1 Después de la muerte de Josué, los hijos de Israel consultaron al Señor: «¿Quién de nosotros subirá primero contra los cananeos, para luchar contra ellos?».
2 El Señor respondió: «Subirá Judá. He entregado el país en su mano».
3 Entonces Judá dijo a su hermano Simeón: «Sube conmigo al territorio que me ha tocado, y luchemos contra los cananeos. Después iré yo también contigo a tu lote». Y Simeón fue con él.
4 Judá subió, y el Señor entregó en sus manos al cananeo y al perizita. Los derrotaron en Bézec: diez mil hombres.
5 Encontraron a Adonibézec en Bézec, lucharon contra él y derrotaron al cananeo y al perizita.
6 Adonibézec huyó, pero fueron tras él, lo apresaron y le cortaron los pulgares de pies y manos.
7 Adonibézec comentó: «Setenta reyes, con los pulgares de pies y manos cortados, recogían sobras bajo mi mesa. Según actué, así me paga Dios». Lo condujeron a Jerusalén y allí murió.
8 Los hijos de Judá atacaron Jerusalén y la conquistaron. La pasaron a filo de espada y dieron fuego a la ciudad.
9 Los hijos de Judá bajaron después a luchar contra los cananeos que habitaban la montaña, el Negueb y la Sefelá.
10 Judá marchó contra los cananeos que habitaban en Hebrón –el nombre de Hebrón era antiguamente Quiriat Arbá– y derrotaron a Sesay, a Ajimán y a Tolmay.
11 De allí se dirigió contra los habitantes de Debir, cuyo nombre antiguo era Quiriat Séfer.
12 Caleb hizo esta promesa: «Al que asalte Quiriat Séfer y la tome, le entregaré a mi hija Axá por esposa».
13 La conquistó Otoniel, hijo de Quenaz, hermano menor de Caleb, quien le entregó a su hija Axá por esposa.
14 Cuando llegó ella, se puso de acuerdo con él para pedirle un campo a su padre. Se bajó del burro, y Caleb le preguntó: «¿Qué te pasa?».
15 Le contestó: «Concédeme un favor. Puesto que me has dado la tierra del Negueb, dame también aljibes de agua». Y Caleb le concedió los aljibes de arriba y de abajo.
16 Los hijos de Jobab el quenita, suegro de Moisés, subieron con los hijos de Judá desde la ciudad de las Palmeras al desierto de Judá, que está al sur de Arad, y fueron a habitar con el pueblo.
17 Judá marchó con su hermano Simeón y derrotaron a los cananeos que habitaban en Sefat. Consagraron esta ciudad al anatema, por lo que pasó a llamarse Jormá.
18 Judá conquistó también Gaza con su territorio, Ascalón con su territorio y Ecrón con su territorio.
19 El Señor estuvo con Judá, que se adueñó de la montaña; pero no expulsaron a los habitantes del llano, pues tenían carros de hierro.
20 Asignaron Hebrón a Caleb, según había ordenado Moisés, y expulsó de allí a los tres hijos de Anac.
21 En cambio, los benjaminitas no expulsaron al jebuseo que habitaba en Jerusalén, por lo que los jebuseos han seguido viviendo en Jerusalén con los benjaminitas hasta el día de hoy.
22 Los de la casa de José subieron también a Betel, estando el Señor con ellos,
23 y exploraron la ciudad cuyo nombre antiguo era Luz.
24 Los centinelas vieron a un hombre que salía de la ciudad y le dijeron: «Muéstranos, por favor, el acceso a la ciudad y te trataremos con benevolencia».
25 Les mostró entonces el acceso a la ciudad. Y la pasaron a filo de espada, aunque dejaron marchar a aquel hombre y a toda su familia.
26 El hombre se fue a la tierra de los hititas, donde construyó una ciudad, a la que puso el nombre de Luz, que se ha mantenido hasta el día de hoy.
27 En cambio, Manasés no se apoderó de Bet Seán y sus villas, ni de Taanac y sus villas, ni de los habitantes de Dor y sus villas, ni de los habitantes de Yibleán y sus villas, ni de los habitantes de Meguido y sus villas; por ello los cananeos siguieron morando en aquel país.
28 No obstante, cuando Israel se hizo fuerte, impuso trabajos forzados al cananeo, aunque no logró expulsarlo.
29 Efraín no expulsó al cananeo que moraba en Guézer, por ello los cananeos siguieron habitando en medio de aquel en Guézer.
30 Zabulón no expulsó a los habitantes de Quitrón ni a los habitantes de Nahalol, por ello los cananeos siguieron habitando en medio de aquel, aunque sometidos a trabajos forzados.
31 Aser no expulsó a los habitantes de Aco ni a los habitantes de Sidón, de Ajlab, de Aczib, de Jelba, de Afec y de Rejob.
32 Y los aseritas habitaron en medio de los cananeos que moraban en el país, porque no los expulsaron.
33 Neftalí no expulsó a los habitantes de Bet Semes, ni a los habitantes de Bet Anat, y habitó en medio de los cananeos que moraban en el país, aunque sometió a trabajos forzados a los habitantes de Bet Semes y de Bet Anat.
34 Los amorreos rechazaron a los danitas hacia la montaña, sin permitirles bajar al llano.
35 Los amorreos continuaron habitando en Har Jeres, en Ayalón y en Saalbín; pero, cuando descargó la mano de la casa de José, quedaron sometidos a trabajos forzados.
36 La frontera de los amorreos iba desde la subida de los Acrabín y de Sela hacia arriba.
1 El ángel del Señor subió desde Guilgal a Boquín y dijo: «Yo os hice subir de Egipto y os introduje en la tierra que juré a vuestros padres. Yo había declarado: “Nunca jamás romperé mi alianza con vosotros,
2 y vosotros no habréis de pactar alianza con los habitantes de este país, sino que demoleréis sus altares". Pero no escuchasteis mi voz. ¿Qué habéis hecho aquí?
3 Por consiguiente, también declaro: “No los expulsaré delante de vosotros. Ellos serán vuestros lazos y sus dioses una trampa"».
4 Cuando el ángel del Señor terminó de hablar a los hijos de Israel, el pueblo alzó la voz y se puso a llorar.
5 Llamaron a aquel lugar con el nombre de Boquín y allí ofrecieron sacrificios al Señor.
6 Josué despidió al pueblo, y los hijos de Israel se fueron cada cual a su heredad, para tomar posesión del país.
7 El pueblo sirvió al Señor en vida de Josué y de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que habían visto todas las grandes obras que el Señor había realizado en favor de Israel.
8 Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años.
9 Y lo enterraron en el término de su heredad, en Timnat Jeres, en la montaña de Efraín, al norte del monte Gaas.
10 Toda aquella generación se reunió también con sus padres, y le siguió otra generación que no había conocido al Señor ni la obra que había realizado en favor de Israel.
11 Los hijos de Israel obraron mal a los ojos del Señor, y sirvieron a los baales.
12 Abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que les había hecho salir de la tierra de Egipto, y fueron tras otros dioses, dioses de los pueblos vecinos, postrándose ante ellos e irritando al Señor.
13 Abandonaron al Señor para servir a Baal y a las astartés.
14 Se encendió, entonces, la ira del Señor contra Israel, los entregó en manos de saqueadores que los expoliaron y los vendió a los enemigos de alrededor, de modo que ya no pudieron resistir ante ellos.
15 Siempre que salían, la mano del Señor estaba contra ellos para mal, según lo había anunciado el Señor y conforme les había jurado. Por lo que se encontraron en grave aprieto.
16 Entonces el Señor suscitó jueces que los salvaran de la mano de sus saqueadores.
17 Pero tampoco escucharon a sus jueces, sino que se prostituyeron yendo tras otros dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron pronto del camino que habían seguido sus padres, escuchando los mandatos del Señor. No obraron como ellos.
18 Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba de la mano de sus enemigos en vida del juez, pues el Señor se compadecía de sus gemidos, provocados por quienes los vejaban y oprimían.
19 Pero, a la muerte del juez volvían a prevaricar más que sus padres, yendo tras otros dioses, para servirles y postrarse ante ellos. No desistían de su comportamiento ni de su conducta obstinada.
20 La ira del Señor se encendió contra Israel y declaró: «Puesto que este pueblo ha quebrantado la alianza que prescribí a sus padres y no han escuchado mi voz,
21 tampoco yo volveré a expulsar delante de ellos a ninguno de los pueblos que Josué dejó al morir,
22 a fin de probar a Israel por medio de ellos, y saber si guardan o no los caminos del Señor, marchando por ellos, como hicieron sus padres».
23 El Señor permitió que aquellos pueblos se quedaran, sin expulsarlos de inmediato, y no los entregó en mano de Josué.
1 Estas son las gentes que dejó el Señor, para probar con ellas a los israelitas que no habían conocido ninguna de las guerras de Canaán
2 e instruirlos y adiestrarlos en la guerra:
3 cinco príncipes filisteos, y todos los cananeos, sidonios y heveos, que habitaban la montaña del Líbano, desde el monte Baal Hermón a Lebo Jamat.
4 Esto ocurrió así para poner a prueba a Israel y saber si obedecían los mandatos que el Señor había prescrito a sus padres por medio de Moisés.
5 Los hijos de Israel habitaron en medio de los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los perizitas, de los heveos y de los jebuseos.
6 Tomaron a sus hijas como esposas, y ellos entregaron sus hijas a los hijos de ellos y sirvieron a sus dioses.
7 Los hijos de Israel obraron mal a los ojos del Señor, olvidando al Señor, su Dios, y sirviendo a los baales y a las aseras.
8 La ira del Señor se encendió contra Israel, y los vendió a Cusán Risatain, rey de Arán Naharáin. Los hijos de Israel sirvieron ocho años a Cusán Risatain.
9 Entonces clamaron al Señor. Y el Señor les suscitó un salvador, que los salvara, es decir, a Otoniel, hijo de Quenaz, el hermano menor de Caleb.
10 Vino sobre él el espíritu del Señor y juzgó a Israel. Salió a la guerra y el Señor entregó en su mano a Cusán Risatain, rey de Arán, prevaleciendo su mano sobre Cusán Risatain.
11 El país estuvo en paz cuarenta años. Y murió Otoniel, hijo de Quenaz.
12 Los hijos de Israel volvieron a obrar mal a los ojos del Señor, y el Señor fortaleció a Eglón, rey de Moab, contra Israel, por cuanto habían obrado mal a sus ojos.
13 Eglón reunió junto a sí a los amonitas y amalecitas. Fue, derrotó a Israel y conquistaron la ciudad de las Palmeras.
14 Los hijos de Israel estuvieron sometidos dieciocho años a Eglón, rey de Moab.
15 Pero los hijos de Israel clamaron al Señor y el Señor les suscitó un salvador: Ehud, hijo de Guerá, benjaminita, impedido de la mano derecha. Por su mano enviaron los hijos de Israel un tributo a Eglón, rey de Moab.
16 Ehud se había hecho un puñal de doble filo, de un palmo de largo, y se lo ciñó bajo su manto, sobre el muslo derecho.
17 Presentó el tributo a Eglón, rey de Moab, que era un hombre muy obeso.
18 Cuando terminó de presentar el tributo, despidió a la gente que lo había llevado.
19 Pero él se volvió desde los ídolos que hay junto a Guilgal, para decir: «¡Majestad!, tengo un mensaje secreto para ti». Eglón ordenó: «¡Silencio!». Y salieron de su lado todos cuantos se encontraban con él.
20 Ehud se acercó al rey, que estaba sentado en la habitación superior, reservada para que él tomara el fresco, y le dijo: «Tengo un mensaje de Dios para ti». El rey se levantó de su trono,
21 y Ehud alargó la mano izquierda, agarró el puñal del muslo derecho y se lo clavó en el vientre.
22 La empuñadura penetró tras la hoja, y se cerró la grasa sobre la hoja, pues no sacó el puñal del vientre. Ehud se deslizó luego por el agujero,
23 salió por el pórtico, cerró tras él las puertas de la habitación superior y echó el cerrojo.
24 Cuando había salido, entraron los siervos y miraron: las puertas de la habitación superior tenían echado el cerrojo. Dijeron: «Seguro que está cubriéndose los pies en la habitación donde se toma el fresco».
25 Aguardaron hasta quedar confusos, pues no abría las puertas de la habitación superior. Al fin cogieron la llave y abrieron: su señor yacía en el suelo, muerto.
26 Ehud se había escapado, mientras ellos titubeaban. Atravesó los ídolos y huyó a Seirá.
27 En cuanto llegó, tocó el cuerno en la montaña de Efraín. Todos los hijos de Israel bajaron de la montaña con él al frente.
28 Les arengó: «Seguidme, pues el Señor ha entregado en vuestras manos a Moab, vuestro enemigo». Bajaron tras él y ocuparon los vados del Jordán pertenecientes a Moab, sin dejar cruzar a nadie.
29 En aquella ocasión causaron diez mil bajas a Moab, todos hombres robustos y valientes, y no escapó ninguno.
30 Aquel día Moab quedó sometido bajo la mano de Israel y el país estuvo en paz ochenta años.
31 A Ehud le sucedió Samgar, hijo de Anat. Mató a seiscientos filisteos con una aguijada de bueyes, salvando también a Israel.
1 Los hijos de Israel volvieron a obrar mal a los ojos del Señor, después de la muerte de Ehud.
2 Y El Señor los vendió a Yabín, rey de Canaán, que reinaba en Jasor. El jefe de su ejército era Sísara, que habitaba en Jaróset Goyín.
3 Los hijos de Israel clamaron al Señor, pues Sísara tenía novecientos carros de hierro y había oprimido con dureza a Israel a lo largo de veinte años.
4 Débora, la profetisa, mujer de Lapidot, juzgaba a Israel por aquel tiempo.
5 Se sentaba bajo la palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la montaña de Efraín, y los hijos de Israel subían allí a juicio.
6 Mandó llamar a Barac, hijo de Abinoán, de Cadés de Neftalí, y le dijo: «El Señor, Dios de Israel, ha ordenado lo siguiente: “Ve, haz una convocatoria en el monte Tabor, y toma contigo diez mil hombres de Neftalí y Zabulón.
7 Yo te atraeré hacia el torrente Quisón a Sísara, jefe del ejército de Yabín, con sus carros y su tropa, y lo entregaré en tu mano"».
8 Barac contestó: «Si vienes conmigo, iré, pero si no vienes conmigo, no iré».
9 Ella dijo: «Iré contigo, solo que no te corresponderá la gloria por la expedición que vas a emprender, pues el Señor entregará a Sísara en mano de una mujer». Débora se levantó y fue con Barac a Cadés.
10 Barac convocó a Zabulón y a Neftalí en Cadés. Diez mil hombres subieron tras sus pasos, y también Débora subió con él.
11 Jéber, el quenita, se había separado de Caín, de los hijos de Jobab, suegro de Moisés. Y había desplegado su tienda junto a la encina de Saanayin, cerca de Cadés.
12 Le informaron a Sísara que Barac, hijo de Abinoán, había subido al monte Tabor.
13 Y reunió todos sus carros, novecientos carros de hierro, y a toda la gente que estaba con él, desde Jaróset Goyín al torrente Quisón.
14 Entonces Débora dijo a Barac: «Levántate, pues este es el día en que el Señor ha entregado a Sísara en tu mano. El Señor marcha delante de ti». Barac bajó del monte Tabor con diez mil hombres tras él.
15 El Señor desbarató a filo de espada a Sísara, a todos los carros y a todo el ejército ante Barac. Sísara bajó del carro y huyó a pie,
16 mientras Barac persiguió a los carros y al ejército hasta Jaróset Goyín. Todo el ejército de Sísara cayó a filo de espada, sin que se salvara ni uno.
17 Sísara huyó a pie hasta la tienda de Yael, esposa de Jéber, el quenita, pues había paz entre Yabín, rey de Jasor, y la casa de Jéber, el quenita.
18 Yael salió al encuentro de Sísara y le dijo: «Acércate, mi señor, acércate a mí, no temas». Entró en su tienda y ella lo tapó con una manta.
19 Él le pidió: «Por favor, dame de beber un poco de agua, pues tengo sed». Ella abrió el odre de leche, le dio de beber y lo tapó de nuevo.
20 Él le dijo: «Ponte a la puerta de la tienda, y si viene alguno y te pregunta: ¿hay alguien aquí?, le responderás: no hay nadie».
21 Yael, esposa de Jéber, agarró una estaca de la tienda y tomó el martillo en su mano, se le acercó sigilosamente y le clavó la estaca en la sien hasta que se hundió en la tierra. Y él, que estaba profundamente dormido y exhausto, murió.
22 Entre tanto, Barac venía persiguiendo a Sísara. Yael salió a su encuentro y le dijo: «Ven y mira al hombre que buscas». Entró en la tienda: Sísara yacía muerto con la estaca en la sien.
23 El Señor humilló aquel día a Yabín, rey de Canaán, ante los hijos de Israel.
24 La mano de los hijos de Israel fue haciéndose cada vez más pesada sobre Yabín, rey de Canaán, hasta que lo aniquilaron.
1 Débora y Barac, hijo de Abinoán, entonaron aquel día un cántico:
2 «Cuando se sueltan las cabelleras en Israel,
cuando un pueblo se ofrece voluntariamente,
¡bendecid al Señor!
3 Escuchad, reyes; oíd, príncipes,
que voy a cantar al Señor,
a salmodiar al Señor, Dios de Israel.
4 Señor, cuando saliste de Seír,
cuando avanzaste desde el campo de Edón,
la tierra tembló, los cielos gotearon,
las nubes destilaron agua.
5 Los montes retemblaron ante el Señor, el del Sinaí,
ante el Señor, Dios de Israel.
6 En los días de Samgar, hijo de Anat,
en los días de Yael quedaron desiertos los caminos,
y quienes solían ir por ellos marchaban por vías tortuosas.
7 Se interrumpió la vida de los pueblos, se interrumpió en Israel,
y yo, Débora, me puse en pie,
me puse en pie como una madre en Israel.
8 Habían escogido dioses nuevos.
Entonces la guerra estaba a las puertas,
ni escudo ni lanza se veía entre cuarenta mil en Israel.
9 Mi corazón por los capitanes de Israel,
por los voluntarios del pueblo:
¡Bendecid al Señor!
10 Los que cabalgáis en borricas blancas,
los que os sentáis sobre albardas,
y quienes vais de camino, cantad.
11 A la voz de los que reparten entre los abrevaderos,
donde se celebran las gestas del Señor,
las gestas de sus aldeanos en Israel.
Entonces bajó a las puertas el pueblo del Señor.
12 ¡Despierta, despierta, Débora!
¡Despierta, despierta, entona un canto!
¡Levántate, Barac, y apresa a tus cautivos, hijo de Abinoán!
13 Entonces el resto bajó hacia los nobles,
el pueblo del Señor bajó por mí contra los poderosos.
14 Los de Efraín que tienen sus raíces en Amalec,
tras de ti, Benjamín, con tus tropas.
De Maquir bajaron los jefes,
y de Zabulón los que reclutan con el bastón de escriba.
15 Los príncipes de Isacar están con Débora,
e Isacar es fiel a Barac:
se lanzó al valle tras sus pasos.
En los clanes de Rubén fueron grandes las deliberaciones del corazón.
16 ¿Por qué has permanecido entre los apriscos,
escuchando los silbidos de los rebaños?
En los clanes de Rubén fueron grandes las deliberaciones del corazón.
17 Galaad se instaló allende el Jordán.
Y Dan ¿por qué se alojaba en naves?
Aser permaneció a la orilla del mar
y se instaló en sus ensenadas.
18 Zabulón es un pueblo que expuso su vida a la muerte,
lo mismo que Neftalí sobre las alturas del campo.
19 Llegaron los reyes, lucharon.
Lucharon, entonces, los reyes de Canaán,
en Taanac, junto a las aguas de Meguido.
Pero no obtuvieron un botín de plata.
20 Desde los cielos lucharon las estrellas,
desde sus órbitas lucharon contra Sísara.
21 El torrente Quisón los arrolló,
torrente antiquísimo, torrente Quisón.
Alma mía, camina con brío.
22 Entonces, resonaron los cascos de los caballos,
al galope, al galope de los corceles.
23 Maldecid a Meroz, dijo el ángel del Señor.
Maldecid a sus habitantes,
pues no vinieron en auxilio del Señor,
en auxilio del Señor contra los poderosos.
24 Bendita Yael entre las mujeres,
la esposa de Jéber, el quenita;
entre las mujeres que viven en tiendas, sea bendita.
25 Pidió agua, le dio leche,
en taza de nobles le presentó cuajada.
26 Alargó su mano a la estaca,
su diestra al martillo de los trabajadores.
Golpeó a Sísara, machacó su cabeza.
Destrozó y perforó su sien.
27 Entre sus pies se desplomó, cayó y quedó tendido;
entre sus pies se desplomó, cayó.
Donde se desplomó, allí cayó deshecho.
28 A la ventana se asomó,
y tras la celosía gritó la madre de Sísara:
¿Por qué tarda en venir su carro?
¿Por qué se retrasa la marcha de sus carros?
29 Las más sabias de sus damas le responden,
y ella lo repite:
30 “Estarán repartiéndose el botín encontrado:
una muchacha, dos muchachas para cada soldado,
un botín de telas de colores para Sísara,
un botín de telas de colores con recamado,
una tela de colores con doble recamado para el cuello del vencedor".
31 ¡Así perezcan, Señor, todos tus enemigos!
¡Sean sus amigos como cuando el sol despunta en su fuerza!».
Y el país estuvo en paz cuarenta años.
1 Los hijos de Israel obraron mal a los ojos del Señor y él los entregó durante siete años en manos de Madián.
2 Madián dejó sentir su poder sobre Israel y, por su causa, los hijos de Israel se refugiaron en las cavernas que hay en los montes, en las cuevas y en los riscos.
3 Cada vez que Israel sembraba, Madián, Amalec y los hijos de Oriente subían contra él.
4 Acampaban frente a ellos y saqueaban la cosecha del país hasta la entrada de Gaza. Y no dejaban víveres en Israel, ni oveja, ni buey, ni asno.
5 Pues subían con sus ganados y sus tiendas, numerosos como langostas. Ellos y sus camellos eran innumerables, y llegaban al país para devastarlo.
6 Israel se empobreció muchísimo a causa de Madián y los hijos de Israel clamaron al Señor.
7 En cuanto los israelitas clamaron al Señor por causa de Madián,
8 les mandó un profeta, que les dijo: «Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo os hice subir de Egipto y os saqué de la casa de la esclavitud.
9 Os libré de la mano de los egipcios y de todos vuestros opresores; los expulsé delante de vosotros y os entregué su país.
10 Os dije: yo soy el Señor, vuestro Dios, no veneréis a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis, pero no escuchasteis mi voz"».
11 Vino, entonces, el ángel del Señor y se sentó bajo el terebinto que hay en Ofrá, perteneciente a Joás, de los de Abiezer. Su hijo Gedeón estaba desgranando el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas.
12 Se le apareció el ángel del Señor y le dijo: «El Señor esté contigo, valiente guerrero».
13 Gedeón respondió: «Perdón, mi señor; si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha sucedido todo esto? ¿Dónde están todos los prodigios que nos han narrado nuestros padres, diciendo: el Señor nos hizo subir de Egipto? En cambio ahora, el Señor nos ha abandonado y nos ha entregado en manos de Madián».
14 El Señor se volvió hacia él y le dijo: «Ve con esa fuerza tuya y salva a Israel de las manos de Madián. Yo te envío».
15 Gedeón replicó: «Perdón, mi Señor, ¿con qué voy a salvar a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo soy el menor de la casa de mi padre».
16 El Señor le dijo: «Yo estaré contigo y derrotarás a Madián como a un solo hombre».
17 Gedeón insistió: «Si he hallado gracia a tus ojos, dame una señal de que eres tú el que estás hablando conmigo.
18 Te ruego que no te retires de aquí hasta que vuelva a tu lado, traiga mi ofrenda y la deposite ante ti». El Señor respondió: «Permaneceré sentado hasta que vuelvas».
19 Gedeón marchó a preparar un cabrito y panes ácimos con unos cuarenta y cinco kilos de harina. Puso la carne en un cestillo, echó la salsa en una olla, lo llevó bajo la encina y se lo presentó.
20 El ángel de Dios le dijo entonces: «Coge la carne y los panes ácimos, deposítalos sobre aquella peña, y vierte la salsa». Así lo hizo.
21 El ángel del Señor alargó la punta del bastón que tenía en la mano, tocó la carne y los panes ácimos, y subió un fuego de la peña que consumió la carne y los panes ácimos. Después el ángel del Señor desapareció de sus ojos.
22 Cuando Gedeón reconoció que se trataba del ángel del Señor, dijo: «¡Ay, Señor mío, Señor, que he visto cara a cara al ángel del Señor!».
23 El Señor respondió: «La paz contigo, no temas, no vas a morir».
24 Gedeón erigió allí un altar al Señor y lo llamó «el Señor paz». Todavía hoy existe en Ofrá de Abiezer.
25 Aquella noche le dijo el Señor: «Coge el novillo adulto de tu padre y el novillo de siete años del segundo parto, derriba el altar de Baal, propiedad de tu padre, y tala la Asera que está sobre él.
26 Erige luego un altar en hilera al Señor, tu Dios, en lo alto de esa fortificación. Coge el novillo del segundo parto y ofrécelo en holocausto con la leña de la Asera que hayas talado».
27 Gedeón escogió diez de sus siervos e hizo como le había ordenado el Señor. Ahora bien, lo llevó a cabo de noche y no de día, por miedo a la casa de su padre y a los hombres de la ciudad.
28 Cuando los hombres de la ciudad se levantaron temprano, encontraron demolido el altar de Baal, talada la Asera que había sobre él, y el novillo del segundo parto ofrecido sobre el altar levantado.
29 Se dijeron unos a otros: «¿Quién ha hecho tal cosa?». Hicieron averiguaciones y consultas, que les llevaron a concluir: «Gedeón, hijo de Joás, hizo tal cosa».
30 Los hombres de la ciudad dijeron a Joás: «Saca a tu hijo para que muera, pues ha demolido el altar de Baal y ha talado la Asera que había sobre él».
31 Joás respondió a todos cuantos se encontraban ante él: «¿Acaso pretendéis defender a Baal? ¿Es que vais a salvarlo vosotros? El que intente defenderlo morirá antes del amanecer. Si es dios, que se defienda a sí mismo, pues se ha demolido su altar».
32 Por eso, aquel día le pusieron a Gedeón el nombre de Jerubaal, diciendo: «Que luche Baal con él, puesto que ha demolido su altar».
33 Madián, Amalec y los hijos de Oriente se juntaron a una, cruzaron el Jordán y acamparon en el valle de Yezrael.
34 El espíritu del Señor revistió a Gedeón, que tocó el cuerno, y Abiezer se incorporó tras él.
35 Despachó mensajeros a todo Manasés, que también se le unió. Despachó mensajeros a Aser, a Zabulón y a Neftalí, y subieron a su encuentro.
36 Gedeón dijo a Dios: «Si vas a ser tú el que salve a Israel por mi mano, según has dicho,
37 mira, voy a dejar un vellón de lana en la era. Si cae rocío únicamente sobre el vellón, y todo el suelo queda seco, sabré que salvarás a Israel por mi mano, tal y como has dicho».
38 Así ocurrió. Se levantó de madrugada, estrujó el vellón y exprimió el rocío del vellón, llenando una cazuela de agua.
39 Gedeón dijo a Dios: «No se encienda tu ira contra mí, si hablo una vez más. Permíteme que pruebe solo otra vez con el vellón. Quede seco solo el vellón, mientras que en todo el suelo haya rocío».
40 Y así lo hizo el Señor aquella noche. Quedó únicamente seco el vellón y cayó rocío en todo el suelo.
1 Jerubaal, es decir Gedeón, y todo el pueblo que estaba con él madrugaron y acamparon en En Jarod, quedando el campamento de Madián al norte del suyo, junto a la colina de Moré, en el valle.
2 El Señor dijo a Gedeón: «Es todavía mucha gente. Hazlos bajar a la fuente y allí te los seleccionaré. Y del que yo te diga que vaya contigo, ese te acompañará; y aquel del que te diga que no vaya contigo, ese no te acompañará».
3 Ahora, pues, pregona a oídos del pueblo: «Quien tenga miedo y tiemble, vuelva y márchese por el monte Galaad». Se volvieron veintidós mil del pueblo y quedaron diez mil.
4 Mas el Señor dijo a Gedeón: «Es todavía mucha gente. Haz que bajen a la fuente y allí los seleccionaré. Y del que yo te diga: “Ese ha de ir contigo", ese irá contigo; y del que te diga: “Ese no ha de ir contigo", ese no irá contigo».
5 Gedeón hizo que el pueblo bajara a la fuente y el Señor le dijo: «A todo el que beba lamiendo el agua con su lengua, como lame el perro, lo pondrás aparte, y lo mismo a cuantos doblen la rodilla para beber».
6 El número de los que lamieron el agua llevándola con las manos a la boca fue de trescientos. El resto de la gente dobló la rodilla para beber agua.
7 El Señor declaró a Gedeón: «Os salvaré con los trescientos hombres que han lamido y entregaré a Madián en tu mano. El resto de la gente, que cada uno se vuelva a su casa».
8 Entonces cogieron en sus manos las vituallas del pueblo y los cuernos. Despidió a todos los demás israelitas, cada cual a su tienda, y retuvo a los trescientos hombres. El campamento de Madián se encontraba más abajo del suyo, en el valle.
9 El Señor le dijo aquella noche: «Levántate, baja al campamento, pues voy a entregarlo en tus manos.
10 Y si tienes miedo de bajar, desciende hasta el campamento con tu criado Furá.
11 Cuando escuches lo que hablan, se fortalecerá tu mano y bajarás contra el campamento». Él y su criado Furá bajaron hasta el extremo de las avanzadillas del campamento.
12 Madián, Amalec y todos los hijos de Oriente estaban echados en el valle, numerosos como las langostas, y sus camellos eran incontables, tan numerosos como la arena de la orilla del mar.
13 Al llegar Gedeón, uno estaba contando un sueño a su compañero. Decía: «He tenido un sueño. Una hogaza de pan de cebada rodaba por el campamento de Madián. Llegó hasta la tienda, la golpeó y se vino abajo. La volcó y la tienda se desmontó».
14 Su compañero tomó la palabra y dijo: «Eso no es otra cosa que la espada de Gedeón, hijo de Joás, el israelita. Dios ha entregado en su mano a Madián y a todo el campamento».
15 Al oír Gedeón el relato del sueño y su interpretación, se postró. Volvió al campamento de Israel y ordenó: «¡Levantaos, pues el Señor ha entregado en vuestras manos el campamento de Madián!».
16 Dividió los trescientos hombres en tres cuerpos y puso en manos de todos ellos cuernos y cántaros vacíos con antorchas en el interior de los cántaros.
17 Les ordenó: «Miradme y haced lo mismo. Cuando llegue al extremo del campamento, haced lo mismo que yo.
18 Tocaré el cuerno con todos los que estén conmigo. Entonces, también vosotros tocaréis el cuerno alrededor del campamento y exclamaréis: ¡por el Señor y por Gedeón!».
19 Gedeón y los cien hombres que estaban con él llegaron al extremo del campamento al comienzo de la segunda vigilia, cuando acababan de relevarse los centinelas. Tocaron los cuernos y rompieron los cántaros que llevaban en las manos.
20 Los tres grupos tocaron los cuernos y rompieron los cántaros. Cogieron en la izquierda las antorchas y en la derecha los cuernos para tocar, y gritaron: «¡Espada para el Señor y para Gedeón!».
21 Permanecieron cada cual en su puesto, alrededor del campamento. Todos los del campamento corrían y, dando gritos, huían.
22 Los trescientos tocaron los cuernos y el Señor hizo que esgrimieran la espada unos contra otros en todo el campamento y que huyeran hasta Bet Sitá, hacia Sererá, hasta la ribera de Abel Mejolá, en dirección de Tabat.
23 Los israelitas de Neftalí, de Aser y de todo Manasés se reunieron y persiguieron a Madián.
24 Gedeón despachó mensajeros a toda la montaña de Efraín, para decir: «Bajad al encuentro de Madián y tomadles los puntos de agua hasta Bet Bará y el Jordán». Se reunieron todos los hombres de Efraín y tomaron los puntos de agua hasta Bet Bará y el Jordán.
25 Capturaron a dos príncipes de Madián, a Oreb y a Zeeb. Mataron a Oreb en la roca de Oreb y a Zeeb lo mataron en el trujal de Zeeb. Persiguieron luego a Madián, y trajeron a Gedeón las cabezas de Oreb y Zeeb de allende el Jordán.
1 Los hombres de Efraín se quejaron a Gedeón: «¿Por qué has hecho esto con nosotros, no convocándonos cuando fuiste a luchar contra Madián?». Y discutieron violentamente con él.
2 Les contestó: «¿Se puede comparar lo que he hecho yo con lo que habéis hecho vosotros? ¿Acaso no es mejor el rebusco de Efraín que la vendimia de Abiezer?
3 Dios ha entregado en vuestras manos a los príncipes de Madián, a Oreb y a Zeeb. ¿Qué he podido hacer comparable a vosotros?». Dichas estas palabras, se apaciguó su ánimo.
4 Gedeón llegó después al Jordán. Y lo cruzó con los trescientos hombres que iban con él. Como estaban agotados, casi no podían continuar la persecución.
5 Gedeón dijo entonces a los habitantes de Sucot: «Dadnos, por favor, hogazas de pan para los que siguen mis pasos, pues están agotados. Yo voy tras Zébaj y Salmuná, reyes de Madián».
6 Los príncipes de Sucot respondieron: «¿Acaso están en tus manos las palmas de Zébaj y de Salmuná, como para que hayamos de dar pan a tu tropa?».
7 Gedeón replicó: «Pues bien, en cuanto el Señor entregue a Zébaj y a Salmuná en mi mano, trillaré vuestras carnes con espinos y cardos del desierto».
8 Subió de allí a Penuel y les habló de igual modo. Los hombres de Penuel respondieron como las gentes de Sucot.
9 Y dijo a los de Penuel: «Cuando vuelva en paz, derribaré esta torre».
10 En cuanto a Zébaj y a Salmuná, se encontraban en Carcor con su campamento, unos quince mil hombres que quedaban de todo el campamento de los hijos de Oriente. Los caídos habían sido ciento veinte mil hombres armados de espada.
11 Gedeón subió por el camino de los que habitan en tiendas, al este de Nóbaj y Yogbohá, y batió al campamento, pues la tropa estaba confiada.
12 Zébaj y Salmuná huyeron, pero fue tras ellos. Capturó a los dos reyes de Madián, Zébaj y Salmuná, y amedrentó a toda la tropa.
13 Gedeón, hijo de Joás, regresó de la campaña por la subida de Jeres.
14 Capturó a un muchacho de las gentes de Sucot y le interrogó. Él le escribió el nombre de los príncipes de Sucot y de sus ancianos: setenta y siete hombres.
15 Llegó luego donde estaban las gentes de Sucot y dijo: «He aquí a Zébaj y a Salmuná, por cuya causa me ofendisteis, diciendo: “ ¿Están acaso en tus manos las palmas de Zébaj y Salmuná como para que hayamos de dar pan a tu gente desfallecida?"».
16 Cogió a los ancianos de la ciudad y dio una lección a las gentes de Sucot con espinos y cardos del desierto.
17 Derribó la torre de Penuel y mató a las gentes de la ciudad.
18 Dijo luego a Zébaj y a Salmuná: «¿Cómo eran los hombres que matasteis en el Tabor?». Respondieron: «Eran como tú. Cada uno tenía prestancia de hijo de rey».
19 Él les dijo: «Eran mis hermanos, hijos de mi madre. ¡Por vida del Señor!, si los hubieseis dejado vivos, no os mataría».
20 Después ordenó a Yéter, su primogénito: «¡Vamos, mátalos!». Pero el muchacho no desenvainó su espada, pues tenía mucho miedo; era todavía joven.
21 Entonces Zébaj y Salmuná dijeron: «Vamos, arremete contra nosotros, pues el hombre se mide por su bravura». Gedeón se levantó y mató a Zébaj y a Salmuná. Luego recogió las lunetas del pescuezo de sus camellos.
22 Los israelitas dijeron a Gedeón: «Manda tú sobre nosotros, y lo mismo tu hijo y el hijo de tu hijo, pues nos has salvado de la mano de Madián».
23 Pero Gedeón les respondió: «Ni yo ni mi hijo mandaremos sobre vosotros. El Señor es quien mandará sobre vosotros».
24 Y seguidamente Gedeón les pidió: «Quiero haceros un ruego: que cada uno me dé un anillo de su botín» –los vencidos llevaban anillos de oro porque eran ismaelitas–.
25 Respondieron: «Los entregaremos de buen grado». Extendieron un manto y cada uno echó allí el anillo de su botín.
26 El peso de los anillos de oro que había pedido fue de unos diecinueve kilos de oro, aparte de las lunetas, los pendientes y vestidos de púrpura que llevaban los reyes de Madián, y de los collares que llevaban al pescuezo sus camellos.
27 Gedeón hizo con todo ello un efod que erigió en su ciudad, en Ofrá. Todo Israel se prostituyó ante el efod, de modo que se convirtió en una trampa para Gedeón y su casa.
28 Madián quedó sometido a los hijos de Israel y no volvió a levantar cabeza. El país estuvo en paz cuarenta años, mientras vivió Gedeón.
29 Jerubaal, hijo de Joás, se fue a vivir a su casa.
30 Gedeón tuvo setenta hijos, nacidos de él, pues tenía muchas mujeres.
31 En cuanto a la concubina que vivía en Siquén, también le engendró un hijo, a quien puso de nombre Abimélec.
32 Gedeón, hijo de Joás, murió en buena vejez y fue enterrado en el sepulcro de su padre Joás, en Ofrá de Abiezer.
33 Muerto Gedeón, los hijos de Israel volvieron a prostituirse tras los baales, y adoraron como dios a Baal Berit.
34 Los hijos de Israel no se acordaron del Señor, su Dios, que les había librado de la mano de todos los enemigos de alrededor,
35 ni obraron lealmente con la casa de Jerubaal, es decir, Gedeón, por todo el bien que había hecho a Israel.
1 Abimélec, hijo de Jerubaal, fue a Siquén, donde vivían los hijos de su madre, y les propuso a ellos y a toda la familia de su abuelo materno lo siguiente:
2 «Decid, por favor, a todos los señores de Siquén: “ ¿Qué os resulta mejor, que manden sobre vosotros setenta hombres, todos los hijos de Jerubaal, o que mande sobre vosotros un solo hombre?". Recordad que yo soy hueso vuestro y carne vuestra».
3 Los hermanos de su madre transmitieron estas palabras a todos los señores de Siquén. Y su corazón se inclinó por Abimélec, pues se dijeron: «Es nuestro hermano».
4 Le entregaron cerca de ochocientos gramos de plata del templo de Baal Berit, y Abimélec contrató hombres desocupados y aventureros, que fueron tras él.
5 Llegó a casa de su padre, a Ofrá, y mató sobre una piedra a sus hermanos, a los setenta hijos de Jerubaal. Quedó Jotán, el hijo menor de Jerubaal, que se había escondido.
6 Se reunieron todos los señores de Siquén y todo Bet Millo, y fueron a proclamar rey a Abimélec junto a la encina de la estela que hay en Siquén.
7 Se lo anunciaron a Jotán, que, puesto en pie sobre la cima del monte Garizín, alzó la voz y les dijo a gritos:
«Escuchadme, señores de Siquén, y así os escuche Dios.
8 Fueron una vez los árboles a ungir rey sobre ellos.
Y dijeron al olivo:
“Reina sobre nosotros".
9 El olivo les contestó:
“ ¿Habré de renunciar a mi aceite, que tanto aprecian en mí dioses y hombres para ir a mecerme sobre los árboles?".
10 Entonces los árboles dijeron a la higuera:
“Ven tú a reinar sobre nosotros".
11 La higuera les contestó:
“ ¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto, para ir a mecerme sobre los árboles?".
12 Los árboles dijeron a la vid:
“Ven tú a reinar sobre nosotros".
13 La vid les contestó:
“ ¿Voy a renunciar a mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?".
14 Todos los árboles dijeron a la zarza:
“Ven tú a reinar sobre nosotros".
15 La zarza contestó a los árboles:
“Si queréis en verdad ungirme rey sobre vosotros, venid a cobijaros a mi sombra. Y si no, salga fuego de la zarza que devore los cedros del Líbano".
16 Pues bien, ¿habéis obrado con verdad y honradez proclamando rey a Abimélec? ¿Os habéis portado bien con Jerubaal y con su casa, y habéis obrado con él como merecían sus obras?
17 Mi padre luchó por vosotros, expuso su vida y os libró de la mano de Madián,
18 pero vosotros os habéis levantado hoy contra la casa de mi padre, matando a sus hijos, a setenta hombres sobre una piedra, y habéis proclamado rey sobre los señores de Siquén al hijo de su sierva, a Abimélec, por ser él vuestro hermano.
19 Pues, si os habéis comportado hoy veraz y honradamente con Jerubaal y con su casa, alegraos con Abimélec y también él se alegre con vosotros;
20 pero si no es así, salga fuego de Abimélec y devore a los señores de Siquén y a todo Bet Millo. Y salga fuego de los señores de Siquén y del Bet Millo y devore a Abimélec».
21 Jotán se puso luego a salvo emprendiendo la huida hacia Beer. Y allí permaneció, lejos de la presencia de su hermano Abimélec.
22 Abimélec gobernó tres años sobre Israel.
23 Dios envió un espíritu de discordia entre Abimélec y los señores de Siquén. Y los señores de Siquén traicionaron a Abimélec,
24 imputándole así el crimen de los setenta hijos de Jerubaal y haciendo recaer así su sangre sobre su hermano Abimélec, que los había matado, y sobre los señores de Siquén, que le habían ayudado a matar a sus hermanos.
25 Los señores de Siquén colocaron contra él en las cimas de los montes gente emboscada, que saqueaba a cuantos los cruzaban de camino. Y Abimélec se enteró.
26 Entonces Gaal, hijo de Ebed, llegó con sus hermanos. Pasaron por Siquén, y los señores de Siquén depositaron en él su confianza.
27 Salieron al campo, vendimiaron sus viñas, pisaron la uva e hicieron fiesta. Entraron en el templo de sus dioses, comieron, bebieron y maldijeron a Abimélec.
28 Gaal, hijo de Ebed, dijo: «¿Quién es Abimélec y quién Siquén, para que les sirvamos? ¿Acaso no es el hijo de Jerubaal, y Zebul su lugarteniente? Servid a las gentes de Jamor, padre de Siquén. ¿Por qué les hemos de servir nosotros?
29 ¡Ojalá alguien pusiera a este pueblo en mis manos! Quitaría de en medio a Abimélec. Le diría: refuerza tu tropa y sal».
30 Zebul, gobernador de la ciudad, escuchó las palabras de Gaal, hijo de Ebed, y montó en cólera.
31 Despachó astutamente mensajeros a Abimélec, para decirle: «Gaal, hijo de Ebed, y sus hermanos han venido a Siquén y están soliviantando la ciudad contra ti.
32 Ahora, levántate de noche con la gente que está contigo y prepara una emboscada en el campo.
33 Por la mañana, al salir el sol, madruga e irrumpe sobre la ciudad. Cuando él y su gente salgan contra ti, harás con él lo que esté al alcance de tu mano».
34 Abimélec se levantó de noche con su gente y tendieron una emboscada a Siquén, divididos en cuatro grupos.
35 Gaal, hijo de Ebed, salió y se detuvo junto a la puerta de la ciudad. Abimélec y la gente que estaba con él salieron de la emboscada.
36 Gaal divisó a la gente y dijo a Zebul: «Baja gente de la cima de los montes». Zebul contestó: «Las sombras de los montes te parecen personas».
37 Gaal siguió hablando: «Baja gente de la parte del Ombligo de la tierra, y otro grupo viene por el camino de la Encina de los adivinos».
38 Zebul contestó: «¿Dónde está tu boca, con la que decías: quién es Abimélec para que le sirvamos? ¿Acaso no es esta la gente que despreciaste? Sal, pues, ahora y lucha contra él».
39 Gaal salió al frente de los señores de Siquén y luchó contra Abimélec.
40 Abimélec le persiguió y él huyó de su presencia. Muchos cayeron muertos hasta la entrada de la puerta de la ciudad.
41 Abimélec fijó su residencia en Arumá, y Zebul expulsó a Gaal y a sus hermanos, impidiéndoles habitar en Siquén.
42 Al día siguiente, la gente salió al campo, y se lo comunicaron a Abimélec.
43 Él tomó a la tropa, la dividió en tres grupos y preparó una emboscada en el campo. Cuando vio que la gente salía de la ciudad, cayó sobre ellos y los atacó.
44 Abimélec y los grupos que estaban con él hicieron una incursión y se apostaron a la entrada de la puerta de la ciudad, mientras los otros dos grupos atacaron a los que estaban en el campo y los vencieron.
45 Abimélec luchó contra la ciudad todo aquel día. La tomó y mató a la gente que había en ella. La demolió y la sembró de sal.
46 Al oírlo los notables de Migdal Siquén, entraron en la cripta del templo de El Berit.
47 Cuando le comunicaron a Abimélec que todos los señores de Migdal Siquén se habían juntado,
48 subió al monte Salmón con toda su gente. Agarró un hacha en la mano, cortó una rama de un árbol, la levantó y la puso sobre el hombro. Dijo luego a la gente que estaba con él: «Rápido, haced lo que me habéis visto hacer».
49 Cada uno cortó una rama, fueron tras Abimélec, colocaron las ramas sobre la cripta y les prendieron fuego. Murieron los de Migdal Siquén, unos mil hombres y mujeres.
50 Después Abimélec marchó contra Tebes, la sitió y la tomó.
51 Había en medio de la ciudad una torre fortificada, y allí se refugiaron hombres, mujeres y todos los señores de la ciudad. Echaron el cerrojo a la puerta y subieron a la azotea de la torre.
52 Abimélec llegó hasta la torre y la atacó. Luego se acercó a la puerta de la torre, para prenderle fuego.
53 Entonces una mujer arrojó una muela de molino sobre la cabeza de Abimélec y le rompió el cráneo.
54 Él llamó deprisa a su joven escudero y le ordenó: «Desenvaina tu espada y remátame, para que no se diga de mí que me mató una mujer». Su criado lo atravesó y murió.
55 Los israelitas vieron que había muerto Abimélec, y marchó cada cual a su casa.
56 Dios devolvió a Abimélec el mal que había hecho a su padre, matando a sus setenta hermanos.
57 E hizo caer también toda la maldad de las gentes de Siquén sobre sus cabezas. De este modo los alcanzó la maldición de Jotán, hijo de Jerubaal.
1 Después de Abimélec, surgió Tolá para salvar a Israel. Era hijo de Fua, hijo de Dodó, de Isacar, y moraba en Samir, en la montaña de Efraín.
2 Juzgó a Israel veintitrés años. Murió y lo enterraron en Samir.
3 Le sucedió Yaír, el Galaadita, que juzgó a Israel veintidós años.
4 Tenía treinta hijos que montaban treinta borricos y poseían treinta ciudades, que se siguen llamando hasta el día de hoy Javot Yaír, en la tierra de Galaad.
5 Murió Yaír y lo enterraron en Camón.
6 Los hijos de Israel volvieron a obrar mal a los ojos del Señor, sirviendo a los baales, a las astartés, a los dioses de Arán, a los dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los amonitas y a los dioses de los filisteos. Abandonaron al Señor, y no le sirvieron.
7 Entonces se encendió la ira del Señor contra Israel y los vendió a los filisteos y a los hijos de Amón.
8 Estos oprimieron y tiranizaron aquel año a los hijos de Israel, y dieciocho años a todos los hijos de Israel de allende el Jordán, en el país amorreo de Galaad.
9 Los amonitas cruzaron el Jordán con la intención de luchar también contra Judá, Benjamín y la casa de Efraín. Israel se encontró en grave aprieto.
10 Los hijos de Israel clamaron al Señor: «Hemos pecado contra ti, pues abandonamos a nuestro Dios para servir a los baales».
11 El Señor les respondió: «¿Acaso no os salvé de la mano de los egipcios, de los amonitas, de los filisteos,
12 de los sidonios, de Amalec y Maón, cuando os oprimieron y me pedisteis auxilio?
13 Sin embargo, vosotros me habéis abandonado para servir a otros dioses. Por ello, no volveré a salvaros.
14 Id e invocad a los dioses que os habéis escogido. Que os salven en la hora de vuestra angustia».
15 Los hijos de Israel dijeron al Señor: «Hemos pecado, trátanos como mejor te parezca. Pero líbranos, por favor, en este día».
16 Quitaron de en medio los dioses extraños y sirvieron al Señor, cuya ira cedió ante el sufrimiento de Israel.
17 Los amonitas se concentraron y acamparon contra Galaad. También los hijos de Israel se reunieron y acamparon en Mispá.
18 El pueblo y los príncipes de Galaad se dijeron unos a otros: «El que emprenda el combate contra los amonitas estará a la cabeza de todos los habitantes de Galaad».
1 Jefté, el galaadita, era un guerrero valiente. Galaad le había engendrado de una prostituta.
2 La esposa de Galaad le había dado también hijos. Cuando crecieron, expulsaron a Jefté, diciéndole: «No heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer».
3 Jefté huyó lejos de sus hermanos y se asentó en la tierra de Tob. Se le juntaron hombres desocupados que hacían correrías con él.
4 Algún tiempo después los amonitas declararon la guerra a Israel.
5 Y en cuanto emprendieron la lucha con Israel, los ancianos de Galaad fueron a sacar a Jefté de la tierra de Tob.
6 Le dijeron: «Ven. Sé nuestro caudillo y lucharemos contra los amonitas».
7 Pero Jefté respondió: «Vosotros fuisteis los que por odio me expulsasteis de la casa de mi padre. ¿Por qué venís ahora a buscarme, cuando os encontráis en apuros?».
8 Los ancianos de Galaad le dijeron: «Por eso te hemos buscado, para que vengas con nosotros, luches contra los amonitas y hagas de jefe de todos los habitantes de Galaad».
9 Jefté respondió: «Si me hacéis volver para luchar contra los amonitas y el Señor los entrega ante mí, yo seré vuestro jefe».
10 Los ancianos de Galaad le dijeron: «El Señor sea testigo contra nosotros, si no hacemos como dices».
11 Jefté se puso en camino con los ancianos de Israel, y el pueblo le nombró su jefe y caudillo. Jefté repitió todas sus palabras ante el Señor en Mispá.
12 Jefté despachó mensajeros al rey de los amonitas con estas palabras: «¿Qué tienes contra mí, para que hayas venido a luchar contra mi país?».
13 El rey de los amonitas respondió a los mensajeros de Jefté: «Israel se apropió de parte de mi país al subir de Egipto, desde el Arnón al Yaboc y el Jordán. Pues bien, devuélvelo pacíficamente».
14 Jefté volvió a despachar mensajeros al rey de los amonitas
15 con estas palabras: «Así dice Jefté: Israel no se apoderó de la tierra de Moab ni de la tierra de los amonitas,
16 sino que al subir de Egipto caminó por el desierto hasta el mar Rojo y llegó a Cadés.
17 Entonces despachó mensajeros al rey de Edón, pidiéndole: “Por favor, déjame atravesar tu país". Pero, el rey de Edón no quiso escuchar. También despachó mensajeros al rey de Moab, que tampoco accedió. E Israel permaneció por ello en Cadés.
18 Caminó por el desierto, rodeando la tierra de Edón y la tierra de Moab, llegó desde oriente a la tierra de Moab y acampó allende el Arnón. Pero no entró en el territorio de Moab, pues el Arnón es el límite de Moab.
19 Israel despachó luego mensajeros a Sijón, rey amorreo, rey de Jesbón. Le dijo: “Por favor, déjanos atravesar tu país hasta nuestro destino".
20 Pero Sijón no se fió de que Israel atravesara su territorio. Sijón reunió a toda su gente y acamparon en Yasá para luchar contra Israel.
21 El Señor, Dios de Israel, entregó a Sijón y a toda su gente en mano de Israel, que los derrotó. Israel ocupó, entonces, toda la tierra de los amorreos que habitaban aquel territorio.
22 Ocuparon todo el territorio amorreo, desde el Arnón al Yaboc, y desde el desierto al Jordán.
23 Y ahora que el Señor, Dios de Israel, ha expulsado al amorreo ante su pueblo Israel, ¿tú pretendes desposeerlo?
24 ¿Acaso no te pertenece por derecho lo que Camós, tu dios, te ha dado en posesión? ¿Y no va a pertenecernos a nosotros lo que el Señor, nuestro Dios, nos ha dado en posesión?
25 Pues bien, ¿vales tú más que Balac, hijo de Sipor, rey de Moab? ¿Se atrevió a litigar con Israel hasta el punto de hacerle la guerra?
26 Siendo así que Israel ha habitado durante trescientos años en Jesbón y sus villas, en Aroer y sus villas, y en todas las ciudades que están al borde del Arnón, ¿por qué no las habéis rescatado durante ese tiempo?
27 Yo no te he faltado. Tú, en cambio, has obrado mal, al declararme la guerra. Que el Señor juzgue hoy como juez entre los hijos de Israel y los amonitas».
28 Sin embargo, el rey de los amonitas no atendió a las palabras que Jefté le había transmitido.
29 El espíritu del Señor vino sobre Jefté. Atravesó Galaad y Manasés, y cruzó a Mispá de Galaad, y de Mispá de Galaad pasó hacia los amonitas.
30 Entonces Jefté hizo un voto al Señor: «Si entregas a los amonitas en mi mano,
31 el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro, cuando vuelva en paz de la campaña contra los amonitas, será para el Señor y lo ofreceré en holocausto».
32 Jefté pasó a luchar contra los amonitas, y el Señor los entregó en su mano.
33 Los batió, desde Aroer hasta Minit –veinte ciudades–, y hasta Abel Queramín. Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron sometidos a los hijos de Israel.
34 Cuando Jefté llegó a su casa de Mispá, su hija salió a su encuentro con adufes y danzas. Era su única hija. No tenía más hijos.
35 Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: «¡Ay, hija mía, me has destrozado por completo y has causado mi ruina! He hecho una promesa al Señor y no puedo volverme atrás».
36 Ella le dijo: «Padre mío, si has hecho una promesa al Señor, haz conmigo según lo prometido, ya que el Señor te ha concedido el desquite de tus enemigos amonitas».
37 Y le pidió a su padre: «Concédeme esto: déjame libre dos meses, para ir vagando por los montes y llorar mi virginidad con mis compañeras».
38 Él le dijo: «Vete». Y la dejó ir dos meses. Ella marchó con sus compañeras y lloró su virginidad por los montes.
39 Al cabo de dos meses volvió donde estaba su padre, que hizo con ella según el voto que había pronunciado. Ella no había conocido varón. Y quedó como costumbre en Israel
40 que de año en año vayan las hijas de Israel a conmemorar durante cuatro días a la hija de Jefté, el galaadita.
1 Los efraimitas fueron convocados y pasaron a Safón. Le dijeron a Jefté: «¿Por qué marchaste a luchar contra los amonitas y no nos convocaste para ir contigo? Daremos fuego a tu casa contigo».
2 Jefté les contestó: «Yo era un hombre de encarnizada contienda, lo mismo que mi pueblo y los amonitas. Os pedí ayuda, pero no me salvasteis de su mano.
3 Cuando vi que no tenía ayuda de nadie, arriesgué mi vida, ataqué a los amonitas y el Señor los entregó en mi mano. ¿Por qué subís hoy contra mí para hacerme la guerra?».
4 Entonces Jefté reunió a todos los hombres de Galaad y declaró la guerra a Efraín. Los hombres de Galaad derrotaron a los de Efraín, que repetían: «Vosotros sois fugitivos de Efraín, gentes de Galaad en medio de Efraín, en medio de Manasés».
5 Galaad tomó los vados del Jordán a Efraín. Y cuando uno de los escapados de Efraín pedía: «Quiero cruzar», los galaaditas le preguntaban: «¿Eres efraimita?»; si él respondía: «No»,
6 le volvían a decir: «Pronuncia, por favor, shibbolet»; pero él pronunciaba: sibbolet, pues no podía pronunciar correctamente esa palabra. Entonces, lo agarraban y lo degollaban en los vados del Jordán. Cayeron entonces cuarenta y dos mil efraimitas.
7 Jefté juzgó seis años a Israel. Murió Jefté, el galaadita, y lo enterraron en su ciudad de Galaad.
8 Después de él, juzgó a Israel Ibsán de Belén.
9 Tenía treinta hijos y treinta hijas. A estas las envió fuera para que tomaran marido, mientras que para sus hijos hizo traer treinta muchachas de fuera. Juzgó a Israel siete años.
10 Murió Ibsán y lo enterraron en Belén.
11 Después de él juzgó a Israel Elón, el de Zabulón. Juzgó a Israel diez años.
12 Elón, el de Zabulón, murió y lo enterraron en Ayalón, en la tierra de Zabulón.
13 Después de él, juzgó a Israel Abdón, hijo de Hilel, el piratonita.
14 Tuvo cuarenta hijos y treinta nietos, que cabalgaban sobre setenta borricos. Juzgó a Israel ocho años.
15 Abdón, hijo de Hilel, el piratonita, murió y lo enterraron en Piratón, en la tierra de Efraín, en la montaña amalecita.
1 Los hijos de Israel volvieron a obrar mal a los ojos del Señor y el Señor los entregó en manos de los filisteos durante cuarenta años.
2 Había en Sorá un hombre de estirpe danita, llamado Manoj. Su esposa era estéril y no tenía hijos.
3 El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo: «Eres estéril y no has engendrado. Pero concebirás y darás a luz un hijo.
4 Ahora, guárdate de beber vino o licor, y no comas nada impuro,
5 pues concebirás y darás a luz un hijo. La navaja no pasará por su cabeza, porque el niño será un nazir de Dios desde el seno materno. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos».
6 La mujer dijo al esposo: «Ha venido a verme un hombre de Dios. Su semblante era como el semblante de un ángel de Dios, muy terrible. No le pregunté de dónde era, ni me dio a conocer su nombre.
7 Me dijo: «He aquí que concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino o licor, y no comas nada impuro; porque el niño será nazir de Dios desde el seno materno hasta el día de su muerte».
8 Manoj imploró así al Señor: «Te ruego, Señor mío, que venga nuevamente a nosotros el hombre de Dios que enviaste, para que nos indique qué hemos de hacer con el niño que nazca».
9 Dios escuchó la voz de Manoj, y el ángel de Dios se presentó de nuevo a la mujer, cuando se encontraba en el campo. Su esposo Manoj no estaba con ella.
10 Al punto, la mujer corrió a anunciárselo a su marido. Le dijo: «Se me ha aparecido el hombre que vino a verme el otro día».
11 Manoj se levantó y siguió a su esposa. Llegó donde estaba el hombre y le preguntó: «¿Eres tú el hombre que habló a mi esposa?». Respondió: «Yo soy».
12 Manoj dijo: «Ahora que se van a cumplir tus palabras, ¿cuál será la norma de vida del niño y el comportamiento respecto a su misión?».
13 El ángel del Señor le respondió: «La mujer ha de guardarse de todo cuanto le dije.
14 No probará nada que provenga del fruto de la vid. No beberá vino o licor, ni probará nada impuro. Guardará cuanto le ordené».
15 Manoj dijo al ángel del Señor: «Permítenos retenerte y que te preparemos un cabrito».
16 Pero el ángel del Señor le respondió: «Aunque me retengas, no probaré tu pan. Pero, si quieres ofrecer un holocausto al Señor, hazlo». Y es que Manoj no sabía que se trataba del ángel del Señor.
17 Manoj le preguntó: «¿Cuál es tu nombre, para que podamos honrarte, cuando se cumplan tus palabras?».
18 El ángel del Señor le respondió: «¿Por qué preguntas mi nombre? Es misterioso».
19 Manoj tomó el cabrito y la ofrenda, y lo ofreció sobre la peña al Señor que obra misteriosamente. Manoj y su esposa observaban.
20 Al subir al cielo la llama del altar, subió el ángel del Señor con la llama del altar. Cuando Manoj y su esposa lo vieron, cayeron rostro a tierra.
21 Y el ángel del Señor no volvió a aparecérseles. Entonces supo Manoj que se trataba del ángel del Señor.
22 Y le dijo a su esposa: «Seguramente vamos a morir, pues hemos visto a Dios».
23 Pero su esposa repuso: «Si el Señor hubiera querido matarnos, no habría recibido de nuestras manos ni el holocausto ni la ofrenda, ni nos habría mostrado todo esto, ni nos habría hecho oír algo semejante».
24 La mujer dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Sansón. El niño creció, y el Señor lo bendijo.
25 El espíritu del Señor comenzó a agitarlo en Majné Dan, entre Sorá y Estaol.
1 Sansón bajó a Timná y allí se fijó en una mujer filistea.
2 Subió, y se lo contó a sus padres. Les dijo: «He visto en Timná una mujer filistea. Pedídmela como esposa».
3 Sus padres le contestaron: «¿No hay mujeres entre tus parientes y en todo el pueblo, para que tengas que ir a desposarte con una mujer de los incircuncisos filisteos?». Pero Sansón replicó a su padre: «Pídeme a esta, que es la que me agrada».
4 Ni su padre ni su madre sabían que esto venía del Señor, que estaba buscando un pretexto contra los filisteos, que dominaban por entonces a Israel.
5 Sansón bajó a Timná con sus padres. Cuando llegaron a las viñas de Timná, un león joven salió rugiendo a su encuentro.
6 Le invadió, entonces, el espíritu del Señor, y despedazó al león como se despedaza un cabrito, sin nada en la mano. Pero no contó a sus padres lo que había hecho.
7 Bajó luego y habló con la mujer que le agradaba.
8 Volvió al cabo de los días para desposarla, dando un rodeo para ver el cadáver del león. Y vio que en la osamenta de león había un enjambre de abejas con miel.
9 La extrajo con las manos y siguió su camino comiendo. Llegó donde estaban sus padres, les dio y comieron. Pero nos les contó que había extraído la miel de la osamenta del león.
10 Su padre bajó luego adonde vivía la mujer y Sansón celebró allí un banquete, como suelen hacer los mozos.
11 En cuanto lo vieron, eligieron treinta compañeros, para que estuvieran con él.
12 Sansón les dijo: «Permitidme que os proponga un enigma. Si lo descubrís y acertáis en los siete días que dura el banquete, os daré treinta túnicas y treinta mudas de vestidos.
13 Pero si no sois capaces de descubrirlo, vosotros me daréis treinta túnicas y treinta mudas de vestidos». Le respondieron: «Propón tu enigma y lo escucharemos».
14 Les dijo:
«Del que come salió comida y del fuerte salió dulzura».
En tres días no lograron descubrir el enigma.
15 Y al séptimo día dijeron a la mujer de Sansón: «Engaña a tu esposo, para que nos aclare el enigma. Si no, te quemaremos a ti y a la casa de tu padre. ¿Nos habéis invitado para despojarnos?».
16 La mujer de Sansón se puso a llorarle: «Solo me tienes odio y no me amas. Has propuesto un enigma a los de mi pueblo y no me lo has desvelado». Le respondió: «No se lo he desvelado ni a mi padre ni a mi madre, ¿y te lo voy a desvelar a ti?».
17 Le estuvo llorando los siete días del convite. Al séptimo se lo desveló, cansado de su importunidad. Y ella desveló el enigma a los de su pueblo.
18 Las gentes de la ciudad le dijeron el séptimo día, antes de ponerse el sol:
«¿Qué más dulce que la miel y qué más fuerte que el león?».
Él les dijo:
«Si no hubieseis arado con mi novilla, no habríais descubierto mi enigma».
19 Lo invadió entonces el espíritu del Señor. Bajó a Ascalón, mató a treinta de sus hombres y tomó sus despojos. Luego entregó las mudas de vestidos a los que habían descifrado el enigma. Después subió a la casa de su padre, ardiendo de ira.
20 En cuanto a la mujer de Sansón, tomó como marido a uno de los amigos de él, que era uno de sus guardianes.
1 Algún tiempo después, en la época de la siega de los trigos, Sansón visitó a su esposa, llevando un cabrito. Pidió: «Quiero llegarme a mi esposa, en la alcoba». Pero su suegro no le permitió entrar.
2 Y le dijo: «Pensé que la habías aborrecido, y la entregué a tu compañero. Sin embargo, su hermana menor es mejor que ella. Ten a bien que sea tuya en lugar de la otra».
3 Sansón replicó: «Esta vez seré inocente ante los filisteos, si les causo algún mal».
4 Fue y atrapó trescientos zorros. Tomó teas, juntó rabo con rabo y puso una tea entre cada par de ellos.
5 Prendió fuego a las teas y soltó los zorros por las mieses de los filisteos, incendiando gavillas y mieses e incluso viñas y olivos.
6 Los filisteos preguntaron: «¿Quién ha hecho esto?». Les respondieron: «Sansón, el yerno del timnita, porque este tomó a su esposa y la dio a su compañero». Entonces subieron los filisteos y los quemaron, a ella y a su padre.
7 Sansón les dijo: «Por haber obrado así, no voy a parar hasta que me haya vengado de vosotros».
8 Les tundió piernas y muslos, causándoles un gran estrago. Bajó y se estableció en una cueva de la peña de Etán.
9 Los filisteos subieron a acampar contra Judá y se desplegaron en Lejí.
10 Los de Judá preguntaron: «¿Por qué habéis subido contra nosotros?». Respondieron: «Hemos subido a capturar a Sansón, para tratarlo como él nos ha tratado».
11 Tres mil hombres de Judá bajaron a la cueva de la peña de Etán y dijeron a Sansón: «¿No sabes que los filisteos nos dominan? ¿Por qué nos has hecho esto?». Les respondió: «Según me trataron, así los he tratado».
12 Le dijeron: «Hemos bajado a maniatarte, para entregarte en manos de los filisteos». Sansón les dijo: «Juradme que no me mataréis».
13 Le respondieron: «No, que solo hemos venido a atarte y entregarte en sus manos. No te vamos a matar». Lo ataron con dos cordeles nuevos y lo subieron de la peña.
14 Cuando llegó a Lejí, los filisteos salieron gritando a su encuentro. Entonces lo invadió el espíritu del Señor, y los cordeles que tenía en sus brazos fueron como hilos de lino, consumidos por el fuego, y las ataduras de sus manos se deshicieron.
15 Encontró una quijada fresca de asno, alargó la mano, la agarró y mató con ella a mil hombres.
16 Sansón exclamó:
«Con una quijada de asno un montón, dos montones.
Con una quijada de asno maté mil hombres».
17 Cuando hubo acabado de hablar, tiró la quijada y llamó a aquel lugar Ramat Lejí.
18 Después sintió mucha sed e invocó al Señor: «Has logrado esta gran victoria por mano de tu siervo. Pero ahora voy a morir de sed y a caer en manos de los incircuncisos».
19 Entonces el Señor agrietó la hoya que hay en Lejí y manó agua de ella. Sansón bebió, recobró el aliento y se reanimó. Por ello se puso el nombre de En Coré a la fuente que hasta el día de hoy se encuentra en Lejí.
20 Sansón juzgó veinte años a Israel, en tiempo de los filisteos.
1 Sansón se marchó a Gaza. Vio allí una prostituta y se llegó a ella.
2 Les comunicaron la noticia a los de Gaza: «Sansón ha llegado aquí». Lo cercaron y acecharon toda la noche a la puerta de la ciudad. Se mantuvieron callados durante la noche, diciéndose: «Le mataremos a la luz del día».
3 Pero Sansón durmió solo hasta la media noche. Entonces se levantó, agarró las hojas del portón de la ciudad con las dos jambas, las arrancó junto con la barra, las cargó sobre sus hombros y las subió a la cumbre del monte que está frente a Hebrón.
4 Después de esto se enamoró de una mujer del torrente Sorec, llamada Dalila.
5 Los príncipes de los filisteos subieron a verla y le dijeron: «Sedúcelo y averigua en qué reside su enorme fuerza y con qué se le podría atar para doblegarlo. Nosotros te daremos doce kilos y medio de plata cada uno».
6 Dalila dijo a Sansón: «Aclárame en qué reside tu enorme fuerza y con qué se te había de atar para doblegarte».
7 Sansón le respondió: «Si me ataran con siete cuerdas frescas, que no se hayan secado, me debilitaría y vendría a ser como un hombre cualquiera».
8 Los príncipes filisteos le subieron siete cuerdas frescas, que no se habían secado, y lo ataron con ellas.
9 Ella, que había apostado unos hombres en la habitación, le gritó: «Los filisteos sobre ti, Sansón». Él rompió las cuerdas como se rompe un hilo de estopa, cuando siente el fuego. Y su fuerza no quedó descubierta.
10 Entonces Dalila le dijo: «Te has burlado de mí, y me has mentido. Ahora, pues, dime, por favor, con qué se te habría de atar».
11 Le contestó: «Si me ataran bien atado con cuerdas nuevas con las que no se hubiera realizado trabajo alguno, me debilitaría y vendría a ser como un hombre cualquiera».
12 Dalila tomó cuerdas nuevas, lo ató con ellas, y gritó: «Los filisteos sobre ti, Sansón», mientras los hombres estaban apostados en la habitación. Pero él rompió las cuerdas de sus brazos como si se tratara de un hilo.
13 Dalila le dijo: «Hasta aquí me has engañado y me has mentido. Aclárame con qué se te habría de atar». Le contestó: «Si trenzas siete guedejas de mi cabeza con la urdimbre y las sujetas con una clavija, me debilitaré y vendré a ser como un hombre cualquiera».
14 Lo adormeció, trenzó las siete guedejas de su cabeza con la urdimbre, las sujetó con la clavija, y le gritó: «Los filisteos sobre ti, Sansón». Él se despertó de su sueño y arrancó la clavija del telar y la urdimbre.
15 Ella se le quejó: «¿Cómo puedes decir que me amas, si tu corazón no está conmigo? Es la tercera vez que me has engañado y no me aclaras en qué reside tu enorme fuerza».
16 Y como le asediase todos los días con sus palabras y le importunara tanto, su espíritu se abatió.
17 Entonces le puso al descubierto su corazón y le dijo: «La navaja no ha pasado por mi cabeza, pues soy nazir de Dios desde el seno de mi madre. Si me raparan, mi fuerza se alejaría de mí. Me debilitaría y vendría a ser como cualquier hombre».
18 Dalila se dio cuenta de que le había abierto completamente el corazón y mandó llamar a los príncipes filisteos: «Subid, porque esta vez me ha abierto completamente el corazón». Los príncipes filisteos subieron allá, llevando la plata en sus manos.
19 Lo adormeció sobre sus rodillas y llamó a un hombre que le rapó las siete guedejas de su cabeza. Entonces comenzó a debilitarse y su fuerza se alejó de él.
20 Dalila le gritó: «Los filisteos sobre ti, Sansón». Él se despertó de su sueño, pensando: «Saldré como las otras veces y me libraré de ellos». No sabía que el Señor se había alejado de él.
21 Los filisteos lo apresaron y le sacaron los ojos. Le bajaron a Gaza y lo ataron con una doble cadena de bronce. En la cárcel estuvo dando vueltas a la muela.
22 Ahora bien, después que lo hubieron rapado, el cabello de su cabeza comenzó a crecer.
23 Los príncipes de los filisteos se congregaron para ofrecer un gran sacrificio a su dios Dagón y para hacer un festejo. Decían:
«Nuestro dios ha entregado en nuestras manos
a Sansón, nuestro enemigo».
24 Cuando lo vio la gente, alababan a su dios diciendo:
«Nuestro dios ha entregado en nuestras manos al enemigo,
que asolaba nuestro territorio
y multiplicaba nuestros muertos».
25 Cuando ya tenían el corazón alegre, dijeron: «Llamad a Sansón para que nos divierta». Llamaron a Sansón de la cárcel y bailó ante ellos. Luego lo colocaron entre las columnas.
26 Sansón dijo al lazarillo: «Déjame tocar las columnas sobre las que se asienta el templo, para que pueda apoyarme en ellas».
27 El templo estaba lleno de hombres y mujeres. Se encontraban allí todos los príncipes filisteos. En la azotea había unos tres mil hombres y mujeres, viendo los juegos de Sansón.
28 Entonces Sansón invocó al Señor: «Dueño y Señor mío, acuérdate de mí y dame fuerzas solo esta vez, oh Dios, para que de un solo golpe pueda vengarme de los filisteos, por lo de mis dos ojos».
29 Sansón palpó las dos columnas centrales sobre las que se asentaba el templo y se apoyó sobre ellas, en una con la derecha y en la otra con la izquierda.
30 Entonces gritó: «Muera yo también con los filisteos». Empujó con fuerza, y el templo se desplomó sobre los príncipes y sobre toda la gente que había en él. Los que mató al morir fueron más que los que había matado en vida.
31 Sus hermanos y toda la casa paterna bajaron a recogerlo y lo subieron a enterrar entre Sorá y Estaol, en el sepulcro de su padre Manoj. Sansón había juzgado a Israel diez años.
1 Había un hombre de la montaña de Efraín, llamado Micá.
2 En cierta ocasión le dijo a su madre: «Aquellos doce kilos y medio de plata que te robaron y por los que proferiste una maldición e incluso la repetiste a mis oídos, están en mi poder, los cogí yo». Su madre exclamó: «Bendito seas del Señor, hijo mío».
3 Él devolvió los doce kilos y medio de plata a su madre, que le dijo: «Yo había consagrado la plata al Señor en favor de mi hijo, para hacer una imagen y el chapeado metálico. Ahora quiero devolvértela».
4 Pero él restituyó la plata a su madre. Su madre tomó más de dos kilos de plata y los entregó al fundidor. Este hizo con ello una imagen y el chapeado metálico, que quedó en casa de Micá.
5 Dicho Micá tenía una estela sagrada. Hizo un efod y unos terafim, y consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote.
6 En aquellos días no había rey en Israel, y cada uno hacía lo que le parecía correcto.
7 Había un joven de Belén de Judá, de la estirpe de Judá, que era levita y residía allí como extranjero.
8 El hombre se fue de la ciudad de Belén de Judá con intención de encontrar un sitio donde vivir como emigrante. Haciendo su camino, llegó a la montaña de Efraín, hasta la casa de Micá.
9 Micá le preguntó: «¿De dónde vienes?». Le contestó: «Soy levita, de Belén de Judá, y voy de camino con el propósito de encontrar un sitio donde vivir como emigrante».
10 Micá le dijo: «Quédate conmigo, me servirás de padre y sacerdote. Yo te daré más de cien gramos de plata al año, un juego de vestidos y tu sustento». Pero el levita se marchó.
11 Sin embargo, accedió después a morar con aquel hombre. El joven llegó a ser para él como uno de sus hijos.
12 Micá consagró al levita. Aquel joven le sirvió de sacerdote, y permaneció en su casa.
13 Micá se dijo: «Ahora sé que el Señor me ha de favorecer, pues tengo un levita como sacerdote».
1 En aquel tiempo no había rey en Israel. Y por entonces la tribu de los danitas buscaba una heredad para asentarse, pues hasta ese día no le había tocado en suerte heredad entre las tribus de Israel.
2 Los danitas enviaron desde sus confines cinco hombres de su estirpe, guerreros valientes de Sorá y Estaol, para explorar el país y reconocerlo. Les encargaron: «Id a reconocer el país». Llegaron, pues, a la montaña de Efraín, hasta la casa de Micá y pasaron allí la noche.
3 Cuando se encontraban cerca de la casa de Micá y reconocieron la voz del joven levita, se volvieron hacia allí, y le preguntaron: «¿Quién te ha traído acá? ¿Qué haces tú en este lugar? ¿Qué tienes por aquí?».
4 Les respondió: «Micá me ha hecho esto y esto. Me ha contratado, y le sirvo como sacerdote».
5 Le dijeron: «Consulta, por favor, a Dios, para que sepamos si tendrá éxito el viaje que estamos realizando».
6 El sacerdote les respondió: «Id en paz. En presencia del Señor estáis haciendo el viaje».
7 Los cinco hombres se fueron, y llegaron a Lais. Vieron que la población que había en ella vivía segura, a la manera de los sidonios, en paz y confiada; no había quien se les opusiera, con grandes riquezas, lejos de los sidonios y sin relaciones con Siria.
8 Después regresaron a Sorá y Estaol, donde estaban sus hermanos, que les preguntaron: «¿Qué pensáis?».
9 Respondieron: «Levantémonos y subamos contra ellos. Hemos reconocido el país y es muy bueno, mientras vosotros permanecéis parados. No seáis perezosos para ir y entrar a poseerlo.
10 Llegaréis a un pueblo confiado, a una tierra de anchos límites. Dios lo ha entregado en vuestras manos. Se trata de un territorio que no carece de cuanto puede haber en la tierra».
11 De allí partieron seiscientos hombres de la estirpe danita de Sorá y Estaol, ceñidos con armas de guerra.
12 Subieron para acampar en Quiriat Yearín de Judá; por eso aquel sitio se llama hasta hoy Majne Dan. Se encuentra al oeste de Quiriat Yearín.
13 De allí pasaron a la montaña de Efraín y llegaron a casa de Micá.
14 Los cinco hombres que habían ido a explorar la tierra de Lais tomaron la palabra y dijeron a sus hermanos: «¿Sabéis que en una de esas casas hay un efod y terafim, una imagen y el chapeado de metal? Pensad lo que vais a hacer».
15 Partieron de allí, entraron en la casa del joven levita, la casa de Micá, y le saludaron.
16 Entre tanto, los seiscientos hombres danitas, ceñidos con armas de guerra, estaban apostados a la entrada de la puerta.
17 Los cinco hombres que habían ido a explorar el país subieron, entraron allá y tomaron la imagen, el efod, los terafim y el chapeado de metal, mientras el sacerdote y los seiscientos hombres, ceñidos con armas de guerra, seguían apostados a la entrada de la puerta.
18 Cuando aquellos entraron a la casa de Micá y tomaron la imagen, el efod, los terafim y el chapeado de metal, el sacerdote les dijo: «¿Qué estáis haciendo?».
19 Le contestaron: «Calla, pon tu mano sobre la boca y ven con nosotros. Serás nuestro padre y sacerdote. ¿Qué es mejor para ti: ser sacerdote de la casa de un solo hombre o ser sacerdote de una tribu y de un clan de Israel?».
20 El corazón del sacerdote se alegró. Tomó el efod, los terafim y la imagen, y se fue con aquella gente.
21 Después se volvieron y emprendieron el camino de regreso. Pusieron delante a los no aptos para la guerra, el ganado menor y los enseres.
22 Nada más dejar la casa de Micá, los hombres que vivían en las casas contiguas a la de Micá dieron la alarma y se pusieron a perseguir a los danitas
23 gritándoles por detrás. Los danitas se volvieron y preguntaron a Micá: «¿Qué te pasa para que grites así?».
24 Respondió: «Me habéis quitado los dioses que me había hecho y al sacerdote, y os marcháis. ¿Qué me queda? ¿Cómo podéis decirme qué te pasa?».
25 Los danitas le replicaron: «No levantes la voz, no sea que algunos hombres de ánimo violento se abalancen contra vosotros y perdáis la vida tú y tu familia».
26 Los danitas siguieron su camino. Viendo Micá que eran más fuertes que él, dio la vuelta y regresó a su casa.
27 Ellos tomaron lo que había fabricado Micá y al sacerdote que tenía, y cayeron sobre Lais, sobre una gente pacífica y confiada. Los pasaron a filo de espada, y prendieron fuego a la ciudad.
28 No hubo quien la librara, pues estaba lejos de Sidón y no tenían relación con nadie. Se encontraba en el valle de Bet Rehob. La reconstruyeron y se asentaron en ella.
29 Y la llamaron Dan, por el nombre de su antepasado Dan, hijo de Israel. El nombre antiguo de la ciudad era Lais.
30 Los danitas se erigieron la imagen. Jonatán, hijo de Guersón, hijo de Moisés, así como sus hijos fueron sacerdotes de la tribu danita hasta el día de la deportación del país.
31 La imagen que había fabricado Micá permaneció instalada allí todo el tiempo que el santuario de Dios estuvo en Siló.
1 Por aquellos días, en que no había rey en Israel, un levita que vivía como extranjero en los confines de la montaña de Efraín se casó con una concubina de Belén de Judá.
2 Su concubina se enfadó con él y se marchó de su lado, yéndose a la casa de su padre, a Belén de Judá. Allí permaneció algún tiempo, unos cuatro meses.
3 Su marido se puso en camino tras ella, para hablarle al corazón y hacerla volver, llevando consigo a su criado y una pareja de borricos. Ella le hizo pasar a la casa de su padre. Cuando lo vio el padre de la joven, se alegró de encontrarlo.
4 Su suegro, el padre de la joven, lo retuvo, y permaneció con él tres días. Comieron, bebieron y pasaron la noche allí.
5 Al cuarto día, se levantaron temprano y se dispusieron a partir. El padre de la joven dijo entonces a su yerno: «Reconforta tu corazón con un bocado de pan, y luego partiréis».
6 Se sentaron a comer y a beber juntos. El padre de la joven le dijo: «Accede, por favor, a pasar la noche y que tu corazón se alegre».
7 El hombre se levantó para marchar, pero su suegro le insistió, y él volvió a pasar la noche allí.
8 Al quinto día se levantó de madrugada para irse. Pero el padre de la joven le dijo: «Por favor, reconforta tu corazón, y demoraos hasta que decline el día». Y comieron los dos.
9 Cuando el hombre se levantaba para irse con su concubina y su criado, le dijo su suegro, el padre de la joven: «El día declina y se va a hacer de noche. Por favor, pasad aquí la noche, pues el día se acaba. Pernocta aquí y que tu corazón se alegre. Mañana madrugaréis para hacer vuestro viaje e irás a tu tienda».
10 Pero aquel hombre no accedió a pasar la noche. Emprendió el camino, y llegó frente a Jebús, es decir, Jerusalén, con los dos borricos aparejados, y su concubina.
11 Cuando se encontraban cerca de Jebús, el día iba muy de caída. El criado dijo a su amo: «Vamos a desviarnos a esta ciudad jebusea, para pasar allí la noche».
12 Su amo le replicó: «No nos desviaremos a una ciudad extranjera en la que no vive ninguno de los hijos de Israel. Continuaremos hasta Guibeá».
13 Dijo luego a su criado: «Vamos y acerquémonos a una de las localidades, para pasar la noche en Guibeá o en Ramá».
14 Continuaron el camino, hasta que se les puso el sol cerca de Guibeá de Benjamín.
15 Se desviaron de allí para ir a pasar la noche en Guibeá. El levita entró y se sentó en la plaza de la ciudad, pero no hubo nadie que los acogiera para que pasaran la noche en su casa.
16 Entre tanto, un anciano regresaba al atardecer de su faena en el campo. Era un hombre de la montaña de Efraín que residía como emigrante en Guibeá, mientras que las gentes de la localidad eran benjaminitas.
17 El anciano levantó los ojos y, al ver al caminante en la plaza de la ciudad, preguntó: «¿Adónde vas y de dónde vienes?».
18 Le contestó: «Vamos de paso desde Belén de Judá a los confines de la montaña de Efraín, de donde soy yo. He ido hasta Belén de Judá. Yo voy frecuentemente a la casa de Dios, pero nadie me ha acogido en su casa.
19 Tenemos paja y forraje para nuestros borricos, y también pan y vino para mí, para tu sierva y para el criado que está con tu siervo. No tenemos necesidad de ninguna cosa».
20 El anciano le dijo: «La paz sea contigo. Todas tus necesidades corren de mi cuenta. No has de pasar la noche en la plaza».
21 Los hizo entrar en su casa y echó forraje a los borricos. Ellos se lavaron los pies, comieron y bebieron.
22 Se encontraban animados cuando la gente de la ciudad, unos malvados, cercaron la casa, aporrearon la puerta y dijeron a gritos al anciano, dueño de la casa: «Saca al hombre que has recogido en tu casa, para que lo conozcamos».
23 El dueño de la casa salió ante ellos y les dijo: «Hermanos míos, por favor, no obréis mal. Puesto que este hombre ha entrado en mi casa, no cometáis esa infamia.
24 Ahí está mi hija, que es virgen, y la concubina de él. Voy a sacarlas; forzadlas y haced con ellas lo que mejor os parezca. Pero con este hombre no cometáis tal infamia».
25 Aquellos hombres no le hicieron caso. El hombre tomó entonces a su concubina y la sacó fuera; ellos la forzaron y abusaron de ella toda la noche, hasta el amanecer. Al rayar el alba, la dejaron.
26 La mujer llegó al despuntar el alba, y quedó tendida a la entrada de la casa del hombre donde se encontraba su señor, hasta que se hizo de día.
27 Su señor se levantó de madrugada, abrió la puerta de la casa, y cuando salía para emprender la marcha, vio a su concubina tendida a la entrada de la casa, con las manos sobre el umbral.
28 Le dijo: «Levántate y vamos». Pero no hubo respuesta. La cargó sobre el borrico y se fue a su localidad.
29 Al llegar a su casa, tomó un cuchillo y, agarrando el cadáver de su mujer, la descuartizó miembro por miembro en doce trozos y los envió por todo el territorio de Israel.
30 Cuantos lo veían, decían: «No ha ocurrido ni se ha visto cosa semejante, desde la subida de los hijos de Israel de Egipto hasta el día de hoy. Consideradlo, deliberad y pronunciaos».
1 Todos los hijos de Israel, desde Dan hasta Berseba y Galaad, fueron como un solo hombre a reunirse en asamblea ante el Señor en Mispá.
2 Los jefes del pueblo y todas las tribus de Israel asistieron a la asamblea del pueblo de Dios: cuatrocientos mil hombres de a pie, diestros con la espada.
3 Los benjaminitas se enteraron de que los hijos de Israel habían subido a Mispá. Los hijos de Israel les preguntaron: «Decidnos cómo se ha cometido semejante maldad».
4 El levita, esposo de la mujer asesinada, respondió: «Mi concubina y yo habíamos llegado a Guibeá de Benjamín para pasar la noche.
5 Entonces se alzaron contra mí los señores de Guibeá y me rodearon en la casa durante la noche. Planeaban matarme. Y en cuanto a mi concubina, la forzaron hasta matarla.
6 Yo, agarrándola, la descuarticé y la envié por todo el territorio de la heredad de Israel, porque se ha cometido una abominación y una infamia en Israel.
7 Aquí estáis todos vosotros, hijos de Israel. Proponed aquí mismo una resolución y un dictamen».
8 Todo el pueblo se levantó como un solo hombre, diciendo: «Nadie irá a su tienda ni volverá a su casa.
9 Esto es lo que haremos respecto a Guibeá: subiremos contra ella según sorteo.
10 Escogeremos diez hombres por cada cien de todas las tribus de Israel, y cien por cada mil y mil por cada diez mil, a fin de procurar vituallas para la tropa que vaya a tratar a Guibeá de Benjamín según merece la infamia que se ha cometido en Israel».
11 Todos los israelitas, aliados como un solo hombre, se reunieron contra la ciudad.
12 Las tribus de Israel despacharon emisarios por toda la tribu de Benjamín a decirles: «¿Qué maldad es esa que se ha cometido entre vosotros?
13 Ahora, pues, entregadnos a esos hombres despreciables de Guibeá, para que los matemos y extirpemos esta maldad de Israel». Pero los de Benjamín no quisieron escuchar la voz de sus hermanos israelitas.
14 Los benjaminitas dejaron sus ciudades y se reunieron en Guibeá, para salir a luchar con los hijos de Israel.
15 Aquel día, de entre los benjaminitas procedentes de las ciudades y diestros en el uso de la espada, fueron alistados veintiséis mil, sin contar a los habitantes de Guibeá.
16 De entre todos ellos, había setecientos hombres aguerridos, zurdos, capaces de lanzar con la honda una piedra contra un cabello sin que el golpe de la piedra se desviara lo más mínimo.
17 Los israelitas se alistaron, sin Benjamín: cuatrocientos mil hombres armados de espada, todos ellos gente de guerra.
18 Se pusieron en marcha, y subieron a Betel a consultar a Dios. Preguntaron: «¿Quién de nosotros subirá primero a luchar contra los benjaminitas?». El Señor respondió: «Judá será el primero».
19 Los hijos de Israel se levantaron de madrugada y acamparon cerca de Guibeá.
20 Los hijos de Israel salieron a luchar contra Benjamín y formaron contra ellos en orden de batalla, frente a Guibeá.
21 Pero los benjaminitas de Guibeá salieron y aquel día dejaron muertos en tierra veintidós mil hombres de Israel.
22 Se rehicieron y volvieron a formar en orden de batalla en el mismo lugar donde habían formado el primer día.
23 Los hijos de Israel subieron a llorar ante el Señor, hasta la tarde. Consultaron al Señor: «¿He de volver a presentar batalla a mi hermano Benjamín?». El Señor Respondió: «Subid contra él».
24 Al segundo día, los hijos de Israel se acercaron a los benjaminitas.
25 Entonces, Benjamín salió de Guibeá a su encuentro aquel segundo día, y dejó muertos por tierra dieciocho mil israelitas más, todos ellos armados de espada.
26 Los hijos de Israel y todo el pueblo subieron a Betel. Allí lloraron sentados ante el Señor. Aquel día ayunaron hasta el atardecer, y ofrecieron holocaustos y víctimas pacíficas ante el Señor.
27 Los hijos de Israel consultaron al Señor –pues en aquellos días estaba allí el Arca de la Alianza de Dios,
28 y prestaba servicio ante ella Pinjás, hijo de Eleazar, hijo de Aarón–, diciendo: «¿Continuaré saliendo a luchar contra los de mi hermano Benjamín o desistiré?». El Señor respondió: «Subid, pues mañana lo entregaré en vuestras manos».
29 Israel puso emboscadas en torno a Guibeá.
30 Al tercer día subieron los hijos de Israel contra los benjaminitas, y formaron contra Guibeá como las veces anteriores.
31 Los benjaminitas salieron al encuentro de la tropa, alejándose de la ciudad. Y, lo mismo que las veces anteriores, comenzaron a causar bajas entre la tropa por los caminos, uno de los cuales sube a Betel y el otro a Guibeá por el campo: unos treinta israelitas.
32 Los benjaminitas se dijeron: «Ya están derrotados ante nosotros como anteriormente». Pero es que los hijos de Israel se habían dicho: «Huyamos y alejémoslos de la ciudad, hacia los caminos».
33 Entonces los israelitas se levantaron de sus posiciones para formar en Baal Tamar, mientras la emboscada de Israel salía de su posición, del flanco desguarnecido de Guibeá.
34 Diez mil hombres escogidos de Israel llegaron frente a Guibeá y arreció la batalla. Los benjaminitas no sabían que la desgracia se les echaba encima.
35 El Señor batió a Benjamín ante Israel. Y los hijos de Israel mataron aquel día a veinticinco mil cien benjaminitas, todos ellos armados de espada.
36 Los benjaminitas se dieron cuenta de que habían sido derrotados. Los hijos de Israel, sin embargo, cedieron terreno a Benjamín, pues confiaban en la emboscada que habían tendido junto a Guibeá.
37 Los emboscados se apresuraron a asaltar Guibeá. Se desplegó la emboscada, y pasaron a filo de espada a toda la ciudad.
38 Los hijos de Israel tenían con los emboscados el acuerdo de hacer subir una señal de humo de la ciudad.
39 Los hijos de Israel retrocedieron en la batalla. Y Benjamín comenzó a causarles bajas –unos treinta hombres–, de modo que se dijeron: «Están ya derrotados ante nosotros, como en el primer combate».
40 Entonces comenzó a salir de la ciudad la señal, una columna de humo. Cuando Benjamín volvió su rostro, vio que toda la ciudad subía en llamas al cielo.
41 Los israelitas volvieron a hacerles frente, mientras los benjaminitas permanecían aterrorizados, al ver que la desgracia había caído sobre ellos.
42 Se volvieron por el camino del desierto ante los israelitas, pero el combate los fue siguiendo. Los que salían de las ciudades, sorprendiéndolos en medio, los aniquilaban.
43 Cercaron a Benjamín, lo acosaron sin descanso y lo persiguieron hasta llegar frente a Guibeá, a levante.
44 Cayeron dieciocho mil benjaminitas, todos ellos valerosos.
45 Los restantes se volvieron y huyeron al desierto, a la peña de Rimón. Los rastrearon por los senderos: cinco mil hombres caídos. Los persiguieron hasta Guidón, matándoles dos mil.
46 Aquel día cayeron de Benjamín veinticinco mil hombres armados de espada, todos ellos valerosos.
47 Seiscientos hombres se habían vuelto, y habían huido al desierto, a la peña de Rimón. Y permanecieron en la peña de Rimón cuatro meses.
48 Los hijos de Israel se volvieron contra los benjaminitas. Y pasaron a filo de espada desde la población de la ciudad al ganado menor y todo cuanto había en ella. Asimismo, prendieron fuego a todas las ciudades que encontraban.
1 Los hijos de Israel habían jurado en Mispá: «Ninguno de nosotros entregará su hija como esposa a un benjaminita».
2 El pueblo llegó a Betel y allí permanecieron sentados ante Dios, hasta la tarde. Levantaron su voz y lloraron con grandes gemidos.
3 Decían: «¿Por qué, Señor, Dios de Israel, ha ocurrido esto en Israel, que le falte hoy una tribu?».
4 El pueblo se levantó de madrugada, edificaron allí un altar y ofrecieron holocaustos y sacrificios pacíficos.
5 Los hijos de Israel preguntaron: «¿Quién de entre todas las tribus de Israel es el que no ha subido a la asamblea ante el Señor?». Pues se había hecho un juramento solemne contra quien no subiera ante el Señor a Mispá, en estos términos: «Morirá sin remedio».
6 Los hijos de Israel sentían lástima de su hermano Benjamín y repetían: «Hoy ha sido extirpada una tribu de Israel.
7 ¿Qué mujeres podemos procurarles a los que quedan, pues hemos jurado por el Señor no darles esposas de entre nuestras hijas?».
8 Preguntaron: «¿Quién hay entre las tribus de Israel que no haya subido ante el Señor a Mispá?». Y resultó que no había subido al campamento, a la asamblea, ningún hombre de Yabés de Galaad.
9 Se pasó revista al pueblo y vieron que no había allí ninguno de los habitantes de Yabés de Galaad.
10 Entonces la asamblea envió doce mil hombres aguerridos, a los que dio esta orden: «Id y pasad a filo de espada a los habitantes de Yabés de Galaad, incluidas las mujeres y los niños.
11 Esto es lo que haréis: consagraréis al anatema a todo varón y a toda mujer que haya conocido el lecho de un varón, pero a las vírgenes las dejaréis con vida». Así lo hicieron.
12 Hallaron entre los habitantes de Yabés de Galaad cuatrocientas jóvenes vírgenes, que no habían conocido el lecho de un varón. Y las condujeron al campamento de Siló, en la tierra de Canaán.
13 Toda la asamblea despachó mensajeros para hablar con los benjaminitas que se encontraban en la peña de Rimón y proponerles la paz.
14 Los benjaminitas regresaron entonces, y les entregaron las que habían quedado vivas de entre las mujeres de Yabés de Galaad. Pero no había bastantes para todos ellos.
15 El pueblo tuvo lástima de Benjamín, porque el Señor había abierto una brecha en las tribus de Israel.
16 Los ancianos de la comunidad preguntaron: «¿Qué haremos para dar esposas a los supervivientes, puesto que han sido exterminadas las mujeres de Benjamín?».
17 Dijeron: «Tenga Benjamín una posibilidad de supervivencia, a fin de que no sea exterminada una tribu de Israel.
18 Aunque nosotros no podemos darles esposas de entre nuestras hijas». En efecto, los hijos de Israel habían jurado: «Maldito quien dé esposa a Benjamín».
19 Se dijeron: «Mirad, llega la fiesta anual del Señor en Siló». Siló se encuentra al norte de Betel, a oriente del camino que sube de Betel a Siquén y al sur de Libná.
20 Entonces ordenaron a los benjaminitas: «Id y apostaos en las viñas.
21 Estad atentos, y cuando salgan las jóvenes de Siló a bailar en corro, salid de las viñas y cada cual raptará una joven de Siló. Después os marcharéis al territorio de Benjamín.
22 Y si vinieren sus padres o sus hermanos a querellarse contra vosotros, les diremos: Sednos benignos con ellos, pues no hemos sido capaces de tomar una mujer para cada uno en la guerra. Ciertamente no sois vosotros quienes se las habéis dado, pues en ese caso habríais incurrido en culpa».
23 Los benjaminitas lo hicieron así. Tomaron mujeres con arreglo a su número de las danzarinas que habían raptado. Luego emprendieron el regreso a su heredad. Reedificaron las ciudades y las habitaron.
24 También los israelitas se fueron de allí, cada uno a su tribu y a su parentela. De allí salió cada cual a su heredad.
25 En aquel tiempo no había rey en Israel. Y cada uno hacía lo que le parecía bien.