1 Después de la muerte de Saúl, David derrotó a Amalec y de regreso se detuvo dos días en Sicelag.
2 Al tercer día vino un hombre del campamento de Saúl con las vestiduras rasgadas y tierra en la cabeza. Al llegar a la presencia de David, cayó a tierra y se postró.
3 David le preguntó: «¿De dónde vienes?». Respondió: «He huido del campamento de Israel».
4 David le preguntó de nuevo: «¿Qué ha sucedido? Cuéntamelo». Respondió: «La tropa ha huido de la batalla y muchos del pueblo han caído y han muerto, entre ellos Saúl y su hijo Jonatán».
5 David siguió preguntando al joven que le traía la noticia: «¿Cómo sabes que han muerto Saúl y su hijo Jonatán?».
6 Respondió: «Me encontraba casualmente en el monte Gelboé, cuando vi a Saúl echado sobre su lanza, mientras los carros y jefes de la caballería lo acosaban de cerca.
7 Al volverse, me vio y me llamó. Contesté: “Aquí estoy".
8 Me preguntó: “ ¿Quién eres?". Le respondí: “Soy un amalecita".
9 Y me dijo: “Acércate, y remátame. Estoy en los estertores, pero todavía me queda vida".
10 Me acerqué a él y lo rematé, comprendiendo que no podría vivir después de su derrota. Luego cogí la diadema de la cabeza y el brazalete del brazo para traerlos aquí a mi señor».
11 Entonces David, echando mano a sus vestidos, los rasgó, lo mismo que sus acompañantes.
12 Hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta la tarde por Saúl, por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor y por la casa de Israel, caídos a espada.
13 David preguntó al joven que le informaba: «¿De dónde eres?». Respondió: «Soy hijo de un extranjero amalecita».
14 David le dijo: «¿Cómo no has tenido temor de extender tu mano y acabar con el ungido del Señor?».
15 Llamó a uno de los servidores, y le ordenó: «Ve y mátalo». Lo hirió y murió.
16 David sentenció: «Caiga tu sangre sobre tu cabeza, pues tú mismo has testimoniado en contra tuya, al decir: “Yo he dado muerte al ungido del Señor"».
17 David entonó esta elegía por Saúl y por su hijo Jonatán.
18 Y ordenó que enseñaran a los hijos de Judá la Canción del Arco, escrita en el Libro del Justo:
19 «La flor de Israel herida en tus alturas.
Cómo han caído los héroes.
20 Que no se cuente en Gat,
que no se pregone en las calles de Ascalón,
para que no se alegren las hijas de los filisteos,
para que no salten de gozo las hijas de los incircuncisos.
21 Montes de Gelboé,
no haya en vosotros ni rocío ni lluvia,
ni campos feraces.
Porque allí ha sido manchado el escudo de los héroes:
el escudo de Saúl, no ungido con óleo,
22 sino con sangre de muertos, con grasa de héroes.
El arco de Jonatán no se volvió nunca atrás,
ni la espada de Saúl regresó vacía.
23 Saúl y Jonatán,
amables y gratos en su vida,
inseparables en su muerte,
más veloces que águilas,
más valientes que leones.
24 Hijas de Israel, llorad por Saúl,
que os cubría de púrpura y adornos,
que adornaba con alhajas de oro vuestros vestidos.
25 Cómo han caído los héroes
en medio del combate.
Jonatán, herido en tus alturas.
26 Estoy apenado por ti, Jonatán, hermano mío.
Me eras gratísimo,
tu amistad me resultaba más dulce
que el amor de mujeres.
27 Cómo han caído los héroes.
Han perecido las armas de combate».
1 Después de esto, David consultó al Señor: «¿Puedo subir a alguna de las ciudades de Judá?». El Señor le respondió: «Sube». David preguntó: «¿Adónde he de subir?». Respondió: «A Hebrón».
2 David subió allá con sus dos esposas, Ajinoán, la yezraelita, y Abigail, la mujer de Nabal, el de Carmel.
3 Llevó a los hombres que le acompañaban, cada uno con su familia. Y se asentaron en las ciudades de Hebrón.
4 Los hombres de Judá vinieron a ungir a David como rey sobre la casa de Judá.
Le llegó a David esta información: «Los hombres de Yabés de Galaad han dado sepultura a Saúl».
5 David despachó entonces mensajeros a las gentes de Yabés de Galaad para decirles: «Benditos seáis del Señor, por haber hecho esta obra de misericordia con vuestro señor, con Saúl, y haberle sepultado.
6 Que el Señor os trate con misericordia y lealtad. Yo en persona haré con vosotros el mismo bien que vosotros habéis hecho.
7 Ahora, sed fuertes y valientes, aunque haya muerto vuestro señor Saúl. A mí me ha ungido la casa de Judá como rey suyo».
8 Abner, hijo de Ner, jefe del ejército de Saúl, cogió a Isboset, hijo de Saúl, y le hizo pasar a Majanáin.
9 Le hizo rey de Galaad, de los asuritas, de Yezrael, Efraín, Benjamín y todo Israel.
10 Isboset, hijo de Saúl, tenía cuarenta años cuando comenzó a reinar sobre Israel y reinó dos años. Solo la casa de Judá seguía a David
11 El tiempo que David reinó en Hebrón sobre la casa de Judá fue de siete años y seis meses.
12 Abner, hijo de Ner, y los servidores de Isboset, hijo de Saúl, partieron de Majanáin hacia Gabaón.
13 Joab, hijo de Seruyá, y los servidores de David partieron también, se los encontraron junto a la alberca de Gabaón y se situaron unos a un lado de la alberca y los otros al lado opuesto.
14 Abner propuso a Joab: «Que los jóvenes se preparen y que combatan ante nosotros». Joab respondió: «Prepárense».
15 Se pusieron en pie y avanzaron: doce de Benjamín, por parte de Isboset, hijo de Saúl, y doce de los servidores de David.
16 Cada uno agarró la cabeza de su contrario, clavó la espada en su costado y todos cayeron a una. El lugar situado en Gabaón fue llamado Campo de las peñas.
17 Aquel día el combate fue duro hasta el extremo. Abner y los hombres de Israel fueron derrotados por los servidores de David.
18 Estaban allí los tres hijos de Seruyá: Joab, Abisay y Asael. Asael era ligero de pies como las gacelas del campo
19 y se puso a perseguir a Abner, sin desviarse ni a derecha ni a izquierda.
20 Abner se volvió y le preguntó: «¿Eres Asael?». Respondió: «Sí».
21 Abner le dijo: «Apártate de mí a derecha o a izquierda, agarra a uno de los jóvenes y llévate sus pertrechos». Pero Asael se negó a apartarse de él.
22 Abner volvió a decirle: «Apártate de mí, ¿por qué he de derribarte en tierra? ¿Cómo me podré presentar ante tu hermano Joab?».
23 Pero se negó a apartarse. Entonces Abner le hirió en la ingle con la parte trasera de la lanza, que le atravesó de parte a parte. Cayó y murió allí mismo. Los que pasaban por el lugar donde Asael yacía muerto se paraban.
24 Joab y Abisay siguieron la persecución de Abner. El sol se había puesto, cuando llegaron a Guibeat Ammá, que está frente a Guiá, camino del desierto de Gabaón.
25 Los benjaminitas se unieron a Abner, formando un pelotón y se detuvieron en la cima de una colina.
26 Abner llamó a Joab, y le dijo: «¿Va a estar la espada devorando siempre? ¿No sabes que al final habrá amargura? ¿Cuándo vas a ordenar al pueblo que cese de perseguir a sus hermanos?».
27 Joab respondió: «Vive Dios, que si no hubieras hablado, la gente habría estado persiguiendo a sus hermanos hasta la mañana».
28 Joab tocó el cuerno, y todo el pueblo se detuvo. No siguieron persiguiendo a Israel, ni volvieron a luchar.
29 Abner y sus hombres marcharon por la Arabá durante toda aquella noche. Atravesaron el Jordán, recorrieron todo el Bitrón y llegaron a Majanáin.
30 Joab dejó de perseguir a Abner y reunió a todo el pueblo. Faltaban diecinueve servidores de David y Asael.
31 Los servidores de David, en cambio, habían herido a trescientos sesenta de Benjamín y de los hombres de Abner, que murieron.
32 Llevaron a Asael y lo enterraron en el sepulcro de su padre en Belén. Joab y sus hombres caminaron toda la noche, y les amaneció en Hebrón.
1 La lucha entre las casas de Saúl y David fue larga. David iba fortaleciéndose, mientras la casa de Saúl iba debilitándose.
2 A David le nacieron hijos en Hebrón. Su primogénito fue Amnón, de Ajinoán, la yezraelita,
3 el segundo Quilab, de Abigail, mujer de Nabal, el de Carmel, el tercero Absalón, hijo de Maacá, hija de Talmay, rey de Guesur,
4 el cuarto Adonías, hijo de Jaguit, el quinto Sefatías, hijo de Abital,
5 y el sexto Yitreán, de su esposa Eglá. Estos le nacieron a David en Hebrón.
6 Durante la guerra entre las casas de Saúl y David, Abner fue afianzándose en la casa de Saúl.
7 Tenía Saúl una concubina llamada Rispá, hija de Ayá. Entonces Isboset le dijo a Abner: «¿Por qué te has llegado a la concubina de mi padre?».
8 Abner montó en cólera por las palabras de Isboset. Y replicó: «¿Soy acaso una cabeza de perro, que pertenece a Judá? Hasta hoy he obrado lealmente con la casa de Saúl, tu padre, con sus hermanos y amigos, y no te he dejado caer en manos de David. ¿Y me pides cuentas hoy de la falta con esa mujer?
9 Que Dios me castigue, si no actúo para que se cumpla lo que el Señor juró a David:
10 traspasar el reino de la casa de Saúl y establecer a David sobre el trono de Israel y de Judá desde Dan hasta Berseba».
11 Isboset no pudo replicar ni una palabra a Abner, por el miedo que le infundía.
12 Abner despachó mensajeros a David en su propio nombre para tratar de quién sería el país y le propuso: «Haz una alianza conmigo y yo estaré a tu lado para que todo Israel sea tuyo».
13 David respondió: «Bien. Haré una alianza contigo. Solo te pido una cosa: que no te presentes ante mí, si no me traes a Mical, hija de Saúl, cuando vengas a mi presencia».
14 Entonces despachó David mensajeros a Isboset, hijo de Saúl, pidiéndole: «Entrégame a mi esposa Mical, que obtuve como esposa por cien prepucios de filisteos».
15 Isboset mandó a cogerla del lado de su marido Paltiel, hijo de Lais.
16 Su marido la seguía, caminando y llorando tras ella hasta Bejurín. Abner le dijo: «Ve, vuélvete». Y se volvió.
17 Abner trató en estos términos con los ancianos de Israel: «Hace algún tiempo pretendíais que David fuera vuestro rey.
18 Hacedlo ahora, puesto que el Señor le ha dicho: «Por medio de mi siervo David, salvaré a mi pueblo Israel de la mano de los filisteos y de la mano de todos sus enemigos».
19 Abner habló también a los de Benjamín. Después fue a trasmitir a David en Hebrón lo que habían decidido gustosamente Israel y toda la casa de Benjamín.
20 Abner llegó a la presencia de David en Hebrón con veinte hombres y David ofreció un banquete en su honor.
21 Abner le dijo: «Voy a ponerme en camino para reunir bajo mi señor el rey a todo Israel. Harán alianza contigo y podrás reinar en todo como desees». David despidió a Abner, que se fue en paz.
22 Los servidores de David volvieron con Joab de una correría, trayendo consigo un cuantioso botín. Abner ya no estaba con David en Hebrón, pues David lo había dejado marchar en paz.
23 Al llegar Joab y toda su tropa, le informaron: «Abner, hijo de Ner, ha venido a ver al rey, que lo ha dejado marchar en paz».
24 Joab llegó ante el rey y le dijo: «¿Qué has hecho? Abner ha venido a verte. ¿Por qué le has dejado marchar?
25 Conoces a Abner, hijo de Ner. Ha venido de seguro a engañarte, a informarse de tus salidas y entradas, y a enterarse de todo cuanto haces».
26 Joab salió de la presencia de David, y, sin que este lo supiera, despachó mensajeros tras Abner, que le hicieron volver desde la cisterna de Sirá.
27 Cuando Abner regresó a Hebrón, Joab le apartó a un lado de la puerta, como para hablar tranquilamente con él. Allí le hirió en la ingle y murió. Obró así para vengar la sangre de su hermano Asael.
28 Después de ocurrido, al saberlo, David dijo: «Yo y mi reino somos inocentes para siempre ante el Señor de la sangre de Abner, hijo de Ner.
29 Recaiga sobre la cabeza de Joab y sobre toda la casa de su padre. Que no falte en la casa de Joab quien padezca flujo ni quien tenga la lepra ni quien maneje el huso ni quien caiga a espada ni quien pase hambre».
30 Joab y su hermano Abisay habían asesinado a Abner, porque este había dado muerte a su hermano Asael en la batalla de Gabaón.
31 David dijo a Joab y a los que estaban con él: «Rasgad las vestiduras, ceñíos de saco y haced duelo por Abner». El rey David iba detrás del féretro.
32 Y cuando enterraron a Abner en Hebrón, David alzó su voz y lloró con todo el pueblo junto al sepulcro de Abner.
33 El rey entonó una elegía por Abner, diciendo:
«¿Tenía que morir Abner como muere un necio?
34 Tus manos no estaban atadas,
tus pies no estaban metidos en los grillos.
Caíste como se cae ante los malhechores».
Y el pueblo entero tornó a llorar a Abner.
35 Toda su gente vino para obligar a David a comer, mientras era de día. Pero David juró: «Que Dios me castigue, si tomo un bocado o cualquier cosa antes de que se ponga el sol».
36 El pueblo se enteró y aprobó su conducta. Todos veían con buenos ojos cuanto hacía el rey.
37 Aquel día el pueblo y todo Israel supo que no había sido cosa del rey la idea de matar a Abner, hijo de Ner.
38 El rey dijo a sus servidores: «¿Sabéis que hoy ha caído un príncipe, un grande en Israel?
39 A pesar de que he sido ungido rey, yo soy benigno, mientras que esos hombres, los hijos de Seruyá, son mucho más duros que yo. Que el Señor retribuya, según su maldad, a quien hace el mal».
1 Cuando el hijo de Saúl supo que Abner había muerto en Hebrón, se sintió desfallecer, y todo Israel se estremeció.
2 Dos jefes de bandas estaban al servicio del hijo de Saúl. Uno se llamaba Baaná y el otro Recab, hijos de Rimón, el beerotita, de los hijos de Benjamín; pues también Beerot era considerado de Benjamín.
3 Los beerotitas habían huido a Gitain y allí han vivido como inmigrantes hasta el día de hoy.
4 Jonatán, hijo de Saúl, tenía un hijo, tullido de ambos pies. Tenía cinco años, cuando llegó de Yezrael la noticia sobre Saúl y Jonatán. La nodriza lo cogió para huir, pero con las prisas de la huida cayó y quedó cojo. Se llamaba Mefiboset.
5 Recab y Baaná, los hijos de Rimón, el beerotita, se dirigieron a la casa de Isboset en pleno calor del día, mientras él estaba acostado, durmiendo la siesta. La portera de la casa también se había quedado dormida mientras seleccionaba el grano de trigo.
6 Ellos entraron hasta el interior de la casa y lo hirieron en la ingle. Después, Recab y su hermano Baaná se pusieron a salvo.
7 Entraron en la casa, cuando él estaba acostado en el lecho de la alcoba; lo hirieron y lo mataron. Después le cortaron la cabeza. Y, habiéndola cogido, marcharon por el camino de la Arabá durante toda la noche.
8 Llevaron la cabeza de Isboset a David en Hebrón. Y dijeron al rey: «Aquí tienes la cabeza de Isboset, hijo de Saúl, tu enemigo, que buscaba tu vida. El Señor ha vengado hoy a mi señor de Saúl y su descendencia».
9 Pero David tomó la palabra y replicó a Recab y a su hermano Baaná, hijos de Rimón el beerotita: «Vive el Señor, que me ha librado de todo peligro.
10 Si al que me trajo la noticia de que: “Ha muerto Saúl" –pensando ser portador de una buena noticia–, le agarré y le maté en Sicelag, pagándole así su buena noticia,
11 qué menos voy a hacer a unos malvados que han asesinado a un hombre justo en su casa y sobre su lecho. ¿Cómo no voy a reclamar su sangre de vuestras manos y barreros de la tierra?».
12 Y David dio orden a los criados de que los mataran. Les cortaron manos y pies y los colgaron en la alberca de Hebrón. En cuanto a la cabeza de Isboset, la recogieron y la enterraron en el sepulcro de Abner en Hebrón.
1 Todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebrón y le dijeron: «Hueso tuyo y carne tuya somos.
2 Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: «Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel».
3 Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.
4 David tenía treinta años cuando comenzó a reinar. Y reinó cuarenta años;
5 siete años y seis meses sobre Judá en Hebrón, y treinta y tres años en Jerusalén sobre todo Israel y Judá.
6 David se dirigió con sus hombres a Jerusalén contra los jebuseos que habitaban en el país. Estos dijeron a David: «No entrarás aquí, pues te rechazarán hasta los ciegos y los cojos». Era como decir: David no entrará aquí.
7 Pero David tomó la fortaleza de Sión, que es la ciudad de David.
8 Aquel día dijo David: «Todo el que quiera luchar contra el jebuseo que se acerque al canal. En cuanto a los cojos y a los ciegos, son odiosos a David». Por eso se dice: «Ni ciego ni cojo entrará en el templo».
9 David habitó en la fortaleza y la llamó Ciudad de David. Después la amuralló desde el Milo a la casa.
10 David iba engrandeciéndose, pues el Señor, Dios del universo, estaba con él.
11 Jirán, rey de Tiro, envió una embajada a David con maderas de cedro, carpinteros y canteros, que le edificaron una casa.
12 Entonces David se dio perfecta cuenta de que el Señor lo había consolidado como rey de Israel y había encumbrado su realeza por amor a su pueblo Israel.
13 David tomó otras concubinas y mujeres de Jerusalén, después de su llegada de Hebrón. Y le nacieron hijos e hijas.
14 Estos son los nombres de los que le nacieron en Jerusalén: Samúa y Sobab, Natán y Salomón,
15 Yibjar, Elisúa, Néfeg y Yafía,
16 Elisamá, Elyadá y Elifélet.
17 Cuando los filisteos se enteraron de que habían ungido a David como rey de Israel, subieron en su busca. David lo oyó, y bajó a la fortaleza.
18 Los filisteos llegaron y se desplegaron por el valle de Refaín.
19 David consultó entonces al Señor: «¿Puedo subir contra los filisteos? ¿Los entregarás en mi mano?». El Señor respondió: «Sube, pues los entregaré en tu mano».
20 David fue a Baal Perasín y allí los derrotó. Entonces exclamó: «El Señor dividió a mis enemigos delante de mí como se dividen las aguas». Por ello aquel lugar se llama: Baal Perasín.
21 Los filisteos abandonaron allí sus ídolos, y David y sus hombres se los llevaron.
22 Los filisteos subieron de nuevo, y se desplegaron en el valle de Refaín.
23 David consultó entonces al Señor, que respondió: «No subas, haz un rodeo y los alcanzarás frente a las moreras.
24 Cuando oigas ruido de pasos en las copas de las moreras, lánzate sobre ellos. Pues, en ese mismo momento, el Señor habrá salido ante ti para batir al ejército filisteo».
25 David hizo según le ordenó el Señor y batió a los filisteos desde Guebá a la entrada de Guézer.
1 David reunió una vez más a los selectos de Israel, treinta mil hombres.
2 Se puso en marcha con la gente de Baalá de Judá que estaba con él para trasladar de allí el Arca de Dios, designada con el nombre de «Señor del universo, que se sienta sobre querubines».
3 Pusieron el Arca de Dios en un carro nuevo y la llevaron desde la casa de Abinadab, en la colina. Uzá y Ajió, hijos de Abinadab, conducían el carro nuevo
4 y lo llevaron con el Arca de Dios desde la casa de Abinadab, en la colina. Ajió iba delante del Arca.
5 David y toda la casa de Israel bailaban ante el Señor con instrumentos de ciprés, cítaras, arpas, tambores, sistros y címbalos.
6 Al llegar a la era de Nacón, Uzá alargó su mano al Arca de Dios y la agarró, porque los bueyes la habían desplazado.
7 Se encendió, entonces, la cólera del Señor contra Uzá, y le hirió allí mismo por su temeridad. Y allí murió, junto al Arca de Dios.
8 David se enfadó, porque el Señor había abierto brecha contra Uzá. Y a aquel lugar se le llamó Pérez Uzá, hasta hoy.
9 David temió aquel día al Señor y dijo: «¿Cómo va a venir a mí el Arca del Señor?».
10 Y no quiso trasladar el Arca del Señor junto a él a la ciudad de David, sino que la condujo a casa de Obededón, el guitita.
11 El Arca del Señor permaneció tres meses en la casa de Obededón, de Gat. Y el Señor bendijo a Obededón y a toda su casa.
12 Informaron al rey David: «El Señor ha bendecido la casa de Obededón y todo lo suyo por el Arca de Dios». Entonces David fue y trajo con algazara el Arca de Dios de la casa de Obededón a la ciudad de David.
13 Cuando los portadores del Arca del Señor avanzaban seis pasos, se sacrificaba un toro y un animal cebado.
14 David iba danzando ante el Señor con todas sus fuerzas, ceñido de un efod de lino.
15 Él y toda la casa de Israel iban subiendo el Arca del Señor entre aclamaciones y al son de trompeta.
16 Cuando el Arca del Señor entraba en la ciudad de David, Mical, la hija de Saúl, se asomó a la ventana, vio al rey David saltando y danzando ante el Señor, y lo menospreció en su corazón.
17 Trajeron el Arca del Señor y la instalaron en su lugar, en medio de la tienda que había desplegado David. David ofreció ante el Señor holocaustos y sacrificios de comunión.
18 Cuando acabó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en nombre del Señor del universo.
19 Repartió a todo el pueblo, a la muchedumbre de Israel, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pastel de uvas pasas. Tras lo cual, todo el pueblo se fue, cada uno a su casa.
20 Al volver para bendecir su casa, Mical, la hija de Saúl, salió al encuentro de David, y le dijo: «Cómo se ha cubierto hoy de gloria el rey de Israel, descubriéndose a los ojos de sus servidoras y servidores, como se descubre un cualquiera».
21 David respondió: «Danzaré sin descanso ante el Señor, que me ha preferido a tu padre y a toda su casa para hacerme jefe de todo su pueblo Israel.
22 Y me rebajaré todavía más y me humillaré a mis propios ojos; pero apareceré cada vez con más gloria ante esas criadas de las que tú has hablado».
23 Mical, hija de Saúl, no tuvo ya hijos en toda su vida.
1 Cuando el rey se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor,
2 dijo al profeta Natán: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda».
3 Natán dijo al rey: «Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo».
4 Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán:
5 «Ve y habla a mi siervo David: “Así dice el Señor. ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía?
6 Desde el día en que hice subir de Egipto a los hijos de Israel hasta hoy, yo no he habitado en casa alguna, sino que he estado peregrinando de acá para allá, bajo una tienda como morada.
7 Durante todo el tiempo que he peregrinado con todos los hijos de Israel, ¿acaso me dirigí a alguno de los jueces a los que encargué pastorear a mi pueblo Israel, diciéndoles: ‘Por qué no me construís una casa de cedro?’".
8 Pues bien, di a mi siervo David: “Así dice el Señor del universo. Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel.
9 He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra.
10 Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño,
11 cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa.
12 En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino.
13 Será él quien construya una casa a mi nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre.
14 Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Si obra mal, yo lo castigaré con vara y con golpes de hombres.
15 Pero no apartaré de él mi benevolencia, como la aparté de Saúl, al que alejé de mi presencia.
16 Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre"».
17 Natán trasladó a David estas palabras y la visión.
18 Entonces el rey David vino a presentarse ante el Señor y dijo: «¿Quién soy yo, mi Dueño y Señor, y quién la casa de mi padre, para que me hayas engrandecido hasta tal punto?
19 Y, por si esto fuera poco a los ojos de mi Dueño y Señor, has hecho también a la casa de tu siervo una promesa para el futuro. ¡Esta es la ley del hombre, Dueño mío y Señor mío!
20 ¿Y qué más podría decirte David? Tú conoces a tu siervo, Dueño mío y Señor mío.
21 Has realizado esta gran proeza por tu palabra y según tu corazón, manifestándosela a tu siervo.
22 Por ello eres grande, mi Dueño y Señor, y no hay nadie como tú ni dios alguno fuera de ti, como hemos escuchado con nuestros oídos.
23 ¿Y quién como tu pueblo, Israel, nación única sobre la tierra, a la que Dios fue a rescatar como pueblo suyo, engrandeciendo su nombre y realizando por vosotros proezas y prodigios en favor de tu tierra, en presencia de tu pueblo, que rescataste de Egipto, de sus gentes y de sus dioses?
24 Constituiste a tu pueblo Israel pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios.
25 Ahora, pues, Señor Dios, confirma la palabra que has pronunciado acerca de tu siervo y de su casa, y cumple tu promesa.
26 Tu nombre sea ensalzado por siempre de este modo: “El Señor del universo es el Dios de Israel y la casa de tu siervo David permanezca estable en tu presencia".
27 Pues tú, Señor del universo, Dios de Israel, has manifestado a tu siervo: “Yo te construiré una casa". Por eso, tu siervo ha tenido ánimo para dirigirte esta oración.
28 Tú, mi Dueño y Señor, eres Dios, tus palabras son verdad y has prometido a tu siervo este bien.
29 Dígnate, pues, bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca para siempre ante ti. Pues tú, mi Dueño y Señor, has hablado, sea bendita la casa de tu siervo para siempre».
1 Después de esto David abatió a los filisteos, los humilló y les arrebató Gat y sus zonas de apoyo.
2 Abatió también a los moabitas y, haciéndoles echarse en tierra, los midió con un cordel; luego mandó dar muerte a dos de los grupos que había medido, y dejó con vida al tercer grupo. Los moabitas se convirtieron en servidores de David, pagándole tributo.
3 Derrotó igualmente a Adadézer, hijo de Ben Rejob, rey de Sobá, cuando se disponía a restablecer su dominio hasta el Éufrates.
4 David le capturó mil setecientos hombres de caballería y veinte mil de a pie, y desjarretó todos los caballos de tiro, dejando un centenar de ellos.
5 Siria de Damasco vino en ayuda de Adadézer, rey de Sobá, pero David mató a veintidós mil hombres,
6 estableció guarniciones en Siria de Damasco y los arameos se convirtieron en servidores de David, pagándole tributo. El Señor concedió el triunfo a David donde quiera que se dirigía.
7 David recogió las aljabas de oro que llevaban encima los servidores de Adadézer y las trajo a Jerusalén.
8 Y en Tébaj y Berotay, ciudades de Adadézer, se apoderó de mucho bronce.
9 Cuando Tou, rey de Jamat, se enteró de que David había derrotado a todo el ejército de Adadézer,
10 envió a su hijo Jorán a visitar al rey David, para saludarlo y felicitarlo por haber luchado contra Adadézer y haberlo vencido; pues Tou y Adadézer estaban en guerra. Jorán llevó con él objetos de plata, oro y bronce.
11 El rey David también lo consagró al Señor con la plata y el oro que había consagrado, procedente de todas las naciones que había sometido:
12 de Siria, Moab y de los hijos de Amón, de los filisteos, de Amalec y del botín de Adadézer, hijo de Rejob, rey de Sobá.
13 David adquirió un gran renombre después de batir a dieciocho mil hombres de Siria en el valle de la Sal.
14 Estableció guarniciones en todo Edón y los edomitas quedaron como servidores de David. El Señor concedió el triunfo a David donde quiera que se dirigía.
15 David reinó sobre todo Israel, administrando el derecho y la justicia al pueblo.
16 Joab, hijo de Seruyá, mandaba el ejército; Josafat, hijo de Ajilud era el cronista;
17 Sadoc, hijo de Ajitob, y Ajimélec, hijo de Abiatar, eran sacerdotes; Seruyá era el escriba;
18 Benaías, hijo de Yehoyadá, mandaba a los quereteos y pelteos. Los hijos de David eran sacerdotes.
1 David se preguntó: «¿Quedará algún superviviente de la casa de Saúl? Le trataré con bondad en consideración a Jonatán».
2 La casa de Saúl había tenido un siervo, de nombre Sibá. Fue llamado a presencia de David y el rey le preguntó: «¿Eres tú Sibá?». Respondió: «Soy siervo tuyo».
3 Siguió preguntando: «No queda ya nadie de la casa de Saúl? Le trataré con bondad por amor a Dios». Respondió: «Queda un hijo de Jonatán, tullido de los pies».
4 Prosiguió el rey: «¿Dónde está?». Respondió Sibá: «Se encuentra en casa de Maquir, hijo de Amiel, de Lo Debar».
5 El rey David envió a buscarlo, y lo trajeron de allí.
6 Mefiboset, hijo de Jonatán, hijo de Saúl, llegó a presencia David, cayó sobre su rostro y se postró. David exclamó: «Mefiboset». Él respondió: «He aquí a tu siervo».
7 David le dijo: «No temas, pues quiero tratarte con bondad, en consideración a tu padre Jonatán. Te restituiré toda la hacienda de Saúl, tu padre, y comerás siempre a mi mesa».
8 Él se postró y dijo: «¿Quién es tu siervo, para que te hayas preocupado por mí, siendo como soy un perro muerto?».
9 Entonces David llamó a Sibá, criado de Saúl, y le dijo: «Todo lo perteneciente a Saúl y a su casa se lo he dado al hijo de tu señor.
10 Tú, tus hijos y tus servidores labraréis la tierra para él, y traerás el producto para alimento del hijo de tu señor, que comerá de ello. Pero Mefiboset, hijo de tu señor, comerá siempre a mi mesa». Sibá, que tenía quince hijos y veinte servidores,
11 contestó al rey: «Tu siervo cumplirá todo cuanto mi señor, el rey, le ha ordenado». Mefiboset comía a la mesa de David, como uno de los hijos del rey.
12 Mefiboset tenía un hijo pequeño, llamado Micá, y cuantos vivían en casa de Sibá eran servidores de Mefiboset.
13 Mefiboset habitaba en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey. Era tullido de pies.
1 Murió después el rey de los amonitas, y su hijo Janún reinó en su lugar.
2 David se dijo: «Trataré con benevolencia a Janún, hijo de Najas, como su padre me trató con benevolencia». Envió a sus servidores a darle el pésame por su padre. Cuando los servidores de David llegaron al país amonita,
3 los jefes amonitas dijeron a Janún, su señor: «¿Acaso crees que ha sido para honrar a tu padre por lo que David ha enviado a los que te dan el pésame? ¿No será que los ha enviado para inspeccionar la ciudad, espiarla y luego destruirla?».
4 Entonces Janún prendió a los servidores de David, les rapó la mitad de su barba y les cortó su ropa por la mitad, hasta las nalgas, y los despidió.
5 Se lo comunicaron a David y envió gente al encuentro de aquellos hombres, que se sentían totalmente avergonzados. El rey les dijo: «Quedaos en Jericó hasta que crezca vuestra barba y podáis volver».
6 Cuando los amonitas se dieron cuenta de que se habían ganado la enemistad de David, mandaron reclutar como mercenarios a veinte mil hombres de a pie de los arameos de Bet Rejob y de Sobá, mil hombres del rey de Maacá y doce mil de la gente de Tob.
7 Al enterarse David, mandó a Joab y a todo el ejército de los valientes.
8 Los amonitas salieron y formaron en orden de batalla a la entrada de la puerta, mientras la gente de Siria, Sobá, Rejob, así como la de Tob y de Maacá estaban aparte en el campo.
9 Cuando vio Joab que había un frente de batalla por delante y otro por detrás, hizo una selección de los más escogidos de Israel y los puso en formación ante Siria.
10 El resto de la tropa lo confió a su hermano Abisay, que la dispuso frente a los amonitas.
11 Joab le había dicho: «Si Siria es más fuerte que yo, me socorrerás y si los amonitas son más fuertes que tú, iré a socorrerte.
12 Sé fuerte, hagámonos fuertes por nuestro pueblo y por las ciudades de nuestro Dios, y el Señor haga lo que le parezca bien».
13 Entonces Joab y su tropa se lanzaron al combate contra Siria, que huyó ante él.
14 Cuando los amonitas vieron que Siria había huido, emprendieron la fuga ante Abisay, metiéndose en la ciudad. Joab dejó a los hijos de Amón y se volvió a Jerusalén.
15 Al ver Siria que había sido derrotado por Israel, se concentraron a una.
16 Adadézer despachó mensajeros e hizo venir a los arameos de allende el río Éufrates, y llegaron a Jelán. Sobac era el jefe del ejército y Adadézer iba al frente.
17 Cuando informaron a David, reunió a todo Israel, atravesaron el Jordán y llegaron a Jelán. Los arameos formaron ante David y trabaron batalla con él.
18 Los arameos huyeron ante Israel y David destruyó setecientos carros y cuarenta mil jinetes. Hirió a Sobac, jefe de su ejército, que murió allí mismo.
19 Los reyes vasallos de Adadézer, viéndose vencidos por Israel, hicieron la paz y se sometieron a Israel. Los arameos no se atrevieron a seguir auxiliando a los amonitas.
1 A la vuelta de un año, en la época en que los reyes suelen ir a la guerra, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel. Masacraron a los amonitas y sitiaron Rabá, mientras David se quedó en Jerusalén.
2 Una tarde David se levantó de la cama y se puso a pasear por la terraza del palacio. Desde allí divisó a una mujer que se estaba bañando, de aspecto muy hermoso.
3 David mandó averiguar quién era aquella mujer. Y le informaron: «Es Betsabé, hija de Elián, esposa de Urías, el hitita».
4 David envió mensajeros para que la trajeran. Llegó a su presencia y se acostó con ella, que estaba purificándose de sus reglas. Ella volvió a su casa.
5 Quedó encinta y mandó este aviso a David: «Estoy encinta».
6 David, entonces, envió a decir a Joab: «Mándame a Urías, el hitita». Joab se lo mandó.
7 Cuando llegó Urías, David le preguntó cómo se encontraban Joab y la tropa y cómo iba la guerra.
8 Luego le dijo: «Baja a tu casa a lavarte los pies». Urías salió del palacio y tras él un regalo del rey.
9 Pero Urías se acostó a la puerta del palacio con todos los servidores de su señor, y no bajó a su casa.
10 Informaron a David: «Urías no ha bajado a su casa». Y David dijo a Urías: «Acabas de llegar de un viaje. ¿Por qué no has bajado a tu casa?».
11 Urías contestó: «El Arca, Israel y Judá moran en tiendas, y mi señor Joab y los servidores de mi señor acampan al raso. ¿Y yo voy a ir a mi casa a comer y beber y a acostarme con mi mujer? Por tu vida, por tu propia vida, no he de hacer tal cosa».
12 Entonces le dijo David: «Quédate hoy aquí y mañana te enviaré». Urías se quedó aquel día y el siguiente en Jerusalén.
13 David le invitó a comer con él y le hizo beber hasta ponerle ebrio. Urías salió por la tarde a acostarse en su jergón con los servidores de su señor, pero no bajó a su casa.
14 A la mañana siguiente David escribió una carta a Joab, que le mandó por Urías.
15 En la carta había escrito: «Poned a Urías en primera línea, donde la batalla sea más encarnizada. Luego retiraos de su lado, para que lo hieran y muera».
16 Joab observó la ciudad y situó a Urías en el lugar en el que sabía que estaban los hombres más aguerridos.
17 Las gentes de la ciudad hicieron una salida. Trabaron combate con Joab y hubo bajas en la tropa, entre los servidores de David. Murió también Urías, el hitita.
18 Joab despachó un mensajero para informar a David de todas las incidencias de la batalla,
19 ordenándole: «Cuando termines de comunicar al rey todas las incidencias de la batalla,
20 si el rey monta en cólera y te dice: “ ¿Por qué os habéis acercado a la ciudad para atacarla? ¿No sabíais que dispararían desde la muralla?
21 ¿Quién hirió a Abimélec, hijo de Jerubeset? ¿No fue una mujer la que arrojó sobre él una piedra de molino desde la muralla y lo mató en Tebes? ¿Por qué os habéis acercado a la muralla?", tú replicarás: “También ha muerto tu siervo, Urías el hitita"».
22 Partió el mensajero, llegó y comunicó a David el mensaje completo de Joab.
23 El mensajero explicó a David: «Aquellos hombres se hicieron fuertes contra nosotros. Nos salieron al encuentro en el campo, pero pudimos con ellos, llevándolos hasta la entrada de la puerta.
24 Entonces los arqueros dispararon contra tus servidores desde la muralla y murieron algunos de los servidores del rey, entre los que se encontraba Urías, el hitita».
25 David contestó al mensajero: «Di a Joab: “No te disgustes por lo sucedido, pues la espada devora de una o de otra manera. Intensifica tu ataque contra la ciudad y destrúyela". Y dale ánimo».
26 La mujer de Urías supo que había muerto su marido, e hizo duelo por él.
27 Cuando acabó el duelo, David envió a por ella y la recogió en su casa como esposa suya. Ella le dio un hijo. Mas lo que había hecho David desagradó al Señor.
1 El Señor envió a Natán a ver a David y, llegado a su presencia, le dijo:
«Había dos hombres en una ciudad, uno rico y el otro pobre.
2 El rico tenía muchas ovejas y vacas.
3 El pobre, en cambio, no tenía más que una cordera pequeña que había comprado. La alimentaba y la criaba con él y con sus hijos. Ella comía de su pan, bebía de su copa y reposaba en su regazo; era para él como una hija.
4 Llegó un peregrino a casa del rico, y no quiso coger una de sus ovejas o de sus vacas y preparar el banquete para el hombre que había llegado a su casa, sino que cogió la cordera del pobre y la aderezó para el hombre que había llegado a su casa».
5 La cólera de David se encendió contra aquel hombre y replicó a Natán: «Vive el Señor que el hombre que ha hecho tal cosa es reo de muerte.
6 Resarcirá cuatro veces la cordera, por haber obrado así y por no haber tenido compasión».
7 Entonces Natán dijo a David: «Tú eres ese hombre. Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo te ungí rey de Israel y te libré de la mano de Saúl.
8 Te entregué la casa de tu señor, puse a sus mujeres en tus brazos, y te di la casa de Israel y de Judá. Y, por si fuera poco, te añadiré mucho más.
9 ¿Por qué has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que le desagrada? Hiciste morir a espada a Urías el hitita, y te apropiaste de su mujer como esposa tuya, después de haberlo matado por la espada de los amonitas.
10 Pues bien, la espada no se apartará de tu casa jamás, por haberme despreciado y haber tomado como esposa a la mujer de Urías, el hitita".
11 Así dice el Señor: “Yo voy a traer la desgracia sobre ti, desde tu propia casa. Cogeré a tus mujeres ante tus ojos y las entregaré a otro, que se acostará con ellas a la luz misma del sol.
12 Tú has obrado a escondidas. Yo, en cambio, haré esto a la vista de todo Israel y a la luz del sol"».
13 David respondió a Natán: «He pecado contra el Señor». Y Natán le dijo: «También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás.
14 Ahora bien, por haber despreciado al Señor con esa acción, el hijo que te va a nacer morirá sin remedio».
15 Natán se fue a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David y cayó enfermo.
16 David oró con insistencia a Dios por el niño. Ayunaba y pasaba las noches acostado en tierra.
17 Los ancianos de su casa se acercaron a él e intentaban obligarlo a que se levantara del suelo, pero no accedió, ni quiso tomar con ellos alimento alguno.
18 Al séptimo día murió el niño. Los servidores de David temían comunicarle su muerte, pensando: «Si mientras vivía aún el niño le hablábamos y no nos escuchaba, ¿cómo decirle ahora que ha muerto? Haría un disparate».
19 Al ver David que sus servidores cuchicheaban, comprendió que el niño había muerto. Les preguntó: «¿Ha muerto el niño?». Respondieron: «Sí».
20 Entonces David se alzó del suelo, se lavó, se ungió, se mudó de ropa y, entrando en el templo del Señor, se postró. Volvió a casa, pidió que le pusieran comida y comió.
21 Sus servidores le dijeron: «¿Cómo obras así? Cuando el niño vivía todavía, ayunabas y llorabas. Y, una vez muerto, te levantas y pruebas alimento».
22 Contestó: «Mientras vivía el niño, ayunaba y lloraba, pensando: “Quién sabe. Quizás el Señor se compadezca de mí y el niño se cure".
23 Ahora que ha muerto, ¿para qué ayunar? ¿Puedo hacerle volver? Yo soy el que irá adonde él. Él no volverá a mí».
24 David consoló a su mujer Betsabé. Fue y se acostó con ella. Dio a luz un hijo y lo llamó Salomón. El Señor lo amó
25 y mandó al profeta Natán que le pusiera el nombre de Yedidías, en consideración al Señor.
26 Joab continuó la lucha contra Rabá de los amonitas y tomó la ciudad regia.
27 Despachó entonces mensajeros que dijeran a David: «He atacado Rabá y he tomado la ciudad de las aguas.
28 Ahora, reúne al resto del pueblo, acampa frente a la ciudad y tómala tú, para que no sea yo quien la conquiste y le pongan mi nombre».
29 David reunió a todo el pueblo, fue a Rabá, luchó contra ella y la conquistó.
30 Tomó la corona de la cabeza de su rey –su peso era de unos treinta y cinco kilos de oro y tenía una piedra preciosa– y la pusieron sobre la cabeza de David. Sacó un botín muy abundante de la ciudad.
31 Deportó a su población y la puso a trabajar con sierras, rastrillos y hachas de hierro, dedicándola a hacer ladrillos. Lo mismo hizo con todas las ciudades de los amonitas. Después David y todo el pueblo regresaron a Jerusalén.
1 Después sucedió que Absalón, hijo de David, tenía una hermana muy hermosa, llamada Tamar; Amnón, hijo de David, se enamoró de ella.
2 Sentía Amnón tal angustia que enfermó, a causa de su hermana Tamar. Esta era virgen y a él le parecía imposible conseguir nada de ella.
3 Tenía un amigo llamado Jonadab, hijo de Samá, hermano de David. Jonadab era muy inteligente
4 y le preguntó a Amnón: «Hijo del rey, ¿por qué estás de peor aspecto cada mañana? ¿No me lo dirás?». Amnón le respondió: «Estoy prendado de Tamar, hermana de mi hermano Absalón».
5 Jonadab le dijo: «Acuéstate en tu cama, fingiendo estar enfermo, y cuando acuda tu padre a verte, dile: “Que venga, por favor, mi hermana Tamar y me sirva la comida; que la prepare delante de mí, de modo que yo coma de su mano"».
6 Amnón se acostó, fingiendo estar enfermo. El rey acudió a verlo, y Amnón le dijo: «Venga, por favor, mi hermana Tamar y fría ante mí un par de buñuelos, para comerlos de su mano».
7 David envió este recado a casa de Tamar: «Ve, por favor, a casa de tu hermano Amnón y prepárale la comida».
8 Tamar se dirigió a casa de su hermano Amnón, que seguía acostado. Tomó harina, la amasó y la frió ante sus ojos, cocinando así los buñuelos.
9 Cogió la sartén y se lo sirvió, pero él se negó a comer, gritando: «Haced salir a todos de mi lado». Y todos salieron.
10 Dijo entonces a Tamar: «Tráeme la comida a la habitación para comerla de tu mano». Tamar cogió los buñuelos que había hecho y los llevó hasta su hermano Amnón a la habitación.
11 Cuando se acercó a él para que comiera, la agarró y le dijo: «Ven, acuéstate conmigo, hermana mía».
12 Ella contestó: «No, hermano mío, no me fuerces, pues no se hace así en Israel. No cometas esta infamia.
13 ¿Adónde llevaría yo mi deshonra? Y tú, serías como uno de los infames de Israel. Habla, por favor, al rey, que no se opondrá a que sea tuya».
14 Él no quiso hacerle caso. La agarró, la forzó y se acostó con ella.
15 Después Amnón le cobró una aversión mucho mayor que el amor con que la había amado. Y le dijo: «Levántate y vete».
16 Ella contestó: «Echarme ahora sería causa de un mal mayor que el primero que has hecho conmigo». Pero él no quiso hacerle caso.
17 Llamó a su criado de servicio y le ordenó: «Échala fuera, lejos de mí y cierra con cerrojo la puerta tras ella».
18 Ella llevaba una túnica de mangas, pues tal era el vestido de las hijas del rey aún vírgenes. Su criado la hizo salir fuera y echó el cerrojo de la puerta tras ella.
19 Tamar esparció ceniza sobre la cabeza, rasgó la túnica de mangas que llevaba, puso las manos sobre la cabeza y se marchó dando gritos.
20 Su hermano Absalón le preguntó: «¿Ha estado contigo mi hermano Amnón? Por ahora, hermana mía, calla. Es tu hermano. No des vueltas en tu corazón a este asunto». Tamar se quedó desolada en casa de su hermano Absalón.
21 Cuando el rey David se enteró de todo esto, se enojó muchísimo.
22 Absalón no habló con Amnón ni para mal ni para bien. Sin embargo, lo odiaba por haber forzado a su hermana Tamar.
23 Al cabo de dos años, los esquiladores de Absalón se encontraban en Baal Jasor, cerca de Efraín, y Absalón invitó a todos los hijos del rey.
24 Se presentó al rey y le dijo: «Es el tiempo del esquileo de tu siervo. Vengan el rey y sus servidores a casa de tu siervo».
25 El rey le contestó: «No hijo mío, no iremos todos nosotros para no serte gravosos». Insistió, pero el rey no accedió a ir y le bendijo.
26 Dijo, no obstante, Absalón: «¿No podría venir con nosotros mi hermano Amnón?». El rey contestó: «¿Para qué va a ir contigo?».
27 Absalón insistió y el rey dejó ir a Amnón y a todos sus hijos.
28 Absalón había ordenado a sus criados: «Mirad, cuando el corazón de Amnón esté contento por el vino y yo os diga: herid a Amnón, matadlo. No tengáis miedo. Soy yo quien os lo ordeno. Ánimo y sed valientes».
29 Los criados de Absalón hicieron con Amnón según les ordenó. Todos los hijos del rey se levantaron y, montando cada uno en su mulo, huyeron.
30 Iban de camino, cuando llegó la noticia a David en estos términos: «Absalón ha dado muerte a todos los hijos del rey y no ha quedado ni uno de ellos».
31 El rey se levantó, rasgó sus vestiduras y se echó por tierra, mientras todos sus servidores permanecían en pie con las vestiduras rasgadas.
32 Jonadab, hijo de Samá, hermano de David, tomó la palabra y dijo: «No piense mi señor que han dado muerte a todos los jóvenes hijos del rey, pues solo ha muerto Amnón. Era algo decidido por parte de Absalón desde el día en que Amnón forzó a su hermana Tamar.
33 Así que, el rey, mi señor, no sufra en su corazón, pensando: “Han muerto todos los hijos del rey", porque solo ha muerto Amnón».
34 Absalón huyó. El joven que hacía la guardia levantó la mirada y vio que un grupo numeroso venía de camino por el lado de la montaña.
35 Jonadab dijo entonces al rey: «Ya llegan los hijos del rey. Ha sucedido como te había dicho tu siervo».
36 Al acabar de hablar, llegaron los hijos del rey y, alzando su voz, rompieron a llorar. El rey y todos sus servidores rompieron también a llorar con gran llanto.
37 Absalón escapó, marchándose junto a Tolmay, hijo de Amihur, rey de Guesur. David hizo duelo por su hijo todo aquel tiempo.
38 Absalón se había ido, huyendo a Guesur, donde permaneció tres años.
39 El rey David dejó de salir contra Absalón, cuando se hubo consolado de la muerte de Amnón.
1 Cuando Joab, hijo de Seruyá, comprendió que el corazón del rey estaba de parte de Absalón,
2 mandó que fueran a Técoa y trajeran de allí una mujer inteligente. Le dijo: «Haz duelo, ponte ropas de luto, no te perfumes y compórtate como una mujer que hace duelo por un muerto hace muchos días.
3 Ve a ver al rey, y dile estas palabras». Joab puso las palabras en su boca.
4 La mujer de Técoa fue a ver al rey. Cayó rostro a tierra y, postrándose, exclamó: «Socórreme, majestad».
5 El rey le preguntó: «¿Qué te pasa?». Ella respondió: «Soy una viuda, mi marido ha muerto.
6 Tu sierva tenía dos hijos. Los dos riñeron en el campo, sin que nadie pudiera mediar entre ambos. Uno de ellos golpeó al otro y lo mató.
7 Y ahora toda la familia se ha levantado contra tu sierva y dicen: “Entréganos al que ha matado a su hermano, para matarlo, como pago de la vida del hermano, al que ha asesinado. Y exterminaremos también al heredero". Quieren extinguir el rescoldo que me queda, de modo que mi marido no tendrá ni nombre ni posteridad sobre la faz de la tierra».
8 El rey dijo a la mujer: «Vete a casa, que yo daré órdenes acerca de ti».
9 La mujer de Técoa prosiguió: «Mi señor, el rey, que la culpa caiga sobre mí y sobre la casa de mi padre. El rey y su trono son inocentes».
10 El rey dijo: «Trae a mi presencia al que hable contra ti y no volverá a tocarte».
11 Ella respondió: «Jure el rey por el Señor, tu Dios, que el vengador de la sangre no aumentará el desastre y no exterminará a mi hijo». Él dijo: «Vive el Señor, que no ha de caer a tierra ni un cabello de tu hijo».
12 La mujer continuó: «Permite que tu sierva hable de nuevo al rey, mi señor». Respondió: «Habla».
13 Ella dijo: «¿Por qué has tomado tal decisión contra el pueblo de Dios? Por el mismo hecho de haber pronunciado esta sentencia, el rey se ha hecho culpable, pues no deja volver al desterrado.
14 En verdad, morimos sin remedio, como agua derramada en tierra, que no se puede recoger. Dios no quita la vida, sino que hace planes para que no haya exiliados lejos de él.
15 Y ahora, si he venido a decir estas palabras al rey, mi señor, es porque tengo miedo al pueblo. Tu sierva se dijo: “Voy a hablar al rey. Quizás cumpla lo que le diga su sierva.
16 Si el rey me escucha, librará a su sierva de la mano del hombre que pretende borrarme a mí y a mi hijo de la heredad de Dios".
17 Tu sierva continuó diciéndose: “La palabra del rey, mi señor, contribuirá al apaciguamiento, porque el rey, mi señor, es como un ángel de Dios, que escucha el bien y el mal. El Señor, tu Dios, esté contigo"».
18 El rey tomó la palabra y dijo a la mujer: «No me ocultes nada de lo que voy a preguntarte». Respondió: «Hable, el rey, mi señor».
19 Le preguntó: «¿No está la mano de Joab detrás de todo esto?». Ella respondió: «Por tu vida, oh rey, mi señor, nada de cuanto ha dicho el rey, mi señor, se desvía ni a izquierda ni a derecha. Tu siervo Joab me ha dado instrucciones y él ha puesto todas estas palabras en boca de tu sierva.
20 Tu siervo Joab ha hecho tal para cambiar el cariz del asunto. Pero mi señor es sabio, con una sabiduría como la de un ángel de Dios, para darse cuenta de todo cuanto sucede en la tierra».
21 El rey dijo a Joab: «Voy a hacer esto: ve a traer al joven Absalón».
22 Joab cayó rostro en tierra, se postró y bendijo al rey, diciendo: «Ahora sé que tu siervo ha encontrado gracia a los ojos del rey, mi señor, pues el rey ha accedido a la propuesta de su siervo».
23 Joab se levantó, marchó a Guesur y trajo a Absalón a Jerusalén.
24 El rey ordenó: «Que regrese a su casa, pero no vea mi rostro». Absalón regresó a su casa, pero no vio el rostro del rey.
25 No había en todo Israel hombre tan hermoso como Absalón, digno de tan grandes elogios. De la punta del pie a la coronilla no había en él defecto alguno.
26 Cuando se rapaba la cabeza –y lo hacía al final de cada año, pues le pesaba demasiado–, el peso del cabello de su cabeza era de más de dos kilos en la balanza del rey.
27 Le nacieron a Absalón tres hijos y una hija, llamada Tamar, mujer muy guapa.
28 Absalón vivió dos años en Jerusalén, sin ver el rostro del rey.
29 Entonces mandó llamar a Joab para enviarlo al rey, pero él no quiso venir. Lo mandó llamar por segunda vez, pero tampoco quiso venir.
30 Así que ordenó a sus servidores: «Mirad la parcela de Joab, junto a la mía, donde tiene su cebada. Id y prendedle fuego». Y los servidores de Absalón prendieron fuego a la parcela.
31 Joab se decidió a ir a la casa de Absalón y le preguntó: «¿Por qué han incendiado tus servidores la parcela que me pertenece?».
32 Absalón respondió: «Te mandé llamar para decirte: Ven. Quiero enviarte al rey con este mensaje: “ ¿Para qué he venido de Guesur? Mejor estaba allí". Quiero ver el rostro del rey, y si soy culpable, que me haga morir».
33 Joab fue a ver al rey y se lo comunicó. Después el rey llamó a Absalón, que vino a su presencia y se postró ante él rostro a tierra. Y el rey lo abrazó.
1 Absalón se hizo luego con un carro, caballos y cincuenta hombres que le precedían.
2 Madrugaba y se ponía al borde del camino que conducía a la puerta de la ciudad. Y a todo hombre que tenía algún pleito para llevar a juicio ante el rey lo llamaba y le preguntaba: «¿De qué ciudad eres?». Respondía: «Tu siervo es de una de las tribus de Israel».
3 Absalón le decía: «Mira, tu causa es buena y justa, pero no hay quien te escuche de parte del rey».
4 Entonces Absalón exclamaba: «¡Quién me constituyera juez en el país! Vendría a mí todo el que tuviera un litigio o una causa y le haría justicia».
5 Y cuando alguno se acercaba a postrarse ante él, alargaba la mano, lo agarraba y lo abrazaba.
6 De este modo obraba Absalón con todo israelita que venía a juicio ante el rey, robando el corazón de las gentes de Israel.
7 Al cabo de cuatro años Absalón dijo al rey: «Déjame ir a Hebrón, a cumplir el voto que hice al Señor.
8 Pues tu siervo hizo un voto, cuando moraba en Guesur de Siria, diciendo: “Si el Señor me concede volver a Jerusalén, le ofreceré un sacrificio"».
9 El rey le dijo: «Vete en paz». Y él se puso en camino hacia Hebrón.
10 Absalón mandó emisarios por todas las tribus de Israel para decir: «Cuando oigáis el sonido del cuerno, decid: “Absalón reina en Hebrón"».
11 Doscientos convidados de Jerusalén marchaban con Absalón. Iban inocentemente, sin saber nada de todo el asunto.
12 Mientras ofrecía los sacrificios, Absalón mandó llamar de Guiló a Ajitofel, el guilonita, consejero de David. La conjuración fue cobrando fuerza y el pueblo que se unía a Absalón era cada vez más numeroso.
13 Alguien llegó junto a David con esta información: «El corazón de la gente de Israel sigue a Absalón».
14 Entonces David dijo a los servidores que estaban con él en Jerusalén: «Levantaos y huyamos, pues no tendremos escapatoria ante Absalón. Vámonos rápidamente, no sea que se apresure, nos dé alcance, precipite sobre nosotros la ruina y pase la ciudad a filo de espada».
15 Los servidores del rey contestaron: «Tus servidores están dispuestos para cuanto decida el rey, nuestro señor».
16 El rey salió a pie con toda su familia, dejando diez concubinas para cuidar del palacio.
17 Salió a pie con toda la gente, deteniéndose en la última casa.
18 Todos sus servidores pasaron a su lado, los quereteos, los pelteos y los seiscientos guititas que le habían seguido desde Gaza.
19 El rey dijo a Itai, el de Gaza: «¿Por qué vienes tú también con nosotros? Vuélvete y quédate con el rey, pues eres extranjero y estás desterrado de tu país.
20 ¿Viniste ayer y te voy a hacer vagar hoy caminando con nosotros, cuando yo ando sin saber adónde voy? Vuélvete y lleva a tus hermanos contigo. ¡Y que el Señor tenga misericordia y fidelidad contigo!».
21 Itai tomó la palabra para decir al rey: «Por vida del Señor y por vida del rey, mi señor, que allí donde se encuentre mi señor, sea para muerte o para vida, allí estará tu siervo».
22 David le dijo: «Ve y pasa». Y pasó Itai, el de Gaza, con los hombres y niños que iban con él.
23 Todo el mundo lloraba entre grandes lamentos, mientras iba pasando el pueblo. El rey cruzó el torrente Cedrón y toda la gente lo hizo en frente del camino del desierto.
24 Sadoq y los levitas que llevaban el Arca de la Alianza de Dios la depositaron junto a Abiatar, hasta que toda la gente terminó de salir de la ciudad.
25 Entonces el rey dijo a Sadoc: «Vuelve con el Arca de Dios a la ciudad. Si encuentro gracia a los ojos del Señor, me concederá volver y ver el Arca y su morada.
26 Pero si él dice: “Ya no me eres grato", aquí me tiene, haga conmigo como bien le parezca».
27 El rey siguió hablándole: «¿Eres tú un vidente? Vuelve en paz a la ciudad con tu hijo Ajimás y Jonatán, hijo de Abiatar.
28 Mirad, yo me detendré en los pasos del desierto, hasta que lleguen noticias vuestras para informarme».
29 Sadoc y Abiatar volvieron con el Arca de Dios a Jerusalén y se quedaron allí.
30 David subía la cuesta de los Olivos llorando con la cabeza cubierta y descalzo. Los que le acompañaban llevaban cubierta la cabeza y subían llorando.
31 Avisaron a David: «Ajitofel está entre los conjurados con Absalón». David exclamó: «El Señor frustre el consejo de Ajitofel».
32 Al llegar David a la cumbre donde la gente se postra ante Dios, le salió al encuentro Jusai, el arquita, con la túnica rasgada y tierra sobre la cabeza.
33 David le dijo: «Si pasas conmigo, me serás una carga.
34 Pero, si regresas a la ciudad y dices a Absalón: “Seré tu siervo, majestad, aunque era antes siervo de tu padre; ahora quiero ser tu siervo", podrás malograr, en favor mío, el consejo de Ajitofel.
35 Allí estarán contigo los sacerdotes Sadoc y Abiatar, a los que comunicarás todo lo que oigas en la casa del rey.
36 Con ellos están Ajimás, hijo de Sadoc y Jonatán, hijo de Abiatar, y por ellos me enviarás cualquier noticia que oigas».
37 Jusai, el amigo de David, entró en la ciudad cuando Absalón llegaba a Jerusalén.
1 Cuando David había sobrepasado un poco la cima, salió a su encuentro Sibá, siervo de Mefiboset con un par de asnos aparejados, cargados con doscientos panes, cien racimos de pasas, cien pasteles de higos y un odre de vino.
2 El rey le preguntó: «¿Por qué traes esto?». Sibá respondió: «Los asnos son para la familia del rey, para que monten sobre ellos, el pan y los higos, para que puedan comer los jóvenes; y el vino, para que beba el que desfallezca en el desierto».
3 El rey preguntó: «¿Dónde está el hijo de tu señor?». Sibá respondió: «Se ha quedado en Jerusalén, pensando: “La casa de Israel me restituirá hoy la realeza de mi padre"».
4 El rey le dijo: «Todo lo de Mefiboset es tuyo». Sibá respondió: «Yo me postro. Encuentre yo gracia a los ojos del rey, mi señor».
5 Al llegar el rey a Bajurín, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá. Iba caminando y lanzando maldiciones.
6 Y arrojaba piedras contra David y todos sus servidores. El pueblo y los soldados protegían a David a derecha e izquierda.
7 Semeí decía al maldecirlo: «Fuera, fuera, hombre sanguinario, hombre desalmado.
8 El Señor ha hecho recaer sobre ti la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino has usurpado. Y el Señor ha puesto el reino en manos de tu hijo Absalón. Has sido atrapado por tu maldad, pues eres un hombre sanguinario».
9 Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey: «¿Por qué maldice este perro muerto al rey, mi señor? Deja que vaya y le corte la cabeza».
10 El rey contestó: «¿Qué hay entre vosotros y yo, hijo de Seruyá? Si maldice y si el Señor le ha ordenado maldecir a David, ¿quién le va a preguntar: “Por qué actúas así"?».
11 Luego David se dirigió a Abisay y a todos sus servidores: «Un hijo mío, salido de mis entrañas, busca mi vida. Cuánto más este benjaminita. Dejadle que me maldiga, si se lo ha ordenado el Señor.
12 Quizá el Señor vea mi humillación y me pague con bendiciones la maldición de este día».
13 David y sus hombres subían por el camino, mientras Semeí iba por la ladera del monte, paralelo a él, maldiciendo y arrojando piedras entre la polvareda que levantaba al caminar.
14 El rey y el pueblo que lo acompañaba llegaron agotados. Y allí recobraron fuerzas.
15 Absalón y los israelitas habían llegado a Jerusalén. Ajitofel iba a su lado.
16 Cuando Jusai, el arquita, amigo de David, llegó a la presencia de Absalón, gritó: «¡Viva el rey! ¡Viva el rey!».
17 Absalón le preguntó: «¿Es esta la fidelidad a tu amigo? ¿Por qué no has ido con él?».
18 Jusai respondió: «De ninguna manera. Pues yo me quedaré y viviré con aquel a quien ha elegido el Señor, este pueblo y la gente de Israel.
19 En segundo lugar: ¿A quién voy a servir? ¿No es a su mismo hijo? Como serví a tu padre, así te serviré a ti».
20 Absalón dijo a Ajitofel: «Proponed vuestro consejo. ¿Qué hemos de hacer?».
21 Ajitofel respondió: «Llégate a las concubinas que tu padre dejó para cuidar del palacio. Todo Israel sabrá que te has enemistado con tu padre y se fortalecerán las manos de cuantos te siguen».
22 Se desplegó una tienda sobre la terraza y Absalón se llegó a las concubinas de su padre a la vista de todo Israel.
23 El consejo que daba Ajitofel en aquellos días era como si se consultara la palabra de Dios. Así era considerado cualquier consejo de Ajitofel, tanto por David como por Absalón.
1 Ajitofel propuso a Absalón: «Voy a escoger doce mil hombres para perseguir a David esta noche.
2 Me echaré sobre él, que se encontrará fatigado y débil de fuerzas, y le infundiré pánico; los que están con él huirán y yo mataré al rey, solo a él.
3 Entonces todo el pueblo volverá junto a ti. Dar con el hombre que buscas significará la vuelta de todos. Todo el pueblo quedará en paz».
4 La propuesta le pareció acertada a Absalón y a los ancianos de Israel.
5 Pero Absalón dijo: «Llama también a Jusai, el arquita, y oigamos su opinión».
6 Jusai llegó a la presencia de Absalón, y este le dijo: «Esta es la propuesta de Ajitofel. ¿Hemos de actuar según su parecer? Si no, habla tú mismo».
7 Jusai respondió: «Por esta vez no es bueno el consejo que ha dado Ajitofel».
8 Y continuó: «Tú sabes que tu padre y sus hombres son aguerridos y estarán furiosos como una osa en el campo privada de sus crías. Tu padre es un hombre de guerra y no pasará la noche con el pueblo.
9 Ahora se encontrará oculto en una cueva o en algún otro lugar. Y si David ataca primero, el que lo oiga dirá: “Ha habido una matanza entre la gente que sigue a Absalón".
10 Y, entonces, incluso el más valiente, aquel cuyo corazón sea como el de un león, se acobardará, pues todo Israel sabe que tu padre es un valiente y los que están con él, aguerridos.
11 Yo te aconsejo: concentra a tu lado a todo Israel, desde Dan hasta Berseba, en número como la arena del mar y tú en persona sal con ellos.
12 Iremos hasta donde se encuentre y caeremos sobre él como cae el rocío sobre el suelo. No quedará con vida ni él ni uno solo de los hombres que lo acompañan.
13 Si se refugia en una ciudad, todo Israel llevará sogas a aquella ciudad, y lo arrastraremos al torrente, de suerte que no se encuentre allí ni un guijarro».
14 Absalón y los hombres de Israel exclamaron: «El consejo de Jusai, el arquita, es mejor que el de Ajitofel». El Señor había decidido que fracasara el buen consejo de Ajitofel, para hacer caer la desgracia sobre Absalón.
15 Jusai dijo a los sacerdotes Sadoc y Abiatar: «Ajitofel ha aconsejado esto a Absalón y a los ancianos de Israel. Y esto he aconsejado yo.
16 Ahora, pues, mandad este recado urgente a David: no pases la noche en las estepas del desierto. Pasa al otro lado para que no le ocurra una desgracia al rey y a toda la gente que lo acompaña».
17 Jonatán y Ajimás estaban apostados en En Roguel. Una criada fue a llevarles el aviso para que fueran e informaran al rey David. Ellos no podían dejarse ver a la entrada de la ciudad.
18 Pero los vio un criado y avisó a Absalón. Los dos partieron apresuradamente y llegaron a la casa de un hombre en Bajurín. Su patio tenía una cisterna y bajaron a ella.
19 La mujer, cogiendo una manta la extendió sobre la boca de la cisterna y esparció granos encima, de modo que nada se notaba.
20 Llegaron los servidores de Absalón a casa de la mujer y preguntaron: «¿Dónde están Ajimás y Jonatán?». La mujer contestó: «Han cruzado las aguas». Los buscaron, pero, al no encontrarlos, se volvieron a Jerusalén.
21 Cuando ya se habían marchado, subieron de la cisterna y corrieron a informar al rey David. Le dijeron: «Levantaos y cruzad rápidamente las aguas, porque Ajitofel ha dado este consejo contra vosotros».
22 David y los que lo acompañaban se dispusieron a cruzar el Jordán. Al despuntar el alba, no quedaba nadie que no lo hubiera cruzado.
23 Al ver Ajitofel que no se llevaba a cabo su plan, aparejó el asno y se puso en camino a la casa de su ciudad. Dio instrucciones a los suyos y se ahorcó. Murió y fue enterrado en el sepulcro de su padre.
24 David llegó a Majanáin, cuando Absalón cruzaba el Jordán con todos los hombres de Israel.
25 Absalón había nombrado a Amasá jefe del ejército, en lugar de Joab. Amasá era hijo de un hombre llamado Yitró, israelita, que se había llegado a Abigail, hija de Najas, hermana de Seruyá, madre de Joab.
26 Israel y Absalón acamparon en la tierra de Galaad.
27 Cuando David llegó a Majanáin, Sobí, hijo de Najas de Rabá de los amonitas, y Maquir, hijo de Amiel de Lo Debar, y Barzilai, el galaadita de Roguelín,
28 trajeron camas, mantas, recipientes de barro, trigo, cebada, harina, grano tostado, alubias, lentejas,
29 miel, manteca y quesos de oveja y de vaca. Se lo ofrecieron a David y al pueblo que estaba con él para que comieran, pues se habían dicho: «El pueblo estará hambriento, fatigado y con sed en el desierto».
1 David pasó revista al ejército que lo acompañaba y puso al frente del mismo jefes de mil y de cien.
2 Luego los envió así: un tercio en manos de Joab, un tercio en manos de Abisay, hijo de Seruyá, hermano de Joab, y un tercio en manos de Itai el de Gat. El rey les dijo: «Yo también saldré con vosotros».
3 Pero le contestaron: «No debes salir, porque, si tenemos que huir, no les preocupará; incluso, si muere la mitad de nosotros, tampoco les preocupará, mientras que tú eres como diez mil para nosotros. Es mejor que nos ayudes desde la ciudad».
4 El rey les contestó: «Haré lo que mejor os parezca». Y el rey se quedó junto al portón de la ciudad, mientras todo el ejército salía en grupos de cien y de mil.
5 El rey ordenó a Joab, a Abisay y a Itai: «Tratadme bien al muchacho, a Absalón». Todo el pueblo oyó la orden del rey a los jefes respecto a Absalón.
6 El ejército salió al campo al encuentro de Israel. Y se trabó la batalla en el bosque de Efraín.
7 Allí fue derrotado el ejército de Israel por los hombres de David. Aquel día hubo allí una gran mortandad: veinte mil bajas.
8 El combate se extendió por el entorno del territorio y el bosque devoró aquel día más hombres que la espada.
9 Absalón se encontró frente a los hombres de David. Montaba un mulo y, al pasar el mulo bajo el ramaje de una gran encina, la cabeza se enganchó en la encina y quedó colgado entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que montaba siguió adelante.
10 Alguien lo vio y avisó a Joab: «He visto a Absalón colgado de una encina».
11 Joab dijo al que le informaba: «Si lo has visto, ¿por qué no lo derribaste allí mismo? Yo te habría dado más de cien gramos de plata y un cinturón».
12 Aquel hombre contestó a Joab: «Aunque recibiera en mi mano más de once kilos de plata, no extendería mi mano contra el hijo del rey, pues el rey te dictó a ti, a Abisay y a Itai, a nuestros propios oídos, esta orden: “Guardadme al muchacho, a Absalón".
13 Si yo hubiera obrado mal contra él, nada permanecería oculto al rey. Incluso tú te habrías puesto contra mí».
14 Joab replicó: «No quiero quedarme aquí esperando ante ti». Y cogiendo tres venablos en la mano, los clavó en el corazón de Absalón, que estaba aún vivo colgado de la encina.
15 Lo rodearon diez criados, escuderos de Joab, que hirieron a Absalón y le dieron muerte.
16 Joab tocó el cuerno y retuvo al ejército, que dejó de perseguir a Israel.
17 Cogieron a Absalón, lo arrojaron a una gran hoya en el bosque y apilaron encima un montón enorme de piedras. Y todo Israel huyó, cada cual a su tienda.
18 Absalón se había erigido en vida una estela que se encuentra en el valle del Rey, pensando: «No tengo hijo alguno que perpetúe mi nombre». Puso a la estela su propio nombre y así se la sigue llamando, hasta este día: Monumento de Absalón.
19 Ajimás, hijo de Sadoc, propuso: «Iré corriendo a anunciar al rey la buena noticia de que el Señor le ha hecho justicia, librándolo de la mano de sus enemigos».
20 Joab le dijo: «Hoy no serás tú un hombre de buenas noticias. Otro día las anunciarás. Hoy no darías buenas noticias, cuando el hijo del rey ha muerto».
21 Entonces Joab ordenó a un cusita: «Ve y anuncia al rey lo que has visto». El cusita se postró ante Joab y echó a correr.
22 Ajimás, hijo de Sadoc, le insistió a Joab: «Sea lo que sea, déjame correr tras el cusita». Joab respondió: «¿Para qué vas a correr, hijo mío? No tienes ninguna buena noticia que anunciar».
23 «Sea lo que fuere, quiero correr», respondió. Y Ajimás corrió por el camino de la vega adelantando al cusita.
24 David estaba sentado entre las dos puertas. El vigía subió a la terraza del portón, sobre la muralla. Alzó los ojos y vio que un hombre venía corriendo en solitario.
25 El vigía gritó para anunciárselo al rey. El rey dijo: «Si es uno solo, trae buenas noticias en su boca». Se iba acercando,
26 cuando el vigía divisó otro hombre corriendo. Y gritó al portero: «Veo otro hombre corriendo solo». El rey dijo: «También este es portador de buenas noticias».
27 El vigía siguió diciendo: «Ya distingo al primero y por el modo de correr es Ajimás, hijo de Sadoc». El rey dijo: «Este es un hombre bueno y viene con buenas noticias».
28 Ajimás dijo en alta voz al rey: «Paz». Y se postró ante el rey, rostro en tierra. Después exclamó: «Bendito sea el Señor, tu Dios, que ha acabado con los hombres que habían levantado su mano contra el rey, mi señor».
29 El rey preguntó: «¿Está bien el muchacho Absalón?». Ajimás respondió: «Vi un tumulto grande cuando Joab envió a un siervo del rey y a tu siervo, pero no supe qué era».
30 El rey dijo: «Retírate y quédate ahí». Se retiró y se quedó allí.
31 Cuando llegó el cusita, dijo: «Reciba una buena noticia el rey, mi señor: el Señor te ha hecho justicia hoy, librándote de la mano de todos los que se levantaron contra ti».
32 El rey preguntó: «¿Se encuentra bien el muchacho Absalón?». El cusita respondió: «Que a los enemigos de mi señor, el rey, y a todos los que se han levantado contra ti para hacerte mal les ocurra como al muchacho».
1 Entonces el rey se estremeció. Subió a la habitación superior del portón y se puso a llorar. Decía al subir: «¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!».
2 Avisaron a Joab: «El rey llora y hace duelo por Absalón».
3 Así, la victoria de aquel día se convirtió en duelo para todo el pueblo, al oír decir que el rey estaba apenado por su hijo.
4 El ejército entró aquel día a escondidas en la ciudad, como se esconde el ejército avergonzado que ha huido de la batalla.
5 El rey se había cubierto el rostro, y gritaba con voz fuerte: «¡Hijo mío, Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!».
6 Joab fue a ver al rey a palacio y le dijo: «Hoy has avergonzado el rostro de todos los servidores, que han salvado tu vida y la vida de tus hijos e hijas, de tus mujeres y de tus concubinas.
7 Amando a los que te odian y odiando a los que te aman, hoy has dado a conocer que los jefes y los servidores no significan nada para ti. Sé de cierto que si Absalón siguiera vivo y todos nosotros hubiéramos muerto, te parecería bien.
8 Así pues, levántate, sal y habla al corazón de tus servidores. Pues he jurado por el Señor, que si no sales, ni un solo hombre pasará la noche contigo, y esto será para ti un mal peor que todos los males que te han sobrevenido desde tu juventud hasta ahora».
9 El rey se levantó y se sentó junto al portón. Avisaron a todos: «El rey está sentado junto al portón». Y todos acudieron a la presencia del rey.
Israel había huido, cada cual a su tienda.
10 Y por las tribus de Israel la gente discutía: «El rey nos libró de la mano de los enemigos y nos salvó de la mano de los filisteos. Ahora ha tenido que huir del país por causa de Absalón.
11 Absalón, al que habíamos ungido rey sobre nosotros, ha muerto en la guerra: ¿por qué no decís nada sobre la vuelta del rey?».
12 El rey David envió a los sacerdotes Sadoc y Abiatar con este mensaje: «Decid a los ancianos de Judá: “ ¿Por qué vais a ser los últimos en hacer volver al rey a su casa, cuando la palabra de todo Israel ha llegado hasta el rey y su casa?
13 Vosotros sois mis hermanos, sois hueso mío y carne mía, ¿por qué vais a ser los últimos en hacer volver al rey?".
14 Decidle a Amasá: “ ¿No eres tú hueso mío y carne mía? Que Dios me castigue si no te conviertes para siempre en jefe del ejército en lugar de Joab"».
15 Así se ganó el corazón de todos los hombres de Judá como si se tratara de uno solo. Estos mandaron decir al rey: «Regresa con todos tus servidores».
16 El rey volvió y llegó al Jordán, mientras Judá llegó a Guilgal para ir a su encuentro y hacerle pasar el Jordán.
17 Semeí, hijo de Guerá, benjaminita de Bajurín, se apresuró a bajar con los hombres de Judá al encuentro del rey David.
18 Lo acompañaban mil benjaminitas y Sibá, criado de la casa de Saúl, con sus quince hijos y veinte servidores, que bajaron al Jordán por delante del rey.
19 Y cruzaron el vado para ayudar a pasar a la casa del rey y obrar conforme a su parecer. Semeí, hijo de Guerá, se postró ante el rey, después de pasar el Jordán.
20 Dijo al rey: «No me imputes culpa alguna, señor mío, ni recuerdes el delito que cometió tu siervo el día en que salió de Jerusalén el rey, mi señor; no lo guardes, majestad, en tu corazón.
21 Tu siervo lo reconoce: sí, he pecado. Pero hoy he sido el primero de toda la casa de José en bajar al encuentro del rey, mi señor».
22 Abisay, hijo de Seruyá, tomó la palabra y dijo: «¿Es que no va a morir Semeí por esto, cuando ha maldecido al ungido del Señor?».
23 David respondió: «¿Qué tengo que ver con vosotros, hijos de Seruyá, para atreveros a contradecirme? ¿Va a morir hoy un hombre en Israel? Me doy cuenta de que hoy vuelvo a ser rey de Israel».
24 El rey dijo a Semeí: «No morirás». Y el rey se lo juró.
25 Mefiboset, hijo de Saúl, bajó al encuentro del rey. No había cuidado sus pies, ni el bigote, ni lavado sus vestidos desde que se había marchado el rey hasta el día en que volvió en paz.
26 Cuando llegó a Jerusalén, al encuentro del rey, este le preguntó: «¿Por qué no viniste conmigo, Mefiboset?».
27 Respondió: «Oh rey, mi señor, mi criado me engañó. Tu siervo pensó: “Voy a aparejar el asno y a montar en él para ir con el rey, pues tu siervo es cojo".
28 Él calumnió a tu siervo ante el rey, mi señor. Pero, el rey, mi señor, es como un ángel de Dios. Haz lo que te parezca bien.
29 Pues, para mi señor, el rey, toda la casa de mi padre no son más que gente merecedora de muerte. Has sentado a tu siervo entre los comensales de tu mesa. ¿Qué derecho tengo para rogar más al rey?».
30 El rey le dijo: «¿Por qué seguir exponiendo tus razones? He dispuesto que tú y Sibá os repartáis las tierras».
31 Mefiboset respondió: «Que se lo quede todo, una vez que el rey ha regresado en paz a su casa».
32 Barzilai el galaadita había bajado de Roguelín y había cruzado con el rey el Jordán, para despedirle.
33 Barzilai era muy anciano, de ochenta años. Él había aprovisionado al rey durante su permanencia en Majanáin, pues era un hombre muy rico.
34 El rey le dijo: «Pasa conmigo y te mantendré junto a mí en Jerusalén».
35 Barzilai respondió: «¿Cuántos pueden ser los años que me quedan de vida, para que suba a Jerusalén con el rey?
36 Tengo ya ochenta años. ¿Puedo distinguir lo bueno de lo malo? ¿Saborea tu siervo lo que come y bebe? ¿O puedo escuchar aún la voz de cantores y cantoras? ¿Para qué va a ser tu siervo una carga más para el rey, mi señor?
37 Tu siervo acompañará un poco al rey, pasado el Jordán. Pero ¿por qué me va a dar el rey tal recompensa?
38 Deja regresar a tu siervo y que pueda morir en mi ciudad, junto a la tumba de mis padres. Ahí está tu siervo Quinján. Pase con el rey, mi señor, y haz de él lo que mejor te parezca».
39 El rey contestó: «Quinján pasará conmigo y yo haré con él lo que te parezca bien. Haré cuanto me pidas».
40 Todo el pueblo cruzó el Jordán. También el rey lo cruzó, besó a Barzilai, bendiciéndolo y este se volvió a su pueblo.
41 El rey cruzó el Jordán con Quinján. Todo Judá pasó con el rey y también la mitad de Israel.
42 Los de Israel se dirigieron al rey, diciendo: «¿Por qué nuestros hermanos, los hombres de Judá, te han acaparado, ayudando al rey, a su casa y a toda su gente a pasar el Jordán?».
43 Los de Judá respondieron a los de Israel: «Porque el rey es pariente nuestro. ¿Por qué te vas a enfadar por esto? ¿Acaso hemos comido nosotros a expensas del rey y nos ha suministrado él alguna posesión?».
44 Los de Israel replicaron a los de Judá: «Tenemos diez partes en el rey, e incluso tenemos más derechos que tú sobre David. ¿Por qué nos has despreciado? ¿No hemos sido nosotros los primeros en hablar para que volviera nuestro rey?». Las palabras de los de Judá fueron más violentas que las de los de Israel.
1 Estaba allí por casualidad un hombre desalmado llamado Seba, hijo de Bicrí, benjaminita. Tocó el cuerno y dijo:
«No tenemos parte con David ni heredad con el hijo de Jesé. Cada cual a sus tiendas, Israel».
2 Toda la gente de Israel se apartó de David siguiendo a Seba, hijo de Bicrí, mientras la gente de Judá permaneció unida a su rey, desde el Jordán hasta Jerusalén.
3 David entró en su palacio de Jerusalén. Tomó a las diez concubinas que había dejado para cuidarlo, las confinó en una casa y allí las mantuvo. Pero no se llegó a ellas. Permanecieron recluidas hasta el día de la muerte, viudas de por vida.
4 El rey ordenó a Amasá: «Convócame a los hombres de Judá para dentro de tres días y preséntate aquí».
5 Amasá se fue a convocar a Judá, pero no lo hizo en el plazo que David le había señalado.
6 Entonces David dijo a Abisay: «Seba, hijo de Bicrí, nos va a hacer ahora más daño que Absalón. Coge a los servidores de tu señor y persíguelo, no sea que alcance ciudades fortificadas y escape de nosotros».
7 Los hombres de Joab, los quereteos, los pelteos y todos los valientes salieron con él de Jerusalén en persecución de Seba, hijo de Bicrí.
8 Se encontraban junto a la gran piedra que hay en Gabaón, cuando Amasá llegó hasta ellos. Joab iba vestido con su uniforme, ceñido de cinturón con la espada en su vaina colgada a la cadera; la espada se le salió y cayó a tierra.
9 Joab preguntó a Amasá: «¿Te encuentras bien, hermano mío?». Y asió con la mano derecha la barba de Amasá para besarle.
10 Amasá no se percató de la espada que Joab tenía en la mano. Le hirió con ella en el vientre y sus entrañas quedaron esparcidas por tierra. Murió, sin que tuviera que repetir el golpe. Joab y su hermano Abisay persiguieron luego a Seba, hijo de Bicrí.
11 Uno de los mozos de Joab se quedó junto a Amasá, gritando: «Quienquiera que sea partidario de Joab y de David, siga a Joab».
12 Amasá yacía bañado en sangre en medio del camino. Viendo que todo el pueblo se detenía, aquel hombre apartó a Amasá del camino hacia el campo y echó sobre él un vestido, pues todo el que pasaba a su lado, al verle, se detenía.
13 Cuando lo hubo apartado del camino, toda la gente pasó siguiendo a Joab en persecución de Seba, hijo de Bicrí.
14 Seba recorrió todas las tribus de Israel hasta llegar a Abel de Bet Maacá y a los beritas. Pero lo despreciaron y lo persiguieron
15 hasta asediarlo en Abel de Bet Maacá. Levantaron un terraplén contra la muralla que se apoyaba en el antemural. Y toda la tropa de Joab empezó a hacer zapas para derrumbar la muralla.
16 Entonces una mujer sagaz gritó desde la ciudad: «Escuchad, escuchad, decid, por favor, a Joab: “Acércate aquí, que quiero hablar contigo"».
17 Se acercó hasta ella, y la mujer preguntó: «¿Eres tú Joab?». Respondió: «Yo soy». Le dijo: «Escucha las palabras de tu sierva». Respondió: «Escucho».
18 Ella continuó: «Antes se decía: “Preguntad en Abel y todo arreglado".
19 Yo soy la más pacífica y fiel de Israel. Tú, en cambio, buscas destruir una ciudad y metrópoli de Israel. ¿Por qué quieres aniquilar la heredad del Señor?».
20 Joab tomó la palabra y dijo: «Lejos de mí querer aniquilar o destruir.
21 El asunto no es ese. Un hombre de la montaña de Efraín, llamado Seba, hijo de Bicrí, se ha sublevado contra el rey David. Entregádmelo, solo a él y me iré de la ciudad». La mujer respondió: «Te arrojaremos su cabeza desde la muralla».
22 La mujer fue a hablar al pueblo con su buen juicio. Cortaron la cabeza de Seba, hijo de Bicrí, y se la arrojaron a Joab. Este tocó el cuerno y se dispersaron, cada cual a su tienda. Joab regresó a Jerusalén al lado del rey.
23 Joab estaba al frente de todo el ejército de Israel; Benaías, hijo de Yehoyadá, mandaba sobre los quereteos y los pelteos;
24 Adorán dirigía la prestación personal y Josafat, hijo de Ajilud, era el cronista;
25 Sibá era el escriba, y Sadoc y Abiatar, los sacerdotes.
26 También Ira, el yairita, era sacerdote de David.
1 En tiempos de David hubo hambre durante tres años seguidos. David consultó al Señor, y este respondió: «Es a causa de Saúl y de su casa sanguinaria, por haber matado a los gabaonitas».
2 El rey llamó a los gabaonitas y habló con ellos. Los gabaonitas no eran de los hijos de Israel, sino un resto de los amorreos, a los que los hijos de Israel habían hecho un juramento, pero Saúl había tratado de destruirlos, movido de celo por Israel y Judá.
3 David dijo a los gabaonitas: «¿Qué puedo hacer por vosotros? o ¿con qué puedo compensaros para que bendigáis la heredad del Señor?».
4 Los gabaonitas respondieron: «No queremos oro o plata de Saúl y de su casa, ni queremos matar a nadie en Israel». David les dijo: «Haré por vosotros lo que digáis».
5 Respondieron al rey: «Aquel hombre nos exterminó y planeó que fuéramos extirpados de todo el territorio de Israel.
6 Pues bien, que nos entreguen siete hombres de su casa para empalarlos ante el Señor en Guibeá de Saúl, el elegido del Señor». El rey contestó: «Os los entregaré».
7 El rey perdonó la vida a Mefiboset, hijo de Jonatán, hijo de Saúl, debido a que David y el hijo de Saúl, Jonatán, habían jurado por el Señor.
8 El rey cogió a Armoní y a Mefiboset, los dos hijos que Rispá, hija de Ayá, había dado a Saúl y los cinco hijos que Micol, hija de Saúl, había dado a Adriel, hijo de Barziel, el mejolatí.
9 Los puso en mano de los gabaonitas, que los empalaron en el monte, en presencia del Señor, y perecieron los siete a la vez. Fueron ejecutados en los días de la siega, en los primeros días, al comienzo de la siega de las cebadas.
10 Rispá, hija de Ayá, tomó un saco con ella y lo extendió sobre la peña, desde el comienzo de la siega hasta que las lluvias cayeron sobre ellos desde el cielo. No dejaba que se posaran sobre ellos las aves del cielo durante el día, ni en la noche las bestias del campo.
11 Cuando le informaron a David de lo que hacía Rispá, hija de Ayá, concubina de Saúl,
12 fue a recoger los huesos de Saúl y de su hijo Jonatán que conservaban los notables de Yabés de Galaad; estos los habían retirado a escondidas de la plaza de Bet Seán, donde los filisteos los habían colgado el día que derrotaron a Israel en Gelboé.
13 Trasladó de allí los huesos de Saúl y de su hijo Jonatán y recogieron también los huesos de los empalados.
14 Enterró los huesos de Saúl y de su hijo Jonatán en la tierra de Benjamín, en Selá, en el sepulcro de Quis, padre de Saúl. Hicieron todo lo que había ordenado el rey, y el Señor se aplacó con el país después de esto.
15 Hubo una nueva batalla de los filisteos contra Israel. David bajó con sus servidores y lucharon contra los filisteos. David se encontraba agotado.
16 Estaban acampados en Nob, que pertenece a los hijos de Harafa. Uno, que tenía una lanza de unos tres kilos de bronce e iba ceñido con un cinturón nuevo, pensaba matar a David.
17 Abisay, hijo de Seruyá, lo socorrió, hirió al filisteo y lo mató. Entonces los hombres de David juraron: «No vuelvas a salir con nosotros a la guerra, para que no se extinga la lámpara de Israel».
18 Después de esto hubo todavía otra batalla en Gob contra los filisteos. Sibecai, el jusita, mató entonces a Saf, uno de los hijos de Harafa.
19 Después se reanudó en Gob la batalla contra los filisteos. Eljanán, hijo de Yaír Oreguín, de Belén, mató a Goliat de Gaza. La madera de su lanza era como una percha de tejedores.
20 Hubo otra batalla en Gat. Había allí un gigante que tenía seis dedos en manos y pies, veinticuatro en total. También era hijo de Harafa.
21 Injurió a Israel, y lo mató Jonatán, hijo de Simai, hermano de David.
22 Esos cuatro le habían nacido a Harafa en Gat, y cayeron a manos de David y de sus servidores.
1 David dirigió al Señor las palabras de esta canción, cuando el Señor lo libró de todos sus enemigos y de las manos de Saúl.
2 Dijo:
«Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
3 Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
4 Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
5 Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
6 me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.
7 En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos.
8 Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
9 de su nariz se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz,
y lanzaba carbones ardiendo.
10 Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
11 volaba a caballo de un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento,
12 envuelto en un manto de oscuridad;
como un toldo, lo rodeaban
oscuro aguacero y nubes espesas;
13 al fulgor de su presencia, las nubes
se deshicieron en granizo y centellas;
14 y el Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz:
15 disparando sus saetas, los dispersaba,
y sus continuos relámpagos los enloquecían.
16 El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste un bramido,
con tu nariz resoplando de cólera.
17 Desde el cielo alargó la mano y me agarró,
me sacó de las aguas caudalosas,
18 me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.
19 Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo:
20 me sacó a un lugar espacioso,
me libró porque me amaba.
21 El Señor retribuyó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
22 porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios;
23 porque tuve presentes sus mandamientos
y no me aparté de sus preceptos;
24 le fui enteramente fiel,
guardándome de toda culpa;
25 el Señor retribuyó mi justicia,
la pureza de mis manos en su presencia.
26 Con el fiel, tú eres fiel;
con el íntegro, tú eres íntegro;
27 con el sincero, tú eres sincero;
con el astuto, tú eres sagaz.
28 Tú salvas al pueblo afligido
y humillas los ojos soberbios.
29 Señor, tú eres mi lámpara;
Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
30 Fiado en ti, me meto en la refriega,
fiado en mi Dios, asalto la muralla.
31 Perfecto es el camino de Dios,
acendrada es la promesa del Señor;
él es escudo para los que a él se acogen.
32 ¿Quién es Dios fuera del Señor?
¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios?
33 Dios me ciñe de valor
y me enseña un camino perfecto;
34 él me da pies de ciervo,
y me coloca en las alturas;
35 él adiestra mis manos para la guerra,
y mis brazos para tensar la ballesta.
36 Me dejaste tu escudo protector,
tu diestra me sostuvo,
multiplicaste tus cuidados conmigo.
37 Ensanchaste el camino a mis pasos,
y no flaquearon mis tobillos;
38 yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo,
y no me volvía sin haberlo aniquilado:
39 los derroté, y no pudieron rehacerse,
cayeron bajo mis pies.
40 Me ceñiste de valor para la lucha,
doblegaste a los que me resistían;
41 hiciste volver la espalda a mis enemigos,
rechazaste a mis adversarios.
42 Pedían auxilio, pero nadie los salvaba;
gritaban al Señor, pero no les respondía.
43 Los reduje a polvo, que arrebataba el viento;
los pisoteaba como barro de las calles.
44 Me libraste de las contiendas de mi pueblo,
me hiciste cabeza de naciones,
un pueblo extraño fue mi vasallo:
45 me escuchaban y me adulaban,
los extranjeros buscaban mi favor.
46 La gente extraña palidecía
y salía temblando de sus baluartes.
47 Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador:
48 el Dios que me dio el desquite
y me sometió los pueblos;
49 que me libró de mis enemigos,
me levantó sobre los que resistían
y me salvó del hombre cruel.
50 Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor,
y tañeré en honor de tu nombre:
51 tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu ungido,
de David y su linaje por siempre».
1 Estas fueron las últimas palabras de David:
«Oráculo de David, hijo de Jesé,
oráculo del varón puesto sobre lo alto,
ungido del Dios de Jacob,
favorito de los cantores de Israel.
2 El espíritu del Señor ha hablado por mí,
su palabra ha llenado mi lengua.
3 El Dios de Israel habló,
la Roca de Israel me dijo:
“El que gobierna al hombre justamente,
el que gobierna con temor de Dios,
4 es como luz mañanera, cuando sale el sol,
una mañana sin nubes,
cuando brilla por la lluvia la hierba de la tierra".
5 Así será mi casa con la ayuda de Dios,
porque hizo conmigo una alianza eterna,
plenamente regulada y mantenida.
Él hará prosperar mi vida y todos mis anhelos.
6 Los impíos son como espinos que se tiran,
que no se cogen en la mano.
7 Quien se topa con ellos agarra un hierro o un mango de lanza
y les prende fuego donde se encuentran».
8 Estos son los nombres de los héroes de David: Isbaal, el jaquemonita, primero de los Tres, que blandió una lanza contra ochocientos y los mató de una sola vez.
9 Después de él, Eleazar, hijo de Didías, hijo de Ajoji. Era uno de los tres héroes que estaban con David, cuando desafiaron a los filisteos que se habían concentrado allí para la guerra y subieron los israelitas.
10 Él se levantó y batió a los filisteos hasta que su mano se cansó y quedó pegada a la espada. El Señor concedió aquel día una gran victoria y el ejército volvió tras él tan solo para recoger los despojos.
11 Después de él, Samá, hijo de Ajé, el ararita. Los filisteos se habían reunido en Lejí, donde había una parcela sembrada de lentejas y la tropa huyó ante los filisteos.
12 Él se plantó en medio de la parcela, la recuperó y batió a los filisteos. El Señor concedió una gran victoria.
13 Tres de los treinta principales bajaron en el tiempo de la siega adonde estaba David, a la caverna de Adulán. Un destacamento de los filisteos estaba acampado en el valle de Refaín.
14 David se encontraba entonces en el refugio, mientras el destacamento filisteo se encontraba en Belén.
15 David sintió sed y exclamó: «¿Quién me diera a beber agua de la cisterna que hay a la puerta, en Belén?».
16 Aquellos tres héroes se abrieron paso por el campamento filisteo, sacaron agua de la cisterna que está a la puerta de Belén, la llevaron y se la ofrecieron a David. Él no quiso beberla y la vertió en libación al Señor,
17diciendo: «Líbreme el Señor de hacer tal cosa. Esto es la sangre de los hombres que han expuesto su vida». Y no quiso beberla. Esto hicieron los tres héroes.
18 Abisay, hermano de Joab, hijo de Seruyá, estaba al frente de los coraceros. Fue el que blandió su lanza contra trescientos hombres. Y adquirió fama entre los tres.
19 Fue el más famoso de los treinta y se convirtió en su jefe. Pero no igualó a los tres.
20 Benaías, hijo de Yehoyadá, hombre valiente y pródigo en hazañas, de Cabsel. Fue el que mató a los dos de Ariel de Moab. Bajó y dio muerte al león dentro de la cisterna el día de la nevada.
21 Él fue el que mató a un egipcio destacado. El egipcio llevaba en su mano una lanza. Bajó contra él con un bastón, arrebató la lanza de la mano del egipcio y le dio muerte con ella.
22 Esto hizo Benaías, hijo de Yehoyadá, y adquirió fama entre los tres héroes.
23 Fue el más famoso de los treinta, pero no los igualó. David le puso al frente de su guardia personal.
24 Asael, hermano de Joab figuraba entre los treinta, junto con Eljanán, hijo de Dodó, de Belén,
25 Samá el jarodita, Elicá el jarodita,
26 Jeles el pelteo, Ira, hijo de Iqués, el tecoíta,
27 Abiezer de Anatot, Mebunai el jusita,
28 Salmón el ajojita, Mahrai el netofateo,
29 Jéleb, hijo de Baná, el netofateo, Itai, hijo de Ribai, de Guibeá de los hijos de Benjamín,
30 Benaías el pirotita, Hidai de los Torrentes de Gaas,
31 Abialbón el arabateo, Azmaut el barjumeo,
32 Elyajbá el saalbonita, los hijos de Yasén, Jonatán,
33 Samá el ararita, Ajián, hijo de Sarar, el ararita,
34 Elifélet, hijo de Ajasbai, hijo del maacatita, Elián, hijo de Ajitofel, el de Guiló,
35 Jesrai el de Carmel, Parai el arabateo,
36 Yigal, hijo de Natán de Sobá, Baní el gadita,
37 Sélec el amonita, Najerai el beerotita, escudero de Joab, hijo de Seruyá,
38 Ira el yitrita, Gareb el yitrita,
39 Urías el hitita: treinta y siete en total.
1 Se encendió, una vez más, la cólera del Señor contra Israel e indujo a David contra ellos: «Anda, haz el censo de Israel y Judá».
2 El rey mandó entonces a Joab, jefe del ejército, que estaba a su lado: «Recorre todas las tribus de Israel, desde Dan a Berseba, y haz el censo del pueblo, para que sepa su número».
3 Joab le respondió: «Que el Señor, tu Dios, multiplique al pueblo por cien y lo puedan ver los ojos del rey, mi señor. Pero ¿para qué desea tal cosa el rey, mi señor?».
4 La palabra del rey prevaleció sobre Joab y los jefes del ejército y salieron de la presencia del rey para censar al pueblo de Israel.
5 Atravesaron el Jordán y acamparon en Aroer, al sur de la ciudad que hay en medio del valle de Gad, hacia Yazer.
6 Llegaron a Galaad y a los territorios de Tajtin y Jodsí. Llegaron a Dan y de allí dieron la vuelta hacia Sidón.
7 Llegaron a la ciudadela de Tiro y a todas las ciudades hivitas y cananeas. Y después salieron hacia el Negueb de Judá, hacia Berseba.
8 Recorrieron todo el país, y llegaron a Jerusalén al cabo de nueve meses y veinte días.
9 Joab entregó al rey el número del censo del pueblo: Israel contaba con ochocientos mil guerreros, que podían empuñar la espada y Judá con quinientos mil hombres.
10 Pero después, David sintió remordimiento por haber hecho el censo del pueblo. Y dijo al Señor: «He pecado gravemente por lo que he hecho. Ahora, Señor, perdona la falta de tu siervo, que ha obrado tan neciamente».
11 Al levantarse David por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió esta palabra del Señor:
12 «Ve y di a David: así dice el Señor. “Tres cosas te propongo. Elige una de ellas y la realizaré"».
13 Gad fue a ver a David y le notificó: «¿Prefieres que vengan siete años de hambre en tu país, o que tengas que huir durante tres meses ante tus enemigos, los cuales te perseguirán, o que haya tres días de peste en tu país? Ahora, reflexiona y decide qué he de responder al que me ha enviado».
14 David respondió a Gad: «¡Estoy en un gran apuro! Pero pongámonos en manos del Señor, cuya misericordia es enorme, y no en manos de los hombres».
15 El Señor mandó la peste a Israel desde la mañana hasta el plazo fijado. Murieron setenta y siete mil hombres del pueblo desde Dan hasta Berseba.
16 El ángel del Señor extendió su mano contra Jerusalén para asolarla. Pero el Señor se arrepintió del castigo y ordenó al ángel que asolaba al pueblo: «¡Basta! Retira ya tu mano». El ángel del Señor se encontraba junto a la era de Arauná, el jebuseo.
17 Al ver al ángel golpeando al pueblo, David suplicó al Señor: «Soy yo el que ha pecado y el que ha obrado mal. Pero ellos, las ovejas, ¿qué han hecho? Por favor, carga tu mano contra mí y contra la casa de mi padre».
18 Gad se presentó aquel día a David para decirle: «Sube y levanta un altar al Señor en la era de Arauná, el jebuseo».
19 David subió, conforme a la palabra de Gad, como había ordenado el Señor.
20 Arauná se asomó y vio al rey y a sus servidores subir hacía él. Entonces salió y se postró ante el rey, rostro a tierra.
21 Arauná preguntó: «¿Por qué ha venido el rey, mi señor, a ver a su siervo?». El rey contestó: «A comprarte la era, para edificar un altar al Señor y que se detenga la plaga sobre el pueblo».
22 Arauná le dijo: «Que el rey, mi señor, coja y ofrezca lo que le parezca bien. Ahí están los bueyes para el holocausto y los trillos y los arreos de los bueyes para la leña.
23 Arauná da todo esto al rey». Y añadió dirigiéndose al rey: «Que el Señor, tu Dios, te sea propicio».
24 El rey le contestó: «No, quiero comprarlo por su precio. No ofreceré de balde holocaustos al Señor, mi Dios». David compró la era y los bueyes por medio kilo de plata.
25 Construyó allí un altar al Señor y ofreció holocaustos y sacrificios pacíficos. El Señor tuvo compasión del país y cesó la plaga sobre Israel.