1 Este es el texto del documento que escribió en Babilonia Baruc, hijo de Nerías, hijo de Maasías, hijo de Sedecías, hijo de Asadías, hijo de Jelcías.
2 Lo escribió el día siete del mes, cuando se cumplían cinco años de la conquista e incendio de Jerusalén a mano de los caldeos.
3 Baruc leyó el contenido de este documento ante Jeconías, hijo de Joaquim, rey de Judá, y ante todos los que se habían congregado para escuchar su lectura.
4 Estaban también presentes autoridades, príncipes de sangre real, ancianos y toda la gente, jóvenes y adultos, que vivía en Babilonia, a orillas del río Sud.
5 Todos lloraron, ayunaron y rezaron al Señor.
6 Después hicieron una colecta, a la que cada cual contribuyó según sus posibilidades,
7 y enviaron lo recogido al sacerdote Joaquín, hijo de Jelcías y nieto de Salún, al resto de los sacerdotes y a toda la gente que vivía con él en Jerusalén.
8 Anteriormente, el día diez del mes de siván, Baruc había conseguido recuperar el ajuar robado en el templo del Señor, con intención de devolverlo a Judá. Se trataba de los objetos de plata que había mandado fabricar Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá,
9 después de que Nabucodonosor, rey de Babilonia, se hubiera llevado deportados de Jerusalén a Babilonia a Jeconías, junto con los hombres de gobierno, los cerrajeros, las autoridades y otra gente del pueblo.
10 Con el envío les decían lo siguiente: «Os mandamos este dinero para que compréis víctimas para los holocaustos y los sacrificios expiatorios, así como incienso. Haced ofrendas y presentadlo todo sobre el altar del Señor, nuestro Dios,
11 rezando por la vida de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y por la de su hijo Baltasar. Que conserven la vida tanto como duren el cielo y la tierra.
12 Que el Señor nos dé fuerza y nos ilumine para que sigamos viviendo bajo la protección de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y de su hijo Baltasar. Que les podamos servir durante mucho tiempo y disfrutemos de su benevolencia.
13 Rezad también por nosotros al Señor, nuestro Dios, pues hemos pecado contra él, y su cólera y su indignación no se han apartado de nosotros hasta el día de hoy.
14 Leed también el documento que os enviamos y proclamadlo en el templo del Señor el día de la fiesta y en las fechas que creáis oportunas». El texto dice así:
15 «Confesamos que el Señor nuestro Dios es justo. Nosotros, en cambio, sentimos en este día la vergüenza de la culpa. Nosotros, hombres de Judá, vecinos de Jerusalén,
16 nuestros reyes y gobernantes, nuestros sacerdotes y profetas, lo mismo que nuestros antepasados,
17 hemos pecado contra el Señor desoyendo sus palabras.
18 Hemos desobedecido al Señor nuestro Dios, pues no cumplimos los mandatos que él nos había propuesto.
19 Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres de Egipto hasta hoy, no hemos hecho caso al Señor nuestro Dios y nos hemos negado a obedecerlo.
20 Por eso nos han sucedido ahora estas desgracias y nos ha alcanzado la maldición con la que el Señor conminó a Moisés cuando sacó a nuestros padres de Egipto para darnos una tierra que mana leche y miel.
21 No obedecimos al Señor cuando nos hablaba por medio de sus enviados los profetas;
22 todos seguimos nuestros malos deseos sirviendo a otros dioses y haciendo lo que reprueba el Señor nuestro Dios.
1 Por eso, el Señor ha cumplido las amenazas que pronunció contra nuestros gobernantes, reyes y príncipes, y contra la gente de Israel y de Judá.
2 Jamás sucedió bajo el cielo lo que sucedió en Jerusalén –de acuerdo con lo escrito en la ley de Moisés–:
3 que llegaríamos a comernos la carne de nuestros propios hijos e hijas.
4 El Señor sometió su pueblo a todos los reinos vecinos y dejó desolado su territorio; así los convirtió en objeto de burla y escarnio en todos los pueblos circundantes por donde los dispersó.
5 Fueron vasallos y no señores, porque habíamos pecado contra el Señor, nuestro Dios, desoyendo su voz.
6 El Señor, nuestro Dios, es justo. En cambio, nosotros y nuestros padres nos sentimos confundidos.
7 Hemos sido víctimas de todas las desgracias con las que el Señor nos había amenazado,
8 y aún así no hemos sido capaces de apaciguar al Señor dejando a un lado los perversos planes de nuestra mente.
9 Por eso, el Señor ha estado siempre atento para enviarnos todas esas desgracias; el Señor no se excedió al mandarnos lo que nos mandó,
10 pero nosotros no le hicimos caso ni cumplimos los mandamientos que nos propuso.
11 Señor, Dios de Israel, al recordar ahora que sacaste a tu pueblo de Egipto con el poder de tu mano, entre señales y prodigios, con gran fuerza y brazo desplegado, conquistando así una fama que perdura hasta hoy, reconocemos,
12 Señor, Dios nuestro, que hemos pecado y que hemos cometido crímenes y delitos contra todos tus mandamientos.
13 Aparta de nosotros tu cólera, pues ya quedamos muy pocos en las naciones por donde nos has dispersado.
14 Escucha, Señor, nuestras súplicas y plegarias; sálvanos, por tu honor, y haz que los que nos deportaron sean benévolos con nosotros.
15 De esa forma, el mundo conocerá que tú eres el Señor, nuestro Dios, y que Israel y su descendencia llevan tu nombre.
16 Mira, Señor, desde tu santa morada y préstanos atención; acerca bien tu oído, Señor, y escucha;
17 abre, Señor, tus ojos y observa que quienes proclaman tu gloria y tu justicia no son los muertos enterrados, con sus cuerpos ya sin vida,
18 sino la gente desanimada y afligida, que camina cabizbaja y desfallecida, con los ojos apagados por el hambre. Estos son los que proclaman tu gloria y tu justicia.
19 Señor, Dios nuestro, no te presentamos nuestras súplicas haciendo valer los méritos de nuestros antepasados y de nuestros reyes,
20 pues si ahora nos conviertes en blanco de tu ira y de tu cólera es porque ya lo habías anunciado a través de tus siervos, los profetas, cuando dijiste:
21 «Esto dice el Señor: Doblad el cuello y someteos al rey de Babilonia, si queréis seguir viviendo en la tierra que di a vuestros antepasados.
22 Pues, si desobedecéis al Señor y no os sometéis al rey de Babilonia,
23 haré que en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén enmudezcan las voces alegres de fiesta, las voces del novio y de la novia, pues todo el país quedará desolado y deshabitado».
24 Pero, al ver que nosotros desobedecíamos y rechazábamos someternos al rey de Babilonia, cumpliste las amenazas que habías anunciado a través de tus siervos, los profetas: que los huesos de nuestros reyes y de nuestros antepasados serían sacados de sus sepulcros.
25 Y ahí se pueden ver, expuestos al calor del día y al frío de la noche, los huesos de quienes, tras incontables sufrimientos, murieron víctimas del hambre, de la espada o de la peste.
26 Y el templo que te fue consagrado ha quedado en el lamentable estado en que hoy se encuentra, debido a la maldad de Israel y de Judá.
27 Sin embargo, Señor, Dios nuestro, te has portado con nosotros conforme a tu equidad y misericordia.
28 Ya lo anunciaste por medio de tu siervo Moisés, cuando le ordenaste escribir tu ley en presencia de los hijos de Israel y le dijiste:
29 «Si no me hacéis caso, toda esta gran multitud se convertirá en unos pocos entre las naciones por donde yo los disperse.
30 Estoy convencido de que no me harán caso, porque son un pueblo terco; pero, cuando se vean desterrados, se convertirán
31 y acabarán reconociendo que yo soy el Señor, su Dios. Entonces les daré un corazón bien dispuesto y unos oídos atentos, de modo que,
32 en su destierro, me alaben e invoquen mi nombre,
33 y abandonen su terquedad y su conducta desviada, acordándose de lo que les sucedió a sus padres cuando se rebelaron contra el Señor.
34 Haré que regresen a la tierra que juré dar a sus antepasados Abrahán, Isaac y Jacob, y que tomen posesión de ella. Allí los multiplicaré y su número no disminuirá.
35 Además haré con ellos una alianza eterna: yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y ya no volveré a expulsar a mi pueblo Israel de la tierra que les di».
1 Señor todopoderoso, Dios de Israel, un alma afligida y un espíritu abatido claman a ti.
2 Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra ti.
3 Tú reinas por siempre, nosotros morimos para siempre.
4 Señor todopoderoso, Dios de Israel, escucha las súplicas de los israelitas que ya murieron y las súplicas de los hijos de los que pecaron contra ti: ellos desobedecieron al Señor, su Dios, y a nosotros nos persiguen las desgracias.
5 No te acuerdes de los delitos de nuestros padres; acuérdate hoy de tu poder y de tu renombre.
6 Porque tú eres el Señor, Dios nuestro, y nosotros te alabaremos, Señor.
7 Nos infundiste tu temor para que invocásemos tu nombre y te alabásemos en el destierro, y para que decidiéramos apartarnos de los pecados con que te ofendieron nuestros padres.
8 Y ahora aquí estamos, en este destierro donde nos dispersaste, convertidos en objeto de burla y maldición, para que paguemos así los delitos de nuestros padres, que se alejaron del Señor, nuestro Dios».
9 Escucha, Israel, mandatos de vida;
presta oído y aprende prudencia.
10 ¿Cuál es la razón, Israel,
de que sigas en país enemigo,
envejeciendo en tierra extranjera;
11 de que te crean un ser contaminado,
un muerto habitante del Abismo?
12 ¡Abandonaste la fuente de la sabiduría!
13 Si hubieras seguido el camino de Dios,
habitarías en paz para siempre.
14 Aprende dónde está la prudencia,
dónde el valor y la inteligencia,
dónde una larga vida,
la luz de los ojos y la paz.
15 ¿Quién encontró su lugar
o tuvo acceso a sus tesoros?
16 ¿Dónde están los jefes de los pueblos,
que dominaban a las bestias de la tierra,
17 que controlaban a las aves del cielo,
que atesoraban la plata y el oro
(lo que crea confianza en los hombres)
y se iban enriqueciendo sin cesar?
18 ¿Dónde los orfebres delicados
cuya labor no se puede describir?
19 Se esfumaron, bajaron a la tumba
y otros ocuparon su lugar.
20 Otras generaciones vieron la luz,
otros jóvenes habitaron la tierra,
21 pero no encontraron el camino del saber:
ni dieron con su senda ni lo hicieron suyo.
Y sus hijos también se extraviaron.
22 No fue oída en Canaán ni vista en Temán;
23 los hijos de Agar, que buscan el saber,
los mercaderes de Merrán y de Temán,
los que narran historias, los amantes del saber
no conocieron el camino de la sabiduría
ni guardaron memoria de sus rutas.
24 ¡Qué grande es, Israel,
la morada de Dios;
qué vastos sus dominios!
25 Es grande y sin límites,
sublime y sin medida.
26 Allí nacieron los gigantes,
famosos en la antigüedad,
corpulentos y belicosos.
27 Pero Dios no los eligió
ni les mostró el camino del saber;
28 murieron por falta de prudencia,
perecieron por falta de reflexión.
29 ¿Quién subió al cielo para cogerla,
quién la bajó de las nubes?
30 ¿Quién cruzó el mar para encontrarla
y comprarla a precio de oro puro?
31 Nadie conoce su camino
ni puede rastrear sus sendas.
32 El que todo lo sabe la conoce,
la ha examinado y la penetra;
el que creó la tierra para siempre
y la llenó de animales cuadrúpedos;
33 el que envía la luz y le obedece,
la llama y acude temblorosa;
34 a los astros que velan gozosos
arriba en sus puestos de guardia,
35 los llama, y responden: «Presentes»,
y brillan gozosos para su Creador.
36 Este es nuestro Dios,
y no hay quien se le pueda comparar;
37 rastreó el camino de la inteligencia
y se lo enseñó a su hijo, Jacob,
se lo mostró a su amado, Israel.
38 Después apareció en el mundo
y vivió en medio de los hombres.
1 Es el libro de los mandatos de Dios,
la ley de validez eterna:
los que la guarden vivirán;
los que la abandonen morirán.
2 Vuélvete, Jacob, a recibirla,
camina al resplandor de su luz;
3 no entregues a otros tu gloria,
ni tu dignidad a un pueblo extranjero.
4 ¡Dichosos nosotros, Israel,
que conocemos lo que agrada al Señor!
5 ¡Ánimo, pueblo mío,
que llevas el nombre de Israel!
6 Os vendieron a naciones extranjeras,
pero no para ser aniquilados.
Por la cólera de Dios contra vosotros,
os entregaron en poder del enemigo,
7 porque irritasteis a vuestro Creador,
sacrificando a demonios, no a Dios;
8 os olvidasteis del Señor eterno,
del Señor que os había alimentado,
y afligisteis a Jerusalén que os criaba.
9 Cuando ella vio que el castigo
de Dios se avecinaba, dijo:
Escuchad, habitantes de Sión,
Dios me ha cubierto de aflicción.
10 He visto que el Eterno ha mandado
cautivos a mis hijos y a mis hijas;
11 los había criado con alegría,
los despedí con lágrimas de pena.
12 Que nadie se alegre cuando vea
a esta viuda abandonada de todos.
Si ahora me encuentro desierta,
es por los pecados de mis hijos,
que se apartaron de la ley de Dios.
13 No reconocieron sus mandatos,
no siguieron la senda de sus preceptos,
se resistieron a caminar rectamente.
14 Acercaos, vecinas de Sión,
recordad que el Eterno decidió
desterrar a mis hijos y a mis hijas.
15 El Eterno envió contra ellos
a un pueblo lejano y despiadado,
a un pueblo de extraño lenguaje,
que no respetaba a los ancianos
ni tenía piedad de los niños.
16 A pesar de que era yo viuda,
se llevaron a mis hijos queridos,
me dejaron sola y sin hijas.
17 ¿Y qué puedo hacer por vosotros?
18 El que os causó semejante desgracia
os librará del poder del enemigo.
19 Marchad, hijos míos, marchad,
que aquí quedo yo abandonada.
20 Me he quitado el vestido de la paz
y me he puesto el sayal de suplicante
para clamar ante el Eterno mientras viva.
21 ¡Ánimo, hijos! Gritad a Dios
que os libre del poder enemigo.
22 Yo espero que el Eterno os salvará,
el Santo ya me llena de alegría,
pues muy pronto el Eterno, vuestro Salvador,
tendrá misericordia de vosotros.
23 Os despedí entre llantos y duelo,
pero Dios os devolverá a mí,
me colmará de alegría para siempre.
24 Si las vecinas de Sión hace poco
os vieron caminar al destierro,
muy pronto verán la salvación
que Dios os va a conceder,
pues va a venir acompañada
de la gloria y el esplendor del Eterno.
25 Hijos míos, llevad con paciencia
el castigo enviado por Dios.
Si te ha perseguido el enemigo,
pronto lo verás derrotado,
con el cuello sometido a tu pie.
26 Mis hijos delicados recorrieron
duros y ásperos caminos,
como rebaño que robó el enemigo.
27 ¡Ánimo, hijos! Gritad a Dios,
os castigó pero se acordará de vosotros.
28 Si un día os empeñasteis en alejaros de Dios,
volveos a buscarlo con redoblado empeño.
29 El mismo que os mandó las desgracias
os mandará el gozo eterno de vuestra salvación.
30 ¡Ánimo, Jerusalén! El Señor
que te dio su nombre te consolará.
31 ¡Malditos los que te han hecho daño,
los que se han alegrado de tu caída!
32 ¡Malditas las ciudades que esclavizaron a tus hijos!
¡Maldita la ciudad donde fueron a parar!
33 Si se alegró al verte caer,
si contempló regocijada tu catástrofe,
se lamentará cuando sea devastada.
34 Le arrancaré el orgullo de ciudad populosa,
su altivez quedará reducida a duelo.
35 El fuego inextinguible del Eterno la devorará,
durante años será habitada por demonios.
36 Vuelve la mirada hacia oriente, Jerusalén;
contempla la alegría que Dios te envía.
37 Ahí llegan los hijos que viste marchar,
la palabra del Santo los ha convocado;
ya van viniendo de oriente a occidente,
llegan celebrando la gloria de Dios.
La gloria de Jerusalén
1 Jerusalén, despójate del vestido
de luto y aflicción que llevas,
y vístete las galas perpetuas
de la gloria que Dios te concede.
2 Envuélvete ahora en el manto
de la justicia de Dios,
y ponte en la cabeza la diadema
de la gloria del Eterno,
3 porque Dios mostrará tu esplendor
a cuantos habitan bajo el cielo.
4 Dios te dará un nombre para siempre:
«Paz en la justicia» y «Gloria en la piedad».
5 En pie, Jerusalén, sube a la altura,
mira hacia oriente y contempla a tus hijos:
el Santo los reúne de oriente a occidente
y llegan gozosos invocando a su Dios.
6 A pie tuvieron que partir,
conducidos por el enemigo,
pero Dios te los traerá con gloria,
como llevados en carroza real.
7 Dios ha mandado rebajarse
a todos los montes elevados
y a todas las colinas encumbradas;
ha mandado rellenarse a los barrancos
hasta hacer que el suelo se nivele,
para que Israel camine seguro,
guiado por la gloria de Dios.
8 Ha mandado a los bosques
y a los árboles aromáticos
que den sombra a Israel.
9 Porque Dios guiará a Israel
con alegría, a la luz de su gloria,
con su justicia y su misericordia.
1 Nabucodonosor, rey de Babilonia, os va a llevar desterrados a su país a causa de los pecados que habéis cometido contra Dios.
2 Una vez que lleguéis a Babilonia, permaneceréis allí un tiempo considerable, el correspondiente a siete generaciones. Pero después os sacaré libres de allí.
3 Durante ese tiempo, veréis en Babilonia dioses de plata, oro y madera transportados procesionalmente a hombros, unos dioses que infunden temor religioso a los paganos.
4 Tened cuidado. No imitéis a esos extranjeros ni os dejéis dominar por ese temor.
5 Cuando veáis a la multitud rodeando y adorando a esos dioses, decid en vuestro interior: «Solo tú, Señor, mereces ser adorado».
6 Mi ángel os acompañará y velará por vosotros.
7 Un escultor se ha encargado de modelar la lengua de esos dioses y de recubrirlos de oro y plata, es decir, que son pura apariencia, incapaces de hablar.
8 Los escultores usan oro para confeccionar coronas y adornar con ellas las cabezas de sus dioses, como si se tratase de muchachas presumidas.
9 En ocasiones los sacerdotes arrancan a estos dioses el oro o la plata que los recubre, y lo utilizan en provecho propio o se lo dan a las prostitutas del templo.
10 Estos dioses de plata, oro y madera son también vestidos con trajes, como si se tratase de personas,
11 pero eso no impide que los desgasten la herrumbre y la polilla. Aunque lleven vestidos de púrpura, sus adoradores tienen que limpiarles la cara, pues el polvo de los templos se les va acumulando poco a poco.
12 Algunos empuñan una vara de mando, como si fuesen jueces de distrito, pero no pueden dar con ella la orden de matar a quienes los ofenden.
13 Otros empuñan una daga o un hacha, pero son incapaces de defenderse de los atacantes o de los ladrones.
14 Todo esto pone de manifiesto que no son dioses. Así que no les tengáis miedo.
15 Los dioses que entronizan los paganos en sus templos son como la vajilla doméstica de barro, que, cuando se rompe, ya no sirve para nada.
16 Tienen los ojos llenos del polvo que levantan los pies de los visitantes.
17 Como ocurre con un reo de lesa majestad, encerrado a cal y canto en espera de ser ejecutado, los sacerdotes aseguran los templos con portones, barras y cerrojos, para evitar los saqueos de los ladrones.
18 Les encienden más candiles que los que ellos mismos suelen usar, a pesar de que los dioses no pueden ver ni uno solo.
19 Son como las vigas de las casas, cuyo interior, según se dice, está devorado por la carcoma. Tampoco se dan cuenta cuando la polilla los devora, a ellos y a sus vestidos.
20 El humo del templo les deja negra la cara.
21 Sobre su cabeza y su cuerpo revolotean murciélagos, golondrinas y otras aves. Hasta los gatos andan por allí.
22 Todo esto pone de manifiesto que no son dioses. Así que no les tengáis miedo.
23 El oro que los recubre y embellece no puede brillar si no es bruñido. Ni siquiera sentían nada cuando los fundían en el horno.
24 Pagaron por ellos un precio elevado, aunque no tienen vida.
25 Como no tienen pies, deben ser transportados a hombros, demostrando así a la gente que no valen nada. Incluso sus adoradores se sienten a veces avergonzados, pues, si se caen al suelo, tienen que levantarlos;
26 si los dejan de pie, son incapaces de moverse; si los dejan inclinados, no pueden enderezarse; cuando les presentan ofrendas, es como si se las presentasen a un muerto.
27 Los sacerdotes venden en provecho propio la carne de las víctimas sacrificadas; sus mujeres, en lugar de repartirla entre pobres y enfermos, la salan para conservarla. La carne sacrificada es manipulada incluso por las mujeres que están con la regla o por las que acaban de dar a luz.
28 Por tanto, como se ve claramente que no son dioses, no les tengáis miedo.
29 Entonces, ¿cómo pueden ser llamados «dioses» esas representaciones de plata, oro y madera, a quienes incluso las mujeres presentan ofrendas?
30 En sus templos, los sacerdotes que los llevan en carros van con las túnicas desgarradas, la cabeza y la barba afeitadas, y la cabeza descubierta.
31 Lanzan gritos y alaridos ante sus dioses, como si estuviesen en un banquete funerario.
32 Incluso llegan a quitarles la ropa para vestir a sus mujeres y a sus hijos.
33 Tanto si les hacen bien como mal, no pueden corresponder. No pueden entronizar ni destronar reyes,
34 ni conceder riquezas o dar dinero. Si alguien incumple el voto que les ha hecho, no le reclaman nada.
35 Son incapaces de salvar a una persona de la muerte o de liberar al débil de manos del poderoso;
36 de devolver la vista a un ciego o de socorrer a alguien en apuros.
37 No se compadecen de las viudas ni hacen nada en favor de los huérfanos.
38 Esos objetos de madera, recubiertos de oro y plata, se parecen a las piedras del monte. Sus adoradores tienen que acabar avergonzados.
39 ¿Cómo puede alguien creer o decir que son dioses?
40 Más aún, los propios caldeos los ponen en mal lugar cuando, al descubrir que alguien es mudo, se lo llevan a Bel para que le devuelva el habla, como si fuese capaz de enterarse.
41 Y ellos, que saben esto, son incapaces de abandonar a unos dioses que no sienten ni padecen.
42 Las mujeres, por su parte, se ciñen con cuerdas y se sientan a la vera de los caminos, quemando salvado como si fuera incienso.
43 Y cuando alguna de ellas accede a la solicitud de un transeúnte y se acuesta con él, se ríe de sus compañeras porque no han sido elegidas ni les han cortado las cuerdas.
44 Todo lo que hacen con ellos es mentira. ¿Cómo puede alguien creer o decir que son dioses?
45 Han sido fabricados por escultores y orfebres, y solo son lo que estos creadores quieren que sean.
46 Si sus propios fabricantes tienen una vida corta, ¿cómo es posible que sean dioses los objetos que ellos han fabricado?
47 De hecho, lo único que hacen es dejar una herencia de falsedad y vergüenza.
48 Cuando sobreviene una guerra o una catástrofe, los sacerdotes piensan dónde pueden esconderse con ellos.
49 ¿Y cómo no caen en la cuenta de que no son dioses, cuando ni siquiera pueden salvarse ellos mismos de guerras y catástrofes?
50 Si son objetos de madera recubiertos de oro y plata, habrá que convenir que son dioses falsos. Todos los pueblos y reyes verán con claridad que no son dioses, sino obra de manos humanas, y que son incapaces de realizar obra divina alguna.
51 ¿Habrá alguien que no se dé cuenta de que no son dioses?
52 Además, son incapaces de entronizar reyes, de enviar la lluvia a los hombres,
53 de resolver pleitos o de defender a las víctimas de la injusticia, sencillamente porque son impotentes. Son como cornejas que vuelan entre el cielo y la tierra.
54 Si estalla un incendio en el templo de estos dioses de madera recubiertos de oro y plata, los sacerdotes huirán para ponerse a salvo, pero ellos se quemarán como las vigas del edificio.
55 No pueden hacer frente al rey ni a los enemigos.
56 Entonces, ¿cómo se puede admitir o creer que son dioses?
57 Estos dioses de madera recubiertos de oro y plata no están a salvo de ladrones o bandidos. Como estos son más fuertes, les arrancan el oro y la plata que los recubren, les quitan los vestidos y escapan; y los dioses son incapaces de ayudarse a sí mismos.
58 Así que más vale un rey que pone a prueba su valor o un cacharro casero, que en definitiva hace un servicio a su dueño, que esos dioses falsos. Más vale la puerta de una casa, que protege todo lo que hay dentro, que esos dioses falsos. Más vale la columna de madera de un palacio que esos dioses falsos.
59 El sol, la luna y las estrellas brillan en lo alto y cumplen con la tarea que se les ha encomendado;
60 igualmente, cualquiera puede ver el fulgor del relámpago; el viento sopla en todas direcciones;
61 las nubes cumplen la orden recibida de Dios y recorren toda la tierra; el rayo hace lo que se le ordena cuando es enviado desde arriba para consumir montes y bosques.
62 En cambio, esos dioses no pueden ser comparados con esos fenómenos ni en su forma ni en su potencia.
63 Por eso, no se puede admitir ni creer que son dioses, ya que son incapaces de hacer justicia o de favorecer a la gente.
64 Por tanto, sabiendo que no son dioses, no les tengáis miedo.
65 Esos dioses no pueden maldecir ni bendecir a los reyes,
66 ni ofrecer a los pueblos señales en el cielo, ni brillar como el sol, ni iluminar como la luna.
67 Incluso las bestias valen más que ellos, pues son capaces de protegerse a sí mismas poniéndose a cubierto.
68 Nada puede demostrar que sean dioses, así que no les tengáis miedo.
69 Esos dioses recubiertos de oro y plata son como un espantapájaros de melonar, que no espanta nada.
70 Esos dioses son como espinos de un huerto, donde se puede posar cualquier pájaro, o como un cadáver abandonado a las tinieblas del sepulcro.
71 Por la púrpura y el lino que se les consume encima, comprenderéis que no pueden ser dioses. Incluso ellos mismos, devorados por la carcoma, serán la deshonra del país.
72 En resumidas cuentas, vale más una persona fiel a Dios que no tiene ídolos, pues nunca caerá en tal ridículo.