenó al sacerdote Abiatar: «Acerca el efod».
10 David dijo: «Señor, Dios de Israel, tu siervo ha oído que Saúl tiene la intención de venir contra Queilá y destruir la ciudad por mi causa.
11 ¿Me entregarán los notables de Queilá en manos de Saúl? ¿Bajará Saúl, como ha oído tu siervo? Señor, Dios de Israel, manifiéstaselo, por favor, a tu siervo». «Bajará», respondió el Señor.
12 David repitió: «¿Me entregarán los notables de Queilá junto con mis hombres en mano de Saúl?». El Señor respondió: «Os entregarán».
13 David y su gente, unos seiscientos, salieron de Queilá y anduvieron errantes. Se enteró Saúl de que David había escapado de Queilá, y abandonó la expedición.
14 David se instaló en los riscos del desierto, en las montañas del desierto de Zif. Saúl le buscó todo el tiempo, pero Dios no lo entregó en su mano.
15 Vio David que Saúl había salido en busca de su vida, cuando estaba en el desierto de Zif, en Jores.
16 Entonces Jonatán, hijo de Saúl, se puso en camino para ver a David en Jores y le animó en nombre de Dios,
17 diciéndole: «No temas, no te alcanzará la mano de mi padre Saúl. Tú reinarás sobre Israel y yo seré tu segundo. Hasta mi padre lo entiende así».
18 Los dos hicieron un pacto en presencia del Señor. David se quedó en Jores y Jonatán volvió a su casa.
19 Los de Zif subieron a ver a Saúl en Guibeá con esta información: «David está escondido entre nosotros, en los riscos en Jores, en el collado de Jaquilá, al sur de la estepa.
20 Ahora, pues, si el rey desea bajar, baje. Es cosa nuestra entregárselo al rey».
21 Saúl contestó: «Benditos seáis del Señor, porque os habéis compadecido de mí.
22 Andad, seguid preparando todo, reconoced y ved los lugares por donde anda. Quienes lo han visto por allí, me han asegurado que es muy astuto.
23 Observad y mirad todos los escondrijos donde se oculta. Volved a verme con algo seguro e iré con vosotros. Y si se encuentra en el país, lo buscaré por todos los clanes de Judá».
24 Se pusieron en camino hacia Zif, delante de Saúl. David estaba en el desierto de Maón, en la llanura que hay al sur de la estepa.
25 Saúl y sus hombres fueron en su búsqueda. Pero avisaron a David, que bajó a la peña y se estableció en el desierto de Maón. Lo oyó Saúl y salió en su persecución por el desierto de Maón.
26 Saúl iba por un lado de la montaña y David y sus hombres por el otro. David huía a toda prisa, mientras Saúl y los suyos lo tenían acorralado para apoderarse de él y sus hombres;
27 entonces llegaron unos mensajeros adonde estaba Saúl, diciendo: «Vuelve urgentemente, pues los filisteos han hecho una incursión en el país».
28 Saúl dejó de perseguir a David y marchó al encuentro de los filisteos. Por lo que aquel lugar se llamó: la peña de las separaciones.
1 David subió de allí y se estableció en los riscos de Engadí.
2 Cuando Saúl volvió de perseguir a los filisteos, le informaron: «David se encuentra en el desierto de Engadí».
3 Entonces tomó tres mil hombres escogidos de todo Israel y marchó en busca de David y su gente frente a Sure Hayelín.
4 Llegó a un corral de ovejas, junto al camino, donde había una cueva. Saúl entró a hacer sus necesidades, mientras David y sus hombres se encontraban al fondo de la cueva.
5 Los hombres de David le dijeron: «Este es el día del que te dijo el Señor: “Yo entregaré a tus enemigos en tu mano". Haz con él lo que te parezca mejor». David se levantó y cortó, sin ser visto, la orla del manto de Saúl.
6 Después de ello, sintió pesar por haber cortado la orla del manto de Saúl.
7 Y dijo a sus hombres: «El Señor me libre de obrar así contra mi amo, el ungido del Señor, alargando mi mano contra él; pues es el ungido del Señor».
8 David disuadió a sus hombres con esas palabras y no les dejó alzarse contra Saúl. Este salió de la cueva y siguió su camino.
9 A continuación, David se levantó, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl: «¡Oh rey, mi señor!». Saúl miró hacia atrás. David se inclinó rostro a tierra y se postró.
10 Y dijo a Saúl: «¿Por qué haces caso a las palabras que dice la gente: “David busca tu desgracia"?
11 Tus ojos han visto hoy mismo en la cueva que el Señor te ha entregado en mi mano. Han hablado de matarte, pero te he perdonado, diciéndome: “No alargaré mi mano contra mi amo, pues es el ungido del Señor".
12 Padre mío, mira por un momento, la orla de tu manto en mi mano. Si la he cortado y no te he matado, comprenderás bien que no hay en mí ni maldad ni culpa y que no te he ofendido. Tú, en cambio, estás buscando mi vida para arrebatármela.
13 Que el Señor juzgue entre los dos y me haga justicia. Pero mi mano no estará contra ti.
14 Como dice el antiguo proverbio: “De los malos sale maldad". Pero en mí no hay maldad.
15 ¿A quién ha salido a buscar el rey de Israel? ¿A quién persigues? A un perro muerto, a una simple pulga.
16 El Señor sea juez y juzgue entre nosotros. Juzgará, defenderá mi causa y me hará justicia, librándome de tu mano».
17 Cuando David acabó de dirigir estas palabras a Saúl, este dijo: «¿Es esta tu voz, David, hijo mío?». Saúl levantó la voz llorando.
18 Y siguió diciendo: «Eres mejor que yo, pues tú me tratas bien, mientras que yo te trato mal.
19 Hoy has puesto de manifiesto tu bondad para conmigo, pues el Señor me había puesto en tus manos y tú no me has matado.
20 ¿Si uno encuentra a su enemigo, le deja seguir por las buenas el camino? Que el Señor te recompense el favor que hoy me has hecho.
21 Ahora sé que has de reinar y que en tu mano se consolidará la realeza de Israel.
22 Júrame por el Señor que no harás desaparecer mi descendencia después de mí ni borrarás mi nombre de mi familia».
23 David se lo juró. Saúl volvió a su casa, y David y sus hombres subieron al refugio.
1 Samuel murió. Todo Israel se reunió, hicieron duelo por él y lo enterraron en su casa de Ramá. David se levantó y bajó al desierto de Farán.
2 Había un hombre de Maón, que tenía su hacienda en Carmel. Era muy rico, dueño de tres mil ovejas y mil cabras, y se encontraba entonces en la época del esquileo de las ovejas en Carmel.
3 El hombre se llamaba Nabal y su mujer Abigail. Esta era de buen juicio y de hermosa presencia, mientras que él era áspero y de malas maneras. Era un calebita.
4 David se enteró en el desierto de que Nabal estaba esquilando su rebaño
5 y envió diez criados con este encargo: «Subid a Carmel, id a ver a Nabal y saludadle en mi nombre.
6 Y decidle: “La paz contigo, paz a tu casa y paz a cuanto posees.
7 He oído que estás de esquileo. Ahora bien, cuando tus pastores estuvieron con nosotros, no les molestamos ni echaron de menos nada todo el tiempo que estuvieron en Carmel.
8 Pregunta a tus criados y lo confirmarán. Encuentren estos criados gracia a tus ojos, pues hemos llegado en un buen día. Da lo que tengas a mano a tus servidores y a tu hijo David"».
9 Los criados de David fueron a transmitir a Nabal este mensaje en nombre de David. Y se quedaron aguardando.
10 Pero Nabal les respondió: «¿Quién es David? ¿Y quién el hijo de Jesé? Hoy hay muchos esclavos fugados de la presencia de su amo.
11 ¿Voy a coger mi pan, mi agua y las reses que he matado para mis esquiladores, y se las voy a dar a hombres que no sé de dónde vienen?».
12 Los criados de David dieron la vuelta y regresaron. Al llegar, le refirieron esta contestación.
13 David ordenó entonces a sus hombres: «Ceñíos cada uno su espada». Y se la ciñeron. También David se ciñó la suya. Subieron tras él unos cuatrocientos hombres, mientras doscientos permanecían guardando el bagaje.
14 Uno de los criados informó a Abigail, la esposa de Nabal: «David ha enviado unos mensajeros desde el desierto para saludar a nuestro amo, pero él los ha tratado desconsideradamente.
15 Esos hombres se han portado muy bien con nosotros. No nos molestaron, ni echamos de menos nada mientras anduvimos con ellos, cuando estábamos en el campo.
16 Fueron muralla para nosotros, día y noche, el tiempo que estuvimos con ellos pastoreando el rebaño.
17 Considera, ahora, y mira lo que tienes que hacer, pues está decidida la ruina de nuestro señor y de su casa. Es una persona intratable para hablar con él».
18 Abigail cogió apresuradamente doscientos panes, dos odres de vino, cinco ovejas adobadas, setenta y cinco kilos de grano tostado, cien racimos de pasas, doscientas tortas de higos, y las cargó sobre los asnos.
19 Y dijo a sus criados: «Id delante de mí, que yo os seguiré». Pero a su esposo Nabal no le dijo nada.
20 Ella iba montada sobre un asno y bajaba por lo escondido de la montaña, mientras David y sus hombres bajaban en dirección contraria. Y se encontró con ellos.
21 David había comentado: «En vano he guardado todo lo de ese hombre en el desierto, sin que nada le faltara, pues me ha devuelto mal por bien.
22 Que Dios castigue a los enemigos de David, si esta mañana dejo en pie algo de todo lo que tiene, incluyendo a todos los varones».
23 Cuando Abigail divisó a David, bajó apresuradamente del asno y cayó rostro en tierra ante él, postrándose.
24 Se echó a sus pies y le dijo: «Señor mío, sea mía la culpa. Deja que tu sierva te hable y escucha sus palabras.
25 Mi señor no tome en cuenta a ese hombre insensato, a Nabal, que realmente es como su nombre. Nabal es su nombre y la villanía va con él. Yo, sierva tuya, no vi a los criados que mi señor envió.
26 Ahora, señor mío, por vida del Señor y por tu propia vida, que el Señor te impida derramar sangre y vengarte por tu propia mano. Que todos tus enemigos y los que traman daño contra mi señor sean desde ahora como Nabal.
27 Ahora, entrega a los servidores que siguen a mi señor este obsequio que te trajo tu sierva.
28 Perdona la falta de tu sierva y, ya que el Señor hará estable ciertamente la casa de mi señor, pues mi señor combate las batallas del Señor, no haya en ti mancha alguna en toda tu vida.
29 Y aunque alguien te está persiguiendo y busca tu vida, la vida de mi señor está guardada en la bolsa de la vida junto al Señor, tu Dios, mientras que zarandeará la vida de tus enemigos como piedra puesta en la honda.
30 Y cuando el Señor haga a mi señor todo el bien que le tiene prometido y te haya hecho jefe de Israel,
31 mi señor no tendrá motivo de turbación ni remordimiento de corazón por haber derramado sangre sin motivo, para aparecer como vencedor. Que el Señor favorezca a mi señor y entonces, acuérdate de tu sierva».
32 David contestó a Abigail: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro.
33 Y bendita tu prudencia y bendita tú, que me has librado hoy de derramar sangre para quedar como vencedor.
34 Pero, vive el Señor, Dios de Israel, que me ha librado de hacerte mal, que si no te hubieras apresurado a venir a mi encuentro, al rayar el alba no le habría quedado a Nabal ni un solo varón».
35 David tomó de su mano lo que le había traído y le dijo: «Sube en paz a tu casa. Ya ves que te he escuchado y he aceptado tu petición».
36 Cuando Abigail llegó junto a Nabal, este celebraba un banquete de rey en su casa. Nabal estaba de buen humor, ebrio del todo. Ella no le contó nada, ni poco ni mucho, hasta la luz del alba.
37 A la mañana siguiente, cuando se le disiparon los efectos del vino a Nabal, su mujer le contó todo lo sucedido. Su corazón se le paró en el pecho y se quedó de piedra.
38 Transcurridos diez días, el Señor hirió a Nabal y murió.
39 David exclamó al saber que había muerto Nabal: «Bendito sea el Señor, que me ha vengado de Nabal y ha librado a su siervo de una mala acción. Él ha hecho caer sobre su cabeza la maldad de Nabal». David envió a decir a Abigail que quería tomarla como esposa.
40 Los servidores de David llegaron a casa de Abigail en Carmel y le dijeron: «David nos envía a decirte que quiere tomarte como su esposa».
41 Se levantó, se postró rostro a tierra y dijo: «He aquí a tu sierva, esclava para lavar los pies de los servidores de mi señor».
42 Luego se levantó aprisa y montó sobre el asno, con cinco siervas siguiendo sus pasos. Marchó tras los mensajeros de David y se convirtió en su esposa.
43 David había tomado antes como esposa a Ajinoán de Yezrael. Las dos fueron sus mujeres.
44 Saúl había entregado a Mical, esposa de David, a Paltí, hijo de Lais, de Galín.
1 Los zifeos fueron a ver a Saúl a Guibeá y le dijeron: «David está escondido en el collado de Jaquilá, en frente de la estepa».
2 Entonces Saúl emprendió la bajada al desierto de Zif, llevando tres mil hombres escogidos de Israel, para buscar a David allí.
3 Saúl acampó en el collado Jaquilá, frente a la estepa, junto al camino. Cuando David, que permanecía en el desierto, vio que Saúl venía en su busca,
4 envió espías y supo que había llegado a un lugar determinado.
5 David fue al lugar donde había acampado Saúl y vio dónde estaban acostados Saúl y el jefe de su ejército, Abner, hijo de Ner. Saúl estaba acostado en el cercado y el ejército estaba acampado a su alrededor.
6 David tomó entonces la palabra y preguntó a Ajimélec, el hitita, y a Abisay, hijo de Seruyá, hermano de Joab: «¿Quién quiere bajar conmigo al campamento donde se encuentra Saúl?». Abisay respondió: «Yo bajaré contigo».
7 David y Abisay llegaron de noche junto a la tropa. Saúl dormía, acostado en el cercado, con la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa dormían en torno a él.
8 Abisay dijo a David: «Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir».
9 David respondió: «No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el ungido del Señor y ha quedado impune?».
10 Y prosiguió: «Vive el Señor, que él le herirá, ya se acerque su día y muera, ya baje a la guerra y perezca.
11 El Señor me libre de extender la mano contra su ungido. Ahora, coge la lanza de su cabecera y el jarro de agua y vámonos».
12 David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, ni se despertó. Todos dormían, porque el Señor había hecho caer sobre ellos un sueño profundo.
13 David cruzó al otro lado y se puso en pie sobre la cima de la montaña, lejos, manteniendo una gran distancia entre ellos.
14 Y gritó a la tropa y a Abner, hijo de Ner: «¿No respondes, Abner?». Abner preguntó: «¿Quién eres tú, que gritas al rey?».
15 David le contestó: «¿No eres un gran hombre? ¿Quién como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has protegido al rey, tu señor, cuando uno del pueblo entró para matarlo?
16 No está bien lo que has hecho. Vive el Señor, que merecéis la muerte, por no haber protegido al ungido del Señor. Ahora, busca la lanza del rey y el jarro de agua que tenía a la cabecera».
17 Saúl reconoció la voz de David y dijo: «¿Es esta tu voz, David, hijo mío?». David respondió: «Es mi voz, oh rey, mi señor».
18 Y prosiguió: «¿Por qué mi señor persigue a su siervo? ¿Qué he hecho? ¿Qué hay de malo en mí?
19 Escuche el rey, mi señor, las palabras de su siervo: si el Señor te mueve contra mí, sea aplacado con una ofrenda, pero si son los hombres, malditos sean ante el Señor los que me han excluido hoy de participar en la heredad del Señor, diciéndome: “Ve a servir a otros dioses".
20 Que no caiga mi sangre en tierra, lejos de la presencia del Señor. Pues el rey de Israel ha salido a luchar buscando una pulga, como el que persigue la perdiz por los montes».
21 Saúl respondió: «He obrado mal. Vuelve, David, hijo mío. No volveré a hacerte mal, por haber respetado hoy mi vida. He sido un insensato y me he equivocado por completo».
22 David respondió: «Aquí está la lanza del rey. Venga por ella uno de sus servidores.
23 Y que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor.
24 Como tu vida ha sido preciosa hoy a mis ojos, tan preciosa sea la mía a los ojos del Señor, y me libre de toda adversidad».
25 Saúl le dijo: «Bendito seas, hijo mío, David. Llevarás a cabo cuanto quieras y triunfarás». Entonces David prosiguió su camino y Saúl volvió a su casa.
1 David se puso a considerar: «Voy a perecer un día a manos de Saúl. Lo mejor para mí será escapar a la tierra de los filisteos. Saúl dejará de buscarme por todo el territorio de Israel y me libraré de su mano».
2 Entonces pasó con los seiscientos hombres que le seguían al lado de Aquís, hijo de Meoc, rey de Gat.
3 Y se asentaron en Gat con Aquís, cada uno con su familia y David con sus dos esposas, Ajinoán la yezraelita, y Abigail, esposa de Nabal, el de Carmel.
4 Le informaron a Saúl que David había huido a Gat y dejó de perseguirlo.
5 David rogó a Aquís: «Si he hallado gracia a tus ojos, concédeme un sitio en una de las ciudades del territorio, para instalarme allí. ¿Por qué voy a vivir a tu lado en la capital?».
6 Aquís le concedió aquel mismo día Sicelag. Por eso Sicelag pertenece a los reyes de Judá hasta hoy.
7 David permaneció un año y cuatro meses en territorio filisteo.
8 Solía subir con sus hombres a hacer incursiones contra los guesureos, guirizitas y amalecitas, que habitaban el territorio que se extiende desde la entrada de Sur hasta la tierra de Egipto.
9 David asolaba el territorio, sin dejar hombre ni mujer, y cogía ovejas, bueyes, asnos, camellos y vestidos. A su regreso los presentaba a Aquís,
10 que preguntaba: «¿Dónde habéis hecho la incursión hoy?». David respondía: «Contra el Negueb de Judá, contra el Negueb de los yerajmelitas, o contra el Negueb de los quenitas».
11 David no dejaba con vida hombre ni mujer para llevarlos a Gat, pensando: «Podrían informar de palabra contra nosotros». Así obró David y tal fue su conducta todo el tiempo que permaneció en territorio filisteo.
12 Aquís tenía confianza en David, y pensaba: «Realmente se ha hecho odioso a su pueblo Israel y me servirá siempre».
1 En aquellos días los filisteos concentraron sus tropas para salir a luchar contra Israel. Aquís le dijo a David: «Sabes perfectamente que tú y tus hombres saldréis conmigo a luchar».
2 David contestó: «Ahora verás lo que es capaz de hacer tu siervo». Y Aquís le dijo: «Por ello te nombraré guardia de mi persona para siempre».
3 Samuel había muerto, todo Israel había hecho duelo por él y le habían enterrado en su ciudad de Ramá. Saúl había expulsado del país a los nigromantes y a los adivinos.
4 Los filisteos se concentraron y fueron a acampar en Sunán. Saúl reunió a todo Israel y acamparon en Gelboé.
5 Cuando Saúl vio el campamento filisteo, tuvo miedo y el pánico se apoderó de él.
6 Consultó al Señor, pero no le respondió ni en sueños ni por los urim ni por los profetas.
7 Entonces Saúl ordenó a sus servidores: «Buscadme una nigromante, para ir y consultar por medio de ella». Sus servidores le respondieron: «En Endor hay una nigromante».
8 Saúl se disfrazó cambiándose de ropas, se puso en camino con dos hombres y llegaron de noche adonde vivía la mujer. Saúl le pidió: «Pon en práctica tu arte de adivinar y evócame al que yo te ordene».
9 La mujer respondió: «Bien sabes lo que ha hecho Saúl, que ha suprimido del país a los nigromantes y adivinos. ¿Por qué quieres tenderme una trampa para que muera?».
10 Saúl le juró por el Señor: «Vive el Señor, que no te sobrevendrá ninguna culpa por esto».
11 La mujer preguntó: «A quién he de evocar?». Respondió: «A Samuel».
12 Cuando la mujer vio a Samuel, lanzó un grito. Y dijo a Saúl: «¿Por qué me has engañado? Tú eres Saúl».
13 El rey le dijo: «No temas. Pero ¿qué estás viendo?». La mujer respondió: «Veo un espectro que surge de la tierra».
14 Él le preguntó: «¿Cuál es su aspecto?». Respondió: «Un hombre anciano que sube envuelto en un manto». Saúl comprendió que era Samuel. Se inclinó rostro a tierra y se postró.
15 Samuel dijo a Saúl: «¿Por qué me turbas, evocándome?». Saúl respondió: «Estoy en un gran apuro. Los filisteos me hacen la guerra y Dios se ha alejado de mí. Ya no me responde, ni por los profetas ni en sueños. Te he llamado para que me indiques lo que he de hacer».
16 Samuel le dijo: «¿Por qué me consultas, entonces, si el Señor se ha apartado de ti y se ha hecho enemigo tuyo?
17 El Señor está cumpliendo lo que predijo por medio de mí. Va a arrancar el reino de tu mano y lo va a dar a otro, a David.
18 Lo mismo que tú no obedeciste la voz del Señor ni obraste contra Amalec conforme al ardor de su cólera, así va a hacer hoy contigo el Señor.
19 Además, el Señor te entregará a ti y a Israel en mano de los filisteos. Tú y tus hijos estaréis mañana conmigo, y el Señor entregará el campamento de Israel en mano de los filisteos».
20 Saúl cayó de pronto por tierra, cuan largo era, temblando todo él por las palabras de Samuel. Además, no tenía fuerzas, pues no había probado bocado todo aquel día y toda aquella noche.
21 La mujer se acercó a Saúl y, al ver que se encontraba tan turbado, le dijo: «Tu sierva te ha escuchado y he arriesgado la vida, obedeciendo tus órdenes.
22 Ahora, escucha también tú a tu sierva y deja que te sirva un pedazo de pan para que comas y cobres fuerzas para seguir el camino».
23 Él se negó diciendo: «No quiero comer». Sus servidores y la mujer le porfiaron y aceptó. Se incorporó del suelo y se sentó en el lecho.
24 La mujer tenía en casa un ternero cebado, que mató a toda prisa. Tomó harina, la amasó y coció unos panes sin levadura.
25 Lo presentó ante Saúl y sus servidores y comieron. Luego se levantaron y partieron aquella misma noche.
1 Los filisteos reunieron todas sus tropas en Afec, mientras Israel acampaba junto a la fuente que hay en Yezrael.
2 Los príncipes de los filisteos avanzaban por centurias y millares, David y sus hombres iban detrás con Aquís.
3 Los príncipes de los filisteos preguntaron: «¿Quiénes son esos hebreos?». Aquís les contestó: «Este es David, siervo de Saúl, rey de Israel, que lleva conmigo cerca de dos años. No he encontrado en él nada reprochable, desde el día de su defección hasta el presente».
4 Los príncipes de los filisteos, irritados, le dijeron: «Despide a ese hombre y que se quede en el lugar que le asignaste. Que no baje con nosotros al combate, no sea que se vuelva contra nosotros. ¿Con qué se puede congraciar este con su señor sino con las cabezas de nuestros hombres?
5 ¿No es este David, del que cantaban en los corros:
“Saúl mató a mil,
David a diez mil?"».
6 Aquís llamó a David y le dijo: «Vive el Señor, que eres recto y grato a mis ojos tanto en tus salidas como en tus entradas conmigo en el campamento, pues no he hallado en ti nada malo, desde el día en que viniste a mi lado hasta el presente. Pero, no eres grato a los ojos de los príncipes.
7 Vuélvete, pues, y ve en paz. Así no causarás mala impresión a los príncipes de los filisteos».
8 David respondió: «¿Qué he hecho o qué has encontrado en tu siervo, desde el día que me presenté a ti hasta hoy, para que no pueda ir y combatir contra los enemigos de mi señor el rey?».
9 Aquís respondió: «Sé que eres grato a mis ojos como un ángel de Dios, solo que los príncipes de los filisteos han dicho: “No suba con nosotros al combate".
10 Ahora pues, levántate por la mañana temprano con los servidores de tu señor que han venido contigo. Levantaos, sí, temprano y marchaos al clarear el día».
11 David madrugó con sus hombres para partir de mañana y regresar a la tierra de los filisteos. Los filisteos subieron, a su vez, a Yezrael.
1 Cuando David y sus hombres llegaron a Sicelag, al tercer día, los amalecitas habían hecho una incursión por el Negueb y contra Sicelag. La habían asaltado y prendido fuego.
2 Habían capturado a sus mujeres y lo que en ella había de grandes a pequeños, pero sin matar a ninguno. Se los habían llevado y habían desaparecido.
3 David y sus hombres llegaron a la ciudad y vieron que había sido incendiada y que sus mujeres, sus hijos e hijas habían sido hechos prisioneros.
4 Gritaron y rompieron a llorar, hasta que no les quedó fuerza para más.
5 Las dos esposas de David, Ajinoán la yezraelita, y Abigail, la mujer de Nabal, el de Carmel, también habían sido capturadas.
6 David se encontró en un grave aprieto, pues la gente habló de apedrearlo. Todo el pueblo estaba lleno de amargura por su hijo o por su hija. David buscó, entonces, fuerza en el Señor, su Dios.
7 Y dijo al sacerdote Abiatar, hijo de Ajimélec: «Acércame el efod». Abiatar acercó el efod.
8 David consultó al Señor: «¿Persigo a esa banda? ¿Le daré alcance?». Le respondió: «Persíguelos, pues ciertamente les darás alcance y lograrás librarlos».
9 David marchó con seiscientos hombres y llegaron al torrente Besor, donde algunos se quedaron.
10 Prosiguió con cuatrocientos hombres, quedando sin atravesar el torrente Besor doscientos hombres, que estaban rendidos.
11 Encontraron en el campo a un egipcio y lo condujeron hasta la presencia de David. Le dieron pan para que comiera y agua de beber,
12 además de un trozo de torta de higos y dos racimos de pasas. Comió y se reanimó, porque no había probado bocado ni bebido agua los últimos tres días y tres noches.
13 David le preguntó: «¿Quién eres y de dónde vienes?». El joven egipcio respondió: «Soy siervo de un amalecita, pero mi señor me abandonó, cuando caí enfermo hace tres días.
14 Nosotros habíamos hecho una incursión contra el Negueb queretí, contra el de Judá y contra el Negueb de Caleb, y prendimos fuego a Sicelag».
15 David le dijo: «¿Quieres guiarme hasta esa banda?». Respondió: «Júrame por Dios que no me matarás ni me entregarás en mano de mi señor, y te guiaré hasta esa banda».
16 Le guió y vieron que estaban esparcidos por todo el campo, comiendo, bebiendo y haciendo fiesta por el enorme botín que habían capturado en la tierra de los filisteos y en la tierra de Judá.
17 David los batió, desde el alba a la tarde del día siguiente. Y no escapó ni uno, excepto cuatrocientos jóvenes que montaron en sus camellos y salieron huyendo.
18 David rescató cuanto se habían llevado los amalecitas, incluidas sus dos esposas.
19 Nada les faltó, ni pequeño ni grande, ni hijo alguno o hija, ni nada del botín que se habían llevado. David lo recuperó todo.
20 Se apoderó tanto del ganado menor como del ganado mayor. Y lo condujeron delante de él, diciendo: «Este es el botín de David».
21 Al llegar donde estaban los doscientos hombres que, exhaustos de seguirle, había apostado en el torrente Besor, estos salieron al encuentro de David y del pueblo que venía con él. David se acercó a la gente y les preguntó si estaban bien.
22 Entonces algunos perversos y desalmados de los hombres que habían ido con él tomaron la palabra: «Puesto que no han venido con nosotros, no les daremos parte del botín que hemos recuperado, sino solo su mujer y sus hijos. Que los cojan y se vayan».
23 David replicó: «Hermanos míos, no obréis así con lo que nos ha dado el Señor, que nos ha protegido y ha entregado en nuestras manos esa banda que vino contra nosotros.
24 No se hable más de este asunto, pues será igual la parte del que baja al combate que la del que se queda con la impedimenta. Ambos repartirán por igual».
25 Y de aquel día en adelante dejó establecida esta norma y costumbre en Israel, hasta hoy.
26 David volvió a Sicelag y envió parte del botín a los ancianos de Judá y a sus amigos, diciendo: «Ahí tenéis una bendición para vosotros del botín de los enemigos del Señor».
27 A los de Betel y a los de Ramot del Negueb, a los de Yatir
28 y a los de Aroer, a los de Sifemot y a los de Estemó,
29 a los de Racal y a los de las ciudades yerajmelitas, a los de las ciudades quenitas
30 y a los de Jormá, a los de Bor Asán y a los de Atac,
31 a los de Hebrón, y a todos los lugares por donde había pasado David con sus hombres.
1 Los filisteos entablaron combate contra Israel. Los israelitas huyeron ante ellos y muchos cayeron muertos en el monte Gelboé.
2 Los filisteos acosaron a Saúl y a sus hijos y dieron muerte a Jonatán, a Abinadab y a Malqui Sua, hijos de Saúl.
3 El peso del combate cayó sobre Saúl; los arqueros dieron con él y quedó aterrorizado ante ellos.
4 Saúl dijo a su escudero: «Desenvaina la espada y atraviésame con ella, no sea que vengan esos incircuncisos y hagan escarnio de mí». Pero su escudero no accedió, por el gran miedo que tenía. Entonces Saúl cogió la espada y se echó sobre ella.
5 Cuando el escudero vio que había muerto, se echó a su vez sobre la espada y murió con él.
6 Aquel día murieron juntos Saúl, sus tres hijos, su escudero y toda su gente.
7 Cuando las gentes de Israel del otro lado del valle y de allende el Jordán vieron que los israelitas habían huido y que Saúl y sus hijos habían muerto, huyeron también, abandonando las ciudades. Los filisteos vinieron luego a asentarse en ellas.
8 Al día siguiente los filisteos fueron a despojar los cadáveres. Y encontraron a Saúl y a sus tres hijos, caídos en el monte Gelboé.
9 Le cortaron la cabeza y le despojaron de sus armas, que enviaron por el contorno del país filisteo para dar la buena noticia a los templos de sus ídolos y al pueblo.
10 Luego depositaron las armas en el templo de las astartés y colgaron su cuerpo de la muralla de Bet Seán.
11 Cuando los habitantes de Yabés de Galaad se enteraron de lo que habían hecho los filisteos con Saúl,
12 los más aguerridos se pusieron en camino durante toda la noche y retiraron de la muralla de Bet Seán los cuerpos de Saúl y de sus hijos. Llegados a Yabés, los quemaron allí.
13 Recogieron sus huesos, los enterraron bajo el tamarisco de Yabés y ayunaron siete días.