1 Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
2 Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino;
3 voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos"»;
4 se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
5 Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
6 Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
7 Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias.
8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
9 Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
10 Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma.
11 Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».
12 A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto.
13 Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.
14 Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios;
15 decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
16 Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.
17 Jesús les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
18 Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
19 Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes.
20 A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él.
21 Y entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar;
22 estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.
23 Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar:
24 «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
25 Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!».
26 El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él.
27 Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen».
28 Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
29 Y enseguida, al salir ellos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés.
30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella.
31 Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
32 Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados.
33 La población entera se agolpaba a la puerta.
34 Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
35 Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar.
36 Simón y sus compañeros fueron en su busca y,
37 al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca».
38 Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
39 Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
40 Se le acerca un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme».
41 Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio».
42 La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
43 Él lo despidió, encargándole severamente:
44 «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
45 Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
1 Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
2 Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra.
3 Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro
4 y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico.
5 Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
6 Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
7 «¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo uno, Dios?».
8 Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso?
9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados", o decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar"?
10 Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados –dice al paralítico–:
11 “Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa"».
12 Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual».
13 Salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a él y les enseñaba.
14 Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice: «Sígueme». Se levantó y lo siguió.
15 Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran ya muchos los que lo seguían.
16 Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?».
17 Jesús lo oyó y les dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
18 Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús: «Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?».
19 Jesús les contesta: «¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar.
20 Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día.
21 Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto –lo nuevo de lo viejo– y deja un roto peor.
22 Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».
23 Sucedió que un sábado atravesaba él un sembrado, y sus discípulos, mientras caminaban, iban arrancando espigas.
24 Los fariseos le preguntan: «Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?».
25 Él les responde: «¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre,
26 cómo entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la proposición, que solo está permitido comer a los sacerdotes, y se los dio también a quienes estaban con él?».
27 Y les decía: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado;
28 así que el Hijo del hombre es señor también del sábado».
1 Entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada.
2 Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.
3 Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y ponte ahí en medio».
4 Y a ellos les pregunta: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?». Ellos callaban.
5 Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». La extendió y su mano quedó restablecida.
6 En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.
7 Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea.
8 Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón.
9 Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío.
10 Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
11 Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios».
12 Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
13 Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él.
14 E instituyó doce para que estuvieran con él
15 y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios:
16 Simón, a quien puso el nombre de Pedro,
17 Santiago el de Zebedeo, y Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso el nombre de Boanerges, es decir, los hijos del trueno,
18 Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el de Caná
19 y Judas Iscariote, el que lo entregó.
20 Llega a casa y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer.
21 Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
22 Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
23 Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás?
24 Un reino dividido internamente no puede subsistir;
25 una familia dividida no puede subsistir.
26 Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido.
27 Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
28 En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan;
29 pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
30 Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
31 Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
32 La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
33 Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
34 Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos.
35 El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
1 Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar.
2 Les enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos:
3 «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar;
4 al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron.
5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida;
6 pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó.
7 Otra parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron y no dio grano.
8 El resto cayó en tierra buena; nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
9 Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga».
10 Cuando se quedó a solas, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
11 Él les dijo: «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas,
12 para que “por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados"».
13 Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues cómo vais a conocer todas las demás?
14 El sembrador siembra la palabra.
15 Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos.
16 Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría,
17 pero no tienen raíces, son inconstantes, y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben.
18 Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; estos son los que escuchan la palabra,
19 pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril.
20 Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
21 Les decía: «¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero?
22 No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no hay nada oculto, sino para que salga a la luz.
23 El que tenga oídos para oír, que oiga».
24 Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces.
25 Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene».
26 Y decía: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra.
27 Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
28 La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.
29 Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
30 Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?
31 Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña,
32 pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».
33 Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender.
34 Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
35 Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla».
36 Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban.
37 Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua.
38 Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
39 Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma.
40 Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
41 Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
1 Y llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
2 Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo.
3 Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo;
4 muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo.
5 Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.
6 Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él
7 y gritó con voz potente:
«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes».
8 Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre».
9 Y le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos».
10 Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
11 Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte.
12 Los espíritus le rogaron: «Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».
13 Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar.
14 Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.
15 Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron.
16 Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos.
17 Ellos le rogaban que se marchase de su comarca.
18 Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él.
19 Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».
20 El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.
21 Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.
22 Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies,
23 rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».
24 Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.
25 Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años.
26 Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor.
27 Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto,
28 pensando: «Con solo tocarle el manto curaré».
29 Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.
30 Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?».
31 Los discípulos le contestaban: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “ ¿Quién me ha tocado?"».
32 Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto.
33 La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad.
34 Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
35 Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».
36 Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe».
37 No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
38 Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos
39 y después de entrar les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».
40 Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña,
41 la cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
42 La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.
43 Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
1 Saliendo de allí se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
2 Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos?
3 ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él.
4 Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
5 No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos.
6 Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
7 Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
8 Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja;
9 que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
10 Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
11 Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».
12 Ellos salieron a predicar la conversión,
13 echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
14 Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él».
15 Otros decían: «Es Elías». Otros: «Es un profeta como los antiguos».
16 Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado».
17 Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo,
18 y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.
19 Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía,
20 porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.
21 La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.
22 La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré».
23 Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».
24 Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista».
25 Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
26 El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla.
27 Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel,
28 trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.
29 Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.
30 Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
31 Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
32 Se fueron en barca a solas a un lugar desierto.
33 Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron.
34 Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.
35 Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y ya es muy tarde.
36 Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer».
37 Él les replicó: «Dadles vosotros de comer».
Ellos le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?».
38 Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver». Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco y dos peces».
39 Él les mandó que la gente se recostara sobre la hierba verde en grupos.
40 Ellos se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta.
41 Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces.
42 Comieron todos y se saciaron,
43 y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces.
44 Los que comieron eran cinco mil hombres.
45 Enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente.
46 Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar.
47 Llegada la noche, la barca estaba en mitad del mar y Jesús, solo, en tierra.
48 Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo.
49 Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito,
50 porque todos lo vieron y se asustaron. Pero él habló enseguida con ellos y les dijo: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo».
51 Entró en la barca con ellos y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor,
52 pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada.
53 Terminada la travesía, llegaron a Genesaret y atracaron.
54 Apenas desembarcados, lo reconocieron
55 y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas.
56 En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que la tocaban se curaban.
1 Se reunieron junto a él los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén;
2 y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos.
3 (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores,
4 y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
5 Y los fariseos y los escribas le preguntaron: «¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?».
6 Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
7 El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos".
8 Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
9 Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición.
10 Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre" y “el que maldiga a su padre o a su madre es reo de muerte".
11 Pero vosotros decís: “Si uno le dice al padre o a la madre: Los bienes con que podría ayudarte son corbán, es decir, ofrenda sagrada",
12 ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre;
13 invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os transmitís; y hacéis otras muchas cosas semejantes».
14 Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos:
15 nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre».
16 «Quien tenga oídos para oír, que oiga».
17 Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola.
18 Él les dijo: «¿También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre,
19 porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina». (Con esto declaraba puros todos los alimentos).
20 Y siguió: «Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre.
21 Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios,
22 adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.
23 Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».
24 Desde allí fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse.
25 Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies.
26 La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.
27 Él le dijo: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
28 Pero ella replicó: «Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños».
29 Él le contestó:
«Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».
30 Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
31 Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis.
32 Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
33 Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
34 Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»).
35 Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
36 Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
37 Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
1 Por aquellos días, como de nuevo se había reunido mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
2 «Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer,
3 y si los despido a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido desde lejos».
4 Le replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?».
5 Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?».
Ellos contestaron: «Siete».
6 Mandó que la gente se sentara en el suelo y tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente.
7 Tenían también unos cuantos peces; y Jesús pronunció sobre ellos la bendición, y mandó que los sirvieran también.
8 La gente comió hasta quedar saciada y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas;
9 eran unos cuatro mil y los despidió;
10 y enseguida montó en la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
11 Se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo.
12 Jesús dio un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué esta generación reclama un signo? En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación».
13 Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
14 A los discípulos se les olvidó tomar pan y no tenían más que un pan en la barca.
15 Y él les ordenaba diciendo: «Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos y de Herodes».
16 Y discutían entre ellos sobre el hecho de que no tenían panes.
17 Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué andáis discutiendo que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado?
18 ¿Tenéis ojos y no veis, tenéis oídos y no oís? ¿No recordáis
19 cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil?». Ellos contestaron: «Doce».
20 «¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?». Le respondieron: «Siete».
21 Él les dijo: «¿Y no acabáis de comprender?».
22 Llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase.
23 Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «¿Ves algo?».
24 Levantando los ojos dijo: «Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».
25 Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.
26 Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.
27 Después Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?».
28 Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas».
29 Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías».
30 Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
31 Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
32 Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo.
33 Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
34 Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.
35 Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
36 Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?
37 ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?
38 Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».
1 Y añadió: «En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».
2 Seis días más tarde Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos.
3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
4 Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
5 Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
6 No sabía qué decir, pues estaban asustados.
7 Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
8 De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
9 Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
10 Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
11 Le preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».
12 Les contestó él: «Elías vendrá primero y lo renovará todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado?
13 Os digo que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito acerca de él».
14 Cuando volvieron a donde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos escribas discutiendo con ellos.
15 Al ver a Jesús, la gente se sorprendió y corrió a saludarlo.
16 Él les preguntó: «¿De qué discutís?».
17 Uno de la gente le contestó: «Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no lo deja hablar;
18 y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que lo echen y no han sido capaces».
19 Él, tomando la palabra, les dice: «¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo».
20 Se lo llevaron. El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; este cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos.
21 Jesús preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?». Contestó él: «Desde pequeño.
22 Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos».
23 Jesús replicó: «¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe».
24 Entonces el padre del muchacho se puso a gritar: «Creo, pero ayuda mi falta de fe».
25 Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: sal de él y no vuelvas a entrar en él».
26 Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió. El niño se quedó como un cadáver, de modo que muchos decían que estaba muerto.
27 Pero Jesús lo levantó cogiéndolo de la mano y el niño se puso en pie.
28 Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: «¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?».
29 Él les respondió: «Esta especie solo puede salir con oración».
30 Se fueron de allí y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase,
31 porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará».
32 Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.
33 Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?».
34 Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
35 Se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
36 Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
37 «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros».
39 Jesús respondió:
«No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí.
40 El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
41 Y el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa.
42 El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
43 Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la gehenna, al fuego que no se apaga.
45 Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la gehenna.
47 Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la gehenna,
48 donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
49 Todos serán salados a fuego.
50 Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? Tened sal entre vosotros y vivid en paz unos con otros».
1 Y desde allí se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino y según su costumbre les enseñaba.
2 Acercándose unos fariseos, le preguntaban para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?».
3 Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?».
4 Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».
5 Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto.
6 Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer.
7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer
8 y serán los dos una sola carne.
De modo que ya no son dos, sino una sola carne.
9 Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
10 En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
11 Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera.
12 Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
13 Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
14 Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios.
15 En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él».
16 Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
17 Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
18 Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.
19 Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
20 Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
21 Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
22 A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
23 Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
24 Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios!
25 Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
26 Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?».
27 Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
28 Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
29 Jesús dijo: «En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio,
30 recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones– y en la edad futura, vida eterna.
31 Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».
32 Estaban subiendo por el camino hacia Jerusalén y Jesús iba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que lo seguían tenían miedo. Él tomó aparte otra vez a los Doce y empezó a decirles lo que le iba a suceder:
33 «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles,
34 se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará».
35 Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir».
36 Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?».
37 Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».
38 Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?».
39 Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar,
40 pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado».
41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
42 Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen.
43 No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor;
44 y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.
45 Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».
46 Y llegan a Jericó. Y al salir él con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna.
47 Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
48 Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí».
49 Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama».
50 Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
51 Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista».
52 Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
1 Cuando se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, mandó a dos de sus discípulos,
2 diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente y, en cuanto entréis, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo.
3 Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: “El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto"».
4 Fueron y encontraron el pollino en la calle atado a una puerta; y lo soltaron.
5 Algunos de los presentes les preguntaron: «¿Qué hacéis desatando el pollino?».
6 Ellos les contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron.
7 Llevaron el pollino, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó.
8 Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo.
9 Los que iban delante y detrás, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
10 ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!».
11 Entró Jesús en Jerusalén, en el templo, lo estuvo observando todo y, como era ya tarde, salió hacia Betania con los Doce.
12 Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre.
13 Vio de lejos una higuera con hojas, y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos.
14 Entonces le dijo: «Nunca jamás coma nadie frutos de ti». Los discípulos lo oyeron.
15 Llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a echar a los que vendían y compraban en el templo, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas.
16 Y no consentía a nadie transportar objetos por el templo.
17 Y los instruía diciendo: «¿No está escrito: “Mi casa será casa de oración para todos los pueblos"? Vosotros en cambio la habéis convertido en cueva de bandidos».
18 Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo admiraba su enseñanza, buscaban una manera de acabar con él.
19 Cuando atardeció, salieron de la ciudad.
20 A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz.
21 Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado».
22 Jesús contestó: «Tened fe en Dios.
23 En verdad os digo que si uno dice a este monte: “Quítate y arrójate al mar", y no duda en su corazón, sino que cree en que sucederá lo que dice, lo obtendrá.
24 Por eso os digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis.
25 Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas».
26 Mas si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos perdonará vuestras ofrensas.
27 Volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos,
28 y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad para hacer esto?».
29 Jesús les replicó: «Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto.
30 El bautismo de Juan ¿era del cielo o de los hombres? Contestadme».
31 Se pusieron a deliberar: «Si decimos que es del cielo, dirá: “ ¿Y por qué no le habéis creído?". ¿Pero cómo vamos a decir que es de los hombres?». (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta).
32 Y respondieron a Jesús: «No sabemos». Jesús les replicó: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».
1 Se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos.
2 A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña.
3 Ellos lo agarraron, lo azotaron y lo despidieron con las manos vacías.
4 Les envió de nuevo otro criado; a este lo descalabraron e insultaron.
5 Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos, a los que azotaron o los mataron.
6 Le quedaba uno, su hijo amado. Y lo envió el último, pensando: “Respetarán a mi hijo".
7 Pero los labradores se dijeron: “Este es el heredero. Venga, lo matamos y será nuestra la herencia".
8 Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros.
10 ¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
11 Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"?».
12 Intentaron echarle mano, porque comprendieron que había dicho la parábola por ellos; pero temieron a la gente y, dejándolo allí, se marcharon.
13 Le envían algunos de los fariseos y de los herodianos, para cazarlo con una pregunta.
14 Se acercaron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres veraz y no te preocupa lo que digan; porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?».
15 Adivinando su hipocresía, les replicó: «¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea».
16 Se lo trajeron. Y él les preguntó: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?». Le contestaron: «Del César».
17 Jesús les replicó: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Y se quedaron admirados.
18 Se le acercan unos saduceos, los cuales dicen que no hay resurrección, y le preguntan:
19 «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, que se case con la viuda y dé descendencia a su hermano".
20 Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos;
21 el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero;
22 y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer.
23 Cuando llegue la resurrección y resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella».
24 Jesús les respondió: «¿No estáis equivocados, por no entender la Escritura ni el poder de Dios?
25 Pues cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo.
26 Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob"?
27 No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados».
28 Un escriba que oyó la discusión, viendo lo acertado de la respuesta, se acercó y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
29 Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor:
30 amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser".
31 El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay mandamiento mayor que estos».
32 El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él;
33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
34 Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
35 Mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: «¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David?
36 El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies".
37 Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto.
38 Y él, instruyéndolos, les decía: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas,
39 buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes;
40 y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
41 Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho;
42 se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
43 Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie.
44 Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
1 Y cuando salía del templo le dijo uno de sus discípulos: «Maestro, mira qué piedras y qué edificaciones».
2 Jesús le respondió: «¿Ves esos grandes edificios?; pues serán destruidos, sin que quede piedra sobre piedra».
3 Y sentado en el monte de los Olivos, enfrente del templo, le preguntaron Pedro, Santiago, Juan y Andrés en privado:
4 «Dinos, ¿cuándo sucederán estas cosas?, ¿y cuál será el signo de que todo esto está para cumplirse?».
5 Jesús empezó a decirles: «Estad atentos para que nadie os engañe.
6 Vendrán muchos en mi nombre, diciendo: “Yo soy", y engañarán a muchos.
7 Cuando oigáis hablar de guerras y noticias de guerra, no os alarméis. Todo esto ha de suceder, pero no es todavía el final;
8 se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambres. Todo esto será el comienzo de los dolores.
9 Mirad por vosotros mismos. Os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos.
10 Es necesario que se anuncie antes el Evangelio a todos los pueblos.
11 Pero cuando os conduzcan para entregaros, no os preocupéis por lo que habréis de decir; decid lo que se os inspire en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu Santo.
12 Y entregará a la muerte el hermano al hermano y el padre al hijo, y se levantarán hijos contra padres y se darán muerte;
13 y seréis odiados por todos a causa de mi nombre, pero quien persevere hasta el fin se salvará.
14 Cuando veáis la abominación de la desolación erigida donde no debe (el que lee, que entienda), entonces los que viven en Judea huyan a los montes,
15 el que esté en la azotea no baje y no entre en casa a coger nada,
16 y el que esté en el campo no vuelva a recoger su manto.
17 ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días!
18 Orad para que no suceda en invierno.
19 Porque aquellos días habrá una tribulación como jamás ha sucedido desde el principio de la creación, que Dios ha creado, hasta hoy, ni la volverá a haber.
20 Si el Señor no acortase aquellos días, nadie podrá salvarse. Pero en atención a los elegidos que escogió se abreviarán.
21 Y si entonces alguno os dice: “El Mesías está aquí o allí", no le creáis.
22 Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas, que harán signos y portentos para engañar, si fuera posible, a los elegidos.
23 Pero vosotros estad atentos, que os he prevenido.
24 En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor,
25 las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
26 Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria;
27 enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
28 Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca;
29 pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta.
30 En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda.
31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
32 En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre.
33 Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
34 Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
35 Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer:
36 no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
37 Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».
1 Faltaban dos días para la Pascua y los Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando cómo prender a Jesús a traición y darle muerte.
2 Pero decían: «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo».
3 Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y se lo derramó sobre la cabeza.
4 Algunos comentaban indignados: «¿A qué viene este derroche de perfume?
5 Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres». Y reprendían a la mujer.
6 Pero Jesús replicó: «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Una obra buena ha hecho conmigo.
7 Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre.
8 Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura.
9 En verdad os digo que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se hablará de lo que esta ha hecho, para memoria suya».
10 Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a los sumos sacerdotes para entregárselo.
11 Al oírlo, se alegraron y le prometieron darle dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
12 El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?».
13 Él envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo,
14 y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?".
15 Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí».
16 Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
17 Al atardecer fue él con los Doce.
18 Mientras estaban a la mesa comiendo dijo Jesús: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo».
19 Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: «¿Seré yo?».
20 Respondió: «Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo.
21 El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado!; ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
22 Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo».
23 Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.
24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos.
25 En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
26 Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.
27 Jesús les dijo: «Todos os escandalizaréis, como está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas".
28 Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea».
29 Pedro le replicó: «Aunque todos caigan, yo no».
30 Jesús le dice: «En verdad te digo que hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres».
31 Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Y los demás decían lo mismo.
32 Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar».
33 Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice:
34 «Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad».
35 Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora;
36 y decía: «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres».
37 Vuelve y, al encontrarlos dormidos, dice a Pedro: «Simón ¿duermes?, ¿no has podido velar una hora?
38 Velad y orad, para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
39 De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras.
40 Volvió y los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se les cerraban. Y no sabían qué contestarle.
41 Vuelve por tercera vez y les dice: «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
42 ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».
43 Todavía estaba hablando, cuando se presenta Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
44 El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: «Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto».
45 Y en cuanto llegó, acercándosele le dice: «¡Rabbí!». Y lo besó.
46 Ellos le echaron mano y lo prendieron.
47 Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
48 Jesús tomó la palabra y les dijo:
«¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido?
49 A diario os estaba enseñando en el templo y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras».
50 Y todos lo abandonaron y huyeron.
51 Lo iba siguiendo un muchacho envuelto solo en una sábana; y le echaron mano,
52 pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.
53 Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los escribas y los ancianos.
54 Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.
55 Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban.
56 Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban.
57 Y algunos, poniéndose de pie, daban falso testimonio contra él diciendo:
58 «Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por manos humanas, y en tres días construiré otro no edificado por manos humanas"».
59 Pero ni siquiera en esto concordaban los testimonios.
60 El sumo sacerdote, levantándose y poniéndose en el centro, preguntó a Jesús: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?».
61 Pero él callaba, sin dar respuesta. De nuevo le preguntó el sumo sacerdote: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?».
62 Jesús contestó: «Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo».
63 El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dice:
«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
64 Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Y todos lo declararon reo de muerte.
65 Algunos se pusieron a escupirlo y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: «Profetiza». Y los criados le daban bofetadas.
66 Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llega una criada del sumo sacerdote,
67 ve a Pedro calentándose, lo mira fijamente y dice: «También tú estabas con el Nazareno, con Jesús».
68 Él lo negó diciendo: «Ni sé ni entiendo lo que dices». Salió fuera al zaguán y un gallo cantó.
69 La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes: «Este es uno de ellos».
70 Pero él de nuevo lo negaba. Al poco rato, también los presentes decían a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo».
71 Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: «No conozco a ese hombre del que habláis».
72 Y enseguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.
1 Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato.
2 Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él respondió: «Tú lo dices».
3 Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
4 Pilato le preguntó de nuevo: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan».
5 Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba extrañado.
6 Por la fiesta solía soltarles un preso, el que le pidieran.
7 Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los rebeldes que habían cometido un homicidio en la revuelta.
8 La muchedumbre que se había reunido comenzó a pedirle lo que era costumbre.
9 Pilato les preguntó: «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
10 Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.
11 Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.
12 Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?».
13 Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo».
14 Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «Crucifícalo».
15 Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
16 Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y convocaron a toda la compañía.
17 Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado,
18 y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!».
19 Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.
20 Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa.
21 Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz.
22 Y conducen a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»),
23 y le ofrecían vino con mirra; pero él no lo aceptó.
24 Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.
25 Era la hora tercia cuando lo crucificaron.
26 En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos».
27 Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
28 Y se cumplió la Escritura que dice: ha sido contado entre los malhechores.
29 Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días,
30 sálvate a ti mismo bajando de la cruz».
31 De igual modo, también los sumos sacerdotes comentaban entre ellos, burlándose: «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar.
32 Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También los otros crucificados lo insultaban.
33 Al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la hora nona.
34 Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente: Eloí Eloí, lemá sabaqtaní (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).
35 Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Mira, llama a Elías».
36 Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
«Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».
37 Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
38 El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
39 El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».
40 Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas María la Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé,
41 las cuales, cuando estaba en Galilea, lo seguían y servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
42 Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado,
43 vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
44 Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.
45 Informado por el centurión, concedió el cadáver a José.
46 Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.
47 María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.
1 Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús.
2 Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro.
3 Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?».
4 Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande.
5 Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo:
6 «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron.
7 Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo"».
8 Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.
9 Resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.
10 Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando.
11 Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.
12 Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo.
13 También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.
14 Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.
15 Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
16 El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
17 A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas,
18 cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
19 Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
20 Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.